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Fue un ruido súbito y brusco, algo así como el zumbido de una colmena, como cuando el aire sopla en un lugar angosto y vacío.
Después el ruido se trasformó en una especie de burbujeo y finalmente en un rugido, que se apoderó de sus oídos haciéndoles sordos a cualquier otro estímulo que no surgiese de... ¿su interior?
Y todo quedó en suspenso, el tiempo, los sentidos, incluso el miedo.
¿Qué puede ser algo tan desconocido y arrollador? Sabe que algo le acaba de cruzar el alma a la velocidad del rayo. ¡No puede analizarlo, por que no lo ha logrado retener! Todo su ser se concentra en el cerebro. En volver a sentir. Ahora ya lo sabe, ha percibido el mensaje... ¡Ella está aquí!
Frente a él sólo está ese bulto blanco coronado de flores negras. Pero la fuerza que le ha invadido le ha dotado de poder de penetración y es capaz, por unos instantes, de ver el cuerpo que envuelve el blanco del ajuar funerario.
Ha descubierto a Isabel, sus ojos azules, brillantes, tan amados. Su mirada y los sentimientos que trasmite.
—Todo es tal y como he soñado, Isabel —le dice al recuerdo.
Y su sonrisa, sus gestos.
Y ahora es capaz de leer su corazón.
—Yo también te amo, Isabel.
Todo aquello que ha imaginado y ha vivido en sus sueños y todas las formas que quiere amar. Su cabellera rubia cayendo sobre sus hombros. Su cuerpo vestido de nada. Y el antojo que dibuja en su vientre la imagen de la Luna Nueva...
—Yo también te entrego mi cuerpo, Isabel.
Entonces cree oír su voz.
—«Alonso, mi esposo».
Con esta visión entendió que ella había cumplido con el juramento que se hicieron delante del altar de Nuestra Señora. Y también comprendió que Nuestra Madre, como depositaria de la promesa, permitía el milagro que estaba sucediendo. Ahora sabe que esas vestiduras blancas, ese sudario, envuelven el cuerpo sin alma de Isabel. Su espíritu ya ha atravesado las fronteras de la existencia y vive en otro mundo, quizás en el aire, en algún lugar que no se atreve a definir, pero con el que se puede comunicar a través del pensamiento, en momentos de sensibilidad sublime.
No puede llorar su muerte, porque no ha ocurrido para él, pues la Madre ha dispuesto que vivan para siempre juntos en la intensidad de sus sentimientos.