Capítulo 8

El sol de mediodía cayó sobre Bisitun antes de que Eskkar pudiera sentarse por primera vez. Estiró sus agotadas piernas y se relajó por un momento. Desde el amanecer de la captura de Ninazu, Eskkar y sus hombres habían recorrido toda la villa sin apenas hacer una pausa para tomar una jarra de agua o comer un bocado de pan. El caos duró toda la mañana, con un centenar de tareas que demandaban su atención.

Mientras Sisuthros trabajaba en la protección de la villa, Eskkar recogió todos los caballos que encontró y los puso bajo vigilancia. Los acadios, a caballo, custodiaban la empalizada para asegurarse de que ninguno de los bandidos escapara. Los centinelas mantenían la guardia en ambas puertas, mientras que el resto de los hombres de Eskkar custodiaban a los prisioneros.

Eskkar había escoltado a Ninazu, con los brazos atados firmemente a los costados, de vuelta a su propia casa. La imagen del jefe de los bandidos por las calles ayudó a devolver el orden a la villa. Una vez allí, Eskkar ordenó que le rompieran una pierna a Ninazu, para evitar que tratara de escapar.

Entretanto, Hamati, con un escuadrón de hombres, registró una por una todas las casas y chozas, en busca de bandidos que intentaran ocultarse entre los edificios o en los tejados. Eso le llevó la mayor parte de la mañana. Cuando terminaron, habían descubierto y capturado a casi una docena de los hombres de Ninazu desperdigados por todo Bisitun, escondidos en rincones o bajo mantas. Al tratar de escapar, uno de los bandidos había matado a un poblador. Mitrac mató al bandido de un flechazo cuando éste rehusó rendirse.

Mediada la mañana, Eskkar se sintió satisfecho de que sus soldados hubieran capturado o matado a todos los hombres de Ninazu. Gradualmente, una sensación de alivio se extendió sobre la villa. Las mujeres dejaron de gritar; los hombres, de maldecir. Pese a todo, la mayoría de los asustados habitantes de Bisitun permaneció en sus chozas, preguntándose qué nuevas desgracias traerían esos acadios del sur.

Eskkar envió a varios de sus hombres a localizar y reunir a los ancianos de la villa y a los principales comerciantes, aunque pocos de ellos quedaban. Al mismo tiempo, tres mensajeros, en caballos capturados, partieron hacia los alrededores para correr la voz de la derrota de Ninazu y traer a los granjeros más importantes, para que todos pudieran ver lo que los nuevos gobernadores de Bisitun habían logrado.

A medida que la población se daba cuenta de que no sería robada ni violada, hicieron acopio de valor y se dirigieron a la zona del mercado, vacía salvo por los hombres de Eskkar y algunos pocos caballos. En épocas de prosperidad, estaría llena de carros con toda clase de hortalizas, animales y mercaderías para vender, pero durante la mayor parte de la mañana no pudo verse ni un carro, ni un vendedor, ni siquiera un mendigo.

Al mercado, un rectángulo irregular limitado por edificios de toda forma y altura, se accedía por media docena de retorcidas callejas. Esto dejaba mucho sitio para los habitantes, y pronto más de cien personas llenaron la plaza. A los ojos de Eskkar, no tenían mejor aspecto que los pobladores de Dilgarth. Aunque rodeados de granjas frutales, la comida era escasa en Bisitun, puesto que los hombres de Ninazu se llevaban la mayoría de lo que los granjeros cosechaban. Muchos pobladores mostraban golpes en sus delgados cuerpos, marcas del brutal tratamiento de los bandidos. La mayoría vestía túnicas sencillas a las que les hacía falta un lavado. Sólo unos pocos poseían sandalias, aunque Eskkar recordó que casi todos los hombres de Ninazu tenían.

Se alzaron las exigencias de venganza contra Ninazu y sus seguidores, siendo las mujeres de la villa las que más alto gritaban. Docenas de ellas, violadas por los bandidos, asesinados sus maridos o ambas cosas, pedían la muerte de Ninazu. Esos gritos sólo se detuvieron cuando Eskkar les aseguró que pronto recibiría su castigo. Después los pobladores clamaban por alimentos. Ninazu no se había molestado en buscar suficientes provisiones para el asedio, y la mayor parte de lo que habían almacenado fue para sus hombres, por lo que poco quedó para Bisitun. Afortunadamente, el puñado de caballos muertos proporcionaría al menos una comida decente para la mayoría. Eskkar envió a más jinetes a la campiña, para hacer saber a los granjeros que podían volver a traer sus cosechas con seguridad y que recibirían un precio justo.

Al mediodía, los hombres de Eskkar patrullaban calles y callejas, las puertas permanecían cerradas y custodiadas y los pobladores se esforzaban por reparar la sección incendiada de la empalizada. Cincuenta y siete seguidores de Ninazu habían muerto, y cuarenta y siete habían sido hechos prisioneros. Algunos de ellos, los menos violentos y más fáciles de controlar, serían esclavizados. Con la marca de Akkad en la frente, pasarían el resto de la vida trabajando en los campos y en los canales. Los demás serían ejecutados.

Nadie, incluyendo a Eskkar, tenía la más mínima simpatía por ninguno de ellos. Habían elegido vivir por la espada a costa de sus vecinos. Los bandidos capturados merecían una sentencia de esclavitud, aunque sólo fuera para que pagaran por sus crímenes.

Unos treinta o más bandidos se habían escurrido en la confusión. Los hombres de Eskkar informaron de haber escuchado chapuzones en el río, por lo que, sin duda, muchos se habían arriesgado a huir a nado. Aquellos que lograran cruzar el río no supondrían ninguna amenaza para Bisitun durante mucho tiempo. Era posible que aún quedaran uno o dos escondidos en la villa, pero los hombres de Eskkar pronto los descubrirían.

Sorprendentemente, Eskkar sólo había perdido a seis hombres durante la lucha. Dos, de los que habían trepado la empalizada con Eskkar. Sisuthros había perdido a los demás rechazando el ataque de Ninazu en el campamento y durante el ataque a la puerta. Ocho más habían resultado heridos, pero, con suerte, sobrevivirían. Para los soldados de Akkad, esto parecía un logro increíble. Superados en número, y con mínimas pérdidas, habían derrotado a un enemigo fortificado y enérgico en el espacio de unas pocas horas. La reputación de Eskkar entre los soldados como líder astuto que se preocupaba por sus hombres se incrementó aún más.

Los habitantes de Bisitun estaban igualmente impresionados. Ninazu les había mentido, les había dicho que los acadios matarían a todos los pobladores, así como les había asegurado que la villa no podía ser conquistada.

Eskkar y Sisuthros tenían mucho trabajo por delante. Los escribientes llegaron desde el campamento y se pusieron a hacer listas de los pobladores muertos o robados por Ninazu y sus hombres. Eskkar envió un jinete a Akkad para informar a Trella y a Gatus de que Bisitun había sido liberada. Habló con más de una docena de hombres hechos prisioneros por Ninazu y los liberó a todos. Usando a uno de sus escribientes, Eskkar hizo una lista del botín hallado en casa de Ninazu. El jefe de los bandidos había ocupado el edificio más grande de Bisitun como residencia, y Eskkar no vio motivo para desperdiciarla, por lo que la convirtió en su cuartel general.

Los pobladores, organizados en pequeños grupos, comenzaron a enterrar a los muertos y a reparar el daño causado por la batalla. Sin embargo, no fue sino hasta el mediodía cuando Eskkar se sintió lo bastante confiado como para ordenarles a todos que se dirigieran a la plaza del mercado a oír sus palabras. Si no hubieran muerto o huido tantos pobladores, la plaza jamás habría podido albergarlos a todos. Incluso los tejados parecían tan abarrotados como las calles.

Eskkar detestaba dar discursos, pero la gente de Bisitun necesitaba oírlo y verlo. Ellos, como los pobladores de Dilgarth, tenían que saber quién era, por qué había venido y cuál sería su papel en el futuro. Cuando observó a la multitud, vio el pavor y el miedo que todavía atenazaban a muchos de ellos. La multitud se aquietó cuando él se subió a un carro y alzó la mano, mientras los soldados recorrían la plaza pidiendo a todos que se callaran. Esperó imperturbable hasta que el parloteo se convirtió en murmullo y éste en silencio.

En voz alta, Eskkar anunció que Bisitun estaba ahora bajo el poder y la protección de Akkad, y que desde ese día Sisuthros gobernaría en nombre de Akkad. Se establecería un nuevo concejo, que incluiría a artesanos y granjeros así como a mercaderes, para tratar los asuntos locales, sin olvidar la justicia con los bandidos y sus víctimas. Las mismas costumbres que gobernaban Akkad tendrían allí vigencia y se aplicarían a todos por igual, de la misma forma que se hacía en Akkad.

—¿Cuáles son esas nuevas costumbres? —preguntó una voz entre la multitud.

—El concejo —dijo Eskkar, alzando la voz para pedir silencio— establecerá los precios de los granos y otras mercaderías. El concejo también establecerá los castigos para los delitos, desde el robo hasta el asesinato. El concejo decidirá cuáles son las leyes que necesita la gente de Bisitun, y esas leyes se aplicarán a todos en la villa y granjas aledañas, incluyendo a los miembros del concejo. Quien se sienta tratado injustamente puede apelar primero al concejo y después a Sisuthros. Él decidirá cualquier asunto importante o, si lo considera necesario, Sisuthros podrá referirme el asunto a mí y al concejo en Akkad para una decisión final. Seréis gobernados de manera justa y equitativa.

Los pobladores se miraron entre sí, sin duda preguntándose qué significaba todo aquello, pero unos cuantos vitorearon el anuncio de Eskkar.

—Las nuevas costumbres —añadió Eskkar— también se aplican a mis soldados. Ellos han recibido estrictas instrucciones de no tomarse libertades con los residentes. Comenzando en este instante, Sisuthros proveerá al lugar de soldados no sólo para la protección de la villa, sino también para formar patrullas regulares en las granjas de la zona. Más soldados y artesanos llegarán desde Akkad en los próximos meses, para reforzar la empalizada y brindar más seguridad. Tendrán prioridad la entrega de las granjas a sus legítimos dueños y la ayuda con los canales y la irrigación. Los impuestos, en forma de mercaderías, serán enviados a Akkad de manera regular para pagar por la protección y la seguridad que Akkad proporcionará.

Eskkar no habló durante mucho tiempo, sino que amplió el mismo discurso que había dado en Dilgarth hacía apenas unos días. Dejó a la multitud en manos de Sisuthros, para que éste se hiciera cargo de las preguntas de los habitantes. Pasaron las horas. Sisuthros explicó las nuevas costumbres de Akkad en detalle, interrumpido constantemente para que respondiera una pregunta tras otra. Al principio tuvo problemas para mantener a la multitud controlada, pero cuando todos se dieron cuenta de que serían oídos, se tranquilizaron un poco y aprendieron a levantar la mano cuando deseaban que se les escuchara.

Sisuthros consultó con los vecinos y los mercaderes, así como con los pocos granjeros que se habían refugiado en Bisitun. Tomó nota de los candidatos presentados para el concejo y prometió comenzar la distribución de las tierras y bienes robados a la mañana siguiente. Cuando finalizó, dispersó a los aldeanos y les dijo que volvieran a sus casas y granjas. Después, haciendo caso omiso de las peticiones y preguntas aún pendientes, reunió a quienes constituirían el concejo de ancianos y partió hacia una de las casas cercanas a la plaza.

Eskkar exhaló un suspiro de alivio al verlos partir, con la mayoría de la gente siguiendo a Sisuthros. Junto con Grond, entró en la antigua casa de Ninazu. Alguien había servido la mesa con comida y bebidas y los dos hombres vaciaron sus copas de agua aun antes de sentarse. Hasta ese momento, poco tiempo había habido para comer o descansar desde que comenzó el ataque la noche anterior.

—¡Por todos los dioses, me alegra que haya terminado! —dijo Grond mientras dejaba de un golpe la copa en la mesa—. Pensé que las preguntas no terminarían nunca.

Eskkar rió.

—No terminarán. Al menos durante algunas semanas. —Volvió a llenar su copa con la jarra—. A poco que se parezcan a las gentes de Akkad, terminarán volviendo loco a Sisuthros con sus quejas y sus peleas.

—Aún no puedo creer con qué rapidez se vinieron abajo los hombres de Ninazu —dijo Grond, sacudiendo la cabeza y bostezando—. Harán falta uno o dos días para que todo se tranquilice.

—Algo más —replicó Eskkar, apoyando los pies en la mesa—. Recuerda, tenemos que apaciguar los alrededores de la villa. Necesitamos que empiecen a plantar sus cosechas lo antes posible.

En los últimos meses Eskkar había aprendido muchas cosas sobre los misterios de la agricultura. Ahora comprendía que la verdadera riqueza provenía de las cosechas, el oro era un mero medio para transferir esa riqueza de una a otra persona. Cuando las granjas produjeran en abundancia, el oro fluiría hacia Bisitun y Akkad. Sin embargo, sin las granjas de nada serviría el oro, el comercio sería escaso y la prosperidad, nula.

La conversación se agotó al tiempo que ambos hombres tomaban comida de la mesa. Había vino y pan, además de queso, dátiles y miel. Ninazu había abastecido bien su casa, con lujos ausentes desde hacía tiempo de las mesas de los aldeanos. Eskkar mezcló un poco de vino con agua. La larga noche lo había agotado más de lo que quería reconocer, y prefería no arriesgarse a tomar bebidas fuertes.

Levantó la vista cuando dos mujeres entraron en la sala después de que el guardia del clan del Halcón que estaba en la puerta las dejara pasar. Una llevaba un gran plato de madera con media docena de tajadas de carne de caballo asada. La otra tenía un pequeño plato en el que se apilaban tortas dulces. Las mujeres se parecían mucho, y Eskkar supuso que serían hermanas.

La mayor de las dos puso un pedazo de carne de caballo en cada plato y luego dejó la bandeja en el centro de la mesa. Cogió las tortas de manos de su hermana y las colocó en los platos, examinando con cuidado la reacción de Eskkar mientras hacía todo aquello. Luego hizo una reverencia, miró a Grond y ambas mujeres salieron del cuarto.

Grond se aclaró la garganta.

—Capitán, olvidé decirte que, cuando registramos esta casa, encontramos aquí a seis mujeres. Mujeres de Ninazu. Cuatro fueron devueltas a sus casas o a sus familias. Pero estas dos… —se encogió de hombros— dicen que no tienen adónde ir.

Eskkar sacudió la cabeza. Le llevaría meses ocuparse de todos los asuntos heredados de Ninazu. Hasta el botín del bandido se había convertido en un problema. Habían encontrado una pequeña habitación sin ventanas en la vivienda que contenía cuatro sacos repletos de oro, joyas y otros bienes, la parte de Ninazu del botín. Muchas de las monedas tenían las marcas de villas del norte y el oeste, es decir, el bandido había acumulado un importante botín incluso antes de llegar a Bisitun.

Ninazu estaba junto a su botín, aunque obviamente en aquellos momentos le producía menos placer, sentado sobre él, con la pierna rota. No obstante, un soldado del clan del Halcón mantenía vigilancia constante sobre Ninazu y su oro. El jefe bandido parecía demasiado hábil y con recursos, y Eskkar no quería arriesgarse a que se escapara.

Pero hasta entonces Eskkar no había tenido noticias de ninguna mujer, aunque el hallazgo no le sorprendió. Incluso un bandido necesitaba alguien que le llevara la casa, así como mujeres para el placer. Seis mujeres parecía un número elevado para un solo hombre. La opinión que Eskkar tenía de Ninazu subió.

—Bueno, tienen que haber venido de alguna parte. —Eskkar cogió su cuchillo y cortó un pedazo de carne tibia y se la llevó a la boca. Después de la escabechina de la noche anterior en el corral, habría carne de caballo en abundancia para los próximos días. La carne humeante sabía bien, y fue entonces cuando se dio cuenta de lo hambriento que estaba. Cortaba el grueso pedazo de carne, alternaba los bocados con pan recién hecho y lo bajaba todo con vino aguado.

—Ninazu trajo a estas dos mujeres cuando llegó a Bisitun —continuó Grond, mientras daba cuenta de su comida—. Sisuthros me pidió que me encargara de ellas. Se ofrecieron a cuidar tu casa si les permitías quedarse. Les dije que hablaría contigo.

Eskkar miró sorprendido a su guardaespaldas, pero éste centraba toda su atención en el plato. Grond nunca se había ofrecido para interceder a favor de otros ante su jefe, aunque más de uno en Akkad lo había pretendido y había intentado aprovecharse de su amistad con Eskkar.

—Hablaré con ellas más tarde, entonces —dijo Eskkar, mientras terminaba la carne y elegía algunos higos para completar la comida. Nunca le habían gustado las tortas dulces que los pobladores devoraban en cuanto se les presentaba la oportunidad, porque de alguna manera las consideraba impropias de un guerrero, idea que provenía de sus épocas bárbaras. Trella había sonreído cuando se lo dijo, pero ella sólo las comía en contadas ocasiones.

Cuando terminó de comer, bebió otra copa de agua, y luego se puso de pie y se estiró. La pesada comida agotó la fuerza que le restaba y se quedó exhausto. Había pasado más de un día desde la última vez que había dormido, e incluso aquel sueño había sido interrumpido. Sintió pesadez en las piernas y maldijo su debilidad.

—Grond, voy a dormir. Tú ve también a descansar. Probablemente esta noche permanezcamos despiertos hasta tarde, con todos esos aldeanos detrás de nosotros. Dile al guardia que me despierte dentro de tres horas.

Eskkar había examinado la casa con anterioridad. Tenía cinco cuartos. El cuarto común era del largo de la casa y ocupaba la mitad del edificio. En un extremo había un hogar y una mesa de trabajo para preparar las comidas; en el otro, la gran mesa en donde el dueño anterior se servía sus alimentos. Cuatro cuartos, de distinto tamaño, constituían el resto de la construcción; se accedía a todos desde el cuarto principal.

El dormitorio principal ocupaba un rincón de la casa, con una sólida puerta a unos pasos de la mesa. Dentro, Eskkar encontró una cama grande, de apariencia confortable. Había una pesada barra de madera apoyada contra el muro que él usó para asegurar la puerta, sabiendo que dormiría mejor con la puerta trancada. Oyó a Grond dar instrucciones a uno de los soldados para que montara guardia, más con el fin de mantener alejado a cualquiera que pudiera molestar a su jefe que por precaución. Deteniéndose apenas a quitarse la espada, se dejó caer agradecido sobre la cama, se colocó un brazo en los ojos para bloquear la luz y se quedó dormido al instante.

Los golpes en la puerta sacudieron los paneles de madera, y cuando Eskkar se obligó a abrir los ojos, se dio cuenta de que hacía rato que sonaban. La voz de Grond lo llamaba desde el otro lado, pero le costó despejar la cabeza y obligarse a sentarse. Una mirada a la ventana le dijo que habían pasado varias horas. Le gritó a Grond que dejara de golpear la puerta, se levantó y la abrió.

Grond ya se había ido, reemplazado por las dos mujeres que habían servido anteriormente la mesa. Una llevaba una gran jarra con agua en ambas manos, mientras que la otra sostenía un gran bol de arcilla. Ambas llevaban toallas en los brazos. Entraron mientras él permanecía de pie, inmóvil, intentando comprender su presencia, y dejaron las cosas en la pequeña mesa cerca de la cama. La mayor se volvió hacia él, haciendo una reverencia.

—Señor Eskkar, me llamo Lani. Ésta es mi hermana, Tippu —añadió, señalando a la más joven, quien hizo una reverencia aún más profunda que su hermana—. Grond nos ha pedido que le atendiéramos cuando despertase. —Al no responderle, ella continuó—: ¿Un poco de agua, señor?

Todavía no del todo despierto, Eskkar trató de despejar la mente. El ofrecimiento del agua hizo que se diera cuenta de que estaba sediento, así que asintió. La más joven tomó una copa finamente tallada de la mesa y le sirvió agua. Él la vació antes de devolvérsela a Tippu.

—Señor, ¿nos permitiría que le ayudásemos con el… baño? —preguntó Lani—. Tiene la túnica manchada de sangre y suciedad, al igual que las manos. Debería lavarse y ponerse ropa limpia antes de volver a aparecer ante los pobladores.

Por primera vez se percató del hedor a sangre y el sudor en su cuerpo.

—¿Hay algún pozo por aquí? —preguntó Eskkar, ya saciada su sed. Ciertamente no tenía intención de dejar que dos extrañas lo asearan. Sus pensamientos volvieron a Trella, y a la primera vez que ella había aseado su cuerpo desnudo, la primera vez que una mujer había hecho algo así. Fue de lo más erótico, e incluso en aquel momento el recuerdo hizo que su hombría se estremeciera de placer.

—Sí, señor, hay uno al otro lado de la plaza, pero en este momento está rodeado de pobladores cotilleando sobre los hombres de Akkad.

Completamente despierto ya, Eskkar se percató de lo alta y atractiva que era Lani, con aquella figura llenita y graciosa y el cabello castaño. Se había pintado los ojos pardos con un poco de ocre, lo que les daba un intrigante tono rojizo. Muchas de las mujeres de los mercaderes acaudalados en Akkad hacían lo mismo, para aumentar su belleza, aunque Trella nunca lo hacía. La profunda voz de Lani sonaba placentera a sus oídos, y ella vestía una prenda de buena calidad, sin duda robada a alguien por su antiguo amo. Ahora que tenía tiempo de examinarla, calculó que rondaría las veinticinco estaciones.

Ella notó su mirada y bajó los ojos.

—Perdone, señor, pero ignoramos lo que desea. Denos instrucciones, por favor.

Ya fuera por sus palabras o por su tono, el caso es que se excitó aún más, así que se dirigió hasta la cama y se sentó. Se observó y vio que realmente su túnica estaba manchada de sangre y suciedad y que el escaso tiempo pasado en el pozo aquella mañana no había quitado toda la sangre de sus manos. Observando ahora la cama sucia, pensó que Lani tenía razón. Consideró dirigirse al río, pero eso implicaba una larga caminata desde la casa de Ninazu y sin duda sería molestado a cada paso por los pobladores. Eskkar tendría que usar los paños y el bol de agua después de todo. Lo podría hacer por sí solo, pero…

—¿Hay alguna túnica limpia que pueda ponerme, Lani?

Ella apretó los labios por un momento.

—Es usted mucho más alto que Ninazu, pero tal vez encontremos algo en la casa. —Lani se volvió hacia su hermana—. Mira a ver lo que tenemos. Si no hay nada que le sirva, tendremos que ir a por algo al mercado.

Tippu dejó los paños para secarlo, miró nerviosa a Eskkar y abandonó el cuarto.

Eskkar se puso de pie y se quitó la túnica por encima de la cabeza, y luego dejó caer la prenda sucia al suelo.

—Tu hermana no habla demasiado.

—Ella ha sufrido mucho y tiene miedo, señor Eskkar —respondió Lani con calma, mientras vertía agua de la jarra en el bol—. Al igual que yo. A ambas nos preocupa qué va a ser de nosotras.

Eskkar observó sus movimientos mientras empapaba uno de los paños en el agua y luego lo escurría. Sus manos eran rápidas y seguras.

—No tenéis nada que temer, Lani. Nadie va a haceros daño ahora.

Ella se volvió a mirarlo a los ojos.

—Debería quitarse todas las prendas, señor Eskkar. Me temo que hace falta cambiarlas. —Ella frunció la nariz al hablar, pero no dijo nada más.

Eskkar dudó unos instantes. Maldita fuera aquella mujer por tratarlo como a un niño. Estaba de pie, por lo que aflojó la prenda y la dejó caer al suelo.

Ella la echó a un lado con el pie, luego tomó el paño mojado y comenzó a asearlo. Comenzó por su rostro, refregando con fuerza para quitar toda la tierra y limpiarle también la barba. Después continuó por el cuello y los hombros, enjuagando nuevamente el lienzo, haciéndolo girar para lavarle la espalda.

Desnudo ante aquella mujer, sintió que se excitaba. Ella hizo como que no veía su creciente erección mientras enjuagaba una y otra vez el lienzo, descendiendo hasta arrodillarse frente a él, con el rostro a escasos centímetros de su ahora enhiesta hombría. Pero ella no le prestó atención, excepto para limpiarla gentilmente con el lienzo, antes de continuar, vigorosamente, con sus piernas.

—Por favor, siéntese, señor Eskkar, para que pueda lavarle los pies —dijo Lani, levantándose para volver a enjuagar el lienzo. Se arrodilló y comenzó a limpiarle los pies.

Tippu regresó con una túnica. Si le pareció extraño ver a su hermana arrodillada frente a un hombre desnudo con su pene erecto, no dijo nada, ni siquiera miró a Eskkar a los ojos.

Lani se volvió hacia ella.

—El señor Eskkar necesitará también ropa interior limpia. Trae una prenda. —Tippu volvió a salir sin decir una palabra.

Aparentemente no había escasez de ropa interior en la casa, pensó Eskkar.

Cuando Lani terminó con sus pies, le pidió que se pusiera de pie, y le secó el cuerpo con un lienzo limpio, frotando gentilmente su rostro, luego rápidamente el pecho y los hombros y luego con gentileza en torno a su hombría aún enhiesta. Nuevamente, le pidió que se sentara y le secó los pies.

—Listo, mi señor, al menos ahora está lo suficientemente limpio como para presentarse ante sus súbditos. —De pronto alargó la mano y acarició su pene con los dedos—. Si mi señor quiere una mujer, a mi hermana o a mí nos agradará satisfacerlo. —Esta vez lo miró a los ojos, esperando una respuesta.

Eskkar notó un leve cambio en su voz, algo que hacía que la oferta fuera más que un deber. Para su propia sorpresa, la deseaba, y no sólo por una necesidad física. Algo en ella lo excitaba.

—Me has visto desnudo, Lani. Ahora, deja que te vea yo a ti. Quítate el vestido.

Ella se secó las manos rápidamente en el lienzo, se quitó el vestido por encima de la cabeza y lo dejó caer a los pies de la cama. Se soltó el cabello y se quedó de pie.

Por primera vez él la vio como a una mujer hermosa. Su hombría se hinchó mientras admiraba su bello cuerpo, todo curvas y suavidad.

Una vez más volvió a abrirse la puerta, y Tippu entró al cuarto, cerrando la puerta a sus espaldas. Apenas alzó los ojos para observarlos a ambos.

—Trae la ropa, Tippu —dijo Eskkar, sin dejar de mirar a Lani—. Vístete, Lani.

Él tomo su calzón de manos de Tippu y se lo puso, gruñendo un poco mientras forzaba su pene todavía erecto dentro de la prenda, antes de ajustarla a la cintura. Tippu le entregó la túnica limpia, y él se la puso por encima de la cabeza. Observó su calidad, una prenda fina más apta para un rico mercader que para un soldado. Sin embargo, le quedaba bastante bien, aunque algo más estrecha de lo que a él le gustaba, y le llegaba sólo a la mitad de los muslos. Para entonces Lani ya se había puesto su vestido, y estaba otra vez arrodillada a sus pies, esta vez para abrocharle las sandalias. Él la ayudó con las cintas, y ella alzó la mirada, a la vez que sus manos se tocaron.

Un golpe fuerte en la puerta sorprendió a ambos. Grond entró sin esperar a ser invitado.

—¿Has descansado bien, capitán? Has dormido toda la tarde.

Eskkar se sentía mejor, gran parte del cansancio se había desvanecido de su cuerpo y de su mente. Una rápida mirada a la ventana le mostró que quedaban unas dos horas de sol, tiempo más que suficiente para reunirse con Sisuthros.

—Sí, Grond. Creo que necesitaba el descanso.

—Señor, si pudiera hablar con usted un momento… —dijo Lani, con la mirada baja y el tono respetuoso.

Él lo pensó por un instante. Sin duda Grond le había dicho que Eskkar hablaría con ella. Pero ella no se lo había recordado, simplemente le había pedido permiso. Eskkar echó una mirada a su guardaespaldas, pero éste estaba mirando a Tippu.

—Grond, espera fuera. Llévate a Tippu.

Mientras Tippu cogía la jarra, los lienzos y el cuenco de lavarse, Eskkar se ajustó la espada a la cintura y se sentó en la cama.

—Adelante, Lani. ¿Qué es lo que deseas decir?

Ella estaba de pie en el mismo sitio en el que había estado desnuda hacía apenas unos instantes, pero su voz permaneció calmada.

—Mi señor, mi hermana y yo fuimos capturadas por Ninazu y sus hombres hace cuatro meses. Mi marido fue asesinado, al igual que el prometido de Tippu, junto con nuestros sirvientes. Ninazu nos tomó a ambas para sus placeres. Él favorecía a Tippu, y me hubiera entregado a sus hombres de no haber sido por los ruegos de Tippu. Yo traté de ser útil, limpiando y manteniendo el orden entre sus mujeres y sus cosas. Después de un tiempo, llegó a depender de mí, y una vez que llegamos aquí, yo estuve a cargo de sus asuntos domésticos. —Hizo una pausa momentánea, como recordando—. De no haber sido por Tippu, que me salvó, creo que estaría muerta.

Tomó aliento, como si quisiera dejar atrás a su pasado.

—Aquí, en Bisitun, nos llaman las prostitutas de Ninazu. Las mujeres de la villa nos odian a nosotras tanto como a él. Esta mañana, una de ellas me ha dicho que al caer la noche estaría muerta. Las otras mujeres de Ninazu han vuelto con sus familias, pero nosotras no tenemos adónde ir. Nuestro pueblo está a muchas millas, hacia el noroeste, cruzando el Éufrates. Aunque volviéramos, allí nadie nos recibiría, deshonradas como estamos, y sin nada más que la ropa que tenemos puesta.

—¿Qué es entonces lo que quieres de mí, Lani? Nadie te hará daño aquí. Mis hombres te protegerán de las mujeres de la villa.

—Eso es lo que quiero, señor, su protección y…, y esta mañana… le oí decir que pronto regresaría a Akkad. Quería pedirle que nos llevara con usted. Este lugar nos resulta odioso. —Ella vio cómo Eskkar fruncía el ceño ante la sugerencia, y continuó rápidamente—: Podemos ser sus sirvientas, señor, así como sus concubinas. Tengo experiencia en los asuntos domésticos, y Tippu puede tejer y bordar. Haremos lo que nos pida, cualquier trabajo. Sólo llévenos de aquí. Por favor, señor.

Ella le miró a los ojos y él pudo ver que le temblaban los labios. Vio que se esforzaba por contener las lágrimas, la primera vez que ella mostraba alguna emoción. Podía tener razón respecto a las mujeres de la villa. Insultarían y atormentarían a las mujeres de Ninazu, eso como poco, sobre todo a la que actuó en su nombre. Las hermanas estarían más seguras en Akkad, y Trella encontraría una buena ocupación a alguien como Lani, que parecía ser inteligente. El pensar en Trella hizo que se sintiera incómodo por un momento. No había pensado mucho en ella en los últimos días.

Lani esperó paciente, pero él vio el temor en su rostro. Ella pensaba que él iba a negarse.

—Lani, puedes volver conmigo a Akkad. Te pondré bajo mi protección. Nadie os hará daño. Pero te advierto que puede que no vuelva a Akkad durante un tiempo, y tal vez deba enviarte por adelantado. Mi esposa, Trella, encontrará un lugar para ti. —Pronunciar el nombre de Trella en voz alta le ayudó a clarificar la mente, aunque no apartó del todo sus pensamientos del cuerpo de Lani—. Y no hace falta que seas ni mi concubina ni la de nadie, Lani; tampoco tu hermana.

Con un breve llanto de alivio, ella se arrodilló, le cogió una mano y se la besó.

—Gracias, señor. Gracias. —Lani se estremeció ligeramente y apenas le salían las palabras.

Eskkar se puso de pie. Las lágrimas femeninas lo incomodaban. Le acarició la cabeza y salió del cuarto, entrando a la sala principal de la casa. El área común tenía la longitud del edificio, y las cinco recámaras a lo largo del muro estaban orientadas hacia el centro de la casa. El cuarto en el que había dormido, con mucho el más amplio de todos, ocupaba una esquina de la casa. La mesa estaba a unos pocos pasos. Sisuthros se encontraba allí sentado, junto con Grond, Hamati y Drakis.

—¿Has descansado un poco, capitán? —preguntó Sisuthros.

Eskkar abrió la boca para hacer un comentario informal, antes de darse cuenta de que Sisuthros parecía verdaderamente preocupado por él. Eskkar vio la misma expresión en el rostro de Grond, e incluso en los otros lugartenientes. Sabían que había dormido poco en los últimos tres días y estaban preocupados por él.

Entonces suavizó la voz.

—Sí, Sisuthros, he dormido muy bien. Ahora tengo hambre otra vez.

Los alimentos llenaban la mesa y con el aroma de los bistecs de caballo cocinándose al aire libre se le hacía la boca agua. Su estómago gruñó de hambre, aunque se había alimentado hacía pocas horas. Se sentó, pero antes de que tomara nada, Tippu se le acercó y le puso delante un plato de arcilla limpio y una copa. Ella la llenó hasta la mitad con agua antes de retirarse. Grond tomó otra jarra, una con vino, y echó un poco en la copa de Eskkar.

Al dejar éste la copa, Lani llegó desde el exterior, llevando dos bistecs humeantes en una bandeja de madera. Se los puso en el plato y luego se volvió hacia él.

—¿Desea algo más, señor?

Ella estaba de pie a su lado y, cuando él giró la cabeza, casi se dió contra el busto de ella. La imagen de su cuerpo desnudo le pasó por la mente y sintió el deseo de irse con ella a la recámara. De alguna manera se las ingeniaba para proyectar su sexualidad en unas pocas palabras, palabras dirigidas sólo a él.

—Nada por ahora, Lani. Gracias. —Pronunció las palabras con cuidado, con voz neutra. Cuando se apartó, recordó su promesa y se volvió a Sisuthros—. Les he ofrecido mi protección a Lani y a su hermana —dijo a los hombres de la mesa—. Aseguraos de que todos los hombres lo sepan y comunicádselo también a los aldeanos.

—Lo anunciaré hoy en el concejo y me aseguraré de que hagan correr la voz por Bisitun —dijo Sisuthros.

Eskkar tomó un sorbo de su vino con agua.

—Ahora, contadme lo que ha sucedido mientras dormía.

En un instante, los pensamientos en torno a Lani desaparecieron. Sisuthros se había reunido nuevamente con los nuevos ancianos de la villa. La mañana siguiente llegarían los granjeros más influyentes y podrían elegir al quinto y último de los miembros del concejo. Los ancianos podrían entonces comenzar a administrar los asuntos de la villa.

Comenzarían con la ejecución de Ninazu y el castigo a sus hombres. Con la cabeza de Ninazu en un pica en lo alto de la puerta y los más salvajes de sus seguidores muertos, los hombres de Eskkar estarían libres para otras actividades, en vez de perder el tiempo vigilando a los prisioneros noche y día. En cuanto al resto de los hombres de Ninazu, serían marcados y puestos a trabajar.

Después, el concejo recientemente elegido se abocaría al tema de la propiedad robada, lo que Ninazu había sustraído y cómo sería repartido lo que quedaba entre los dueños originales. Akkad tomaría dos décimos de cada devolución, como cobro por recuperarlas. Sisuthros suponía que llevaría un día más dividir el botín, incluyendo lo que habían reunido de los prisioneros y llevado al depósito de Ninazu.

Con Ninazu y los bienes robados fuera del camino, los soldados, los pobladores y los esclavos serían puestos a trabajar en la reconstrucción de Bisitun y las granjas circundantes, desbrozando la tierra que rodeaba la empalizada, reparando los canales de riego dañados y cualquiera de las tareas necesarias para que la comunidad volviera a la prosperidad. Una vez que comenzaran dichos esfuerzos, el concejo podría ocuparse de los temas menores que llenarían sus días en las semanas venideras, resolviendo disputas y escuchando peticiones de justicia.

Eskkar oyó las órdenes que Sisuthros dio a los hombres, antes de hablar con Hamati y Drakis sobre sus nuevas funciones. Al final de la comida, anunció que estaba satisfecho con los planes y disposiciones de Sisuthros.

—Tan pronto como Ninazu y sus hombres estén muertos, llevaré a Grond y algunos hombres a recorrer las granjas. Quiero ver por mí mismo cómo están los granjeros y sus cosechas y en qué estado se encuentran los rebaños de ovejas y cabras.

Si alguien de los que estaban a la mesa consideró inusual que el líder de Akkad visitara a los granjeros, se lo guardó para sí. Pero Eskkar sabía que Trella y los nobles de Akkad necesitaban esa vital información. No podían completar sus planes hasta no saber qué esperar de la región del norte, y cuándo. Sin un constante flujo de lino, grano y animales, el comercio en Akkad sería menos activo, y eso no podía suceder, y menos con todo lo que había que reconstruir. El verdadero objetivo de los esfuerzos de Eskkar estaban en Akkad, no allí.

Eskkar se puso de pie y se desperezó. Ahora se sentía relajado, con el estómago lleno y habiendo dormido lo suficiente como para poder continuar hasta la noche.

—¿Ha dicho algo Ninazu que nos sea de utilidad?

Sisuthros negó con la cabeza.

—Ni siquiera hemos tenido tiempo de torturarlo. —Sisuthros suspiró frente a la nueva tarea—. Hablaré con él.

—No, Grond y yo hablaremos con él. Tú ocúpate de la gente.

Grond se encaminó hacia el otro extremo de la sala principal, hasta la recámara más alejada de la que había utilizado Eskkar para dormir. Ese cuarto sin ventanas contaba sólo con una pequeña apertura cerca del techo, para luz y ventilación. Poseía la otra puerta maciza en el interior de la casa, fresca aún la madera, lo que indicaba una reforma reciente. Un soldado montaba allí guardia, sentado en un taburete, pero se puso de pie al acercarse los dos hombres.

Grond abrió la puerta empujándola. Dentro, otro guardia, éste del clan del Halcón, estaba sentado en un cofre, la corta espada desnuda sobre su regazo, de cara a Ninazu. El prisionero tenía una buena contusión donde Eskkar lo había golpeado con el pomo de su espada, y en las mejillas tenía magulladuras y heridas causadas por los puños de Grond. Habían atado a Ninazu como a un pollo, las manos amarradas a la espalda y los brazos atados a los costados. Ya no tenía los brazaletes de plata, que habían sido entregados a Grond y Sisuthros a modo de regalo. Atada al cuello se veía otra soga, con el otro extremo anudado a un segundo cofre de madera.

Ninazu tenía las piernas sueltas, pero sus captores le habían roto la tibia derecha. La hinchazón de la pierna se había convertido en un gran cardenal azul oscuro, con sangre reseca a todo lo largo. Quienquiera que le hubiera roto la pierna sabía hacer bien su trabajo. Nadie se había molestado en volver a colocar el hueso. Ninazu estaría muerto mucho antes de que pudiera caminar o moriría a causa de una infección. Por un instante, Eskkar casi sintió pena por él, un osado bandido que se había jugado una rica villa y había perdido.

Ninazu se volvió hacia la puerta, alerta la mirada, y observó la entrada de Eskkar. La fina túnica le indicó todo lo que necesitaba saber sobre su visitante.

—Saludos, Ninazu —comenzó Eskkar. Como el hombre no respondiera, Eskkar le tocó la pierna derecha con la sandalia. Eso le provocó al prisionero una oleada de dolor por todo el cuerpo, y no le quedó más remedio que respirar hondo. Eskkar se volvió hacia el guardia—. ¿Le habéis dado algo?

—Un poco de agua esta tarde, capitán. Nada más.

Eskkar asintió satisfecho. Que le dieran suficiente agua para mantenerlo consciente, de manera que sintiera dolor y se preocupara por su futuro.

—Después te daremos más agua, puede que incluso un poco de vino, si nos dices lo que queremos saber —continuó Eskkar. El hombre no dijo nada, sólo miró a Eskkar con odio en los ojos—. Tu hermano me miró de ese modo antes de morir, Ninazu. Lo torturamos durante mucho tiempo, antes de entregárselo a las mujeres de Dilgarth, que tardaron horas en matarlo. Nos dijo todo sobre ti y sobre tus hombres.

Ninazu lanzó una mirada de odio a su captor, pero no dijo nada.

Eskkar se reclinó contra la pared y miró a su alrededor. Dos cofres repletos de docenas de estatuas de oro, cuencos y otros artículos de valor, la mayor parte de las riquezas de la villa. Cuatro sacos de buen tamaño contenían oro, plata y monedas de cobre, así como joyas, piedras preciosas e incluso algunos trabajos en cuero. Ninazu permanecería rodeado de su botín, al menos hasta el día siguiente.

—Por la mañana, los ancianos de la villa y yo te sentenciaremos a muerte, Ninazu. De ti depende cuánto sufrirás desde ahora hasta entonces. No nos hace falta que nos cuentes mucho más, pero si nos dices todo lo que queremos saber, te daremos todo el vino que puedas tomar, y sentirás menos dolor. —Eskkar hizo una breve pausa. No odiaba a aquel hombre, ni siquiera condenaba lo que Ninazu había intentado. Muchos otros hubieran hecho lo mismo, incluso Eskkar en sus días de juventud. Ahora aquellos días parecían parte de un pasado lejano, los días anteriores a que Trella le explicara los caminos del poder y los misterios de las granjas y las villas—. O, sencillamente, podemos darte agua, para asegurarnos de que disfrutes de todas las sensaciones. La elección es tuya, Ninazu. Tu hermano eligió el vino, pero muy tarde, y sufrió mucho.

—¿Quién eres? —Ninazu tenía una voz profunda, llena de furia y odio—. ¿Por qué habéis venido a Bisitun?

Sería una pérdida de tiempo explicarle los planes de Akkad a Ninazu.

—He venido a reclamar la tierra para Akkad, y es lo que he hecho. —Eskkar se volvió hacia el centinela—. Dale toda el agua que quiera. —Paseó la mirada por la habitación, atestada con el botín del bandido. Semejantes cosas poco significaban para Eskkar, ahora que había aprendido los vericuetos del poder. El oro tenía su utilidad, pero no proporcionaba al hombre fuerza en el brazo que sostenía la espada, ni cosechas a la tierra. Hizo al centinela un gesto con la cabeza y regresó a la sala de reuniones, cerrando la puerta a sus espaldas. Eskkar y Grond salieron de la casa, hacia la plaza de la villa. El sol de la tarde se había puesto en el horizonte y pronto comenzaría una nueva noche.

—Grond, tiene que haber más botín en algún sitio, y los lugartenientes de Ninazu deben haber escondido su parte. Asegúrate de que nos diga lo que queremos saber. Comienza a trabajar en ello por la mañana, después de la primera comida. Recuerda que tiene que durar hasta la tarde, así que no le des mucho vino.

—Éste hablará, capitán. Está acabado y lo sabe. Shulat al menos podía esperar la venganza de su hermano, pero Ninazu no tiene nada por lo que vivir. Para mañana la fiebre habrá debilitado su voluntad.

—Cuanto antes lo quitemos de en medio, antes podrán los pobladores volver a sus vidas.

Eskkar pasó el resto de la noche con Sisuthros. Eskkar se reunió con tres de los nuevos ancianos, pero ellos de lo único que querían hablar era de lo mucho que habían sufrido con Ninazu, y Eskkar sólo podía tolerar una limitada cantidad de horas de semejante charla. Los dejaron con Sisuthros, y Eskkar y Grond, acompañados de dos soldados, recorrieron la villa, para ver cómo estaban los centinelas, los caballos y los hombres.

Cumplida la tarea, encontraron una pequeña taberna, bien iluminada y rebosante de los sonidos de cantos y risas. Llena hasta los topes, los felices aldeanos festejaban que se habían desembarazado de Ninazu. Eskkar y sus hombres entraron, y recibieron unos vítores alcoholizados que continuaron mientras los clientes les hacían sitio. Eskkar pasó allí una hora, incómodo detrás de una mesa, invitando a todos a beber y hablando con los hombres. Pero él sólo bebió una jarra de cerveza. Grond bebió dos y, después de la segunda, dijo que él creía que Tippu era la mujer más hermosa que había visto en su vida.

Para cuando regresaron al mercado, la mayor parte de Bisitun se había preparado para irse a dormir. Incluso en la casa de Ninazu, sólo ardía una lámpara de aceite. Pocos tenían los medios o el motivo para quemar aceite o velas durante la noche, y menos cuando la luna y las estrellas ofrecían su brillo. El gran pozo de la plaza del mercado estaba desierto por primera vez, y Eskkar se detuvo a tomar un poco de agua fresca y a lavarse la cara y las manos.

En la casa, dos soldados montaban guardia, y dentro se encontró con Hamati dormido, sentado a la gran mesa, con la espada al alcance de la mano. Eskkar se detuvo a examinar a Ninazu y encontró al prisionero sumido en un sueño intranquilo. Empero, sus guardias permanecían alertas, vigilándolo a través de la puerta abierta.

Sisuthros se había cogido uno de los cuartos y se había ido a dormir hacía ya una hora; hasta la sala de estar llegaban sus ronquidos.

Eskkar dio las buenas noches a Grond y entró en su cuarto. No se molestó con la lámpara, solamente dejó la puerta abierta. El leve resplandor de la sala le permitía ver la cama, cubierta con una sábana limpia. Se quitó el cinto con la espada, sacó el arma de su funda y la colocó en la mesa baja al lado de la cama; a continuación se sentó a desatarse las sandalias. Volvió hasta la puerta, haciendo una pausa para asegurarse de que sabía la ubicación de cada cosa en el cuarto. Eskkar cerró la puerta y la trabó con la barra de madera. Se quitó la túnica por la cabeza, la dejó a los pies de la cama y se dejó caer con cansancio.

Pensó que se quedaría dormido enseguida, pero en cambio yació despierto, mirando la pálida luz de la luna brillando a través de la ventanilla en lo alto de la pared. Finalmente había terminado un largo día, y todo había salido bastante bien. Bisitun disfrutaría de su primera noche de libertad. Ahora sólo necesitaba… Sentado en la cama, alargó la mano en busca de la espada.

Algo se movió en la ventana, y su mano apretó el pomo de la espada al repetirse el movimiento, una oscuridad más negra sobre el negro cielo. La sombra se movió, y escuchó el golpe de algo que caía al suelo, junto a su cama. Eskkar había alcanzado a vislumbrar lo que había saltado.

El gato tenía unos ojos de color verde dorado que brillaban en la tenue luz, y Eskkar vio cómo lo miraban. Por un momento consideró la posibilidad de darle con la espada, pensando que sería un demonio enviado por Ninazu. Pero luego desechó ese pensamiento. El animal parecía dar por sentado que ése era su sitio al sentarse en medio del cuarto; era una sombra oscura y sin color, salvo por los ojos, concentrados en la cama. Una vez que los ojos de Eskkar se acostumbraron a la oscuridad, se fijó en que el gato estaba alerta, pero no asustado.

Eskkar murmuró algo para sí y volvió a dejar la espada en la mesa. La criatura había trepado hasta el cuarto, así que podría salir de nuevo.

—Quédate si quieres. Pero déjame dormir. —Nada mucho más grande que un gato podía entrar. De eso estaba seguro. Se dejó caer sobre la almohada, relajó la respiración, cerró los ojos y pronto empezó a quedarse dormido.

El suave golpe en la puerta lo puso en movimiento al instante, de pie y fuera de la cama, agarrando una vez más la espada sin dudarlo. Se acercó a la puerta.

—¿Quién es?

—Soy Lani, señor. Le he traído un poco de vino.

Ella hablaba en voz baja y él casi no podía oírla desde el otro lado de la puerta. No quería vino. Quería decirle que se fuera, pero en cambio abrió la puerta. Lani y su hermana se encontraban allí de pie, el rostro de Lani tras la luz de una vela que llevaba en una bandeja. Detrás de ellas, Eskkar vio a Grond observando desde la mesa.

—¿Podemos entrar, señor? —preguntó Lani.

Él dudó, inseguro de querer verla, pero abrió la puerta todavía más y se hizo a un lado. En la bandeja que Lani llevaba había una jarra con vino y una copa, mientras que Tippu llevaba un cuenco con agua y algunos paños. Lani entró en el cuarto casi como si estuviera preocupada de que él fuera a cerrar la puerta nuevamente. Tippu la siguió, aunque más despacio. Él las miró pasar. El gato había desaparecido, sin duda por donde había entrado y del mismo silencioso modo.

—Pensamos que podría querer un poco de vino antes de dormir o que podía desear lavarse la cara y las manos. —Dejó las cosas sobre la mesa, volvió a la puerta y la cerró, aunque la mano de Eskkar todavía descansaba sobre el marco.

Antes de cerrar la puerta, Eskkar alcanzó a ver otra vez a Grond, de pie, cerca, con el ceño fruncido. Eskkar se volvió a Lani y por primera vez se fijó en que se había cambiado de vestido. Una prenda mucho más fina que parecía de un material más delicado que el lino habitual, y no era de las que se quitaban por la cabeza. Daba la impresión de que se abría por delante, los dos extremos cruzados sobre sus pechos y atados a la cintura.

Eskkar había bebido más alcohol esa noche de lo que solía permitirse; no pensaba beber nada más. En los días de antaño, tomaba todo lo que podía costearse, lo cual sólo le permitía emborracharse adecuadamente dos o tres veces al mes. Trella había cambiado todo eso y él se había jurado no volver a perder el control.

—No, Lani, no necesito vino. —Le sonrió—. Y ya me he lavado en el pozo antes de volver. Tú y tu hermana podéis marcharos.

Ella lo observó a la luz de la titubeante vela, casi como queriendo asegurarse de que en verdad se había aseado. Lani continuó como si no lo hubiera oído:

—Tal vez quiera que una de nosotras se quede para acompañarlo…, para darle placer esta noche. Si prefiere a Tippu, ella es más agradable a la vista… O podemos quedarnos ambas, si es vuestro deseo.

Él miró a Lani y luego a Tippu. A la luz de la pequeña llama, los ojos de Lani se encontraron con los suyos, mientras que Tippu los tenía fijos en el suelo. La idea de tenerlas a ambas en la cama le provocó una oleada de placer por el cuerpo. Eskkar siempre se acostaba con una mujer después de una batalla. Incluso durante el asedio de Akkad, había estado con Trella después de cada encuentro. Recordó el cuerpo desnudo de Lani y se sintió tentado. La guerra hacía eso en el hombre, que deseara a una mujer para demostrarse que había sobrevivido mientras que otros habían muerto. Otro pensamiento le cruzó por la mente.

—Tippu… —empezó a decir, y le pareció que los labios de Lani se apretaban por un momento—, Tippu, mi guardaespaldas está ahí fuera. Él es más que mi guardaespaldas, es mi amigo. Y él te ha mirado con deseo, y me lo ha dicho. Tal vez puedas pasar un poco de tiempo con él.

Tippu miró a su hermana sin mostrar emoción alguna, y esperó hasta que Lani mostrara su aprobación con una inclinación de cabeza.

—Sí, señor, iré a donde su amigo —dijo Tippu. Y dejó el cuenco y los paños que aún sostenía.

—¿Y yo, señor? ¿Qué debo hacer yo? —preguntó Lani.

Él quería que ella se quedara, pero sus días de acostarse con mujeres contra su voluntad habían quedado atrás. Si ella pensaba que tenía que complacerlo para obtener lo que ella quería, le diría que se marchara. Pero no quería hacerlo, todavía no.

—Si tú quieres, Lani, puedes quedarte conmigo esta noche. Pero sólo si quieres. Ya tienes mi protección, y no te quiero en mi cama para que me recuerdes mi promesa.

—Me quedaré, señor. —Lani llamó a su hermana—. Espera, Tippu. Ve a nuestro cuarto. Yo enviaré a Grond allí. Trátalo bien, Tippu. —Guió a su hermana hasta la puerta, la abrió y la siguió.

Eskkar miró sorprendido cómo Lani cruzaba el cuarto y hablaba con Grond, que seguía sentado a la mesa. Lani habló con él durante un rato, haciendo gestos hacia el cuarto en el que su hermana acababa de entrar. Grond le respondió a Lani y luego escuchó un momento más antes de asentir en silencio. Lani volvió al cuarto, y esta vez fue ella quien trabó la puerta. Estaba a un brazo de distancia, y comenzó a quitarse el vestido.

Él la alcanzó y le cogió las manos y luego la acercó hacia sí.

—No tienes por qué hacer esto, Lani. Yo no me acuesto con mujeres contra su voluntad ni porque tengan miedo.

—Lo sé, señor Eskkar. He hablado con muchos de vuestros soldados hoy. Me han contado muchas cosas sobre ti y sobre tu esposa.

Ella se soltó las manos de las de él y continuó quitándose el vestido. Cuando se deshizo el nudo, ella abrió el vestido y lo dejó caer de sus hombros, hasta los brazos, como si fuera un marco para su cuerpo.

—Me han contado tantas cosas de ti que creo que me siento segura a tu cuidado. Pero también he visto hoy en tus ojos que me deseabas.

Eskkar empezó a decir algo, pero ella le puso un dedo en los labios, en un movimiento que hizo que el vestido se le diera la vuelta.

—No hay nada que decir, señor Eskkar. Quiero estar en tus brazos y en tu cama. —Lani apartó la mano, y esta vez el vestido cayó al suelo. Ella permaneció de puntillas rodeándolo con los brazos, escondiendo el rostro en el hombro de Eskkar.

Éste inhaló el perfume de su cabello y percibió un leve aroma a canela, un perfume delicado que se mezclaba con el cálido y húmedo aroma de la mujer. Ella emitió un leve sonido mientras sentía la presión de su erección, y estrechó las caderas contra él.

—Sí que te deseo, Lani —le susurró al oído—. Y estás equivocada. Tú eres mucho más hermosa que tu hermana.

Ella alzó la cabeza y él la besó, un largo beso que lo excitó aún más. Cuando el beso concluyó, ella se inclinó para apagar la vela. Mientras las tinieblas los envolvían, ella empezó a desatarle la ropa interior. Ésta enseguida cayó al suelo, y se acostaron en la cama, abrazados.

En la oscuridad, su cuerpo era terso y suave, sus pechos rozaban el pecho de Eskkar cuando éste dejaba de acariciarlos con las manos. Ella lo besó con abandono, casi posesivamente, hasta que él se excitó más y más. Finalmente ella se colocó sobre él, y lo guió dentro de su cuerpo húmedo.

Lani lanzó un largo suspiro de placer cuando él se deslizó en su interior y por unos momentos ella permaneció inmóvil. Él empujó contra ella y ella comenzó a moverse, primero despacio, después más deprisa, deteniéndose sólo para permitir que él le besara los pechos o para inclinarse hasta que se encontraban sus bocas, mientras ella apretaba los músculos de la pelvis alrededor de su pene.

Ahora completamente excitado, Eskkar se aferró a su cintura, y ella se movió contra él, forzándolo a penetrarla más profundamente, empujando hasta que él respondió con fuerza y emitió un grito al derramar en ella su semilla, con las manos en sus pechos y las manos de ella en el pecho de él. Ella permaneció sobre él, apretándolo con firmeza dentro de ella, hasta que él comenzó a relajarse. Entonces ella se echó a su lado, en sus brazos, dejando que él la tocara y acariciara.

—Lani… —comenzó, pero ella lo besó nuevamente y le obligó a guardar silencio.

—Mañana hablaremos, señor Eskkar. Mañana. Ahora necesitas dormir. Déjame que me quede contigo.

Ella se acomodó en la cama, pasando un brazo por detrás de la cabeza de Eskkar, dejando que el rostro de él descansara sobre sus pechos. Al principio él la besó y le empezó a acariciar el vientre con una mano, pero pronto se detuvo, a medida que los esfuerzos del día se le venían encima. Antes de quedarse dormido, o en sueños, no estaba seguro, volvió a escuchar su voz:

—Me quedaré contigo, señor.