Capítulo 11
Te lo advierto, Trella, esto no está bien. Asurak merece sus mercaderías, y el concejo debe apoyar su reclamación. De otro modo…
—De otro modo Asurak tendrá que pagar el precio acordado —interrumpió Corio; la irritación en su voz era evidente—. Que es lo que debería haber hecho ayer, en lugar de hacer perder el tiempo al concejo.
La conversación, una discusión en realidad, duraba ya un buen rato, y a Trella no le hacía falta oír mucho más para tomar una decisión. La disputa comenzó al amanecer, cuando el mercader de Dilgarth trató de entregar sus artículos a Asurak. El mercader, Chuvash, había llegado el día anterior desde Dilgarth con el primer cargamento de lino en bruto. Dos mercaderes habían regateado por el producto y Asurak había prometido el precio más alto a Chuvash, con la promesa de entregar el dinero al día siguiente.
Asurak aseguraba que, examinándola más de cerca, la mercancía no era tan buena, y sólo ofrecía pagar quince monedas de plata en vez del precio acordado de veinticinco. En una hora, todos en el mercado se enteraron de la historia. Trella, de camino a la reunión del concejo, se enteró por Annok-sur, que a su vez se la había oído a una de las mujeres del mercado.
Rasui, el miembro más reciente de los nobles de Akkad y amigo íntimo de Asurak, apoyaba la reclamación del mercader ante los otros miembros del concejo.
Trella habló antes de que Rasui empezara de nuevo.
—Creo que el concejo ha oído suficiente. Tanto Asurak como Chuvash han dado su versión, y el concejo ha escuchado la misma historia dos veces. —Se volvió a Corio, Nicar y luego a Rasui antes de continuar—. Asurak inspeccionó la mercancía antes de ofrecer su precio. Y esperó a que el otro mercader se fuera de la ciudad para decidir que el producto era de inferior calidad.
—Si el vendedor quiere vender su lino —replicó Rasui—, entonces debe vendérselo a mi…, a Asurak. No hay otros compradores de lino en Akkad.
Trella sonrió ante la lógica de Rasui. Era correcta. Todos los compradores habituales de lino habían partido hacia Dilgarth en los últimos días, deseosos de reiniciar el comercio y asegurarse los precios para los primeros envíos. Sabiendo que, temporalmente, había escasez de compradores en Akkad, Asurak, sin duda, pensó que el vendedor de Dilgarth tendría que aceptar los nuevos términos.
—No, el acuerdo queda revocado —dijo Trella—. Asurak dice que no quiere las mercaderías al precio original. Bien. Que le pague a Chuvash dos monedas de plata como multa por intentar cambiar el precio acordado. Yo le pagaré al vendedor veinticinco monedas de plata por el lino. Estoy segura de que podré revenderlo en unos días, cuando los tejedores de lino regresen de Dilgarth.
Corio rió en voz alta.
—Me parece justo. —Se volvió a Nicar—. ¿Qué dices?
—En realidad, estaba a punto de hacer la misma oferta —dijo Nicar, con una nota de humor en la voz—. No suelo comerciar con lino, pero tengo un bote que parte río abajo mañana y puedo enviar el lino hacia el sur. Hay abundancia de tejedores en las villas a lo largo del río. El primer bote que llegue seguramente conseguirá un buen precio. Si la señora Trella no tiene objeciones, yo compraré la mercadería a Chuvash por veintiséis monedas de plata.
Trella rió.
—Como quieras, Nicar. Tú puedes aprovecharlo mejor, estoy segura.
Rasui murmuró algo por lo bajo. Trella no oyó lo que dijo, pero Corio, sentado al lado de Rasui, debió de oírlo.
—Cuida tu lengua, Rasui —dijo Corio, el desprecio patente en la voz—. Este concejo no está aquí para ayudar a mercaderes tramposos a sacar ventaja de otros. Tu amigo debería saberlo.
—Bueno, entonces, al menos que Asurak no pague las dos monedas de plata que sugirió Trella —arguyó Rasui—. Si él va a recibir veintiséis de Nicar y…
—Las dos monedas extra son por hacer perder el tiempo al concejo y al vendedor —dijo Trella—. O paga o ya puede marcharse de Akkad.
—La señora Trella habla por todos nosotros —dijo Corio, volviéndose a Rasui y enfatizando el título honorífico—. Asurak puede pagar ahora o marcharse mañana. Como prefiera.
Trella había observado la frecuente omisión por parte de Rasui de su sencillo título, una señal de respeto dada a ella como esposa de Eskkar y por presidir el concejo en su ausencia. Y mientras que el concejo de nobles era técnicamente un grupo de iguales, todos recordaban que Eskkar había convocado la primera reunión una semana o poco después de terminado el asedio. Algún comerciante que acababa de regresar se había referido a Trella de manera informal. Y Eskkar miró al hombre de tal modo que éste palideció y le faltó tiempo para tartamudear una disculpa. Después de eso, nadie dejó de dirigirse a ella de forma correcta.
Y en aquel momento Rasui, entre la tensión de la disputa y que intentaba ayudar a su amigo a hacer trampa al mercader de Dilgarth, no sólo había olvidado su título, sino que había dicho algo despectivo sobre ella, disimuladamente. Si Eskkar hubiera estado presente, ese hombre estaría ya haciendo el equipaje, suponiendo que todavía tuviera la cabeza sobre los hombros.
Trella suspiró y, por un instante, deseó que Eskkar hubiera vuelto. Su marido podía odiar estos interminables encuentros, pero tenía su modo de terminar con ciertas disputas. En una ocasión, sencillamente, expulsó a un tabernero de Akkad. Cuando el hombre protestó, Eskkar se puso de pie y colocó la mano sobre su espada, antes de preguntarle si deseaba ir a nadar al Tigris sin su cabeza. No era muy diplomático, pero, usado de vez en cuando y con cuidado, era muy efectivo.
Trella se puso de pie y se reclinó sobre la mesa. Apoyando sus manos sobre la irregular superficie, miró directamente a Rasui a los ojos.
—Dile a tu amigo que dé dos monedas de plata a Chuvash ahora mismo. Y el concejo no quiere oír hablar más de este asunto, así que dile a Asurak que se guarde sus quejas. Si no puede negociar honradamente, puede irse de Akkad. Estoy segura de que habrá lugar en el bote de Nicar para uno más.
Rasui apretó las mandíbulas, pero una mirada a los dos soldados del clan del Halcón que custodiaban la puerta le recordó que Trella no tenía ningún inconveniente en hacer uso de la fuerza.
Nadie habló, y todas las miradas se volvieron a Rasui.
—Entonces, está decidido —dijo Nicar, hablando antes de que el silencio se prolongara demasiado y Rasui estuviera tentado de decir algo—. Y si no hay nada más que discutir esta mañana, me gustaría volver a mis asuntos.
—Y a mí también —concordó Corio—. Con todo el trabajo de construcción que hay en marcha, detesto apartarme de mis aprendices más tiempo de lo necesario.
Rasui bajó las manos y asintió.
—Como diga, señora Trella.
Trella hizo caso omiso del tono condescendiente de Rasui. Enderezándose, suavizó la voz:
—Entonces hasta mañana, nobles.
Rasui partió primero, sin duda para darle a su amigo Asurak la mala noticia y poner fin al asunto. Corio hizo un gesto con la cabeza a Trella, pero se retiró casi con tanta rapidez como Rasui. Trella y Nicar salieron juntos, con sus dos guardias uno a cada lado en cuanto estuvieron fuera, en la calle.
—A Rasui le pierde su lengua —comentó Nicar mientras caminaban hombro con hombro—. Asurak debe de haber ofrecido unas cinco monedas a Rasui para que lo ayude a bajar el precio.
—Si no tratamos a estos vendedores correctamente, entonces las mercaderías irán a parar a otra parte —dijo Trella, repitiendo la política que junto con el concejo habían establecido semanas antes.
—Sí, pero siempre hay que esperar que haya algo de trampa —dijo Nicar—. Eso es lo que los mercaderes hacemos a veces para obtener el mejor precio.
Hasta Trella se rió de ese comentario.
—No recuerdo que nunca hayas hecho algo tan obvio, Nicar. Tú siempre has apreciado la necesidad de mantener buenas relaciones con tus proveedores.
—Tal vez sólo soy un poco más sutil en mis tratos. Al menos eso espero.
Llegaron a un cruce en el camino; Nicar se despidió de ella y se encaminó hacia su casa. Annok-sur, que los había seguido desde que dejaron la casa del concejo, se acercó hasta Trella.
Con sólo dos calles más que cruzar, Trella se entretuvo parándose dondequiera que veía a alguna de las muchas mujeres que conocía, respondiendo una y otra vez a las mismas preguntas sobre su futuro hijo. La excelente memoria de Trella le permitía asignar un nombre a cada rostro, y su habilidad para recordar prácticamente cada detalle de cada conversación convencía a sus seguidores de que ocupaban un lugar especial en sus pensamientos.
En unos momentos, las mujeres y los guardias llegaron a la calle de la vivienda de Eskkar y, unos pasos después, entraron en el patio.
—¿Necesitas descansar, Trella?
—No, sólo quiero sentarme un rato aquí fuera —respondió Trella—. Discutir con Rasui siempre me deja mal gusto de boca.
Caminaron hacia el interior de la casa y se sentaron juntas en un banco entre los dos jóvenes árboles. Sólo un guardia vigilaba ese lugar, para asegurarse de que nadie trepara la pared y para mantener el ojo en la ventana del dormitorio de Trella, en el piso superior. El soldado, ante una sonrisa de Trella, se alejó hasta el otro extremo del jardín, desde donde podía ver a las mujeres, pero no oírlas si ellas hablaban en voz baja.
—Ese Asurak… —comenzó a decir Annok-sur—. Deberían expulsarlo de Akkad. Trata de timar a todos con los que trata. Tarde o temprano alguien le va a hundir un cuchillo entre las costillas.
—No es peor que otros mercaderes —dijo Trella—. Excepto que tiene un amigo en el concejo. Rasui fomenta ese tipo de negocios. A veces desearía que nunca lo hubiéramos aceptado entre los nobles.
—Rasui tenía el oro para pagar su entrada al concejo —dijo Annok-sur—, aunque cómo lo obtuvo nadie lo sabe.
Antes del asedio, Rasui había sido un traficante menor de esclavos. Como muchos otros demasiado temerosos para quedarse y pelear, eligió marcharse de la ciudad antes de la llegada de Alur Meriki. Pocos meses después, una vez que Eskkar expulsó a los bárbaros, Rasui regresó, con la bolsa llena de oro y un nutrido grupo de esclavos. El comerciante pagó la multa que le exigió el concejo por haber abandonado la ciudad y pagó nuevamente para sumarse al concejo como noble.
A Trella nunca le gustaron los tratantes de esclavos, sobre todo después de su propia experiencia con ellos, pero la renacida ciudad requería de todos los oficios y empleos que pudieran encontrarse. Ella trató de dejar a un lado el rechazo que le producían Rasui y su profesión, aunque en aquel momento deseaba lo contrario.
—En unos pocos meses, si no cambia de modo de actuar, lo obligaremos a empaquetar sus cosas —dijo Trella—. Pero ahora no. Todavía necesitamos a cada comerciante, mercader y trabajador que podamos convencer de que venga a la ciudad.
Durante el asedio, muchos mercaderes y artesanos se habían marchado de la ciudad; la mayoría se dirigió al sur, algunos incluso hasta Sumeria. Y excepto por las mercaderías de guerra, como la madera y el bronce, gran parte del intercambio comercial con Akkad había decaído al buscar los mercaderes lugares más seguros para sus negocios. Y aunque mucha gente había regresado o se había establecido en Akkad, el número de artesanos, pastores y granjeros no se había recuperado. La situación cambiaría pronto, pero los próximos seis meses serían críticos para asegurar el continuo crecimiento de la ciudad. En el futuro, Akkad sería más poderosa que antes y los mercaderes y comerciantes serían, individualmente, menos importantes.
—En una o dos semanas —dijo Annok-sur—, Asurak acudirá de nuevo al concejo a presentar alguna queja y ocultarse detrás de la túnica de Rasui.
—Probablemente —coincidió Trella—, pero por ahora creo que el verdadero problema es más profundo. Estas reuniones del concejo nos hacen perder más tiempo en pequeñas disputas que en ocuparnos del crecimiento de la ciudad. Cuando reunimos el concejo por primera vez, había asuntos importantes que resolver. Pero ahora Akkad ha crecido demasiado para ser gobernada del mismo modo que una villa pequeña. Hasta Eskkar lo sabe. Necesitamos un nuevo modo de gobernar, una manera que permita que la ciudad crezca a la vez que se protege el comercio y a su gente.
—Más cambios —dijo Annok-sur—. A los nobles no les gustará. Ya han cedido gran parte de su poder.
Una brisa sopló por el jardín, agitando los árboles y sacudiendo las flores de las ramas. Ambas mujeres hicieron una pausa observando las ramas de los árboles agitarse con elegancia.
—Hay casi cinco mil personas en Akkad —continuó Trella—. En unos años, puede que haya el doble. El número de disputas también se duplicará. Si hoy hay dos o tres disputas diarias que resolver, pronto habrá una docena. No, tenemos que cambiar la forma de gobernar Akkad ahora, antes de que el aumento de la población nos sobrepase.
—A nadie le gusta cambiar, Trella. A la gente le gusta que las cosas sean como siempre han sido.
—Lo sé. Eskkar y yo hemos hablado de eso muchas veces. Ha visitado docenas de villas por todo el territorio y ha visto toda clase de abusos, incluso aquí. Quiere gobernar Bisitun de un modo que su gente esté contenta de estar bajo el control de Akkad.
—Se ha convertido en otro hombre en estos últimos meses, gracias a ti —dijo Annok-sur—. Ahora, hasta mi Bantor está comenzando a considerar sus opciones más cuidadosamente. También ha empezado a preocuparse por el futuro.
—Nuevos tiempos requieren nuevas habilidades —dijo Trella. Se inclinó a coger una flor llevada hasta sus pies por el viento—. Pero me agrada ver que Bantor aprende cosas nuevas. —Se quedó pensativa un momento, mientras admiraba la flor—. Creo que vienen grandes cambios para todos nosotros y, si no marcamos el camino, esos cambios nos superarán. Con la preocupación agregada de Bisitun, tenemos que buscar nuevos modos de gobernar también allí, maneras que no hagan que la gente allí y aquí, en Akkad, odie nuestra autoridad. De otro modo seremos iguales a cualquier bandido.
—¿Qué es lo que cambiarías primero, Trella?
—Como dice Eskkar, debe haber un mejor sistema para resolver disputas —respondió Trella—. Sería mejor si pudieran, en primer lugar, evitarse.
—Siempre habrá disputas, Trella. Cuanto más grande la villa, más frecuentes las peleas. La palabra de un hombre contra la de otro, los tenderos y los clientes quejándose sobre sus transacciones.
—El problema, creo, no es qué cambiar primero. Creo que necesitamos cambiar todo a la vez.
Annok-sur alargó la mano y tomó la de Trella.
—Si cualquier otra persona dijera algo así, me reiría. Pero tú… ¿De verdad crees que se pueden cambiar las costumbres tan fácilmente?
—No, no fácilmente —dijo Trella—, pero cuanto antes comencemos, más fácil será. Supongamos que queremos impedir que los mercaderes hagan trampas. Si todos los precios para todas las cosas estuvieran por escrito, todos los conocerían, y el engaño no sería tan fácil.
—La mayor parte de la gente no puede leer los símbolos. Y de todos modos tampoco hay símbolos suficientes.
—Y eso, creo, es otra cosa que debemos resolver. Tenemos que juntarnos con los escribientes y pedirles que inventen nuevos símbolos, los necesarios para administrar una ciudad. Tendrá que haber muchos más símbolos, y deberán estar escritos, para que los escribientes y los funcionarios no los olviden.
—Necesitarás también más funcionarios, entonces.
—Sí, más funcionarios, más símbolos, más maneras de registrar acuerdos, y una persona con autoridad para dirimir las disputas basadas en esos nuevos registros escritos. Así que tendríamos que empezar por ahí, con una nueva escuela de escribientes y una nueva casa para administrar las costumbres. —Sacudió la cabeza, revisando sus ideas—. No, ya no serían costumbres. Una vez que estén escritas, se convertirían en leyes, algo que no podría cambiarse por el capricho de un mercader o de un noble.
—¿Podrá la gente aprender los símbolos? —arguyó Annok-sur—. Si no pueden, entonces por la misma razón deberían confiar en un escriba o un mercader para que se los expliquen.
—La gente sólo necesitaría conocer unos cuantos símbolos básicos. Si eres granjero, entonces necesitarás conocer sobre cosechas, sacos, hectáreas y animales de granja. Un artesano en la ciudad deberá conocer diferentes símbolos, aquellos que tengan que ver con su oficio. Sólo los escribientes necesitarían conocerlos todos. Si alguien necesitara un contrato, o registrar un acuerdo o una transacción, entonces visitaría a uno de nuestros nuevos escribientes. Creo que podría funcionar, Annok-sur.
—Tendría que haber reglas establecidas para mantener el orden —dijo Annok-sur, haciéndose a la idea—. Tal vez pueda establecerse otra casa para gobernar el crecimiento de Akkad.
—Sí, junto al edificio donde enseñarían y entrenarían a los escribientes y archivarían los documentos.
—Ésa será entonces una gran casa —dijo Annok-sur, bromeando sólo a medias.
Los contratos importantes eran escritos en arcilla, la mayoría en planchas del tamaño de la mano de una mujer. Una vez secas, podían ser duplicadas, guardadas e incluso transportadas. Los escribientes que viajaban con Eskkar ya habían enviado por barca varias canastas con tablillas, todas cuidadosamente envueltas para evitar su rotura. Guardar una gran cantidad de tales documentos requeriría muchas grandes habitaciones repletas de cientos de estantes para almacenar las tablillas.
Trella se reclinó, dejando que sus hombros descansaran sobre la pared de la casa. Sintió al niño moverse y apoyó las manos sobre su vientre, intentando calmar a la criatura que llevaba dentro.
—Además, dará a los hijos más jóvenes de los mercaderes y artesanos prósperos algo que hacer, una vocación respetable para quienes no puedan heredar. Tal vez los padres puedan dejar una lista de sus herederos por adelantado y, así, evitar todas esas disputas familiares.
El mayor de los hijos, en general, pero no siempre, heredaba el negocio familiar, una práctica que llevaba a frecuentes peleas entre hermanos. Cuando la muerte se llevaba a un cabeza de familia, los hermanos terminaban con frecuencia enfrentados, y al perdedor se lo expulsaba de la familia.
—Tú cambiarás todo, Trella. Los nobles volverán a quejarse de ti.
—Tal vez. Pero creo que la gente lo aprobaría. Como lo haría la mayoría de los tenderos y pequeños artesanos. Ellos verán las ventajas de unas leyes que no sólo los protegerán a ellos, sino que proporcionarán precios estables para el futuro. Sólo pondrán objeciones los que se han hecho lo suficientemente poderosos para aprovecharse de los demás.
—La gente confía en ti, Trella. Saben que tú y Eskkar decidís con justicia, no por capricho. Confiarán en que vosotros llevéis los datos de sus negocios y granjas, e incluso sus contratos, pero no se fiarán de nadie más.
—Por eso es por lo que debemos mostrarle a la gente que pueden controlar a individuos como Asurak y Rasui.
—Aun así, será mejor que esperes hasta que llegue Eskkar. ¿Crees que estará de acuerdo?
—Si reduce el número de reuniones de concejo a las que mi esposo tiene que asistir, lo aprobará. Ya hemos hablado de muchas de estas cuestiones antes de su partida hacia Bisitun. Quería establecer nuevos modos de tratar a la gente.
—¿Cuándo se lo plantearás al concejo?
—Estoy segura de que llevará varias semanas considerar todos los aspectos. Tú y yo empezaremos mañana. Revisaremos todo lo que haga falta y también cómo creemos que deben funcionar las nuevas casas. Tenemos que estar listas para responder a cualquier objeción de gente como Rasui. Incluso Nicar y Corio pueden no estar de acuerdo con todas estas ideas. Tendremos que buscar el modo de mostrarles la ventaja. A los nobles Rebba, Decca y Rasturin, con sus grandes granjas, seguro que les parecerá bien. Sin embargo, debemos tener todas las respuestas preparadas con antelación, considerar cada problema y una solución, una buena solución, lista para ser presentada. —Trella terminó con una sonrisa—. Para que la presente Eskkar, claro está.
Annok-sur asintió.
Ambas mujeres sabían que sería mucho más sencillo para los hombres que formaban el concejo aceptar semejantes cambios si era Eskkar quien los proponía. Los nobles podían saber que Trella había concebido las ideas, pero les resultarían más digeribles proviniendo de él. Y con el clan del Halcón y el resto de los soldados apoyando a Eskkar, los nobles necesitarían de buenos motivos antes de atreverse a objetar algo.
—Necesitarás también más oro.
—Eskkar lo encontrará, en Bisitun. El comercio fluvial hará que el oro vuelva a fluir hacia Akkad. Las mercaderías ya se están moviendo a buen ritmo entre Akkad y el sur. Y los nobles y principales mercaderes pagarán para asegurarles a sus hijos puestos en las nuevas casas.
—Esperemos que Eskkar vuelva pronto —dijo Annok-sur—, y cargado de bienes y oro.
—Comenzaremos a planificar después de la reunión de concejo de mañana —dijo Trella—. Cuanto antes empecemos, mejor. Y tal vez necesitemos incluir a otros que nos ayuden. Pero estoy segura de que podremos hacerlo.
—Más cambios para Akkad —dijo Annok-sur meneando la cabeza—. Me pregunto cuándo terminará todo.