Capítulo 13
Trella recibió a Nicar y a Corio cuando los dos nobles entraron en el cuarto superior. Sentando a Nicar en el lugar de honor a la cabecera de la mesa, ella tomó la silla frente a Corio. En los días anteriores a la invasión de Alur Meriki, Nicar había dirigido a las cinco familias nobles que regían Orak. Enfrentado con la destrucción de la ciudad, y no hallando a nadie dispuesto a arriesgar el cuello, Nicar seleccionó a Eskkar como nuevo capitán de la guardia. Además, le entregó a Eskkar una esclava recientemente adquirida, de nombre Trella, para que lo ayudara y lo mantuviera lejos de la taberna por las noches.
Esas dos decisiones, tomadas hacía menos de un año, crearon un futuro que ninguno de ellos podía haber previsto, un futuro construido por la gente corriente, durante mucho tiempo sin voz en los asuntos cotidianos. Ahora aclamaban a Eskkar como líder y esperaban que él los protegiera no sólo de las invasiones bárbaras, sino también del poder y los caprichos de las familias nobles.
Hoy, Nicar permanecía a la cabeza de las familias nobles, pero todos comprendían quién tenía el verdadero poder en Akkad. Mientras que Nicar podía lamentar la pérdida de autoridad, Eskkar y Trella habían salvado no sólo a la ciudad, sino también su vida y la de su familia cuando la multitud había pedido su muerte.
Aunque los papeles se habían invertido, Trella se sentía obligada hacia él. Era un buen hombre, ella lamentaba que hubiera envejecido tanto en los últimos seis meses. Casi en su sexagésima estación, su único hijo se había hecho cargo de los negocios de la familia en las últimas semanas, quitándole ese peso a su padre. Trella planeaba utilizar esa situación en su provecho.
—Espero que la reunión de hoy sea breve, señora Trella —dijo Corio, siempre con prisa para ocuparse de sus negocios—. Ya ha pasado el mediodía, y la fiesta de Ishtar ha comenzado. —Hizo un gesto con la mano hacia la ventana por donde entraban los sonidos de la celebración que hacían eco en el patio.
—Es lo que el sacerdote de Ishtar me ha recordado todos los días durante las últimas semanas, Corio —respondió Trella—. ¿Vendrás con tu familia a la fiesta de esta noche? —Ella había organizado un gran banquete, el primero que daba, para honrar a la diosa y recompensar a los amigos que habían permanecido junto a Eskkar durante el asedio—. Habrá abundancia de comida y vino. Annok-sur ha contratado a los mejores cocineros y espectáculos de la ciudad.
—La familia de Corio nos acompañará, Trella —dijo Nicar—. ¿Puedes decirnos ahora por qué nos has convocado aquí tan temprano? Supongo que tienes algo especial que discutir con nosotros.
—Sí —dijo Trella, retirándose el cabello de los ojos—. Antes de que Eskkar partiera, habló sobre proponer una serie de cambios en nuestras costumbres, y yo quería pediros consejo antes de proponerlo en la próxima reunión del concejo. —Trella prefería decir la verdad siempre que fuera posible, aunque había sido ella quien sacó con su esposo el tema de cómo gobernar Akkad. Ella empezó preguntándole a Eskkar sobre las costumbres que regulaban su antiguo clan.
Él le explicó cómo cada jefe de clan resolvía las disputas de acuerdo a su criterio, sin posibilidad de apelar. Los conflictos entre jefes de clan, si no se resolvían por la sangre, eran resueltos por el líder Alur Meriki, con frecuencia con la ayuda del concejo en pleno. Eskkar comparó las costumbres de su bárbaro clan con la de los nobles de Akkad. Había visto lo suficiente de las costumbres locales, impuestas por los nobles antes de la invasión, y sabía lo injustamente que podían ser administradas. Para su sorpresa, Eskkar aportó diversas sugerencias para cambiar las costumbres de Akkad y hacerlas valer de modo menos caprichoso.
Cuando Trella mencionó cambiarlas de un modo más permanente, él no sólo estuvo de acuerdo, sino que sugirió que se establecieran costumbres similares en el norte. Pasaron varias horas conversando sobre el modo en que Akkad, Bisitun y las otras villas norteñas debían ser administradas. Eskkar había aprendido los misterios de las granjas, así como los del oro y el bronce, de Trella, Nicar y los demás nobles, y entendía que cuanto más suavemente administrara a aquellos bajo su dominio, más bienes fluirían hacia Akkad.
Cuando ella le dijo a Eskkar lo que quería hacer, él sonrió y le deseó suerte. Ella pasó las siguientes semanas preparando este momento, esperando la ocasión apropiada para traer el tema a colación con Nicar y Corio, los miembros más influyentes del concejo de nobles. Esa ocasión había llegado. La celebración del día proporcionaría el momento más oportuno para presentar un concepto tan nuevo.
—Bueno, ¿qué cambios propones a nuestras sagradas costumbres, Trella? —La voz de Corio tenía un dejo de ironía—. Algo nuevo y excitante, espero.
—Quiero cambiar el modo en que se aplican todas nuestras costumbres. —Ella vio a Corio mirar a Nicar, sorprendido—. No exactamente cambiarlas, sino establecerlas como un código de conducta, unas leyes para todos en Akkad. Quiero ponerlas por escrito, para que todos puedan conocerlas y puedan seguirlas sin temor ni preocupación.
Las tradiciones establecían las penas para los crímenes, determinaban los precios pagados a los granjeros por sus productos e incluso fijaban las fechas para las fiestas y las celebraciones. A medida que Akkad se volvía más próspera, las costumbres cambiaban con frecuencia, y no siempre a mejor. Pero los nobles siempre se habían reservado la palabra final, y con frecuencia exceptuaban a sus familias de la justicia que imponían a los demás.
—Algunos en el concejo se opondrán a eso —comentó Nicar, enderezándose en su asiento, reflejando en la voz la seriedad de la sugerencia—. Han seguido sus costumbres durante años y no ven razón alguna para cambiar.
—Sí, ellos siguen las costumbres cuando les conviene —dijo Corio—. Recuerdo cómo era. Se podía acordar un precio, completar el trabajo, y luego el pago se reducía o incluso no se pagaba. Y no había tampoco nadie a quien apelar.
Artesano de oficio, Corio había subido al rango de los nobles cuando acordó construir la muralla que ahora rodeaba Akkad. Para él, las costumbres no siempre habían funcionado con justicia, algo con lo que Trella había contado.
—Me parece que los precios también varían —dijo Trella, cambiando de tema antes de que los dos hombres comenzaran a discutir sobre el pasado—. Un saco de grano tiene un precio cuando los nobles negocian entre sí y otro diferente para todos los demás. —Ella había trabajado con las finanzas de Nicar y aprendido los detalles del comercio—. Eso ha llevado al descontento entre la gente, así como a disputas en el mercado.
La criatura que llevaba en su vientre se agitó y Trella cambió de postura. Miró a Nicar a los ojos, en busca de alguna señal sobre sus pensamientos. Aquello le parecería a él otra manera de disminuir la autoridad de los nobles.
—Nobles —dijo—, desde que Eskkar expulsó a Alur Meriki, se ha pasado casi todo el tiempo resolviendo disputas sobre precios, pequeños delitos e incluso la propiedad de viviendas. Ambos lo sabéis. Sabéis que debería estar pensando en la defensa de Akkad, en construir la nueva muralla, no en esas pequeñeces. —Ninguno de los hombres dijo nada. Sabían que Eskkar no tenía paciencia para tales asuntos—. Haciendo que Eskkar sea el árbitro final en esos asuntos, lo único que conseguimos es que todos perdamos el tiempo. Si todas las costumbres se pusieran por escrito, se volvieran leyes aplicables a todos los que vivan en Akkad; pensad en cuántas horas de trabajo podrían ahorrarse. Y si esas nuevas leyes fueran administradas con justicia, creo que el comercio y la agricultura se incrementarían, con aún más beneficios para los mercaderes y comerciantes de la ciudad.
—Y Eskkar estaría de mejor humor —rió Corio.
Incluso Nicar creyó el comentario gracioso.
—Ciertamente, eso sería de desear. ¿Qué es lo que propones exactamente, Trella?
—Primero, quiero fijar los precios para todos los productos más corrientes que se compran, venden o cambian en el mercado. Si los granjeros saben por adelantado qué pago recibirán por sus productos, será más sencillo tratar con ellos, y podrán concentrarse en cuidar sus cosechas, y no en cuánto les pagarán.
—¿Incluyendo a los nobles? —preguntó Nicar.
—El precio que sus mercaderes cobren en el río o en el campo es cosa suya. Pero en Akkad pagarán un precio, un precio justo, sin trampas ni trucos.
—¿Y si alguien hace trampa?
—Entonces, Nicar, los nobles se enfrentarán a los mismos castigos que los demás. Como dicen las costumbres, si un hombre trata de engañar en un intercambio, tiene que pagar el doble. Ésa sería la ley de Akkad y se aplicaría incluso a los nobles.
—¿Y todo esto sería puesto por escrito? ¿Y con todo el mundo de acuerdo? —Corio, reclinado sobre la mesa, parecía dudarlo—. Necesitarás media docena de escribientes para llevar registro de todo.
Trella negó con la cabeza.
—Creo que necesitaremos por lo menos veinte. Para llevar registro de las leyes, las penas, los precios, los contratos, la propiedad de tierras y casas…, tendrán que inventar nuevos símbolos para registrar eventos y, probablemente, nuevos modos de calcular sumas.
—Estás creando una nueva categoría de aprendizaje —dijo Nicar, intentando juzgar la extensión de lo que Trella había propuesto—. Esto lo cambiará todo.
Trella sabía que así sería, y probablemente en mayor medida de lo que Nicar creía.
—Cambiará nuestro futuro para mejor. Akkad será un mejor lugar donde vivir y trabajar.
—Para formar a tantos escribientes…, archivar tantos datos, necesitaremos un nuevo edificio para albergarlos, y a sus maestros, sirvientes y familias —musitó Corio—. Los registros de arcilla requieren de grandes habitaciones con muchos cuartos para guardarlos. —Se quedó callado, sin duda pensando en cómo diseñar y construir semejante edificio.
—Sí, me imagino que será más complicado de lo que yo he estimado. —Como siempre, ella prefería que otros pensaran en lo que sería necesario, aunque ella y Annok-sur habían pasado las últimas semanas repasando los posibles impactos en la sociedad. Entre ambas, habían considerado todas las ramificaciones. Al menos ella esperaba que hubieran pensado en todas.
—¿Cómo pagaríamos semejante empresa? —preguntó Nicar—. Pasarán muchos meses antes de que Akkad vuelva a ser próspera como antaño, e incluso entonces hará falta mucho oro.
—Bueno, Eskkar cobrará más impuestos de la campiña —dijo Trella—. Y quienes deseen convertirse en escribientes deberán pagar por su aprendizaje por adelantado. Eso nos brindaría lo suficiente para alimentarlos y albergarlos. —Se volvió hacia Corio—. Necesitaríamos un lugar donde vivieran y trabajasen. Tenía la esperanza de que construyeras uno para nosotros, Corio, y ¿de que nos hicieras un precio especial?
Le llevó a Corio sólo un instante entender lo que le decía. Si no le hacía un descuento en el precio, ella buscaría a otro arquitecto. No importaba. Él seguiría obteniendo una buena ganancia, sólo un poco menos de lo habitual.
—Por supuesto, señora Trella. Sería un honor construir ese edificio, digamos que con un descuento de una décima parte.
—Eso es más que generoso, maestro constructor. Y tal vez puedas ayudarnos a determinar los precios y las penas para los demás constructores de Akkad. Junto con los otros nobles, por supuesto.
Trella aceptó que él intentaría asegurarse de que las leyes favorecieran a los artesanos, pero ése sería un pequeño precio a pagar. Además, los pobres no pagaban a otros para que construyeran para ellos. Ellos construían sus propias chozas, con barro. Los ricos tenían más, y por eso podían pagar más.
Se volvió hacia Nicar.
—Espero que nos ayudes a escribir las leyes. Un conjunto de leyes comunes para todos.
—¿Cómo se aplicarían esas leyes? —Nicar se acarició la barba, mientras fruncía dubitativo el entrecejo.
—Esperaba que tú me lo dijeras, Nicar. Me gustaría que el concejo nombrara a alguien para coordinar la redacción de estas nuevas reglas y luego controlar su administración. Ese alguien sería responsable sólo ante Eskkar, y se aseguraría de que las leyes fueran aplicadas con justicia para todos: nobles, mercaderes, tenderos y granjeros por igual.
Corio rió al comprender.
—Has sido elegido, Nicar. Tendrás que encargarte de ello.
Nicar, claramente, no esperaba algo así.
—Lo que pides…, ¿por qué?…, llevaría meses…, incluso años. Y mis negocios…, ¿qué haría yo?
—Has dicho que tu hijo está preparado para asumir los negocios familiares —dijo Trella, notando la incomodidad del noble—. Tal vez esté más preparado de lo que crees. Además, ¿quién en Akkad es tan respetado como tú, Nicar? Y tendrás ayuda. El concejo te dará lo que necesites. Estoy segura de que hay muchos hijos jóvenes, hombres inteligentes, que apreciarían la oportunidad de ser útiles. Como dice Corio, ésta sería una nueva casa, la casa de Leyes, con un grupo de escribientes y administradores necesarios para asegurar su honesta aplicación. Tú decidirías las disputas entre todos los habitantes de Akkad.
—Uno de mis hijos es más escribiente que artesano —dijo Corio—. No sabe tirar una plomada ni aunque le vaya en ello la vida. Cualquier casa que construya ha de derrumbarse más tarde o más temprano. Pero conoce los símbolos y tal vez prefiriera semejante oficio. Sería mucho mejor para el muchacho ser un escribiente que un constructor.
—La gente confía en ti, Nicar —continuó Trella—. Y la posibilidad de establecer una nueva casa, una de tu elección, aceptando sólo a la gente más capacitada y honesta… Todos te honrarían.
—Acepta el honor, Nicar —le animó Corio—. Los otros nobles confiarán en que tú los trates con justicia.
—¿Cómo se llamaría este nuevo cargo? —preguntó Nicar entre suspiros, dando la impresión de que podría dejarse tentar y dejar a un lado su habitual cautela.
—No estoy segura —dijo Trella—. Puesto que tú deberías determinar la veracidad de lo que los hombres dicen y hacen, me parece que el título de «juez» sería apropiado. El juez principal de Akkad sería responsable sólo ante Eskkar. Él y yo creemos que una de las mayores responsabilidades de quien gobierna es tomar decisiones justas al resolver disputas. Tú sabes cuánto necesita Akkad semejante puesto, ¿y quién mejor para ocuparlo?
—Juez supremo de la ciudad de Akkad —dijo Corio—. Suena importante, ¿no?
«Lo es realmente», pensó Trella. En unos meses, sin duda en menos de un año, el título se cambiaría por «el juez del señor» o incluso «el juez del rey». El título de «rey» señalaba a quien estaba a cargo de todo el territorio, el bendecido por los dioses y el que dispensaba sus favores. Nunca había sido usado en aquellas tierras, pero la palabra «rey» podía esperar un poco más, hasta que la gente estuviera lista para aceptarla.
—Di que sí, Nicar —le rogó, tocándole la mano—. Tu nombre será recordado para siempre en Akkad. Piensa en todo el bien que puedes hacer.
Él los miró a ambos y alzó sus manos, en señal de rendición.
—¿Cuándo queréis que empiece?
—Arregla tus asuntos. En una semana, o poco más, podremos comenzar a ver qué es lo que necesitaremos.
—Pensé que podría descansar al llegar a viejo, Trella. Ahora me tendrás trabajando de la mañana a la noche.
«Y más», pensó Trella.
—Noble Nicar, creo que esto será bueno para ti y para la ciudad. Tendremos mucho de que hablar, pero podemos comenzar en cuanto estés listo.
—Puesto que eso está decidido, ¿podemos continuar con la fiesta? —El tono de Corio hizo que Nicar y Trella rieran—. Puedo oír a mi nieta gritando de alegría incluso desde aquí.
—Sí, me gustaría saludar a tu esposa y a tus hijos —dijo Trella—. Tal vez pueda hallar algunos regalos para ellos. Gracias a ambos.
Cuando los dos hombres partieron, Trella se sintió satisfecha de que uno de los asuntos más importantes del día hubiera concluido. La honestidad de Nicar sería un reflejo favorable en el código de justicia de Eskkar. Los nobles gruñirían y se quejarían de la pérdida de alguno de sus privilegios, pero pronto verían también los beneficios. Y podrían incluso convencerse de poder influir en las decisiones de Nicar, pero ella conocía bien a su antiguo dueño.
No, ella llevaría Akkad otro paso adelante, esta vez utilizando el interés de los nobles, para consolidar y fortalecer el control de Eskkar. Al final la gente confiaría en el arbitrio de las leyes del señor Eskkar, y hasta entonces podrían apelar a Eskkar si consideraban haber sido tratados injustamente. Cuanto más confiaran en Eskkar y en ella, cuanto más confiaran en sus líderes, más seguro estaría el hijo que iba a tener. Con el tiempo, el pueblo aceptaría a su hijo como líder sin dudarlo.
Asumiendo, claro está, que ella tuviera un varón. Si tenía una hija, entonces tendría que volver a quedarse embarazada lo antes posible. Eskkar necesitaba un heredero para continuar su linaje, así como Akkad necesitaba del mismo heredero para mantenerse estable, para saber que en los años venideros el hijo de Eskkar, el sucesor, estaría allí para protegerlos y defenderlos a ellos y a sus familias.
La seguridad del niño se había vuelto incluso más importante que la propia. Trella recordaba demasiado bien cómo había pasado de ser la hija de un noble a propiedad de un tratante de esclavos en una noche. Tal destino nunca debía ocurrirles a los hijos e hijas de Eskkar. Para proteger a su primogénito, ella debía modificar las costumbres de Akkad para asegurarse de que el pueblo se sintiera confiado y seguro bajo la autoridad de Eskkar. Nada podía interponerse en su camino: ni los nobles, ni los mercaderes acaudalados, ni siquiera los soldados. Todos ellos debían obedecen a Eskkar y aceptar los planes de ella para la construcción de una ciudad poderosa.
Palmeándose el vientre para tranquilizar al bebé, Trella siguió a Nicar y a Corio hasta la puerta. A la entrada, intercambió una mirada con Annok-sur e hizo un gesto de asentimiento.
Resuelto el tema del borrador de nuevas leyes, sólo dos asuntos quedaban pendientes antes de que pudiera disfrutar de la fiesta: sus reuniones por separado con Gatus y Korthac.
Momentos después, Gatus entró al cuarto de trabajo, cerrando la puerta a su paso.
—¿Qué sucede, Trella? —preguntó—. ¿Algo anda mal?
—Estoy segura de que no es nada, Gatus —dijo, pero su rostro permaneció serio mientras se sentaba frente al soldado—. Sé que tus mensajeros regresaron esta mañana, y quería hablar contigo antes de que comience la fiesta.
A petición suya, Gatus había enviado a algunos jinetes para ver cómo les iba a las dos patrullas regulares que custodiaban Akkad. Estas patrullas realizaban un círculo gradual en torno a la ciudad y regresaban cada cinco o seis días. Él había instruido a los mensajeros para que establecieran contacto con cada patrulla. Después, los mensajeros trazarían un gran arco hacia el este y el sur, en busca de cualquier descontento.
—Entonces, ¿todo en los alrededores está como debe ser? ¿Hasta dónde fueron tus jinetes?
—Las patrullas están a unas cuarenta millas de distancia, una hacia el este y otra hacia el sur. Dicen que hay muy pocos incidentes, especialmente desde que Eskkar partió hacia el norte. Hasta los bandidos del oeste y el sur parecen haberse alejado. Tal vez tuvieron noticias de lo sucedido en Bisitun y aprendieron su lección.
—Tal vez. Pero todavía me preocupa Korthac. Seguimos sin saber nada de él, aparte de lo que nos contó el día en que lo conocimos. Las mujeres no han conseguido enterarse de nada, y ni siquiera Tammuz y sus clientes han encontrado la manera de entrar en sus habitaciones.
—Tal vez no haya nada que averiguar —dijo Gatus—. El que mantenga a sus hombres bajo control no lo vuelve un hombre peligroso.
—El modo en el que trata a sus hombres es lo que me inquieta. Se quedan dentro, lejos de las mujeres. No apuestan en el mercado, no beben en las tabernas, no visitan a las prostitutas en el río.
—Es, pues, un amo exigente, pero no ha habido peleas, ni robos. Él dice que no los quiere dando vueltas hasta que no hayan aprendido el idioma y las costumbres. Sólo llevan aquí un mes escaso.
—Casi dos meses, en realidad. Pero supongo que tienes razón. —Trella no estaba convencida, pero no tenía pruebas para rebatir a Gatus—. Así y todo, quiero asegurarme de que los alrededores estén tranquilos.
—Más tranquilos de lo que han estado nunca. Con Eskkar en el norte y Bantor siguiendo a Alur Meriki en el sureste, se ha limpiado la campiña de bandidos. Incluso las tierras al este del río están en calma, y apenas se ha visto a los bárbaros por allí. Nunca ha habido mucho en esa zona, salvo granjas aisladas. ¿Te han contado algo diferente de la zona del río?
Todos los días llegaban y partían botes de Akkad, que se dirigían a las villas río abajo; algunos llegaban hasta Sumeria y el gran océano.
—No, las villas sobre el Tigris parecen en calma. Los capitanes de los botes no han informado de que exista descontento, y hay menos bandidos y piratas de los que ven habitualmente.
Gatus se encogió de hombros.
—Bueno, ¿qué importa? Cuando Eskkar regrese dentro de unas semanas, traerá consigo unos treinta soldados así como nuevos reclutas ansiosos por sumarse a las tropas de Akkad.
Trella y Gatus habían hablado con el mensajero de Eskkar. Éste había llegado desde Bisitun aquella mañana, con noticias de que Eskkar había decidido permanecer en el norte por lo menos otras dos o tres semanas.
—Parece contento con su nueva mujer —dijo Trella.
Gatus bajó la mirada al suelo y se encogió de hombros.
—Nada de lo que tengas que preocuparte, Trella. Y es importante que Bisitun esté bien segura. Estoy convencido de que volverá pronto.
Trella había sabido de las actividades de Lani incluso antes que Gatus. Uno de los primeros mensajeros de Bisitun había hablado de Lani con su mujer, quien inmediatamente pasó la información a Trella. Al principio no se había inquietado, pero a medida que pasaban las semanas, sintió que su preocupación aumentaba. Pese a todo, no dio señales a nadie de estar preocupada por la aventura de Eskkar.
—Estoy segura de que tienes razón, Gatus. Pero puesto que él está lejos, me preocupa la campiña. ¿Podrías extender el radio de acción de las patrullas? ¿Unas veinte o treinta millas en todas las direcciones?
—Bueno, harían falta más hombres y caballos. Y necesitaríamos más mensajeros yendo y viniendo. ¿En verdad crees que es necesario?
—Dame el gusto —le dijo, inclinándose hacia él y tocándole el brazo—. Y puedes decirles a tus jinetes que habrá más plata por sus esfuerzos. Unas pocas rondas más hasta que Eskkar regrese. Que aumenten la distancia por lo menos treinta millas.
—Por un poco de plata extra, cabalgarán en un círculo mayor —rió—. Los enviaré dentro de uno o dos días…
Ella volvió a tocarle el brazo.
—Envíalos mañana, Gatus, en cuanto se recuperen de la fiesta.
—¿Tanto te preocupa ese Korthac?
—No es sólo él. Además, no tienes más remedio que cargar con una mujer embarazada. Como has dicho, Eskkar regresará pronto, pero hasta entonces me preocuparé. —Se rió de su propia debilidad—. Ah, y otra petición. Quiero un jinete para un trabajo especial, para que se dirija hacia el extremo noroeste. ¿Tienes a alguien en quien pueda confiar? Ha de ser un buen jinete e inteligente, además.
—¿Tendrá que pelear?
—No, sólo hacer acopio de información. Puedes ofrecerle una moneda de oro además de su paga habitual.
—Por esa cantidad, hasta yo mismo iría. Hablaré con los hombres mañana y encontraré al que quieres.
—Entonces nuevamente te doy las gracias, viejo amigo. —Se puso de pie—. Ya es hora de dar por iniciada la fiesta. Bastante tiempo te he mantenido alejado del vino y la comida.
Ella lo acompañó hasta la puerta y juntos descendieron las escaleras. Annok-sur esperaba allí, junto a los sirvientes. El cuarto de trabajo también sería usado para entretener a las visitas, y necesitaban tiempo para prepararlo. Trella tenía pensado encontrarse allí con Korthac.
Puesto que ya se había convertido en uno de los mercaderes más importantes de la ciudad, Korthac había recibido y aceptado la invitación. El egipcio continuaba siendo un misterio, pues se mantenía apartado y distante de las costumbres de Akkad. Sus informantes no le habían proporcionado ningún dato de utilidad.
Ella quería entender mejor a Korthac, saber, de primera mano, qué lo motivaba. Sólo entonces satisfaría su curiosidad. Trella confiaba en calarle las intenciones durante el festival. Tal vez el vino y la comida exótica sirvieran para aflojarle la lengua.