Capítulo 9
Eskkar se despertó en la oscuridad. Como mucha gente, tendía a levantarse con el alba, pero esa mañana algo lo había despertado, aunque no oyera a nadie moviéndose en la casa. Se preguntó si la novedad de su entorno o la mujer desconocida que tenía a su lado habrían interrumpido su sueño. Lani se estiró, murmurando algo entre las sábanas que él no pudo comprender.
Ella estaba de lado, dándole la espalda. Él sacó el brazo de debajo de su cuello. Tenía el brazo entumecido, y lo movió hasta que desapareció el picor de los dedos. Lani no despertó, sino que continuó murmurando palabras ininteligibles en un idioma desconocido.
Eskkar miró hacia la oscuridad de la pequeña ventana. Allí había un poco de claridad, y supo que pronto saldría el sol y que con él despertaría la casa. Se puso de lado, para que su rostro descansara contra el cabello de Lani, y percibió su perfume, o tal vez su aroma corporal. Su proximidad lo tranquilizó, y no tuvo deseos de levantarse.
Completamente despierto, y reanimado después de una noche de sueño, sabía que tenía que comenzar a pensar en el día que se iniciaba, en docenas de tareas que necesitaban su supervisión. En cambio se encontró preocupándose por Trella, lo que ella diría de esta mujer, lo que le diría a ella, cómo lo miraría a él. Sabía que no se sentiría satisfecha, pero no por haber tomado a una mujer mientras estaba lejos de ella. Eso era lo que se esperaba de un soldado durante una campaña.
No, Trella se preocuparía porque vería en Lani algo más que a una mera compañera de cama. De hecho, Lani se parecía en muchos sentidos a Trella. Las similitudes entre ambas provocaban que se sintiera incómodo. Tal vez debería haber llevado a Tippu a su lecho, simplemente para saciar su lujuria. Tippu, a quien se podía olvidar a la mañana siguiente, una cara bonita temerosa de su vida y deseosa de satisfacer. Trella no se preocuparía por una mujer como Tippu más de lo que lo haría por cualquiera de las mujeres de Akkad que se le ofrecían a su marido a la menor oportunidad.
Desde la primera noche en que había estado con Trella, había ignorado esas ofertas, sin importar lo hermosa o dispuesta que fuera la mujer. Trella le había hecho saber lo satisfactoria que podía ser una mujer decidida, alguien que pudiera compartir y entender sus sentimientos. Lani poseía mucha de esa comprensión, pero era, de alguna manera, distinta. Eskkar debería haberla enviado lejos la noche anterior, incluso hacia Akkad, o simplemente entregarla a uno de sus hombres. Pero había presentido en ella una cualidad, algo que despertaba tanto su deseo como su curiosidad. La quería, quería mantenerla cerca de sí. Ahora no podía rechazarla, y menos después de que ella lo hubiera satisfecho tan completamente.
Incluso por la mañana, el deseo seguía siendo muy fuerte. Tal vez la necesidad disminuyera en algunos días, cuando se agotara la excitación por una nueva mujer. Eskkar no había dormido con nadie que no fuera Trella desde hacía muchos meses, y hacía aún más tiempo que no deseaba a otra mujer. Trella siempre le igualaba en pasión cuando lo amaba, y él no había deseado a ninguna otra mujer, ni siquiera para entretenerse una tarde.
Hasta la noche anterior. Ahora, otra mujer perturbaba sus pensamientos y lo que debía haber sido un simple placer se había convertido en un problema. Miró hacia la ventana, al tiempo que aparecía la grisácea luz del amanecer, proporcionando suficiente iluminación para ver dentro del cuarto.
Lani se removió en su lecho y él supo que sus sueños la perturbaban. Ella volvió a hablar, pero seguía sin entender sus palabras, suaves e indiferenciadas, como un niño durmiendo en brazos de su madre. Movió la cabeza, después un brazo, y dijo una palabra…, un nombre.
—Namtar… Namtar.
Dio un pequeño grito y se sentó, los ojos abiertos pero vacíos. Se cubría la boca con la mano, como si quisiera evitar seguir hablando. Lani permaneció inmóvil hasta que él se estiró y le tocó el brazo.
—¡Oh! —Se retorció en la cama, apartándose de él. Parecía confundida de encontrarlo a su lado—. ¡Por favor, no me haga daño! ¡Por favor!
—¿Por qué habría de hacerte daño, Lani? —Ella todavía no estaba completamente despierta—. Aquí estás a salvo. Nada puede herirte ahora.
Ella tomó aliento e intentó hablar, pero lo único que él oyó fue un sonido ahogado.
—Estás a salvo, Lani —le repitió, y esta vez sus palabras parecieron apaciguarla—. ¿Quién es Namtar?
Ella pegó un salto, como si él hubiera convocado a un demonio al nombrarlo. El cuerpo de Lani se estremeció, y comenzó a sollozar. Eskkar había visto a muchas mujeres llorar, pero nada igualaba lo que ahora veía y sentía. Lani se dejó caer en la cama, acercando las rodillas al pecho; le temblaba todo el cuerpo.
Hasta el año anterior nunca había desperdiciado ni un solo instante por el llanto de una mujer, y se había alejado de cualquier pena que las aquejara. Estuvo tentado de dejar a Lani a solas con su tristeza. En cambio recordó las ocasiones en que Trella había llorado contra su pecho, esas noches en las que ella se sentía inútil frente a los bárbaros. Eskkar se había jurado que Trella nunca más lloraría si él podía evitarlo.
Así pues, le acarició a Lani la cabeza y la abrazó. Había amanecido, y se oía a la gente moviéndose por la casa. Nadie lo molestaría, lo sabía, pero oirían llorar a Lani y se harían preguntas.
Su llanto se calmó y su cuerpo se relajó contra el de él, como si fueran quienes fuesen los demonios que torturaban su espíritu se hubieran desvanecido con la luz de la mañana. Ella intentó sentarse, pero él la mantuvo abrazada, tratando de consolarla.
—Lo siento, señor —empezó a decir ella, con la voz tan ronca que al principio no podía entenderla—. Por favor, perdóname, señor. No he querido estropearle la noche de sueño.
Una vez más intentó sentarse, y esta vez él la dejó, pero le sostuvo las manos. En la creciente claridad, vio su rostro enrojecido de lágrimas, los ojos hinchados y rojos.
—¿Quién es Namtar? —repitió. Ella tembló y él pensó que iba a echarse a llorar otra vez.
—Namtar era mi marido, señor. Ninazu lo mató delante de mí. —Cerró los ojos, mientras, sin duda, revivía la experiencia—. Después de que Ninazu nos capturase, dijo que torturaría a Namtar si no lo satisfacía voluntariamente…, si no le daba mucho placer. —Ella apartó su rostro de Eskkar y dirigió su mirada a la pared—. Así que satisfice a Ninazu, mientras sus hombres se reían y mi esposo miraba, atado de pies y manos a un carro. —Sus labios temblaron mientras pugnaba por contener las lágrimas—. Tuve que satisfacerlo…, tuve que… hacer muchas cosas. Ya habíamos visto cómo habían torturado a otros hombres y mujeres. Namtar no dijo una palabra. Sólo cerró los ojos. Cuando Ninazu terminó conmigo, se puso de pie desnudo sobre mi esposo, dejando que oliera en él mi aroma, y después Ninazu rió y le clavó su espada en el corazón.
Eskkar le soltó los brazos.
—No habrías podido hacer nada, Lani. Todos hemos visto hombres torturados. Tú salvaste de eso a tu marido.
Ella sacudió la cabeza, dejando que el cabello le cubriera el rostro, como ocultando su vergüenza.
—No me quité la vida, señor. Debería haberme matado, haberme lanzado sobre la misma espada que se llevó a Namtar. —Su voz se endureció—. O debería haber matado a Ninazu cuando dormía. Pero él me dijo que Tippu debía estar igualmente dispuesta. Ninazu dijo que nos torturaría a ambas si no lo satisfacíamos. Yo no quería que mi hermana muriese. Aunque ella no ha estado bien de la cabeza desde aquel día. Pero ella obedeció mis deseos y seguimos con vida. Permanecimos con vida y confiábamos en escapar algún día o en que alguien matara a Ninazu. La diosa Ishtar ha respondido a mis plegarias. Ella te envió con tus soldados para liberarnos de él.
Se le quebró la voz al decir estas palabras, y Eskkar notó la sequedad de su garganta. Se levantó de la cama y miró hacia la mesa, hacia la copa de agua vacía. Lani siguió con los ojos su mirada.
—Traeré agua, señor —dijo, mientras ponía los pies en el suelo.
—Quédate donde estás —le ordenó, y luego fue hasta la puerta, la destrabó y salió hacia el cuarto principal.
La mayoría de los hombres se habían levantado temprano, y Sisuthros ya estaba sentado a la mesa con Hamati, sin duda discutiendo los eventos del día. Nadie pareció sorprenderse ante la aparición de su capitán, desnudo.
—Que alguien traiga agua a mi habitación —dijo Eskkar, y se volvió al cuarto. Esperó junto a la puerta y, en unos instantes, apareció Tippu con una gran jarra de agua en las manos—. Tráela, Tippu. Dásela a tu hermana. —Miró a la joven, para intentar detectar alguna señal de locura. Ella parecía tranquila, incluso más que la noche anterior.
Lani cogió la copa y bebió. Él la miró mientras bebía, contemplando su cuerpo desnudo, y sintió el despertar de la pasión.
Cuando Lani bajó la copa, lo miró con culpa.
—Perdón, señor. No debería beber de tu agua.
Él volvió a la cama y se sentó, tapándose el regazo con la colcha, y luego aceptó la copa de sus manos y tomó unos sorbos. Quedaba un poco y se lo cedió a ella.
—Termínala, Lani.
Ella terminó el agua y entregó la copa vacía a su hermana. Tippu se encaminó a la puerta.
—Tippu, quédate un momento —dijo Eskkar estudiando su rostro con detenimiento por primera vez. Más baja que su hermana, Tippu poseía una cabellera de color castaño rojizo que flotaba en torno a su pequeño rostro, de facciones delicadas como las de un niño. Su vestido, el mismo que llevara el día anterior, mostraba el cuerpo de una mujer formada. Una mujer hermosa, pero sin la inteligencia de su hermana.
Él sabía que, si se les hubiera dado la oportunidad, sus soldados habrían elegido a Tippu antes que a Lani, así como sabía que la fuerza de voluntad de Lani la volvía más deseable, al menos para él. Días y noches en compañía de Trella lo habían malcriado. Las mujeres débiles, cabezas huecas, pintadas y perfumadas, o educadas sólo para cuidar de la casa y el fogón, ya no le interesaban. Eskkar dejó de lado el irritante pensamiento.
—Tippu, anoche te envié al lecho de Grond. No me di cuenta de lo que tu hermana y tú habíais pasado, aunque debí haberlo adivinado. No necesitas volver con él hoy por la noche. Hablaré con él.
Por primera vez Tippu alzó la mirada.
—Señor, no hay necesidad de decir nada. Grond no hizo más que abrazarme durante la noche. Ya no tengo miedo de estar a su lado. Él me ha ofrecido su protección.
Eskkar se volvió a Lani, quien parecía igualmente sorprendida. Eso no parecía en absoluto propio de Grond, un soldado que disfrutaba acostándose con una mujer tanto como cualquier hombre. Y una mujer tan hermosa como Tippu… A lo mejor la muchacha lo había hechizado.
—Tippu, trae comida para los dos. Comeremos aquí. —Le tocó la mano a Lani—. Tenemos mucho de lo que hablar, Lani. Quiero saber más de Ninazu, y de ti y de tu hermana.
Eskkar se sentó en la cama y comió, mientras Lani le contaba todo sobre Ninazu. Al estar a cargo de la casa de Ninazu, ella dirigía a sus sirvientes y concubinas y servía la mesa. Lani lo sabía todo. Ella había oído o estado presente durante la mayoría de las reuniones de Ninazu con sus hombres. Ella incluso sabía el lugar secreto en donde Ninazu había enterrado su parte del oro. Ninazu, como muchos hombres, hablaba con demasiada libertad delante de las mujeres, una mala costumbre que alguna vez Eskkar había tenido, hasta que Trella le demostró lo peligroso que podía ser ese hábito.
Después de la comida, Eskkar llevó a Hamati y a algunos hombres a buscar el oro enterrado. Cruzaron la plaza y entraron en una casa bien construida, de dos habitaciones, grande como para una familia numerosa. Sin duda, uno de los lugartenientes de confianza de Ninazu, o tal vez incluso su hermano Shulat, la había ocupado. Les llevó sólo unos momentos encontrar el escondite, todavía intacto, y exactamente donde Lani dijo que estaría. Cavaron unos instantes y descubrieron un saco grande que contenía oro, plata y gemas enterrado en el suelo.
Eskkar no esperaba encontrar un botín tan grande. Al parecer, Ninazu había tenido mucho éxito en sus incursiones incluso antes de llegar a Bisitun. Añadido a lo que habían encontrado en la casa principal de Ninazu, habría monedas más que suficientes para mantener a los constructores del muro de Trella ocupados durante varios meses, incluso después de asignar una buena parte a Sisuthros y los ancianos de Bisitun para que la emplearan en la villa.
Incluso bajo tortura, Ninazu podría no haber revelado este escondite. Por eso Eskkar decidió que tenía otra deuda con Lani.
Cuando Eskkar y Grond salieron de la casa por segunda vez, había transcurrido ya la mayor parte de la mañana. Hicieron un lento recorrido por la villa, visitando a los soldados, a los prisioneros y a los habitantes. Convencido de que sus hombres tenían Bisitun bajo control, decidió volver a la casa y visitar al prisionero.
Ninazu apenas se había movido, excepto para hacer sus necesidades. Parecía más débil y le ardía el rostro de fiebre. La infección había comenzado en la pierna rota. Eskkar hizo caso omiso del odio que se reflejaba en los ojos del hombre.
—¿Estás dispuesto a hablar, Ninazu? —Eskkar comenzó sin preámbulos—. No volveré a preguntártelo, y te aviso de que ya sé mucho de lo que quería averiguar. Así que no intentes mentirme.
—No te diré nada, bárbaro. —Ninazu trató de escupir a Eskkar, pero de sus labios resecos sólo brotó aire. Apartó el rostro.
Las palabras del hombre satisficieron a Eskkar. Había hecho la oferta el día anterior y todavía se sentía obligado a respetarla. Pero la situación había cambiado. Con el oro del bandido en su poder, Ninazu ahora significaba muy poco para Eskkar.
—Entonces sufrirás por nada, Ninazu. Lani nos lo ha contado todo —dijo Eskkar—. Ya hemos encontrado el resto del botín enterrado al otro lado de la plaza.
Ignorando las maldiciones del hombre, Eskkar se volvió al guardia.
—Sólo agua, toda la que quiera.
No habría vino para aliviar el dolor de Ninazu. Cuando estuviera muerto y sus secuaces quebrantados o esclavizados, cualquier maleante de los alrededores pronto se enteraría y abandonaría el lugar. De no hacerlo, Eskkar los expulsaría en las próximas semanas, a medida que sus patrullas peinaran la zona.
—Cuando termine de beber —dijo Eskkar al soldado del clan del Halcón que custodiaba al prisionero—, llévalo afuera. Que los hombres lo vigilen de cerca. No quiero que se mate para evitar la venganza de los pobladores. Y no dejes que ningún poblador, hombre o mujer, se le acerque. Recuerda lo que pasó en Dilgarth.
Eskkar se alejó y fue hasta la habitación contigua, utilizada por Lani y Tippu como dormitorio. Encontró a Tippu acurrucada en la cama y a Lani sentada en un banco, esperando. Había vuelto a ponerse el sencillo vestido que llevaba el día anterior. Sus ojos todavía seguían rojos e hinchados.
—Es hora de que Ninazu se enfrente a la villa, Lani. Enumerarán los cargos que hay en su contra.
—Me quedaré en mi cuarto, señor. No quiero volver a verle la cara.
Eskkar pensó en ello y negó con la cabeza.
—Lani, quiero que acuses a Ninazu de lo que os hizo a ti, a tu esposo y a la familia de Tippu. Te he dado mi protección, pero todos en la villa y todos mis soldados deben saber lo que Ninazu os hizo a ti y a los tuyos. De otro modo, algunos podrían pensar que te acercaste a Ninazu por tu voluntad. Incluso mis hombres podrían no entender. —Ella bajó la mirada, y no dijo nada—. Será difícil, Lani, pero tienes que hacerlo. Ambas. De otro modo, los espíritus de tu familia no descansarán en paz. Incluso podría ayudar a Tippu con sus recuerdos.
—Yo…, lo haremos, señor —respondió Lani, bajando la vista—. ¿Cuándo se nos requerirá?
—Aún falta tiempo. Los granjeros todavía están llegando desde los alrededores y hay mucho que discutir. Dile a tu hermana lo que tiene que decir. Yo vendré a buscaros cuando se os necesite. —Había comenzado a alejarse y se dio media vuelta—. Cuando Ninazu esté muerto, podrás empezar a sanar. Una vez que llegues a Akkad, ambas estaréis a salvo.
Ella no respondió. Eskkar salió del cuarto, enderezó su espada y se apartó el cabello de los ojos. Cuando salió al luminoso exterior, sus hombres elevaron un grito, del cual se hicieron eco los pobladores:
—¡Liberador, liberador, liberador!
Sisuthros se había preparado bien para esta reunión con el concejo de la villa. Había juntado cuatro mesas y tomado asiento en el centro del recién formado concejo de ancianos, quienes miraban hacia la plaza y al resto de los pobladores. Finalmente, llegaron todos los granjeros importantes. Sisuthros dio inicio a la reunión del concejo y, en voz alta, comenzó a enunciar los cargos contra Ninazu y los suyos.
Todos los soldados que no estaban de guardia en las puertas o en el corral se acercaron, y Sisuthros los utilizó para custodiar a los prisioneros o mantener a distancia a los pobladores, lejos de las mesas. Grond, sacando el último taburete de la casa, siguió a su capitán. Eskkar se sentó unos pasos detrás de la mesa, de espaldas a la casa, decidido a tomar tan poca parte en el proceso como fuera posible.
La turba interrumpía a Sisuthros después de cada acusación, dando gritos de aprobación o maldiciendo a Ninazu. Al final de las acusaciones, Sisuthros pidió silencio y luego anunció que el resto de Bisitun podía añadir sus propias quejas a las ya proclamadas. Después de que todos dieran a conocer sus acusaciones, Sisuthros y el concejo administrarían justicia a Ninazu y a sus hombres. Después de acabar con los bandidos, el concejo supervisaría la devolución de los bienes robados a los pobladores.
Sisuthros dio la orden y dos guardias sacaron a Ninazu a la luz del sol. La multitud profirió un furioso rugido y el eco resonó en la plaza. Gritaban maldiciones contra Ninazu y fueron necesarios cuatro soldados con las espadas desenfundadas para mantener a los pobladores a distancia, mientras dos hombres transportaban al prisionero hasta el espacio abierto frente a las mesas.
Otro soldado empujó un carro bajo hasta el centro de la plaza. Ataron a Ninazu a un costado del carro y le pusieron una mordaza en la boca, para asegurarse de que no maldijera a sus acusadores durante el proceso. Otros guardias tomaron posiciones delante de él, de cara a la multitud, alertas y decididos a asegurarse de que nadie en busca de una venganza personal atacara al indefenso Ninazu con un cuchillo o una espada.
Comenzó el proceso, aunque se desarrollaba con demasiada lentitud para el gusto de Eskkar. Cada uno de los ancianos quería hablar, y Sisuthros tuvo que interrumpir a dos de ellos cuyas quejas eran interminables. Cuando los ancianos acabaron, les llegó el turno a los pobladores, que empujaban para abrirse paso, uno a uno, y comenzaban a enunciar cargos contra Ninazu.
Todos los hombres y mujeres de la plaza parecían tener algún asunto personal contra el bandido. El sol había llegado casi a lo más alto del cielo antes de que Sisuthros se pusiera de pie y anunciara que el concejo había oído lo suficiente y que el señor Eskkar deseaba hablar. Por primera vez, los pobladores se quedaron callados, sin saber qué era lo siguiente.
Eskkar se puso de pie y se encaminó hacia los ancianos. Cuando llegó a las mesas, se subió con facilidad a una de ellas y se puso frente a la multitud. Detestaba hablar con las multitudes, pero había preparado sus palabras mientras hablaban los pobladores. Una brisa soplaba el cabello contra su mejilla, y él se lo apartó, mientras esperaba hasta que todos terminaron de hablar.
Por primera vez los habitantes de Bisitun pudieron echarle una buena mirada a su nuevo señor. Observaron boquiabiertos al alto guerrero, que tenía una mano sobre la empuñadura de la gran espada, un hombre a todas luces nacido en las estepas del norte, y que ahora estaba a cargo de sus vidas. Eskkar paseó la mirada lentamente por la plaza, escrutando, se diría, a todas las personas que tenía delante. Cuando habló, su profunda voz llegó incluso hasta los más alejados.
—Gente de Bisitun, yo también tengo quejas contra Ninazu. Hablaré por la gente de Dilgarth, que no tienen a nadie aquí para representar sus deseos. A las órdenes de Ninazu, su hermano atacó y mató a muchos en Dilgarth, y sus espíritus piden venganza al igual que un gran número hoy aquí. Era una villa tranquila, y no tenían guerreros que la defendieran. Hoy, Dilgarth está bajo la protección de Akkad, así como todos aquí están bajo la protección de Akkad. Os digo lo que les dije a los habitantes de Dilgarth. Los días de los bandidos que asolan la comarca han terminado. Desde hoy, se les perseguirá a muerte. Los pocos que aún quedan pronto aprenderán a dejar tranquilos a los que vivan bajo la protección de Akkad. Estaréis a salvo en vuestras casas y en vuestras granjas. La prosperidad de que disfrutasteis hasta la llegada de Alur Meriki volverá, y esta vez será aún mayor merced a la protección de Akkad.
Hizo una pausa para tomar aliento. Claramente admirada de su persona, la multitud permaneció silenciosa, y él se sintió satisfecho de haber dejado los detalles a Sisuthros. Facilitaba representar el papel de protector distante que hacía cumplir las órdenes desde arriba.
—Akkad, Dilgarth y Bisitun, así como las otras pequeñas poblaciones, trabajarán juntas, comerciarán juntas y se defenderán juntas. —Eskkar se volvió a Grond—. Di a Lani y a Tippu que vengan. —Volvió a alzar la voz—: Hay otras dos personas que desean acusar a Ninazu. Quiero que todos escuchéis lo que les ha hecho.
Alzando el brazo, señaló a Lani y a Tippu mientras se encaminaban al centro de la plaza. Grond sostenía a Tippu, rodeándole la cintura con el brazo, pero Lani estaba de pie, sola, llevando a Tippu de la mano. Algunos en la plaza gritaron su desaprobación frente a las mujeres, diciendo que también ellas merecían castigo.
—¡Silencio! —Eskkar aulló la palabra, y la fuerza de su voz obligó a la multitud a guardar un silencio estupefacto. Paseó la mirada por la plaza, pero ninguno de los pobladores se atrevió a mirarle a los ojos, todos ellos repentinamente temerosos de su ira—. Acércate, Lani.
Ignorando a la multitud, ella mantuvo los ojos fijos en Eskkar hasta llegar a las mesas. Finalmente las dos hermanas estuvieron directamente frente a Ninazu.
Con voz clara, Lani enunció los crímenes que el jefe de los bandidos había cometido contra ella y su familia. Ella contó toda la historia, lo que le había hecho, dando los nombres de los asesinados y torturados. Cuando terminó, Lani cogió a su hermana del brazo y la abrazó mientras Tippu enumeraba sus propias acusaciones, el asesinato de su prometido, su violación y su esclavitud. Las lágrimas de Tippu fluían mientras hablaba, y sólo los más próximos pudieron entender sus palabras entrecortadas, dichas en voz apenas audible.
Cuando Tippu terminó, habló Eskkar, elevando la voz para asegurarse de que todos oyeran.
—Lani y Tippu están bajo mi protección. Gracias a ellas, gran parte del oro que os habían robado ha sido recuperado, por lo que todos deberíais darles las gracias. Y aunque no son de esta villa, han de ser tratadas tan honorablemente como cualquiera de vosotros.
Eskkar bajó de la mesa, y esta vez la multitud profirió un grito de aprobación. Volvió a su lugar cerca de la pared, mientas Grond escoltaba a las dos hermanas de vuelta a la casa. Entretanto, Sisuthros preguntó a cada miembro del concejo cuál era su decisión.
—¡Muerte! —Todos, por turno, pidieron que se torturara a Ninazu hasta morir.
Sisuthros asintió.
—Muerte, a manos de aquellos a cuyos parientes haya asesinado —pronunció en voz alta, para que todos los presentes oyeran la justa decisión del concejo, claramente favorecida por los dioses—. Que comience la tortura. —Los gritos de aprobación de la multitud llenaron la plaza.
Los tres pobladores elegidos por los ancianos para administrar la tortura se acercaron, deseosos de comenzar su tarea, blandiendo pequeños cuchillos de los utilizados para tallar y los martillos y cinceles de punta de bronce usados por los talabarteros para decorar sus trabajos en cuero; dichos implementos servirían igualmente para infligir dolor. Los centinelas se apartaron cuando los torturadores empezaron su trabajo, para que todos pudieran ver. La multitud comenzó a echar maldiciones contra Ninazu y gritaba para que los torturadores se apresuraran con su tarea.
Le quitaron la mordaza a Ninazu y se inició el tormento. Pronto el eco de sus gritos inundó la plaza. La pierna rota hacía las cosas más sencillas. El más leve toque en esa zona anulaba instantáneamente cualquiera de los esfuerzos de Ninazu para resistirse al dolor. Se desmayó varias veces, pero fue reanimado arrojándole cubos de agua en el rostro. También lo obligaron a beber agua varias veces para refrescarlo antes de volver a comenzar, urgidos por la multitud.
Pero Eskkar ya estaba harto. Sin que lo vieran, regresó a la casa, seguido de su guardaespaldas. Se sentó con Grond a la mesa grande.
—¿No te interesa mirar, capitán? —Grond llenó dos copas con agua.
—He visto suficiente muerte y tortura en estos últimos meses. —Eskkar se sentía satisfecho de estar lejos del suplicio de Ninazu—. Además, siempre hace que me pregunte cuánto aguantaría yo bajo el cuchillo.
—A mí me torturaron una vez —dijo Grond—. Sólo porque mi amo me descubrió mirándolo. Dijo que no había sido respetuoso.
Eskkar no se molestó en preguntarle a Grond si había gritado. Todos gritaban. Una vez más Eskkar se preguntó qué es lo que haría si él mismo fuera el torturado, cómo soportaría el dolor o cuánto tiempo tardaría en pedir misericordia o la muerte. Algunos hombres resistían hasta el final, pero la mayoría rogaba para que terminara el dolor mucho antes de que éste llegara al fin.
La idea le produjo escalofríos. En todos sus días de guerrero, sólo había sido capturado una vez, y ese día la muerte había estado cerca. La memoria de estar indefenso ante sus enemigos todavía lo perturbaba. Eskkar se juró que nunca lo cogerían vivo. Mejor dejarse caer sobre la propia espada que pasar por ese horror.
—Si el asalto a Bisitun hubiera fracasado, Grond, podría haber terminado muerto en el carro y Ninazu estaría de pie frente a mí.
—Bueno, capitán, yo hubiera vengado tu muerte. O al menos hubiera enterrado tus restos.
Miró a Grond y tuvo que sonreír.
Estaban solos en la casa, salvo por las dos hermanas acurrucadas en su cuarto, que intentaban no oír el ruido de la multitud. Fuera, todos estaban disfrutando del espectáculo. Los gritos de la plaza se escuchaban dentro de la casa casi al mismo volumen.
Eskkar terminó de comer un puñado de uvas de la fuente.
—¿Desea un poco de vino, señor, o algo de comer? —Lani había salido del dormitorio.
—¿No quieres ver cómo torturan a Ninazu, Lani?
—No, señor. Ya he visto a demasiadas personas torturadas. Ahora que le toca a él estar en la rueda, ya sé lo que va a suceder.
Eskkar miró en torno a la habitación.
—¿Dónde está tu hermana?
—En nuestro cuarto, con la cabeza escondida bajo la manta. Tippu no puede ver semejante espectáculo. La enferma siquiera oírlo.
Grond se puso de pie.
—Tal vez debería ir a acompañarla, Lani. ¿Crees que sería de utilidad?
Eskkar se preguntaba qué habría sucedido entre Grond y Tippu la noche anterior o, más bien, qué no había sucedido. Luego le preguntaría a su guardaespaldas, cuando estuvieran solos.
Pero fue Lani quien lo mencionó.
—Creo que le haría bien estar con alguien que no fuera yo durante un rato, al menos hasta que termine este espantoso día. —Miró a Grond—. ¿Puedes contenerte, como lo hiciste la pasada noche, durante un tiempo?
—Cuando se ha sido esclavo, Lani —respondió Grond—, sabes lo que hace falta. Cuidaré de ella. —Miró a Eskkar—. Si me da permiso, capitán.
Eskkar asintió, sorprendido por el tono serio de Grond. El guardaespaldas dejó la mesa y fue hasta el cuarto de las mujeres. Eskkar miró a Lani buscando una explicación.
—Eso fue lo que hizo la noche anterior, señor. La abrazó y le dijo que estaba a salvo. Ella lloró en sus brazos durante un buen rato, hasta que se quedó dormida. Tu guardaespaldas no se aprovechó de ella. ¿Fue esclavo en Akkad?
—No, no en Akkad. Me dijo que había sido esclavo en las tierras del oeste, pero nunca contó mucho al respecto, sólo que había escapado. Tiene las marcas del látigo en la espalda, e incluso en Akkad podría haber vuelto a ser esclavo, pero necesitábamos soldados para enfrentarnos a Alur Meriki.
—¿Pero nadie volvió a esclavizarlo una vez que pasó el peligro? ¿Acaso en la villa no lo declararon esclavo fugitivo?
—Yo nací bárbaro, Lani. Las costumbres de la villa no siempre son las mías. Además, él me salvó la vida, más de una vez. ¿Acaso crees que podría pagarle volviendo a esclavizarlo? —Acercó una copa de vino hacia ella, quien tomó un pequeño trago antes de devolverla.
—Y ahora eres el líder de la villa más grande de la tierra, así que ya no eres un bárbaro; de lo contrario, los pobladores no te apoyarían.
Eskkar sonrió.
—Todavía tienen problemas para aceptarme como líder. Y yo no los gobierno solo, Lani.
—Parece aún más extraño que los nobles de Akkad aceptaran que los gobierne una mujer.
Así que Lani había oído hablar de Trella. Bueno, eso hacía las cosas más sencillas.
—Ella también fue esclava, me la ofrecieron para que me llevara la casa. —Sonrió ante la idea—. Trella es lo que mi gente llama «una bendecida». Ve mucho, conoce los misterios de las granjas y las villas y entiende la conducta de los hombres. Sin ella, yo tal vez no estaría vivo, y mucho menos a cargo de Akkad.
—He oído decir que es joven, que sólo tiene quince estaciones. Tiene que ser, en verdad, una bendecida. Tú debes de tenerla en alta estima.
Eskkar asintió.
—Más de lo que puedes imaginar, Lani. Ella es muy especial para mí. Y ella lleva ahora a nuestro hijo en el vientre, el hijo que regirá Akkad después de nosotros.
—Entonces bendigo su nombre. Y no me permitiré estar celosa de tu amor por ella.
—No lo estés, Lani. Es por ella por lo que estoy aquí y por lo que tú estás bajo la protección de Akkad. —Alargó la mano por encima de la mesa y cogió la de ella—. Y sin embargo te pareces mucho a ella, creo yo. Ambas sois inteligentes y entendéis la conducta de los hombres. ¿Cuántos años tienes, Lani?
—En la primavera tendré veinticuatro estaciones, señor. Pero mucho de lo que he aprendido es lo que más pronto querría olvidar.
Los gritos de agonía de Ninazu recorrían la plaza. Durante unos instantes, se las habían arreglado para desentenderse de los ruidos externos. De pronto, los gritos terminaron y en su lugar se oyó un gruñido de insatisfacción y desaprobación por parte de la multitud.
—Ninazu debe de estar inconsciente o muerto —dijo Eskkar—. Iré a ver.
Se acercó a la puerta y llamó a uno de los soldados. En unos momentos, Eskkar volvió a la mesa y se sentó.
—Ninazu está muerto, Lani. Los torturadores han sido un poco descuidados. Los pobladores creen que apenas ha sufrido.
Lani inclinó la cabeza.
—Me alegra que esté muerto. La vida de mi esposo ha sido vengada. Ahora puedo enterrarlo, al menos en mis pensamientos.
Todos tenían que sobrellevar el duelo y la pérdida de alguna manera, y Eskkar ya había hecho todo lo posible para ayudarla.
—Ya no te necesitarán más por hoy, Lani. Quédate dentro, hasta que todo haya concluido. —Se volvió y salió otra vez a la plaza.
La multitud recuperó la voz. Con la muerte de Ninazu, los pobladores comenzaron a discutir. Muchos querían que todos los prisioneros fueran torturados y muertos, y Eskkar observó cómo Sisuthros golpeaba con el pomo de su espada en la mesa pidiendo silencio. Cuando Sisuthros terminó de contar al resto de los hombres de Ninazu, el sol ya había pasado el mediodía.
Los acadios habían capturado treinta y nueve hombres, y cada uno debía ser juzgado individualmente. Eskkar sabía que quienes habían cometido las peores atrocidades serían malos esclavos. Demasiado ignorantes o rebeldes, tendrían que ser vigilados y custodiados por el resto de sus días, y siempre intentarían escapar, ocasionando más problemas que otra cosa. Los pobladores denunciaron a nueve de ellos y el concejo los sentenció a muerte. Cuatro habían cometido actos particularmente atroces y fueron torturados, añadiendo dolor a sus vidas antes de morir. Un rápido mandoble al corazón con la espada se hizo cargo de los demás.
Sisuthros condenó a los que quedaban vivos, los que eran lo suficientemente dóciles para aceptar el castigo, a la esclavitud, a ser marcados con la señal de Akkad y a trabajar durante el resto de sus vidas. Ordenó que quince de ellos fueran enviados a Akkad lo antes posible. Akkad necesitaba mano de obra con más urgencia que Bisitun, para trabajar en la expansión de las murallas. Corio y sus constructores harían buen uso de los trabajadores extra.
A pesar de las necesidades de Akkad, Eskkar sacudió la cabeza ante la idea de enviar esclavos. Serían necesarios algunos de sus preciosos soldados para custodiarlos y transportarlos, tendrían que encontrar alimentos para enviarlos, junto con caballos, sogas y todo lo necesario para una marcha de por lo menos una semana hasta Akkad.
Sisuthros pasó el resto del día dividiendo las mercaderías y los animales recuperados del botín de Ninazu. A pesar de recuperar una buena parte de lo que los hombres de Ninazu habían tomado, muchos objetos de valor no pudieron localizarse. Por supuesto, varios de los pobladores reclamaban los mismos objetos, dando lugar a discusiones. Aun en las decisiones justas, los legítimos dueños se quejaban de la parte asignada para Akkad.
Todos decían que dos décimos para Akkad era una porción excesiva, hasta que Sisuthros amenazó con llevarse todo si un solo hombre volvía a protestar. Les recordó que no tendrían nada si no fuera porque los acadios los habían rescatado a ellos y a sus bienes, y que soldados acadios habían muerto para liberarlos a ellos.
El oro y las monedas de plata sustraídas a Ninazu fueron otro motivo de disputa; la dificultad consistía en establecer cuánto había sido robado a cada persona. Actuando en conjunto, el concejo tomó estas decisiones, con frecuencia después de discutir con los pobladores y de estimar lo que pensaban que cada individuo podía haber poseído.
Finalmente el sol empezó a descender bajo el horizonte occidental, y Sisuthros anunció el final de los procedimientos del día. Otra asamblea se reuniría al día siguiente, para comenzar a media mañana. El concejo de ancianos se reuniría antes, una hora después de la salida del sol, para decidir el orden del día: recuperar la productividad de las granjas, los negocios y los mercaderes.
La multitud comenzó a dispersarse, dirigiéndose a sus hogares para cenar. Incluso cuando la mayoría hubo partido, se apostaron guardias a la puerta del cuarto de Eskkar para mantener a los suplicantes más ansiosos alejados del líder de Akkad.
—Que Marduk se los lleve a todos —dijo Sisuthros con voz ronca. Puso los pies sobre la mesa y se recostó contra la pared—. Otro día como hoy y yo mismo me haré bandido.
Eskkar se sentía igualmente cansado. El constante argüir le irritaba los nervios, agotándolo. Pero tenía que permanecer alerta, estudiar a quienes hablaban, a fin de determinar quién podía estar mintiendo y quién tenía poca habilidad para hablar. Se había mantenido al margen todo lo posible, pero había intervenido un par de veces cuando Sisuthros miró en su dirección, pidiendo ayuda. Eskkar intentó seguir el consejo de Trella: «Mantente a distancia. No te metas en los asuntos cotidianos. Deja eso a tus lugartenientes. De ese modo la gente sabrá que te ocupas de cosas mucho más importantes que la vaca de algún granjero o la cuenta de un posadero».
—Mañana será más sencillo, Sisuthros. Al menos ya has dirimido lo del oro. Se calmarán en cuanto vuelvan al trabajo. Te verás abrumado con peticiones de trabajadores, para ayudar a reconstruir las granjas, los diques, los negocios, los botes, todo lo que haya sido dañado o destruido por Ninazu.
—Capitán, no sé cómo tú y Trella lo soportáis. Mejor es una pelea contra los bárbaros. —Sacudió la cabeza—. No creo que contemos con suficientes escribientes y mercaderes; mucho menos, soldados.
Lani se acercó a la mesa llevando una bandeja con vino, queso y pan; la primera parte de la comida nocturna. Eskkar se mezcló una copa de vino y agua. Sisuthros tenía razón. Necesitarían más ayuda, y no podrían confiar en nadie de Bisitun durante meses.
—Enviaré recado a Akkad, Sisuthros. Tal vez Nicar o Corio cuenten con alguien más que puedan enviar para ayudarte. Tal vez Trella sepa de alguien.
No mencionó a la mujer de Sisuthros. Demasiado tímida y retraída, no sería capaz de tratar con autoridad a ciertos pobladores decididos.
Eskkar observó cómo Lani se movía con gracilidad en el área de la cocina, dando órdenes a las dos mujeres que preparaban la comida. Sabía que podía serle de utilidad a Sisuthros, pero la gente de Bisitun jamás la aceptaría en semejante papel. Para ellos, no importaba lo que Eskkar había dicho ese día, ella siempre sería mujer de Ninazu. Además, le había prometido su protección en Akkad.
Hamati, Drakis, los escribientes y algunos de los otros oficiales superiores estaban sentados a la mesa, todos hambrientos. Lani y Tippu volvieron, llevando bandejas cargadas con comida, ayudadas por las otras mujeres, quienes habían cocinado buena parte de los alimentos en sus hogares.
Nada muy lujoso. La comida seguiría siendo escasa en Bisitun hasta que volviera a restablecerse el mercado. Sin embargo, en los próximos días los granjeros comenzarían a traer lo que pudieran, para venderlo a soldados y pobladores. Para la cena de esa noche, los hombres comieron un guiso hecho de dos pollos, troceados y mezclados con hortalizas frescas. Cuatro hogazas de pan recién horneado ayudaron a comer el guiso, y el vino aguado completó la comida. No era excesiva comida para un grupo de guerreros, pero la mayor parte de Bisitun no tendría mucho más para comer esa noche. Al menos ningún poblador se moriría de hambre en los próximos siete o diez días, aunque muchos se irían con hambre a la cama.
Terminada la cena, Eskkar y Sisuthros dieron otra caminata por la villa. Ambos hombres sentían la necesidad de estirar las piernas después de haber estado sentados todo el día, con cara solemne. Acompañados por Grond y otros tres guardias, pasaron horas dando vueltas hasta que la oscuridad hizo demasiado difícil ver nada.
Eskkar aprovechó todas las oportunidades para hablar con los pobladores. Ese tipo de conversación no le resultaba sencilla, pero Trella lo había acostumbrado a charlar con la gente corriente, a preguntarles sobre sus casas, sus familias, sus necesidades y sus esperanzas. Había aprendido que la gente era la que le daba el verdadero poder para gobernar, y se esforzaba en crear lazos entre aquellos a quienes gobernaba y su persona.
Los tres hombres bostezaban cuando llegaron a la plaza, por una vez vacía. Después de un día tan largo y excitante, todos estarían en la cama, ansiosos por dormir. Eskkar, Sisuthros, y Grond se asearon en el pozo, desvistiéndose y echándose agua por el cuerpo. No era tan refrescante como un buen baño en el río, pero Eskkar se prometió ese lujo para el día siguiente, sucediera lo que sucediese.
Los tres hombres entraron en la casa con la ropa en las manos. En el gran cuarto, sin sirvientes, sólo dos soldados montaban guardia junto a la puerta. Eskkar habló con ambos, asegurándose de que permanecieran alertas. Aunque Sisuthros había distribuido mucho del botín, la casa todavía almacenaba el oro destinado a Akkad.
Eskkar acababa de entrar en su cuarto cuando apareció Lani con un jarro de vino, otro de agua y una copa. Sin duda había oído a los hombres lavándose en el pozo, porque no llevó ningún cuenco para el aseo. Sirvió un poco de vino en una copa, echó agua y se la alcanzó. Ya había aprendido que tomaba el vino bien aguado.
—Gracias, Lani —le dijo, rompiendo el silencio.
Probablemente pensaba que él esperaba que lo atendiera. Ella vestía la misma prenda de la noche anterior y él ya estaba deseoso de que se la quitara. Tomó un trago de su copa.
—Lani, no tienes que quedarte aquí. La pena por tu esposo es…
Ella puso un dedo sobre sus labios.
—Mi esposo lleva muerto ya más de cuatro meses. Hoy…, al ver morir a Ninazu, puse un fin a mi dolor. Ahora tengo que cuidar de mi hermana.
—Entonces te necesitará esta noche, Lani. Quédate con ella. Tippu carece de tu fortaleza.
—Esta noche ella tiene a Grond para que la consuele. —Ella vio la expresión en el rostro de Eskkar—. No, señor, ella fue a él por voluntad propia. Ya es hora de que deje de temer a los hombres. Y yo creo que Grond es el hombre adecuado para esa tarea. Él no da importancia a su deshonor y la trata respetuosamente. Su presencia la tranquiliza más de lo que lo harían mis palabras. Ella sabe que ahora nadie la lastimará.
«Cierto», pensó Eskkar. Sólo un tonto se atrevería a insultar a una mujer bajo la protección de Grond.
Lani se apartó y fue hacia la puerta. La cerró y puso la barra de madera contra ella. Volviéndose hacia él, alzó la cabeza.
—Creo que ha llegado el momento de que yo, también, vaya voluntariamente al lecho de un hombre. Me quedaría nuevamente esta noche, señor, si eso no os displace.
Él la miró, y su resolución se desvaneció. Ella poseía cierta esencia, algo que le hacía desearla, y supo que era más que su habilidad para darle placer. Eskkar se sentó en la cama, algo más que inseguro de sí.
—Tú sabes que te deseo, Lani. Pero no me acostaré contigo con una mentira en los labios. Mi vida está en Akkad, con Trella. Y volveré allí pronto.
—Entonces sólo te pido que mantengas tu palabra, señor, y que me lleves con mi hermana a Akkad. Hasta entonces, necesitarás de alguien que se ocupe de la casa, y de ti, y que te abrace en la oscuridad.
—No hace falta que me llames «señor», Lani. Mi nombre es Eskkar. Sólo soy un simple soldado que intenta gobernar una ciudad y un territorio rebosantes de problemas.
Ella se acercó, deteniéndose no muy lejos de su alcance, y comenzó a quitarse el vestido.
—No, Eskkar, hoy te he oído en la plaza y he visto lo que has hecho. Hoy has dado a los pobladores sincera justicia, algo que no habían visto en muchos meses. A pesar de sus quejas, ya te aceptan como líder y confían en que has de protegerlos. Eres un gran señor, para tener semejante poder sobre los hombres.
Desatado el vestido, ella dejó que se le deslizara por los hombros y que colgara de sus brazos, como había hecho la noche anterior. Cerró los ojos ante su mirada, pero tembló como si ya pudiera sentir las manos de Eskkar sobre su cuerpo.
Él sacudió la cabeza. Nadie lo había llamado «grande» antes. Si alguna vez gobernaban estas tierras, sería Trella la merecedora de ese honor. No podía explicárselo todo a Lani; desde luego, no en aquel momento. Se puso de pie y se acercó a ella, tomándola en sus brazos y acariciándole el cabello. Besó sus labios entreabiertos y oyó cómo su vestido caía al suelo. Ella sabía dulce, y él la besó con más fuerza, dejando que su otra mano encontrara y acariciara su pecho hasta que ella se quedó sin aliento.
—¿Qué puedo hacer para satisfacer a mi señor esta noche? —Ella hablaba en voz baja, pero él detectaba pasión en ella.
Él la hizo girar y la recostó suavemente sobre la cama. Por un momento se sintió tentado de dejar la vela ardiendo, pero la imagen de su cuerpo ya estaba impresa en su memoria. Se inclinó y apagó la temblorosa luz. A pesar de su pasión, se tomó el tiempo de quitarse la espada y recostarla contra la pared, antes de acostarse en la cama.
Se abrazaron sin decir una palabra, sólo se besaron y se acariciaron durante un buen rato, hasta que aumentó la excitación. Cuando Lani se acomodó para complacerlo como había hecho la noche anterior, él la retuvo, besándole el cuello.
—Oh, no, Lani. Esta noche no. Esta noche, yo te daré placer. —Se echó de costado y comenzó a acariciarla, succionando y mordisqueando sus pezones, mientras sus dedos juguetones le recorrían el cuerpo. Al principio ella pareció incómoda por la atención, pero gradualmente se fue relajando, permitiéndole que la excitara.
Le recorrió el cuerpo entero con los labios, saboreándola, besándola, y ella empezó a gemir por el placer que él le daba. Él resistió sus peticiones, hizo caso omiso de cómo ella estrechaba el cuerpo contra el suyo, la contuvo hasta que apretó tanto la mano alrededor de la suya que pensó que iba a rompérsela.
Finalmente se puso encima de ella y se deslizó profundamente dentro de su cuerpo. Un largo suspiro de placer escapó de los labios de ella y enlazó sus piernas en torno a él.
Él comenzó a moverse contra su cuerpo, y ella igualó sus movimientos, empujándose hacia él. Poco después, lanzó un grito, a la vez que apretaba a Eskkar con los brazos y las piernas, los sonidos de la pasión cada vez más y más rápidos, hasta que Lani emitió un tenue grito en el cuello de Eskkar, con el cuerpo desbordado.
Temblando, ella no podía hacer nada, salvo aferrarse a él; Eskkar incrementó su empuje contra ella y pronto también él dejó escapar un grito al tiempo que le entregaba su semilla, con el rostro y la boca hundidos en su cabello.
Durante un largo tiempo permaneció encima de ella, su pasión agotada pero disfrutando del contacto con el otro cuerpo. Cuando se acomodó a su lado, ella gimió levemente. Él la tomó entre sus brazos y la abrazó. El cuerpo de ella se estremeció y él probó la sal de las lágrimas que sus labios hallaron al besarle las mejillas.
—¿Te he lastimado, Lani?
—No, señor. —Sus brazos se aferraron en torno al cuello de Eskkar y ella escondió la cara en la de él—. Éstas son lágrimas de felicidad.