Capítulo 30

Eskkar pasó la primera parte de la mañana asegurándose de que su cuartel general estuviera preparado contra cualquier posible ataque. Cuando se sintió confiado de que tanto la casa como Trella estarían a salvo, se dirigió a los barracones, donde visitó a los heridos y comprobó que los soldados hubieran recuperado el control de las armas. Después emprendió un rápido recorrido por la ciudad, antes de regresar al patio de su casa. Para entonces era evidente que toda resistencia se había desmoronado. Eskkar estableció un centro de mando para dirigir a los soldados y a los pobladores que solicitaban su atención.

Todos alegaban una urgente necesidad de verlo y, en aquellas circunstancias, Eskkar no contaba con nadie para discernir entre lo trivial y lo más urgente. Bantor había partido para capturar a Ariamus a media mañana, y sólo los dioses sabían cuándo estaría de regreso. Gatus llegó con intención de ayudar, pero todavía no se había recuperado por completo de su herida. Eso dejaba a Alexar como el único oficial aún en pie. Eskkar lo ascendió a lugarteniente y le ordenó hacerse cargo de las puertas.

Los tres pasaron la mañana organizando a los soldados, entregando armas a los guardias de los nobles, estableciendo patrullas y dirigiendo la búsqueda de lo que quedara de las fuerzas de Korthac. Por fortuna, los establos y los caballos habían guardado intactos, y pronto Alexar formó patrullas a caballo para recorrer los alrededores en busca de quienes habían escapado saltando la muralla. Finalmente las cosas se tranquilizaron lo suficiente para que Eskkar pudiera retirarse. Una hora antes del mediodía, dejó a Gatus al mando y subió las escaleras hasta su habitación.

De pie junto al marco de la puerta del dormitorio, vio a Trella y a Annok-sur tumbadas una al lado de la otra en la cama, ambas dormidas. Trella estaba pálida por la pérdida de sangre. La herida de Korthac y el esfuerzo del parto habían agotado su cuerpo. La mayoría de los sirvientes de Trella habían regresado, incluyendo los que habían sido expulsados por Korthac. Ya habían reemplazado los muebles rotos y cambiado las sábanas ensangrentadas por otras limpias. El cuarto lucía casi igual que el día en que Eskkar partió hacia el norte. Excepto por la cuna.

Había visitado el dormitorio varias veces, brevemente, para asegurarse de que Trella estuviera bien y para cerciorarse de que ella y Annok-sur tuvieran todo lo que necesitaban. En una de sus últimas visitas Trella le había cogido la mano. Había intentado hablar, pero él sabía que necesitaba descansar, así que simplemente le apretó la mano y le dijo que durmiera.

Eskkar observó otra vez el dormitorio y vio a una mujer desconocida con un gran hematoma en la mejilla, sentada junto a la cuna, meciéndola gentilmente, con los ojos fijos en el niño. Se puso de pie y se acercó a él, haciéndole señas de que lo siguiera fuera del cuarto.

—Su mujer necesita descanso, señor Eskkar —le susurró—. El bebé tenía que comer, y sus llantos la han despertado. Ahora ambos necesitan descansar.

Por primera vez Eskkar se dio cuenta de lo silenciosa que estaba la casa. Incluso los soldados en el patio mantenían la voz baja para no molestar a su esposa.

—¿Quién eres?

—Me llamo Drusala. Fui la partera de la señora Trella. —Volvió a entrar en el dormitorio, cogió la cuna y regresó, sosteniéndola en ambos brazos y girándola para que él pudiera ver el rostro del niño—. Éste es vuestro hijo. Nació anoche, pocas horas después de medianoche.

Eskkar miró fascinado a la pequeña criatura, que tenía los ojos cerrados y el rostro todavía enrojecido de llorar. Eskkar casi no había tenido tiempo de mirarlo desde que entregara el bebé a Trella después de la pelea. Esta vez vio no a un infante, sino a su hijo, el heredero que Trella le había prometido meses antes.

—¿Ha elegido un nombre, señor?

Eskkar contestó sin dudarlo:

—Sargón. Su nombre es Sargón de Akkad.

Eskkar y Trella habían elegido el nombre meses antes; de hecho, el mismo día en que Alur Meriki se retiró. Ahora miró maravillado al heredero que uniría a la ciudad de un modo que ni siquiera Eskkar y Trella, ambos extranjeros en Akkad, podían hacerlo. Su hijo sería parte del futuro, llevaría el linaje de Eskkar a lo largo de los siglos.

—El niño… parece tan pequeño. —Eskkar tocó los dedos de la criatura, sorprendido de su delicadeza.

—El bebé… Sargón nació antes de lo que esperábamos. Por eso es tan pequeño. Pero es saludable y creo que se hará tan alto y fuerte como su padre.

—¿El parto… fue difícil, Drusala? Quiero decir, ¿sufrió mucho Trella?

—La presencia de Korthac hizo que… Él se quejaba de los ruidos. La amenazó…, dijo que…

—Ya no amenazará a nadie, Drusala —dijo Eskkar—. ¿Hay algo que necesites, cualquier cosa?

—No, señor. Me quedaré a cuidar de su hijo. La señora Trella tendrá que alimentar pronto a Sargón. Habrá que encontrar a una nodriza. El nacimiento prematuro nos tomó por sorpresa y no tuvimos tiempo de buscar una. Por ahora, lo mejor es dejar que la señora Trella duerma todo lo que pueda.

La mención del nombre de Korthac le recordó a Eskkar que lo tenía prisionero.

—Mantén sano a mi hijo, Drusala.

Con suavidad, volvió a acariciar la mejilla del bebé. Un extraño sentimiento lo sobrecogió, como si los dioses hubieran elegido ese momento para crear un lazo entre el niño y su padre. Eskkar se vio sonriendo.

—Avísame cuando Trella despierte.

Salió del cuarto, bajó las escaleras y cruzó el patio hacia la otra edificación, más pequeña. Tres soldados custodiaban el cuarto que albergaba a Korthac. Se hicieron a un lado cuando Eskkar entró. Miró a la figura tirada en el suelo. El sol no alumbraba demasiado ese cuarto de techo bajo, pero vio que la sangre todavía cubría el rostro del egipcio. Le habían atado las manos a la espalda.

Eskkar pensó en hacer arrastrar al hombre afuera, pero no quería otro espectáculo.

—Traed una antorcha —ordenó. Encontró un taburete y lo colocó junto a Korthac, mientras examinaba al hombre que casi lo mata. Un soldado regresó con una antorcha y se la entregó a Eskkar.

—Déjanos, y corre la cortina.

Cuando estuvieron solos, Eskkar bajó la antorcha y usó su luz para examinar el rostro del prisionero. Korthac le devolvió la mirada, usando su ojo sano. La sangre le tapaba el otro, el que Eskkar había golpeado en la pelea. Korthac se esforzaba por respirar, debido a la nariz rota. Su labio inferior estaba hinchado y partido, y entrecerró el ojo ante la luz de la antorcha.

—¿Tú eres Eskkar?

—Sí, Korthac. Soy el hombre cuya mujer intentaste robar.

—Eskkar ha regresado. —Korthac trató de reír, pero el sonido se volvió una tos dolorosa, y le llevó varios segundos detenerla—. Peleas bien… para ser un bárbaro ignorante. Y deberías haber muerto bajo mi puñal. Nunca había sido derrotado en un combate. Tu esclava te ha salvado.

Las palabras surgieron lentas, cada una pronunciada con cuidado. Incluso en medio del dolor, su voz era melodiosa, con apenas el dejo de un leve acento.

—Tal vez —dijo Eskkar—, pero recuerdo que te perseguí hacia el dormitorio e intentaste cerrar la puerta entre ambos.

Korthac sonrió ante el recuerdo.

—Has empleado bien tu espada larga. ¿Alguna vez has perdido una pelea, bárbaro?

—Sólo una vez, que recuerde —respondió Eskkar—. Pero la fortuna me favoreció y sobreviví.

—Deberías haber muerto en Bisitun. —Esta vez la voz de Korthac tenía un dejo de amargura que no pudo ocultar.

—Sí, tus asesinos perdieron allí una buena oportunidad.

—Eso veo. Debes contarme qué sucedió. Se suponía que tenían que avisarme, aunque fracasaran. Ariamus juró que te matarían, pero… Me lo habías puesto todo muy sencillo. Dividiste tus fuerzas mientras disfrutabas de tus placeres en el norte. Un niño podría haber ocupado tu ciudad.

Eskkar sintió una punzada de furia ante lo certero del comentario. Todos sabían de su concubina en Bisitun.

—Rebba me ha contado muchas cosas de ti, egipcio. Trella está ahora dormida, pero cuando se despierte me enteraré del resto.

La antorcha chispeó y Eskkar la apartó del rostro de Korthac.

—La mayoría de tus hombres han muerto o están prisioneros. Sólo Ariamus ha escapado, con un puñado de hombres, pero Bantor lo perseguirá y atrapará pronto. En unos días, la ciudad quedará limpia de tu recuerdo.

—Akkad será algún día una gran ciudad. Valía la pena arriesgarse.

—Si eso fuera lo único entre nosotros, te mataría con rapidez. Pero aterrorizaste a Trella e incluso amenazaste a mi hijo. Por eso te torturaré. Mañana será tu último día. Estarás débil por tus heridas y sufrirás mucho.

—No recibirás satisfacción alguna por torturarme. —Korthac se esforzó por mantener la voz firme y sus palabras tranquilas—. Tu esposa-esclava y su cachorro fueron míos. Ella se arrodilló ante mí… pidiéndome clemencia. Sólo lamento no haberla matado cuando tuve la oportunidad.

Eskkar estiró el pie y dio una patada a la pierna rota de Korthac. El herido no pudo evitar que se le escapara un gemido de dolor.

—Creo, Korthac, que deberías haberte quedado en Egipto.

—No serás señor durante mucho tiempo, bárbaro. No eres lo suficientemente listo, ni siquiera con tu esclava susurrándote al oído.

Las palabras flotaron en el aire como una profecía y Eskkar sintió que lo recorría un escalofrío. Se tomó su tiempo para pensar en ellas. Sabía que Korthac seguía luchando, que seguía buscando cualquier manera de herir a su captor. Eso lo volvía un oponente digno que peleaba hasta su último aliento, buscando preocupar a su enemigo.

—Tal vez lo que dices haya de suceder. Pero Trella dice que aprendo de mis errores, y la gente de Akkad también ha aprendido algo. Seremos más cuidadosos en el futuro. —Eskkar se puso de pie y apartó el taburete. Se detuvo en la entrada y, volviéndose a su prisionero, dijo—: Sé una cosa, Korthac. Mi hijo será señor cuando yo muera. Lo han prometido los dioses. Piensa en eso cuando te torturen.

Fuera, Alexar y un puñado de hombres aguardaban, curiosos, sin duda preguntándose lo que habría sucedido en el interior. Eskkar hundió la antorcha en la tierra para apagarla y luego entregó el madero humeante al hombre más cercano.

—Vigiladlo con atención. Nadie ha de visitarlo ni herirlo. Que dos hombres permanezcan a su lado todo el tiempo. No debe suicidarse. Lo queremos vivo, para que podamos torturarlo mañana. Dadle toda el agua que quiera y algunos sorbos de vino. También comida, si la quiere. No quiero que pierda el conocimiento rápidamente.

—Lo vigilaremos, no te preocupes —dijo Alexar.

Eskkar fue hasta el pozo, al fondo de la casa; sacó un cubo con agua y se lavó las manos y el rostro. Para cuando hubo terminado, un sirviente se le acercó llevando una túnica limpia. Un soldado le sacó más agua y Eskkar se lavó el resto del cuerpo, tomándose su tiempo y limpiándose los últimos restos de sangre y tierra.

Sintiéndose refrescado, y vistiendo por primera vez en días una túnica limpia, Eskkar regresó al cuarto de trabajo y se sentó: la primera oportunidad que había tenido de descansar desde que dejara la granja de Rebba. Casi no había dormido desde su partida de Bisitun. Los sirvientes habían dejado jarras con vino y agua sobre la mesa, además de pan del día anterior. Nadie en Akkad había pensado ni tenido tiempo para hornear nada esa mañana. Eskkar mojó el pan en su copa de vino antes de comerlo, pero sólo bebió agua para acompañarlo. Con demasiado vino no le sería útil a nadie.

Durante las primeras horas después de terminada la batalla, todos querían hablar, pedir o aconsejar a Eskkar. Pero tan pronto como supo que Akkad estaba recuperada, se negó a hablar con nadie. Ordenó a Gatus y Alexar que mantuvieran a todos —excepto a los lugartenientes, los sanadores y los sirvientes— alejados de las habitaciones superiores. Una docena de guardias del clan del Halcón, liberados de los cuarteles y todavía débiles por lo sufrido, montaban guardia en la casa, dirigidos por Mitrac, cuyas flechas habían acabado con los últimos enemigos en Akkad una hora después de la salida del sol.

Con el estómago algo lleno, Eskkar se sintió más relajado. Era bueno sentarse y descansar. Oyó pasos en las escaleras y Gatus apareció renqueando y cerró la puerta tras de sí. Tomó asiento en la silla frente a Eskkar. Una venda limpia le cubría el cuerpo por encima del cinturón.

—¿Cómo están? —Mantuvo la voz baja, señalando la cabeza en dirección al dormitorio.

—Bien. Ambas duermen, al igual que el niño.

—Gracias a los dioses, Eskkar. —Gatus mantuvo la voz baja, aunque la puerta estaba cerrada—. Quise ayudarla, pero… ni siquiera pude mandarle aviso.

—No había nada que pudieras hacer.

El viejo soldado tomó una jarra con las manos algo temblorosas, la llenó de vino y bebió un sorbo.

—Si no fuera por Tammuz y su mujer, habría muerto dos veces. Ahora ambos tenemos una deuda con él.

—¿Su mujer? —Recordaba haber visto a Tammuz y a una muchacha poco antes fuera de la casa.

Gatus rió.

—¿Recuerdas a la joven esclava que Trella rescató, la que estaba medio muerta por los golpes? Ella le entregó esa muchacha a Tammuz. Deberías haber visto el rostro de él. Estaba más asustado de ella que de tres bárbaros. Que yo sepa, la chica ha matado al menos a un bandido; tal vez dos. Tammuz ha matado a varios enmedio del alboroto.

—Tendré que agradecérselo, entonces. Hay tantos a quienes darles las gracias… A ti, especialmente. Después a Drakis, Annok-sur, incluso Rebba, todos habéis arriesgado vuestras vidas.

Gatus desoyó el elogio.

—Yo no. Todo lo que he hecho ha sido esconderme, y después matar a algunos forajidos en la confusión. Para cuando he llegado a los barracones, Klexor ya había acabado con la mayoría de los egipcios. El resto se rindió. —Suspiró—. En cualquier caso, he organizado un puesto de mando en los barracones. Allí está Corio, trabajando con Rebba y con los nobles que han sobrevivido. Están buscando a los que colaboraron con Korthac y encerrándolos en la misma prisión en la que el egipcio tuvo a nuestros hombres. ¿Qué harás con ellos?

Eskkar se encogió de hombros. Más tarde se ocuparía de los traidores, cuando se hubiera restablecido el orden y reunido el concejo.

—Cuando Trella se recupere, ella decidirá quién debe ser castigado. ¿Cómo está Nicar?

—Recibió un fuerte golpe de Ariamus, pero ya está en su casa, llevado allí por sus amigos y familiares. Estará bien en unos días.

—¿Qué más? —A Eskkar le dolían las piernas de cansancio. Sentía los ojos pesados, y la necesidad de dormir se le vino encima como una ola.

—Ha habido por lo menos una docena de asesinatos desde que ha terminado la pelea; la gente está vengándose de los que apoyaban a Korthac.

—Era de esperar, supongo —dijo Eskkar—. ¿Alguien por quien deba preocuparme?

—No, realmente…, pero he reconocido a uno de los muertos. Un curtidor de cueros que fue el antiguo dueño de la nueva esclava de Tammuz. El viejo Kuri encontró el cuerpo, por lo que parece.

Eskkar se encogió de hombros. Nadie se preocuparía por un curtidor borracho y poco querido.

—Drakis ha perdido casi todos sus hombres —continuó Gatus—. Ha sido herido varias veces, pero tomó y defendió la torre a pesar de ser sobrepasado en número. Ha soportado lo peor de la batalla, pero gracias a él Bantor ha matado a la mayoría de los hombres de Korthac y he capturado al resto. En ningún momento pudieron abrir la puerta y el lugar estaba sembrado de cadáveres.

—¿Drakis vivirá?

—Eso dice Ventor. Y Grond está descansando abajo. Tardará unas semanas en recuperarse. Ese hombre está hecho de bronce.

—No sólo me salvó la vida, también se las ingenió para que entráramos en la casa, Gatus.

—Tendrás que subirle el salario otra vez, supongo.

Eskkar sonrió por un momento mientras bebía agua y volvía a llenarse la copa.

—Le he dicho a Alexar que se ocupara de las cosas aquí. Está organizando patrullas de reconocimiento, en busca de los seguidores de Korthac.

Gatus sacudió la cabeza, admirado.

—¡Ni un rasguño ha sufrido! Peleó en ambas batallas, mató a por lo menos una docena de hombres y ni siquiera se ha ensuciado la túnica.

—¿Has conocido a Yavtar? Le di algunos hombres y le dije que vigilara los embarcaderos y que se asegurara de que ningún bote saliera de Akkad.

—Sí, él también peleó en la puerta principal. Les he dado la misma orden a quienes custodian la puerta. Nadie puede irse hasta que hayamos capturado a todos los hombres de Korthac y a los traidores. Tengo hombres patrullando las murallas en busca de cualquiera que intente escapar.

Cientos de furiosos acadios deseosos de venganza se habían sumado a la búsqueda del resto de los hombres de Korthac. Los egipcios, reconocibles por su piel más oscura, fueron fáciles de hallar. Algunos de los hombres que Ariamus había traído consigo a la ciudad todavía seguían ocultos. Juntos, soldados y ciudadanos buscaron casa por casa y, uno a uno, fueron reuniendo a los bandidos que habían aterrorizado Akkad.

—Bien. Cuando Bantor regrese, podremos patrullar los alrededores de la ciudad.

—Los soldados buscaron a Ariamus en Akkad, pero nadie vio al sucio traidor. Su cuerpo no estaba entre los muertos. Finalmente un muchacho dijo que había visto a Ariamus escapar junto a algunos egipcios por el muro sur.

Eskkar bostezó.

—El furor de la batalla se ha adueñado de Bantor. No regresará hasta que encuentre a Ariamus. Le he dicho que si podía lo trajera vivo.

Gatus se terminó el vino y cogió un trozo de pan.

—Bantor peleó bien. ¿Crees que atrapará a Ariamus? Para esconderse, ese hombre es como una serpiente en un pantano.

—No harías esa pregunta si hubieras visto a Bantor.

—Me sentiría feliz si pudiera orinar sobre su cuerpo —dijo Gatus—. Ariamus se paseó por Akkad satisfecho de sí mismo como un mercader rico con tres esposas gordas. —Gatus se inclinó hacia la mesa—. Se te están cerrando los ojos. ¿Por qué no duermes un poco? Sustituiré a Alexar y mantendré la guardia en el piso inferior.

Antes de que Eskkar pudiera protestar, Gatus se puso en camino, cerrando la puerta de la habitación superior al salir. Eskkar intentó terminarse el pan, pero no tenía apetito. Sus pensamientos se dispersaron, así que apoyó la cabeza sobre los brazos y cerró los ojos para descansar un rato.

En unos momentos cayó en un profundo sueño. Tan profundo que no escuchó a los sirvientes entrando y saliendo del cuarto, ni a su hijo despertarse y llorar para que le dieran de comer.

Al despertar, tenía el cuello y los brazos entumecidos, y la espalda le dolía cuando se enderezó. Sentía la garganta seca y vació su copa de agua, para luego estirar los brazos hasta que desapareció el entumecimiento. Ya descansado, una ojeada a la ventana le anunció que había dormido más de una hora. La puerta del dormitorio estaba abierta; escuchó la voz de Trella. La silla hizo ruido cuando se levantó, y en ese momento apareció Drusala.

—La señora Trella le llama, señor Eskkar. ¿Puede ir a verla?

Trella, con la cabeza recostada sobre un almohadón, sonrió al verlo acercarse. Annok-sur se había ido. Sargón descansaba en brazos de Trella, que lo amamantaba, y ella tenía vendado el costado. Drusala salió de la habitación, para dejarlos solos.

—¿Has visto a tu hijo, Eskkar? —Su voz se escuchaba más fuerte; ella extendió una mano.

Él se sentó al borde de la cama, intentando no molestar a la criatura.

—Sí. La partera me contó el parto, y lo que has sufrido. ¿Te encuentras bien? —Él le cogió la mano.

—Ventor y Drusala dicen que me recuperaré. Ahora que tú y Sargón estáis aquí, se me está yendo el dolor.

—Trella, lo siento. Tendría que haber vuelto antes. —Las palabras le salieron de repente.

—Más tarde hablaremos de ello, esposo mío. Lo que importa es que has regresado a salvar a Akkad.

—No vine por Akkad, vine por ti. En cuanto lo supe…, vine tan pronto como pude.

Ella le apretó la mano y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Has salvado la vida de tu hijo. Eso es lo único que importa. Korthac nos hubiera matado a ambos en poco tiempo, después de tomarse sus placeres.

El pensar en la humillación que ella había sufrido lo torturaba. Le estrechó la mano con fuerza.

—Tal como Korthac me acaba de recordar, anoche me salvaste la vida. Sin tu pequeño cuchillo… ¿Dónde lo conseguiste?

—Era el cuchillo del parto. Un regalo de Drusala. Tendré que pagarle esa deuda. —El bebé se revolvió un poco y enseguida se tranquilizó de nuevo; ella le acarició la cabeza—. Sabíamos que Korthac ocultaba algo, pero nunca pensé… Nadie sospechó que ocurriría algo así. —Ella sacudió la cabeza como negando su fracaso—. Se rió de mí, me dijo que era una niña ignorante que intentaba jugar a mandar hombres. Me obligó a…, hizo que yo…

Eskkar se acercó hasta tocarle los labios con un dedo, deteniendo sus palabras.

—He peleado contra muchos hombres, Trella, pero ninguno con la habilidad de Korthac. Nunca. Si no hubiera sido por la suerte de los dioses y tu ayuda, él podía haber triunfado. No es una desgracia enfrentarse a un oponente poderoso.

Ella parpadeó para detener las lágrimas.

—Tu suerte todavía te acompaña, entonces. Los dioses continúan favoreciéndote.

—Los dioses me favorecen por tu causa. —Miró admirado al niño, y su voz se enterneció—: Ahora tendré que proteger también a Sargón. Parece… tan pequeño e indefenso… —Eskkar acarició la mejilla del niño con un dedo, fascinado por su delicada piel.

—Sargón necesitará tu protección y tu fuerza durante muchos años, esposo mío. Algún día él gobernará esta ciudad. ¿Quién sabe qué cosas logrará?

—Él y Akkad necesitarán de tu sabiduría, del mismo modo que necesitan de las nuevas murallas de Corio para defenderse.

—Mucho después de nosotros, nuestras voces serán ecos en estos muros durante todo el tiempo que permanezcan en pie. Esperemos que nuestro hijo honre nuestro recuerdo.

El niño había dejado de mamar y se había dormido. Eskkar acarició su delicado cabello negro y sintió que un orgullo desconocido crecía en su interior. Su hijo. El hijo que continuaría su linaje, que haría que Eskkar siguiera vivo a través de los tiempos, estaba ante él, acunado en los brazos de su madre.

—Pareces complacido con tu hijo. Espero que le enseñes muchas cosas. Cómo gobernar, cómo pelear, cómo ser un líder.

—Aprenderá muchas más de ti que las que yo pueda enseñarle. Tú hablas de luchas, pero la guerra es sencilla. Destruir es sencillo. Construir una nueva vida con lo que hay es difícil. Eso es lo que aprenderá de su madre.

—Entonces juntos le enseñaremos, esposo.

—Sí, juntos. —Se inclinó y la besó, cuidando de no despertar al niño. Sus labios estaban tibios y guardaban aún la promesa que él había hallado en ellos, el don del amor y de la ternura que lo había conquistado hacía unos meses. Eskkar los abrazó a ambos. Las lágrimas de Trella volvieron a surcarle el rostro, pero esta vez él supo que eran lágrimas de felicidad y se las besó.