INTRODUCCIÓN

EN 1327 la ciudad de Soria vivía a escala local las desastrosas circunstancias de un reino, cuyo monarca, Alfonso XI, se había quedado huérfano con apenas un año de edad sin que su padre, Fernando IV, le hubiese asignado tutor, lo que desencadenó entre los miembros de la familia real una encarnizada lucha para ejercer tal derecho.

Durante su minoría se sucedieron dos periodos tutoriales. El primero entre 1313 y 1319, fue ejercido por los infantes don Pedro, hermano de su padre, y don Juan, su tío abuelo. Sus desavenencias estuvieron a punto de provocar la escisión del reino, evitándose gracias a la acción arbitral de doña María de Molina, reina de Castilla por tres veces, como esposa, como madre y ahora como abuela del monarca.

En las ciudades los hombres libres tomaron conciencia de su fuerza política y en las Cortes de Burgos de 1315 resucitaron la ideología de las Hermandades de Castilla, basada en el respeto a los fueros, la lealtad al rey y la decisión de controlar el poder de los tutores, enunciando así los principios de una revolución burguesa que acontecimientos históricos futuros abortaron, convirtiéndose en lo que durante tanto tiempo se ha considerado nuestra “asignatura pendiente”.

Soria envió a las Cortes siete procuradores, seis por el estamento hidalgo y uno por el pechero, demostrando la importancia de la ciudad, la preeminencia en su concejo del estamento caballeresco y la del cabeza de la delegación, don Rodrigo Morales, un leal partidario de los ideales que proclamaban las Hermandades.

En 1319 murieron los dos tutores en la jornada de la Vega de Granada. Castilla perdió una batalla, pero España y el mundo ganaron el Generalife, el monumento con el que Ismail I conmemoró su victoria.

La segunda tutoría la ejercieron otros tres tíos del monarca. El cronista ha resumido en los siguientes versos el juicio que le mereció tal periodo:

Ese tiempo los señores

corrían toda Castilla

Los mezquinos labradores

pasavan muy gran mancilla

Muchos algos les tomavan

o por mal o por codicia

e las tierras se hermaban

por la mengua de justicia.

Afortunadamente murió uno de ellos, y el segundo, llamado don Juan el Tuerto, hijo del anterior don Juan, fue ejecutado por ambicioso y traidor. El tercero fue el célebre e intrigante infante don Juan Manuel, más conocido en la actualidad por ser el autor del Conde Lucanor. De momento se le conformó, casando a su hija doña Constanza con el monarca, aunque bien es verdad que debido a la poca edad de los contrayentes, no se les dejó tener ayuntamiento carnal, separándoles inmediatamente.

Y en esta situación, en 1325, Alfonso XI, con apenas trece años, alcanzó la mayoría de edad y entregó el reino a Alvar Núñez de Osorio, la boca más voraz de Castilla, cuya carrera ascendente sólo podía ser eclipsada por la del poderoso suegro del joven rey, por lo que empezó a preparar en secreto la anulación del matrimonio del rey con Constanza y su futura boda con la hija del rey de Portugal.

A este hombre, Núñez de Osorio, juró vasallaje don Vela, cabeza del linaje de tal nombre y juez de Soria, a cambio de apoyo y oídos sordos a sus desmanes, de modo que ahora es fácil entender la situación que se vivía en la ciudad donde se enfrentaban los Morales y los Vela bajo la mirada vigilante de don Juan Manuel, que celoso del poder de Núñez de Osorio, contaba los días que faltaban para que su hija pudiera hacer efectivos sus derechos en el lecho real.

En la otra villa de realengo de Soria, Ágreda, su concejo no envió delegación a las Cortes de Burgos. Dicen que porque don Martín Castejón, juez de la ciudad, prefirió dirigir su acción política hacia su vecina, la aragonesa villa de Tarazona, con la que pactó la seguridad de sus lindes. En realidad, dicen otros, porque el estamento hidalgo no logró, como en Soria, imponerse al pechero, representado por don Jerónimo Caballero, y pactar una política común.