Capítulo 4
Aunque Trella vivía a pocas calles de la casa del concejo, el trayecto de regreso a casa siempre llevaba mucho más tiempo del esperado. Los tenderos y pobladores llenaban las calles y el que Trella fuera rodeada de guardianes hacía imposible que pasara desapercibida. Todos querían intercambiar algunas palabras con ella o, por lo menos, saludarla.
Ella y Annok-sur se tomaban su tiempo, haciendo frecuentes pausas para charlar con quienes encontraban. Pocos meses atrás, Trella recorría la ciudad casi a diario. Pero ahora, entre su embarazo y su nuevo papel como representante de Eskkar, tenía menos tiempo para deambular y conocer a sus habitantes. Sin embargo, Trella quería permanecer próxima a la gente de Akkad, y por eso aprovechaba cualquier oportunidad que se le presentase para hablar con ellos.
A aquellas horas de la tarde, las mujeres, que ya habían terminado las tareas diarias, constituían la mayor parte de la multitud. Faltaba más de una hora para que comenzaran a preparar la cena para la familia. Pocas podían resistir la oportunidad de hablar con la señora Trella, la mujer del líder de Akkad. Las jóvenes madres les mostraban a sus hijos, las matronas señalaban a sus hijas casaderas y las mujeres mayores o las jóvenes viudas se presentaban por sí mismas. Muchas de estas mujeres buscaban asistencia de Trella para conseguir esposo, tarea que ella había asumido durante el asedio, cuando las bajas aumentaban tanto entre los pobladores como entre los soldados.
La guerra contra los bárbaros había mejorado el estatus de quienes servían como soldados de Akkad, y Eskkar aumentó su paga lo suficiente como para que los oficiales superiores pudieran permitirse tener esposa. Como a cualquier otra tarea que Trella emprendía, sin importar cuán trivial fuese, ella le dedicaba toda su atención. Gracias a su insistencia, Eskkar convocó a los soldados más experimentados y Trella se reunió con cada uno de ellos, tomándose el tiempo para averiguar qué clase de maridos serían y qué mujer sería la mejor para ellos.
Ella contaba con un buen número de matrimonios en su haber. Como había ayudado a preparar las uniones, los maridos trataban a sus nuevas esposas correctamente y las esposas cumplían con sus menesteres. Ni el señor de Akkad ni su esposa querían oír hablar de problemas matrimoniales. Cada recién llegado a Akkad aprendía prontamente a sacar provecho del conocimiento de la señora Trella y de sus servicios, no sólo como casamentera, sino también como sincera consejera frente a cualquier situación.
Para cuando Annok-sur y Trella llegaron a la residencia de Eskkar, ella había prometido a dos mujeres que les encontraría marido. Dos soldados custodiaban la entrada, y uno sostuvo la puerta abierta para que entrara la dueña de la casa. Pasaron al patio, en donde el aroma a jazmines flotaba en el aire y los tulipanes, en macetas, se encontraban a lo largo de las paredes interiores, ofreciendo un toque de color para romper la monotonía de los muros de adobe.
Cuando Eskkar se convirtió en capitán de la guardia, ocupó aquella casa de dos pisos, con jardín privado y aposento separado para los sirvientes. La construcción, en su momento la más grande de Akkad, había pertenecido a un comerciante que valoraba la intimidad tanto como la seguridad. La residencia de Eskkar se encontraba a la izquierda, y la segunda planta se alzaba en la parte de atrás del edificio. Los cuartos de los sirvientes, tan grandes como el edificio principal, daban al considerable espacio abierto, y esas dependencias formaban dos lados del patio central. Muros de la altura de un hombre rodeaban el resto.
Durante el asedio, más de cuarenta hombres se habían apretujado en los cuartos de los sirvientes, pero ahora apenas albergaba a veinte soldados, la mayoría del clan del Halcón. Alexar, uno de los lugartenientes de Eskkar, vivía allí con su mujer e hijos. Otro cuarto permanecía reservado para invitados o viajeros.
Una larga mesa de listones de madera con media docena de bancos con capacidad para treinta personas descansaba a medio camino entre las dos casas. En los días más calurosos del verano, amo, sirvientes y guardias recibían allí su alimento. Habitualmente, se podía encontrar a algunos soldados del clan del Halcón descansando alrededor de la mesa, especialmente por la noche.
Estos guerreros ofrecían seguridad constante a la casa y sus habitantes. De día y de noche, dos centinelas custodiaban la puerta principal, mientras que otro vigilaba el pequeño jardín al fondo de la construcción principal, con su alta ventana que se abría al dormitorio en el segundo piso de Eskkar y Trella. Por la noche, dos guardias se apostaban dentro de la casa principal, para custodiar la escalera que conducía a las habitaciones de Eskkar y Trella.
Annok-sur y su esposo, Bantor, también vivían allí. Cuando Eskkar se convirtió en capitán de la guardia, Bantor y su esposa eran demasiado pobres para encontrar una vivienda decente. Eskkar, con espacio más que suficiente en su nuevo hogar, le ofreció al más necesitado de sus lugartenientes una de las habitaciones extra de la casa principal.
El número de habitantes de la casa creció rápidamente, a medida que soldados y sirvientes ocupaban las habitaciones de ambas construcciones. Cuando necesitó ayuda, Trella pidió la asistencia de Annok-sur, y pronto se dio cuenta de que la esposa de Bantor podía hacerse cargo de ambas casas de manera eficiente. Una vez que las dos mujeres establecieron sus residencias, Annok-sur se ocupó de las actividades diarias, supervisando la compra y preparación de alimentos, limpiando la casa y lavando la ropa de los hombres en el río. Pronto Annok-sur tuvo a su cargo media docena de sirvientes y esposas de soldados dentro de la casa. Con las necesidades de la casa cubiertas, Trella asistió a Eskkar en la organización de la defensa de la villa, siempre su tarea principal.
Durante varias semanas Trella ayudó a organizar el sistema requerido para armar y asistir a pobladores y soldados. Una vez que Eskkar asumió esa función, Trella se concentró en ayudar con el adiestramiento de los pobladores para que estuvieran preparados ante el inminente asedio. Durante los meses de preparativos, en secreto, se ocupó de su verdadero objetivo, el esfuerzo de ganar para sí los corazones y las mentes de la gente corriente.
Había comenzado con las mujeres, ansiosas de conversar con cualquiera que las tratara con un mínimo de consideración. Trella pronto se ganó el respeto de los hombres e incluso de los curtidos soldados, que la trataban más como a una hermana que como a la esposa de Eskkar. Entretanto, y mediante un cuidadoso uso del recientemente adquirido oro de Eskkar, Trella estableció de forma gradual una pequeña red de espías e informantes, en su mayoría mujeres y esclavos, que la mantenían al tanto de cualquier complot contra Eskkar y su nueva función.
Por toda la ciudad, y en los alrededores, los hombres hablaban abiertamente delante de las mujeres, ya fueran esclavas o libres, tratándolas con frecuencia como si fueran muebles, algo sin importancia. Pero muchas mujeres eran más inteligentes que los hombres, aunque la mayoría había aprendido a mantener semejante herejía para sí mismas. Estas mujeres pronto supieron que podían ganar una o dos monedas de cobre si informaban de cualquier cosa de interés a Trella, quien no sólo pagaba por la información, sino que también buscaba activamente la ayuda de quienes se la daban, pidiéndoles su opinión y consejo. Ella había sido educada por su padre, consejero de un noble dirigente en una gran villa del lejano sur, y éste le había enseñado a hacer uso de su inteligencia. Sus días de esclava, que empezaron con la muerte de su padre y terminaron con el ascenso al poder de Eskkar, la habían vuelto aún más astuta. La información que los espías de Trella compilaban ayudó a Eskkar a sobrevivir a las tentativas de los nobles de sustituirlo cuando terminó el asedio.
El asedio había concluido hacía apenas un par de meses. Ese día, Eskkar y Trella se situaron sobre la pared manchada de sangre, vencedores sobre nobles y bárbaros. La gente, delirante de alegría por haber sido salvados de la muerte o la esclavitud, aclamó a Eskkar como su señor y líder. Al mismo tiempo, aclamaron también a Trella, deseosos de su sabiduría y guía. Entendían y respetaban al soldado que había salvado sus vidas y sus posesiones, pero en última instancia confiaban en Trella para que ella cuidara de su bienestar tanto como en Eskkar.
Incluso los nobles habían finalmente comprendido las ventajas de un líder fuerte, aunque jamás hubieran elegido al poco sutil y bárbaro Eskkar. Para ellos, Trella facilitaba las cosas, su inteligencia y honestidad les aseguraba que sus negocios estarían protegidos y podrían desarrollarse. Con alimentos en la mesa de nuevo, la gente de Akkad daba la bienvenida al retorno del bienestar. Si los bandidos y los ladrones que merodeaban por los alrededores podían ser expulsados y la tierra cultivada, la tranquilidad y la riqueza pronto superarían los niveles de antaño.
Entretanto, la reconstrucción y expansión de Akkad continuaba; era una tarea colosal, pero Trella se sentía capaz de llevarla a cabo. Al no ser comerciante, ni mercader, ni granjera, no tenía intereses privados que defender. Los nobles y los principales mercaderes veían todo en función de su propia riqueza, hacían todo para acumular más oro, tener más poder y aumentar su prestigio a costa de los demás.
Trella podía concentrarse en la seguridad de la ciudad, algo que incluso el más humilde de los labriegos no sólo entendía, sino que deseaba. En tanto ella tratara a todos con justicia y no favoreciera a un noble o a un comerciante en particular, la gente los apoyaría a ella y a Eskkar. Podían quejarse de los impuestos y de algunas de las nuevas leyes, pero todos habían reconocido el valor de los soldados que los protegían. Así como también sabían que los bárbaros volverían algún día en busca de venganza.
Lo que más deseaba Trella era tiempo, tiempo para asegurar su posición y poder. En unos pocos años, Akkad sería fuerte, una ciudad fortificada, y ella y su hijo estarían a salvo detrás de sus muros, rodeados y protegidos por los soldados de Eskkar. Ese día estaba por llegar. La muralla de Akkad, construida apresuradamente, necesitaba ser aumentada y reforzada, y hacía falta reclutar y entrenar a más soldados para defenderla. Hasta entonces ella no desatendería nada, no pasaría nada por alto que pudiera poner en peligro sus planes, nada, ni siquiera algo tan insignificante como un viajero extranjero, de tierras lejanas.
Trella y Annok-sur entraron en la casa principal, en la habitación común que contenía otra gran mesa en donde se servían las comidas. Unas escaleras de madera en la pared opuesta llevaban al segundo nivel. Las subieron y llegaron hasta un pequeño descansillo, en donde una robusta puerta de madera se abría al primero de los dos cuartos que constituían los aposentos privados de Eskkar.
En la primera habitación, que Eskkar denominaba cuarto de trabajo, había una mesa de buen tamaño y media docena de sillas y bancos. Un gabinete alto, que servía tanto de alacena como de estantería, se ubicaba contra una pared, y dos cofres ofrecían espacio para guardar cosas. Tres ventanas anchas, rectangulares, que cortaban los muros casi a la altura del techo y eran demasiado pequeñas para que siquiera un niño entrara por ellas, proporcionaban luz y aire. En la pared opuesta a la entrada, había una segunda puerta, tan maciza como la primera, que conducía al dormitorio de Eskkar y Trella.
Trella pasó rápidamente del cuarto de trabajo a la recámara. Aunque no tan grande como la primera, el dormitorio era bastante espacioso, especialmente si se comparaba con los pequeños cuartos que ocupaban la mayoría de los acadios. Muchos de ellos se asombrarían ante la idea de tener un cuarto aparte sólo para dormir. Trella sabía que una familia de seis o más personas viviría, trabajaría y dormiría en un espacio como ése, y se darían por bendecidos por los dioses simplemente por contar con paredes a su alrededor y un techo sobre sus cabezas.
Sólo este cuarto interior contaba con una verdadera ventana, aunque pequeña, que se abría hacia un jardín privado en la parte trasera de la casa. Una gruesa celosía de madera enmarcaba esa abertura, con dos fuertes trabas de madera para asegurarla. Un cuenco decorado, de arcilla y boca ancha, a los pies de la ventana, contenía una soga enrollada y anudada, para escapar en caso de incendio. Al igual que en el cuarto de trabajo, la ventilación provenía de tres pequeñas aberturas en cada pared, situadas en lo alto para permitir que el calor de la habitación saliera con más facilidad. A diferencia de la mayoría de las casas de la ciudad, el arquitecto no había provisto de un acceso al techo, donde los pobres dormían con frecuencia en las noches en las que querían escapar del calor del verano.
Eskkar y Trella se beneficiaban ahora del lujoso alojamiento. Una lisa capa de estuco cubría los muros interiores. El piso sólido, realizado con tablas de madera pulidas, bloqueaba la mayoría de los ruidos, y los soldados de Eskkar cuidaban la ventana desde el jardín inferior.
Todo el complejo, con sus anchas y altas paredes de barro, proporcionaba una base segura en una ciudad turbulenta. El dueño original había diseñado esos cuartos para proteger su oro y a sí mismo y mantener en secreto sus vicios.
Para los nuevos ocupantes, estos cuartos ofrecían una de las ventajas más infrecuentes y valiosas en Akkad: privacidad. Detrás de las macizas puertas del dormitorio o del cuarto de trabajo, podían discutirse los asuntos importantes sin riesgo a ser oídos.
Trella fue directamente al baño. Cuando terminó, se desató las sandalias y se recostó en la cama, agradecida por la oportunidad de descansar los pies y la espalda por unos momentos.
—¿Cansada, Trella? —Annok-sur estaba sentada en un pequeño taburete al lado de la cama.
—Sí, aunque me parece extraño. Me canso con tanta facilidad aunque no haya hecho nada salvo estar sentada hablando todo el día.
—Una vez que llegue la criatura, volverás a ser tú misma. Descansa un rato. Yo me ocuparé de los sirvientes y te traeré algo de comer y de beber.
Trella cerró los ojos y cruzó las manos sobre su vientre. Ya se sentía mejor y, mientras descansaba, sintió cómo el bebé pateaba suavemente dentro de su vientre.
Un parte de ella se preocupaba por el nacimiento. Muchas mujeres morían al dar a luz, especialmente en el primer parto. Ella aceptaba los riesgos. Todas las mujeres lo hacían. El papel más importante de una esposa era dar hijos, herederos para el esposo, continuidad a la familia. El parto podía ser peligroso, pero los soldados aceptaban el riesgo de la muerte en el campo de batalla e incluso los granjeros se lesionaban con frecuencia en el campo.
Así y todo, la idea del parto le preocupaba cada vez más a medida que se acercaba la fecha del evento. Hacía un mes que Annok-sur había llevado a la partera más experimentada que pudo encontrar para que viera a Trella. La mujer no vivía en Akkad, sino en una granja a un día de camino al sur de la ciudad. Para sorpresa de Trella, la partera resultó ser una mujer de aproximadamente la misma edad de Annok-sur, y no la anciana que Trella esperaba. Su nombre era Drusala y había ayudado al nacimiento de bebés desde su infancia.
Trella permaneció de pie, desnuda, sobre dos bloques de madera, los pies separados y las manos en la nuca, mientras Drusala y Annok-sur examinaban cada centímetro del cuerpo de Trella, palpándola y apretándola, en busca de bultos o algún punto frágil. Después, Annok-sur había sostenido abiertos los labios vaginales de Trella, para que Drusala, de rodillas frente a la jovencita y tanteando con sus dedos, pudiera examinar el canal vaginal.
—Las caderas no son demasiado anchas, me temo —afirmó la partera cuando terminó con el examen—. Pero ella es muy fuerte, aunque no trabaje en el campo. No creo que tenga problemas con el parto, señora Trella, pero volveré a Akkad cuando se acerque el momento. Debe caminar por lo menos una hora al día. Eso ayudará a que la criatura salga sin mucho dolor.
Trella recordó el consejo y lo llevó a la práctica. Cada mañana, después de desayunar, ella caminaba de un lado a otro del patio durante una hora o más. Trella hubiera preferido caminar por la ciudad, como hacía cuando terminó el asedio, pero habría sufrido tantas interrupciones que nunca habría terminado su caminata. Además, esos largos paseos habrían sido peligrosos. Un asesino ya había atacado a Trella en las calles, y quienes estaban celosos de su creciente poder podían verse tentados de atacarla nuevamente. Tendría que contentarse con sus excursiones por el patio, al menos de momento.
La criatura volvió a moverse en el vientre, y esta vez el movimiento dibujó una sonrisa en el rostro de Trella. Cerró los ojos y se puso a fantasear, pensando en el futuro y en el heredero que daría a Eskkar.
Esperaba que Eskkar no cometiera ninguna tontería. Mucho dependía de Eskkar. Sin él, su influencia y su autoridad desaparecerían. Los ciudadanos de Akkad jamás aceptarían órdenes de una mujer, por mucho que les gustara o la respetaran, y mucho menos de una forastera y, para colmo, antigua esclava.
Trella no quería que Eskkar se marchara, pero había que pacificar y controlar la campiña. Y aunque detestaba los riesgos, sabía que Eskkar era la persona más adecuada para la tarea. Con Bisitun bajo el control y la autoridad de Akkad, la situación sería diferente, y entonces ella insistiría en que él permaneciera en la ciudad. Él odiaba la inactividad y las pequeñas disputas que le llegaban a diario, pero tendría que aceptarlas. Ella necesitaba que Eskkar estuviera a su lado, y pronto su hijo necesitaría también de su protección.
Trella consideró buscarle otra muchacha para que se mantuviera ocupado. Mientras estaba embarazada, o criando al bebé, tendría menos tiempo para complacerlo. Ella seleccionaría a la muchacha con cuidado, obviamente. Tendría que ser alguien capaz de complacerlo, pero sin que despertara demasiado su interés.
Trella suspiró ante ese pensamiento. No le gustaba la idea de compartir a su esposo con otra mujer. Hasta ese momento no había parecido un problema. Su amor por ella seguía siendo ardiente. Pero un hombre fuerte necesita más de una mujer, al menos de vez en cuando. Si ella no le proporcionaba una, los ancianos de la villa podían convencer a Eskkar de la necesidad de tomar una segunda esposa, aunque sólo fuera para debilitar la influencia de Trella. No, sería mejor si lo organizaba ella, una tarea más de la que ocuparse. Afortunadamente, no tenía que hacerlo ese día. Cuando él volviera del norte, hablarían sobre el asunto.
En aquel momento estaba preocupada por los peligros a los que Eskkar se enfrentaba. Detestaba estar inactiva mientras su marido se preparaba para la batalla en algún lugar en el norte. Y ese día había llegado un extraño de tierras de Egipto que la intrigaba. Trella volvió a cerrar los ojos y se preocupó por el niño que iba a nacer.
***
Annok-sur se deslizó silenciosamente por el dormitorio, pensando que Trella estaba dormida. Pero la muchacha se movió cuando Annok-sur puso la bandeja con dátiles, vino y agua sobre una mesa redonda apenas más grande que los dos taburetes que había a cada lado de la misma. Annok-sur se sentó en el que estaba más cerca de la cama y se pasó los dedos por sus cabellos castaños, veteados ya de gris pese a que le faltaba un año para alcanzar su trigésima estación.
—Debería levantarme —dijo Trella, con un susurro de voz.
—No, quédate en la cama —le aconsejó Annok-sur—, falta por lo menos una hora para la cena. —Acercó la mesa a la cama—. Come algo. El niño debe de estar hambriento. —Annok-sur sabía que Trella no permitiría que el embarazo interfiriera en su trabajo.
Trella entrelazó sus manos por detrás de la cabeza.
—Hay un extranjero en la ciudad, Annok-sur. Un mercader de las tierras del lejano oeste, la tierra llamada Egipto. O eso afirma él. Dice que allí la tierra tiene muchas ciudades y villas, algunas con paredes de ladrillos tan altas como la nuestra. Este hombre quiere hacer negocios con gemas aquí, en Akkad.
Annok-sur había oído hablar de las míticas tierras de Egipto a través de su marido, Bantor.
—¡Así que la tierra de Egipto existe! Se dice que la comida cae de las ramas de los árboles y que el oro y la plata se encuentran apenas excavando en cualquier parte —dijo, encogiéndose de hombros—. ¿Qué significa eso para Akkad?
—Nada, estoy segura. Está muy lejos y el gran desierto hace que el viaje sea casi imposible. Ni siquiera los bandidos pueden cruzar semejante extensión. Eso es lo que me interesa de este mercader. Quiere abrir una casa mercantil aquí y comerciar con Egipto.
Al igual que Trella, Annok-sur mantuvo baja la voz, más por hábito que por necesidad. Los sirvientes habían resultado ser de confianza y no había extranjeros ni invitados en la casa principal. Sin embargo, fuera de aquellas habitaciones, los espías estaban por todas partes, buscando vender cualquier rumor o secreto que oyeran a un mercader u otro. Las mujeres, si eran astutas, aprendían desde muy pequeñas a susurrar entre sí; cuanto menos supieran los hombres acerca de los asuntos de sus esposas e hijas, tanto mejor.
—Bantor me dijo que las tierras hacia el oeste del Tigris son salvajes, llenas únicamente de gente primitiva que puede tolerar el calor del desierto. Él viajó durante tres días por esas tierras estériles, persiguiendo a un asesino, antes de volverse con las manos vacías.
—Sí, las tierras son desiertos peligrosos —concordó Trella—. Ni siquiera Eskkar ha ido nunca muy lejos hacia el oeste del otro río. Así que el comercio a través del desierto debe de suponer un gran riesgo.
—Ese mercader… ¿cómo se llama?
—Korthac. Lo viste salir de la casa del concejo. Tiene facciones delicadas, casi como las de una mujer. Sus ojos son vivaces y nada se les escapa.
—Ah, sí, recuerdo haberlo visto. Así que ese Korthac se dedicará a la venta de piedras preciosas. —Annok-sur pensó por un momento—. Siempre hay mucha demanda por tales bienes. Puede vender todo lo que desee en Akkad, ahora que los botes vuelven a circular por el río.
Levantándose de su lecho, Trella se sentó en la otra banqueta. Sirvió un poco de vino y agua para ambas, cuidando de servirse poco licor en su copa, ya que no le gustaba el sabor del vino; ni siquiera el de la cerveza local.
—Sí, un flujo constante de piedras preciosas, tan escasas, atraería incluso a más mercaderes a Akkad, lo que beneficiaría a todos. —Trella bebió un pequeño sorbo antes de coger un dátil del plato—. Pero me pregunto qué va a enviar a cambio Korthac a Egipto. Los mercaderes deben comerciar en ambas direcciones para tener éxito.
La pregunta parecía hecha al desgaire, pero Annok-sur sabía que Trella no desperdiciaba sus pensamientos en asuntos triviales.
—Bueno, tendrá oro en abundancia —respondió Annok-sur—. Podría comerciar con lino o con bronce, o tal vez… —Su voz se perdió por un momento, mientras consideraba las opciones.
—Cuando los mercaderes vienen a Akkad —continuó Trella, mientras elegía otro dátil—, cambian cobre y metales por comida y ropa. O madera por herramientas, o ganado por pieles o armas. —Miró a Annok-sur—. Si fueras mercader, ¿qué llevarías a esos ricos territorios llamados Egipto?
Annok-sur meditó la pregunta. Oro, por supuesto. Pero el oro tenía sus límites. Uno no podía comérselo ni construir nada con él y su peso hacía que fuera difícil transportarlo. E importante era también que, como cada mercader rico acuñaba sus propias monedas y decidía el precio, su valor estaba con frecuencia entredicho. Así que los mercaderes utilizaban el oro principalmente para ajustar las diferencias de valor entre mercaderías o para representar un valor que podía transportarse más fácilmente que abultadas mercaderías.
A través de una distancia tan grande y peligrosa, ¿qué podía acarrear uno? ¿Qué valdría el esfuerzo de semejante viaje? La comida y el grano se estropearían durante el trayecto. Las herramientas y las armas pesaban demasiado en relación a su costo. Además, si la tierra de Egipto tenía tantas riquezas como aseguraba la gente, ya tendría todas estas cosas en abundancia.
—Entiendo lo que quieres decir, Trella. Pero debe de haber algo en Akkad de lo que ellos carezcan. O tal vez intente comerciar sólo en Akkad. Puede que no tenga planes de comerciar con su tierra natal. —Sacudió la cabeza—. Pronto nos enteraremos, ¿verdad?
—Sí, pronto veremos qué es lo que este extranjero compra con el oro que obtiene de sus gemas —respondió Trella—. Pero él dijo que deseaba comerciar con Egipto. Así que pienso que debemos averiguar todo lo posible sobre él. —Terminó de beber su vino aguado, y luego se sirvió una copa sólo de agua—. Korthac necesitará muebles para su casa, sirvientes para atenderlo y comida para su cocina. Y él y sus hombres necesitarán mujeres, sobre todo después de una jornada tan larga y peligrosa.
Annok-sur sonrió.
—Sí, estoy segura de que podremos aprender mucho de Korthac y sus planes en las próximas semanas.
—Sé discreta —dijo Trella—. No quiero que sepa que lo estamos espiando.
—Como extranjero que es, contará con que lo espíen. Pero tendré cuidado.
Annok-sur se levantó y, colocándose detrás de Trella, se puso a masajearle los hombros. Sus dedos trabajaban con firmeza, y en algunos momentos Annok-sur notó que su ama se relajaba. Trella mordisqueó otro dátil, separando el carozo de la carne con sus delgados dedos. El cabello le caía sobre las mejillas y sus largas pestañas le resaltaban los ojos. Incluso cuando hacía algo tan simple como alimentarse, Trella mostraba una presencia que aumentaba su belleza. No era de sorprender que los hombres de Akkad la miraran con ojos ardientes cuando caminaba por las calles.
—Deberías tomar un poco más de vino, Trella.
—No, ahora que estoy embarazada me sabe incluso peor. Además, mi padre me previno de que las bebidas fuertes embotan los sentidos y debilitan la inteligencia. Él nunca bebía vino, sólo una copa de cerveza con la cena.
La mayoría de los nobles, incluyendo las mujeres, bebían tanto vino como podían permitirse. Annok-sur nunca había visto a Trella con los ojos vidriosos o la pronunciación pastosa que daba cuenta de los efectos de demasiado vino o incluso cerveza, la cual casi todos consumían en grandes cantidades. En el pasado, en los días anteriores a Trella, a menudo Eskkar caía dormido después de beber gran cantidad de cerveza. Pero Eskkar había dejado de beber en abundancia el día que conoció a Trella, limitándose a unas pocas copas de vino bien aguado o de cerveza al día. Incluso Bantor, a pesar del hecho de que su esposo ahora podía comprar todo el vino que quisiera, bebía sólo lo suficiente para acompañar la cena.
Trella apartó su plato.
—Hasta los dátiles tienen otro sabor. No creo que al niño le gusten.
—Debes descansar, duerme un poco antes de la cena.
—Lo haré. —Suspiró—. Eskkar ha partido no hace todavía una semana y ya lo echo de menos.
—Estará ausente por lo menos un mes. Y ya la gente acepta tu mando. Se sienten tan seguros contigo como con Eskkar. —Annok-sur dejó de masajearla—. Ahora descansa, por el bien del niño, si no lo quieres hacer por ti.
Trella regresó al lecho, y se tumbó sobre él.
—Te preocupas demasiado por mí, Annok-sur.
—Cuando tengas uno o dos niños, ya aprenderás a descansar cada vez que tengas la oportunidad. —Desde su casamiento con Bantor, Annok-sur había tenido tres niños. El primero había nacido muerto; el segundo, de fiebres antes de cumplir un año. Sólo la tercera, su hija Ningal, nacida cinco años después del matrimonio, había sobrevivido; pero después de un largo y doloroso parto, Annok-sur no había vuelto a quedarse embarazada.
Trella cruzó las manos sobre su vientre.
—Incluso ahora, se mueve dentro de mí. ¿Lo notas?
Annok-sur se sentó a su lado en la cama y puso su mano al lado de la de Trella.
—Sólo seis meses de embarazo y el niño ya parece fuerte. Será un varón, estoy segura de ello.
—Eskkar es un hombre fuerte. Me dará muchos hijos.
—Sí, ama, tendrás muchos hijos. Y pronto te ayudaré a cuidar de todos ellos. Ahora procura dormir, mientras pienso en ese Korthac. Me quedaré aquí a tu lado.
—Eres como la hermana mayor que nunca he tenido. —Trella cerró los ojos y, apenas unos momentos después, se quedó dormida.
Annok-sur miró a su ama, observando el movimiento de su pecho al respirar. En verdad pensaba en Trella como en una hermana. De niña, Annok-sur a menudo había deseado tener una hermana menor. Creció con tres hermanos en una pequeña granja de las afueras de Akkad, y sus padres la habían reprendido por su infantil petición de una hermanita. En cambio, dieron gracias a Ishtar por sus hermanos, que podían ayudar en los trabajos de la granja.
Sus padres pronto enviaron a su única hija a vender verduras al mercado de Akkad. Allí, Annok-sur, una simple pero robusta niña, iniciada pocos meses antes en los misterios femeninos, se fijó por primera vez en un joven granjero que la miraba boquiabierto. Algo en sus ojos pardos hizo que Annok-sur le sonriera. Sin embargo, a Bantor le llevó tres días hacer acopio de coraje para hablar con ella. Pocas semanas después, Bantor, sólo uno o dos años mayor que ella, se presentó ante sus padres.
—Honorable padre, tengo cinco monedas de cobre para una esposa. Me placería dároslas a cambio de Annok-sur.
Su padre había pedido el doble, pero Bantor negó con la cabeza.
—Cinco es un buen precio para una novia joven —respondió secamente—. Y es todo lo que tengo.
A Annok-sur se le encogió el corazón cuando Bantor dio media vuelta, dispuesto a marcharse. Pero su padre accedió. Las monedas cambiaron de mano y en unos momentos su futuro esposo la condujo lejos de su familia, mientras ella apretaba sus escasas pertenencias contra el pecho. Ese día, de pie, a su lado, frente a la imagen de Ishtar, se convirtió en la esposa de Bantor.
Juntos trabajaron en la granja de su suegro durante seis años, arando la dura tierra desde el amanecer hasta el atardecer, pero el cuerpo de Annok-sur se hizo fuerte por los años de labranza. Estaba embarazada por tercera vez cuando murió el padre de Bantor. Su hermano mayor tomó posesión de la granja y, como era costumbre en el heredero, ordenó a Bantor que se marchara. Ella y su marido no poseían nada salvo la ropa puesta y dos cuencos para la comida. Desesperados, se mudaron a Akkad, donde Bantor buscó trabajo como jornalero, ansioso por conseguir cualquier empleo. El nacimiento de su hija trajo consigo más dificultades. Durante la crianza de Ningal, los tres vivían con otra familia, que les cobraba alquiler por ocupar un rincón en la choza. Annok-sur amasaba pan, trabajaba en el mercado y se unía a los granjeros durante la cosecha, realizando cualquier tarea con la que complementar los esfuerzos de su esposo.
Los primeros dos años en Akkad, apenas tenían para comer, y Annok-sur observaba cómo su marido se volvía cada vez más irritable y amargado, mientras aquella vida de penuria les secaba el espíritu. Cuando ya no les quedó dinero para comprar comida, ella recurrió a vender su cuerpo a lo largo de la ribera junto con otras prostitutas. En esas ocasiones, Bantor apartaba la vista, avergonzado de su fracaso como sostén de la familia. Incluso Ningal resultó ser una decepción, pues era una niña frívola que se quejaba con frecuencia.
Pasó otro año antes de que Bantor encontrara trabajo como soldado en la guardia de Akkad. Odiaba los largos días de guardia, las pesadas tareas sólo se veían interrumpidas por otras igual de agotadoras. La asignación ocasional de rastrear la pista de esclavos fugitivos le resultaba más apetecible, pues le brindaba oportunidad de alejarse de la multitudinaria villa y de respirar otra vez el aire limpio de la campiña.
El mundo de Annok-sur también había comenzado a constreñirse a medida que el peso de la vida se volvía cada vez más difícil de llevar. En una ocasión, mientras Bantor había ido en busca de unos esclavos, el capitán de la guardia la convocó para que lo complaciera durante una tarde. Ese acto de humillación la había torturado durante meses, pero ella tenía que obedecer, a riesgo de que Ariamus expulsara a su esposo. Annok-sur nunca hacía referencia a ese incidente, pero intuía que, de alguna manera, Bantor lo sabía. Cualquiera que fuera el motivo, Bantor se hundió en una apatía tan profunda que rara vez sonreía y ni siquiera hablaba.
Annok-sur casi ni se enteró de la llegada de Eskkar a Akkad. El alto bárbaro pronto se hizo cargo de los caballos y de la mayoría de las persecuciones de esclavos. Eskkar y Bantor trabajaron juntos con frecuencia en los años siguientes, pero hablaban poco y no mostraban señales de ser especialmente amigos. Después Ariamus huyó cuando se corrió la voz de la invasión bárbara que se aproximaba.
—Eskkar, el bárbaro, será el nuevo capitán de la guardia —le dijo Bantor, con un brillo excitado en la mirada—. Me ha pedido que sea uno de sus lugartenientes.
Sorprendida, escuchó a su esposo explicar sus nuevas tareas. La noche anterior, Bantor le había dicho que tenían que huir de la ciudad; como refugiados, su desesperante situación sólo podía empeorar. Ahora pensaba quedarse a pelear. Por un instante, pensó en el peligro que se aproximaba, pero una mirada a su esposo la convenció; hacía años que su rostro no mostraba tanta excitación ni vehemencia.
—Entonces deberás hacer todo lo posible para ayudar a Eskkar —le había respondido ella, poniéndole las manos encima de los hombros—. Si consigue derrotar a los bárbaros, tú serás uno de sus lugartenientes y él recordará tu lealtad.
La primera prueba de coraje y lealtad para Bantor llegó no contra el bárbaro Alur Meriki, sino contra uno de los nobles regentes, que quería quitar de en medio a Eskkar. Pero lo que ocurrió fue que el rico mercader murió, y Eskkar tomó posesión de su casa. Consciente de la difícil situación de Bantor, Eskkar invitó a su lugarteniente a mudarse a su espaciosa vivienda. Annok-sur recordaba las lágrimas que le brotaron cuando vio el cuarto, por primera vez tendrían un espacio para ellos solos, todo un lujo.
Después conoció a Trella, la nueva esclava de Eskkar. A Annok-sur le llevó poco tiempo darse cuenta de cuán inteligente era Trella, con qué cuidado consideraba las palabras de todos y con qué profundidad veía en los corazones de la gente. Seguramente los dioses habían dispuesto la unión de Eskkar y Trella. Entre ambos, salvarían a Akkad del pillaje y la ruina.
Annok-sur pronto se ocupó de administrar la vivienda, dejando a la joven esclava tiempo suficiente para trabajar con Eskkar y prepararse para el asedio. Ella y Trella trabajaron codo con codo durante el ataque, admirada de cada tarea que Trella emprendía, y más aún de que consiguiera sus objetivos. Ambas arriesgaron la vida durante aquellos días crueles, ayudando a defender la muralla durante los ataques y atendiendo después a los heridos. Incluso antes de que Eskkar expulsara a los bárbaros, Trella se había abocado a una nueva tarea: asegurarse de que ella y su esposo rigieran Akkad hasta el fin de sus días. A tal fin, seguía trabajando Trella, presionando a los hombres en los concejos de la nueva ciudad para que hicieran su voluntad.
Annok-sur se había sumado a la aventura con todo su corazón y todas sus fuerzas, decidida a asegurar el éxito de Trella. Incluso Bantor había cambiado bajo la influencia de Eskkar y Trella. Ahora pensaba más antes de actuar y, siguiendo el ejemplo de su capitán, había aprendido a escuchar lo que Annok-sur le decía.
—Debemos seguirlos adondequiera que se dirijan —le había dicho a Bantor—. Algún día gobernarán esta ciudad, y Eskkar recordará quién estuvo a su lado. Una oportunidad así tal vez no vuelva a presentarse.
Bantor escuchó su consejo, y a medida que aumentaban sus responsabilidades y oportunidades, de alguna manera volvió a ser como cuando era joven, suavizando sus palabras y sus gestos para con Annok-sur, y por eso ella todas las noches le daba las gracias a Ishtar. Sólo la gran diosa madre podía haberle enviado a Trella. Las dos mujeres se habían vuelto más íntimas que hermanas en muchos sentidos, trabajando y planificando juntas para asegurar el mando de Eskkar sobre la ciudad.
Apartando de la mente las imágenes del pasado, Annok-sur volvió sus pensamientos a Korthac. Ella tenía muchas tareas a las que dar comienzo. Las mujeres de Akkad estarían observando cada movimiento del egipcio e informando a través de la red de espías e informantes que Trella y Annok-sur habían establecido. Pronto, estaba segura, sabrían todo acerca de ese Korthac.
El futuro de ambas mujeres dependía de muchas cosas que estaban fuera de su control. Hacía apenas unos momentos que Annok-sur había observado la larga cicatriz que se extendía desde la axila izquierda hasta la cadera de Trella. Un asesino estuvo en un tris de matarla, y cualquiera en Akkad con unas pocas monedas en el bolsillo podía contratar a un asesino para deshacerse de alguien. Annok-sur se preocupaba cada vez que Trella caminaba por las calles, aunque dos guardaespaldas alertas la acompañaran. Y ahora Eskkar cabalgaba por la comarca, arriesgando su vida para tener la oportunidad de hacer de guerrero como cualquier bárbaro. Una flecha por la espalda o un cuchillo entre las costillas y todo aquello por lo que Trella había trabajado tan duro se desmoronaría a su alrededor.
Bueno, Annok-sur no podía hacer nada respecto a Eskkar. Ese hombre se preocupaba tan poco de su propia vida como de la de Trella. Sin embargo, Trella necesitaba a Eskkar, lo necesitaba para protegerla no sólo a ella y al niño que estaba en camino, sino también a Annok-sur y a su esposo, Bantor. Ambas mujeres se daban cuenta de lo peligrosa que era su posición en Akkad. Un desliz, un error, y podían desaparecer. Durante el asedio, todos habían clamado a Eskkar y a Trella para que los salvaran. Ahora, si Eskkar moría, la autoridad de Trella se esfumaría. Todos recordarían sus días de esclava, y el control de Trella sobre los nobles y los soldados desaparecería como la niebla de la mañana sobre el río.
En un año, incluso en tan sólo seis meses, Annok-sur sabía que la situación cambiaría. Eskkar y Trella pronto tendrían un heredero, y para entonces la gente estaría habituada a su mando. Las riquezas fluirían hacia Akkad y serían compartidas por todos sus habitantes. La gente estaría feliz y contenta; la gratitud y la alabanza se elevarían a los gobernantes de Akkad.
Annok-sur suspiró y se puso de pie. Cogió el cepillo de Trella de la mesa y se arregló el cabello, después salió del dormitorio y cerró silenciosamente la puerta. Todavía contaba con una hora antes de la caída de la noche para hacer correr la voz sobre Korthac. Para el día siguiente, la mitad de las mujeres de Akkad estarían observando sus movimientos. El tiempo los salvaría a todos, si había suficiente tiempo. Hasta entonces, nadie podía hacerle daño a su ama. Nadie.