Recogieron la mesa y sacaron los platos fuera para lavarlos con arena. Oromis desmigó los restos de pan en torno a la casa para que se los comieran los pájaros, y volvieron a entrar.


Oromis sacó plumas y tinta para Eragon, y reemprendieron el aprendizaje del Liduen Kvaedhí, la forma escrita del idioma antiguo, mucho más elegante que las runas de los enanos y de los hombres. Eragon se perdió en los glifos arcanos, feliz de enfrentarse a una tarea que no exigía nada más extenuante que la pura memorización.

Tras pasar horas inclinado ante las hojas de papel, Oromis agitó una mano en el aire y dijo:

-Basta. Seguiremos mañana. -Eragon se echó hacia atrás y relajó la tensión de los hombros mientras Oromis escogía cinco pergaminos de los agujeros de la pared-. Hay dos en el idioma antiguo y tres en tu lengua nativa. Te servirán para dominar los dos alfabetos y además te aportarán una información valiosa que para mí sería tedioso vocalizar. -¿Vocalizar?

Con una puntería certera, la mano de Oromis se desplazó como un dardo, sacó un sexto pergamino enorme de la pared y lo añadió a la pirámide que Eragon sotenía ya entre los brazos.

-Esto es un diccionario. No creo que puedas, pero intenta leértelo entero.

Cuando el elfo abrió la puerta para que Eragon saliera, éste dijo:

-Maestro… -¿Sí, Eragon? -¿Cuándo empezaremos a trabajar con la magia?

Oromis apoyó un brazo en el quicio de la puerta y se encogió como si ya no le quedara voluntad para permanecer erguido. Luego suspiró y dijo:

-Debes confiar en mí para que guíe tu formación, Eragon. De todos modos, supongo que sería estúpido por mi parte seguir retrasándolo. Ven, deja los pergaminos en la mesa y vamos a explorar los misterios de la gramaticia.

En el prado frente a la cabaña, Oromis se quedó mirando hacia los riscos de Tel'naeír, de espaldas a Eragon, con los pies separados a la altura de los hombros y las manos entrelazadas en la nuca. Sin darse la vuelta, le preguntó: -¿Qué es la magia?

La manipulación de la energía por medio del uso del idioma antiguo.

Hubo una pausa antes de que Oromis respondiera:

-Técnicamente, tienes razón. Y muchos hechiceros nunca entienden más allá de eso. Sin embargo, tu descripción no alcanza a capturar la esencia de la magia. La magia es la capacidad de pensar; no es cuestión de fuerza ni de lenguaje, pues tú mismo sabes que un vocabulario limitado no supone obstáculo alguno para usarla. Como todas las demás cosas que debes dominar, la magia exige tener un intelecto disciplinado. »Brom se saltó el régimen normal de entrenamiento e ignoró las sutilezas de la gramaticia para asegurarse de que tuvieras los recursos necesarios para permanecer vivo. Yo también debo variar el régimen para centrarme en las habilidades que probablemente necesitarás enlas batallas inminentes. Sin embargo, así como Brom te enseñó el mecanismo ordinario de la magia, yo te enseñaré su aplicación más fina, los secretos reservados a los más sabios Jinetes: cómo puedes matar sin usar más energía que la necesaria para mover un dedo; el método que te permite transportar instantáneamente un objeto de un lugar a otro; un hechizo que te ayudará a detectar venenos en la comida y en la bebida; una variante de la invocación que sirve para oír además de ver; la manera de obtener energía de lo que te rodea y así conservar tus fuerzas, y todas las maneras posibles de obtener un máximo rendimiento de tu fuerza.

«Estas técnicas son tan potentes y peligrosas que nunca se han compartido con Jinetes novicios como tú, pero las circunstancias exigen que las divulgue ahora, y confío en que no abusarás de ellas. -Alzando el brazo derecho con la mano ganchuda como una zarpa, Oromis proclamó-: ¡Adurna!

Eragon contempló cómo una esfera de agua tomaba cuerpo en el arroyuelo que había junto a la cabana y flotaba por el aire hasta quedar pendida sobre los dedos estirados de Oromis.

El arroyo parecía oscuro y marrón bajo las ramas del bosque, pero la esfera, separada de allí, era incolora como el cristal. Briznas de musgo, polvo y pequeños fragmentos de desechos flotaban dentro del orbe.

Sin dejar de mirar al horizonte, Oromis dijo:

-Cógela.

Lanzó la esfera hacia atrás por encima del hombro, en dirección a Eragon. Este trató de cogerla, pero en cuanto tocó su piel, el agua perdió su cohesión y le salpicó el pecho.

-Has de cogerla con magia -dijo Oromis. De nuevo, exclamó-: ¡Adurna!

Una esfera de agua se formó en la superficie del arroyuelo y saltó a su mano, como un halcón entrenado para obedecer a su amo.

Esta vez Oromis le lanzó la bola sin previo aviso. Sin embargo, Eragon estaba preparado y dijo, al tiempo que extendía una mano hacia la bola:

-Reisa du adurna.

La bola se detuvo a un pelo de distancia de la piel de su mano.

-Una elección de palabras torpe -dijo Oromis-; aunque, en cualquier caso, funciona.

Eragon sonrió y murmuró:

-Thrysta.

La esfera cambió de rumbo y se dirigió veloz hacia la base de la cabeza plateada de Oromis. Sin embargo, no aterrizó allí como esperaba Eragon, sino que llegó más allá del elfo, se dio la vuelta y voló de regreso a Eragon, cada vez más rápida.

El agua seguía dura y sólida como mármol pulido cuando golpeó a Eragon, provocando un sordo golpetazo al chocar con su cráneo. El golpe lo tumbó en la hierba, donde quedó aturdido, pestañeando mientras unas luces centelleaban en el cielo.

-Sí -dijo Oromis-. Sería mejor la palabra letta, o kodthr. -Al fin se dio la vuelta y alzó una ceja con fingida sorpresa-. ¿Qué haces? Levántate. No podemos pasarnos el día tumbados.

-Sí, Maestro -gruñó Eragon.

Cuando Eragon se levantó, Oromis le hizo manipular el agua de maneras diversas: darle forma con complejos nudos, cambiar el color de la luz que absorbía o reflejaba y congelarla en ciertas secuencias determinadas; ninguna le costó demasiado.

Los ejercicios duraron tanto que el interés inicial de Eragon desapareció y fue sustituido por la impaciencia y el desconcierto. No quería ofender a Oromis, pero no le encontraba ningún sentido a lo que estaba haciendo el elfo; era como si evitara cualquier hechizo quepudiera exigir el uso de algo más que una cantidad mínima de energía. «Ya he demostrado hasta dónde llegan mis habilidades. ¿Por qué se empeña en repasar estos fundamentos?»

-Maestro -dijo-, esto ya lo sé. ¿No podemos adelantar?

Los músculos del cuello de Oromis se tensaron, y los hombros quedaron tan rígidos que parecían de granito cincelado; hasta contuvo la respiración antes de decir: -¿Nunca aprenderás a mostrar respeto, Eragon-vodhr? ¡Como quieras!

Luego pronunció cuatro palabras del idioma antiguo en una voz tan profunda que Eragon no captó su significado.

Eragon soltó un chillido al notar que una presión envolvía sus piernas hasta la rodilla, apretando y constriñendo las pantorrillas de tal modo que le resultaba imposible caminar.

Podía mover los muslos y el tronco, pero más allá de eso era como si lo hubieran envuelto en mortero.

-Libérate -dijo Oromis.

Eragon no se había enfrentado nunca a ese desafío: cómo romper los hechizos ajenos. Podía liberar los invisibles lazos que lo ataban de dos maneras distintas. La más efectiva consistía en saber cómo lo había inmovilizado Oromis -bien fuera afectando directamente a su cuerpo o sirviéndose de algún recurso externo-, pues en ese caso podía redirigir el elemento para dispersar la fuerza de Oromis. Si no, podía usar algún hechizo vago y genérico para bloquear lo que le estaba haciendo Oromis. La parte negativa de esa táctica era que podía producir un combate directo de fuerzas entre ellos. «Alguna vez tenía que ocurrir», pensó Eragon. No tenía la menor esperanza de imponerse a un elfo.

Construyó la frase idónea y la pronunció:

-Losna kaljya iet. Suelta mis pantorrillas.

Perdió una cantidad de energía mayor de la que había previsto: pasó de estar moderadamente cansado por los esfuerzos y dolores del día a sentirse como si llevara desde la mañana caminando sobre tierra dura. Luego la presión de las piernas desapareció y tuvo que tambalearse para recuperar el equilibrio.

Oromis meneó la cabeza.

-Estúpido -dijo-. Muy estúpido. Si yo me hubiera empeñado en mantener el hechizo, te habría matado. Nunca uses absolutos. -¿Absolutos?

-Nunca pronuncies tus hechizos de tal modo que sólo haya dos resultados posibles: el éxito o la muerte. Si un enemigo hubiera atrapado tus piernas y fuera más fuerte que tú, habrías gastado todas tus energías en el intento de romper su hechizo. Habrías muerto sin la menor posibilidad de abortar el intento al darte cuenta de que era inútil.

-Y eso ¿cómo se evita?

-Es más seguro que el hechizo sea un proceso al que puedas poner fin a discreción. En vez de decir «suelta mis pantorrillas», que es un absoluto, podrías decir «reduce la magia que aprisiona mis pantorrillas». Son muchas palabras, pero así podrías decidir en qué medida quieres reducir el hechizo del oponente y calcular si te conviene deshacerlo del todo. Lo volveremos a intentar.

La presión en las piernas de Eragon se reanudó en cuanto Oromis pronunció su invocación inaudible. Eragon estaba tan cansado que no se creía capaz de ofrecer demasiada resistencia. Aun así, se puso en contacto con la magia.

Antes de que el idioma antiguo saliera por la boca de Eragon, se percató de una curiosa sensación al notar que el peso que constreñía sus piernas se reducía a ritmo continuo.

Experimentó un cosquilleo y se sintió como si lo sacaran de un pantano de lodo frío y pegajoso. Miró a Oromis y vio la pasión inscrita en su rostro, como si se aferrara a algo tan valioso que no podía soportar perderlo. Una vena latía en su sien.

Cuando desaparecieron las arcanas cadenas de Eragon, Oromis se echó atrás como si le hubiera picado una avispa y clavó la mirada en sus dos manos, al tiempo que respiraba entrecortadamente. Durante un minuto, tal vez, permaneció quieto. Luego irguió el cuerpo y caminó hasta el mismo límite de los riscos de Tel'naeír; su figura solitaria se recortaba contra el pálido cielo.

La pena y el dolor invadieron a Eragon. Eran las mismas emociones que lo habían asaltado al ver por primera vez la pierna mutilada de Glaedr. Se maldijo por haber sido tan arrogante con Oromis, tan inconsciente de sus enfermedades, así como por no haber confiado lo suficiente en su juicio. «No soy el único que debe enfrentarse a las heridas del pasado.»

Eragon no lo había terminado de comprender cuando Oromis le había dicho que se le escapaba cualquier magia que no fuera menor. Ahora entendía la profundidad de la situación en que se encontraba el elfo y el dolor que debía de causarle, sobre todo a alguien de su raza, nacido y criado con magia.

Eragon se acercó a Oromis, se arrodilló e hizo una reverencia al modo de los enanos, pegando la frente magullada frente al suelo.

-Ebrithil, te ruego que me perdones.

El elfo no dio señales de haberlo oído.

Permanecieron ambos en sus respectivas posiciones mientras el sol se ponía ante ellos, los pájaros entonaban los cantos del anochecer y el aire se volvía frío y húmedo. Del norte llegó el leve aleteo de Saphira y Glaedr, que daban por terminado el día y regresaban.

Con voz baja y distante, Oromis dijo:

-Mañana empezaremos de nuevo, con éste y otros asuntos. -Por su perfil, Eragon notó que Oromis había recuperado su expresión habitual de impasible reserva-. ¿Te parece bien?

-Sí, Maestro -respondió Eragon, agradeciendo la pregunta.

-Creo que será mejor que, a partir de ahora, te esfuerces por hablar sólo en el idioma antiguo. Disponemos de poco tiempo, y será la manera más rápida de que aprendas. -¿Incluso cuando hable con Saphira?

-Incluso entonces.

Eragon adoptó la lengua de los elfos y prometió:

-Entonces trabajaré sin cesar hasta que no sólo piense en tu idioma, sino que también sueñe en él.

-Si lo consigues -dijo Oromis, también en su lenguaje-, tal vez tengamos éxito en nuestra empresa. -Hizo una pausa-. En vez de volar directamente aquí por la mañana, acompañarás al elfo que te enviaré para que te guíe. Te llevará al lugar donde la gente de Ellesméra practica con la espada. Quédate allí una hora y luego prosigue con normalidad. -¿No me vas a enseñar tú? -preguntó Eragon, algo desencantado.

-No tengo nada que enseñar. Eres tan buen espadachín como cualquiera que haya conocido. No sé más que tú de batallar y no puedo darte lo que yo poseo y tú no. Lo único que te falta es conservar tu nivel actual de habilidad. -¿Y por qué no puedo hacerlo contigo…, Maestro?

-Porque no me gusta empezar el día con altercados y conflictos. -Miró a Eragon, luego se ablandó y dijo-: Y porque te hará bien conocer a otros que viven aquí. Yo no represento a mi raza. Pero ya basta. Mira, ya llegan.

Los dos dragones se deslizaron ante el disco liso del sol. Primero llegó Glaedr con un rugido de viento, oscureciendo el cielo entero con su enorme bulto antes de descender sobre la hierba y plegar sus alas doradas; luego Saphira, rápida y ágil como un gorrión que volara junto a un águila.

Igual que por la mañana, Oromis y Glaedr hicieron una serie de preguntas para asegurarse de que Eragon y Saphira habían prestado atención a las lecciones cruzadas. No habían conseguido hacerlo en todo momento, pero cooperando y compartiendo información lograron contestar todas las preguntas. Sólo tropezaron con el lenguaje ajeno en que les pedían que se comunicaran.

Mejor -gruñó Glaedr después-. Mucho mejor. Bajó la mirada hacia Eragon-. Pronto tendremos que entrenar tú y yo.

-Por supuesto, Skulblaka.

El viejo dragón resopló y se acercó a Oromis, caminando a saltos con la pata delantera para compensar la carencia de una extremidad. Saphira se lanzó hacia delante, tocó la punta de la cola de Glaedr y, de un cabezazo parecido al que usaría para partirle el cuello a un ciervo, la lanzó al aire. Se echó hacia atrás al ver que Glaedr se daba la vuelta y soltaba un rugido junto a su cuello, mostrando unos colmillos enormes.

Eragon hizo una mueca de dolor y, demasiado tarde, se tapó los oídos para protegerlos del rugido de Glaedr. La velocidad y la intensidad de la respuesta del dragón sugerían que no era la primera vez que Saphira lo molestaba al cabo del día. En vez de remordimiento, Eragon detectó un excitado espíritu juguetón en Saphira -como el de un niño con un juguete nuevo-, así como una devoción casi ciega hacia el otro dragón. -¡Contente, Saphira! -dijo Oromis. Saphira caminó hacia atrás y se acuclilló, aunque no había en su comportamiento señas de contrición. Eragon murmuró una débil excusa, y Oromis agitó una mano y dijo-: Largaos los dos.

Sin discutir, Eragon montó en Saphira. Tuvo que urgirla a alzar el vuelo y, aún después, ella insistió en trazar tres círculos por encima del claro antes de tomar rumbo hacia Ellesméra. ¿Cómo se te ocurre morderle? -preguntó Eragon.

Creía saberlo, pero quería que se lo confirmara.

Sólo estaba jugando.

Era la verdad, pues estaban hablando en el idioma antiguo, pero Eragon sospechó que sólo era un fragmento de una verdad mayor.

Ya, ¿y a qué juego? -Bajo su cuerpo, Saphira se tensó-. Te olvidas de tu deber. Cuando… -Buscó la palabra adecuada. Incapaz de encontrarla, recuperó su lengua nativa-. Cuando provocas a Glaedr, lo distraes a él, a Oromis y a mí… Y pones en compromiso lo que hemos de conseguir. Nunca habías sido tan insensata.

No pretendas ser la voz de mi conciencia.

Eragon se echó a reír, olvidó por un momento que estaba sentado entre las nubes y se echó a un lado hasta que estuvo casi a punto de desprenderse del lomo de Saphira.

Ah, qué bella ironía, después de haberme dicho tantas veces lo que debía hacer. Soy tu conciencia, Saphira, igual que tú eres la mía. Has tenido buenas razones para reñirme y advertirme en el pasado, y ahora yo debo hacer lo mismo contigo: deja de acosar a Glaedr con tus atenciones.

Ella guardó silencio. ¿Saphira?

Te estoy oyendo.

Eso espero.

Al cabo de un minuto de volar en paz, Saphira dijo:

Dos ataques en un día. ¿Cómo te encuentras?

Agotado y enfermo. -Hizo una mueca-. En parte es por el Rimgar y el entrenamiento, pero sobre todo por los efectos secundarios del dolor. Es como un veneno, me debilita los músculos y me nubla la mente. Sólo espero permanecer sano lo suficiente para llegar al fin del entrenamiento. Luego, sin embargo… No sé qué haré. Desde luego, así no puedo pelear por los vardenos.

No pienses en eso -le aconsejó ella-. No puedes hacer nada por mejorar tu condición, y lo único que vas a conseguir es sentirte peor. Vive el presente, recuerda el pasado y no temas el futuro, porque no existe, ni existirá jamás. Sólo existe el ahora.

Eragon le palmeó un hombro y sonrió con gratitud resignada. A su derecha, un azor planeaba en una corriente de aire caliente mientras patrullaba el bosque abierto en busca de alguna presa, ya fuera de piel o de plumas. Eragon lo contempló mientras repasaba la pregunta que le había hecho Oromis: ¿cómo podía justificar la lucha contra el Imperio si podía causar tanto dolor y agonía?

Yo tengo una respuesta -dijo Saphira. ¿Cuál?

Que Galbatorix ha… - Dudó, y al fin dijo-: No, no te lo voy a decir. Tienes que resolverlo tú solo. ¡Saphira! ¡Sé razonable!

Lo soy. Y si no sabes por qué lo que hacemos es lo correcto, más te valdría rendirte a Galbatorix.

Por muy elocuentes que fueran sus súplicas, no logró arrancarle nada, pues ella le bloqueó esa parte de su mente.

De vuelta a sus aposentos, Eragon se tomó una cena ligera y estaba a punto de abrir uno de los pergaminos de Oromis cuando una llamada a la puerta de tela rompió el silencio. - Adelante -dijo, con la esperanza de que Arya hubiera vuelto para verle.

Así era. Arya saludó a Eragon y Saphira y dijo:

-He pensado que apreciarías la ocasión de visitar el salón del Tialdarí y los jardines adyacentes, pues ayer expresaste interés en ellos. Siempre que no estés demasiado cansado.

Llevaba un faldón rojo holgado, estilizado y decorado con complejos diseños bordados con hilo negro. La combinación de colores recordaba la ropa de la reina y reforzaba el claro parecido entre madre e hija.

Eragon dejó a un lado los pergaminos.

-Me encantaría verlo.

Quiere decir que nos encantaría -apostilló Saphira.

Arya se sorprendió de que los dos hablaran en el idioma antiguo, de modo que Eragon le contó la orden de Oromis.

-Una idea excelente -dijo Arya, pasando también al mismo idioma-. Y es más conveniente que entre nosotros hablemos así mientras estés aquí.

Cuando los tres bajaron del árbol, Arya los dirigió hacia el oeste, en dirección a una zona de Ellesméra que no les resultaba familiar. Por el camino se encontraron con muchos elfos, y todos se detuvieron para hacerle una reverencia a Saphira.

Eragon volvió a darse cuenta de que no se veía a ningún niño elfo. Se lo comentó a Arya, y ésta contestó:

-Sí, tenemos pocos niños. En este momento sólo hay dos en Ellesméra: Dusan y Alanna.

Valoramos a los niños sobre todo lo demás por lo escasos que son. Tener un hijo es el mayor honor y la mayor responsabilidad que se le puede conceder a cualquier ser vivo.

AJ fin llegaron a un portal de ojiva estriado -crecido entre los árboles- que hacía las veces de entrada a un amplio complejo. Arya entonó:

-Raíz del árbol, fruto de la enredadera, déjame entrar por mi sangre verdadera.

Las dos puertas del arco temblaron y se abrieron hacia fuera, soltando cinco mariposas monarca que se alzaron hacia el cielo crepuscular. Al otro lado del arco se abría un gran jardín de flores dispuesto de tal modo que parecía prístino y natural como una pradera salvaje. El único elemento que delataba el artificio era la enorme variedad de plantas: muchas especies florecían cuando no era su estación, o procedían de climas más fríos o calurosos y no hubieran florecido jamás sin la magia de los elfos. El paisaje estaba iluminado por la luz de unas antorchas sin llama, puras como gemas, aumentada por constelaciones de luciérnagas voladoras.

Arya dijo a Saphira:

-Cuidado con la cola, que no se arrastre por los lechos de flores.

Avanzaron, cruzaron el jardín y se metieron en una hilera de árboles esparcidos. Antes de que Eragon se diera cuenta de dónde estaba, los árboles se volvieron más numerosos y luego se espesaron hasta formar un muro. Se encontró en el umbral de un bruñido salón de madera, pese a que no tenía conciencia de haber entrado en él.

El salón era cálido y hogareño; un lugar de paz, reflexión y comodidad. La forma estaba determinada por los troncos de los árboles, a los que, en la parte interior, habían desprovisto de corteza, pulido y frotado con aceite hasta que la madera brillaba como el ámbar. Algunos agujeros regulares entre los troncos cumplían la función de ventanas. El aroma de pinaza aplastada perfumaba el aire. Había unos cuantos elfos en el salón; leían, escribían y, en un rincón oscuro, tocaban unas flautas de caña. Todos se detuvieron e inclinaron la cabeza ante la presencia de Saphira.

-Si no fuerais Jinete y dragón -dijo Arya-, os alojaríais aquí.

-Es magnífico -replicó Eragon.

Arya los guió a otro lugar del complejo que era accesible a los dragones. Cada nueva habitación suponía una sorpresa: no había dos iguales y cada cámara mostraba maneras distintas de incorporar su construcción al bosque. En una habitación, un arroyo plateado se deslizaba por la nudosa pared, fluía por el suelo entre una veta de guijarros y volvía a salir a cielo abierto. En otra, las enredaderas envolvían toda la sala, excepto el suelo, con una piel verde llena de hojas y adornada con flores con forma de trompetilla del blanco y rosa más delicado. Arya dijo que se llamaba Lianí Vine. Vieron muchas obras de arte, desde fairths y pinturas hasta esculturas y mosaicos radiantes de cristales de colores; todas se basaban en las formas curvas de plantas y animales.

Islanzadí se unió a ellos un breve rato en un pabellón abierto, unido a otros dos edificios por medio de dos caminos cubiertos. Se interesó por los progresos en la formación de Eragon y por el estado de su espalda, a lo que éste respondió con frases breves y educadas. Eso pareció satisfacer a la reina, que intercambió unas pocas palabras con Saphira y se fue.

Al final, regresaron al jardín. Eragon caminaba junto a Arya -mientras Saphira los seguía-, fascinado por el sonido de su voz mientras ella le iba contando las distintas variedades de flores, de dónde procedían, cómo las conservaban y, en muchos casos, cómo las habían alterado por medio de la magia. También señaló las flores que sólo abrían los pétalos por la noche, como un floripondio blanco. -¿Cuál es tu favorita? -preguntó él.

Arya sonrió y lo acompañó hasta un árbol que había al borde del jardín, junto a un estanque flanqueado por juncos. Una gloria mañanera se enroscaba en torno a la rama más baja del árbol con tres capullos negros aterciopelados y cerrados por completo.

Arya sopló hacia ellos y susurró:

-Abríos.

Los pétalos crujieron al desenvolverse y abrir su tela oscura como la tinta para exponer el tesoro escondido del néctar que escondían en el centro. Un estallido de azul real llenaba el cuello de las flores y se disolvía en la corona azabache como los vestigios del día se deshacen en la noche. -¿No es la flor más perfecta y adorable? -preguntó Arya.

Eragon la miró, con una exquisita conciencia de lo cerca que estaban en aquel momento, y dijo:

-Sí… Lo es. -Sin dar tiempo a que lo abandonara el coraje, añadió-: Como tú. ¡Eragon! -exclamó Saphira.

Arya clavó sus ojos en él y lo escrutó hasta que él se vio obligado a desviar la mirada.

Cuando se atrevió a mirarla de nuevo, le mortificó ver en su rostro una leve sonrisa, como si le divirtiera su reacción.

-Qué amable eres -murmuró. Alargó una mano para tocar el borde de una flor y luego lo miró-. Fáolín las creó especialmente para mí un solsticio de verano, hace mucho tiempo.

Eragon arrastró los pies y respondió unas cuantas palabras ininteligibles, herido y ofendido porque ella no hubiera tomado más en serio su cumplido. Quería volverse invisible e incluso se planteó soltar un hechizo que se lo permitiera. Al fin, tensó el cuerpo y dijo:

-Perdónanos, por favor, Arya Svit-kona, pero es muy tarde y debemos regresar a nuestro árbol.

La sonrisa de Arya se ensanchó.

-Por supuesto, Eragon. Lo entiendo. -Los acompañó hasta el arco de la entrada, les abrió las puertas y dijo-: Buenas noches, Saphira. Buenas noches, Eragon.

Buenas noches -contestó Saphira.

Pese a su vergüenza, Eragon no pudo evitar una pregunta: -¿Nos veremos mañana?

Arya inclinó la cabeza.

-Creo que mañana estaré ocupada.

Luego se cerraron las puertas y la perdieron de vista mientras regresaba al complejo principal.

Agachada en el camino, Saphira empujó cariñosamente con el morro a Eragon en un costado.

Deja de soñar despierto y súbete a mi grupa. -Eragon escaló por la pierna delantera izquierda, ocupó su lugar habitual y se agarró a la púa del cuello que tenía delante mientras Saphira se levantaba del todo. Al cabo de unos pocos pasos, dijo-: ¿Cómo puedes criticar mi comportamiento con Glaedr y luego hacer algo así? ¿En qué pensabas?

Ya sabes lo que siento por ella -gruñó Eragon, ¡Bah! Si tú eres mi conciencia y yo soy la tuya, tengo la obligación de decirte que te comportas como un presumido engañado. No estás usando la lógica, como tanto insiste Oromis. ¿Qué esperas que pase entre Arya y tú? ¡Es una princesa!

Y yo soy un Jinete.

Ella es elfa; tú eres humano.

Cada día me parezco más a los elfos.

Eragon, ¡tiene más de cien años!

Yo viviré tanto como ella o cualquier otro elfo.

Ah, pero de momento no es así, y ése es el problema. No puedes superar una diferencia tan amplia.

Es una mujer mayor con un siglo de experiencia, mientras que tú… ¿Qué? ¿Qué soy yo? -gruñó-. ¿Un crío? ¿Eso es lo que quieres decir?

No, un crío no. No después de todo lo que has visto y hecho desde que nos unimos. Pero eres joven, incluso desde el punto de vista de tu raza, que vive poco, mucho menos que los enanos, los dragones y los elfos.

Y tú también.

La respuesta silenció a Saphira un minuto. Luego dijo:

Sólo intento protegerte, Eragon. Eso es todo. Quiero que seas feliz y temo que no lo puedas ser si insistes en perseguir a Arya.

Los dos estaban a punto de retirarse cuando oyeron que se abría de golpe la trampilla del vestíbulo y luego sonaba el tintineo de una malla de alguien que subía. Con Zar'roe en la mano, Eragon abrió hacia dentro la puerta de tela, listo para enfrentarse al intruso.

Bajó la mano al ver a Orik en el suelo. El enano bebió un largo trago de la botella que llevaba en la mano izquierda y luego miró a Eragon con los ojos entrecerrados. -¡Huesos y ladrillos! ¿Dónde estabas? Ah, ahí te veo. Me preguntaba dónde estarías.

Como no te encontraba, he pensado que en esta noche dolorosa podía salir a buscarte… ¡Y ahí estás! ¿De qué vamos a hablar tú y yo, ahora que estamos juntos en este delicioso nido de pájaros?

Eragon agarró al enano por el brazo libre y tiró de él hacia arriba, sorprendido, como siempre, por lo mucho que pesaba, como si fuera una roca en miniatura. Cuando lo soltó, Orik se balanceó de un lado a otro, alcanzando ángulos tan forzados que amenazaba con desplomarse a la mínima provocación.

-Entra-dijo Eragon, en su propio idioma. Cerró la trampilla-. Ahí fuera te vas a resfriar.

Orik guiñó sus ojos redondos y hundidos.

-No te he vijto por mi ejeondrijo lleno de hojas, no, señor. Me has abandonado en compañía de los elfos… Ah, dejgraciado, qué compañía tan aburrida, sí, señor.

Un leve sentimiento de culpa obligó a Eragon a disimular con una sonrisa. Era cierto que había olvidado al enano entre tantas idas y vueltas.

-Siento no haber ido a visitarte, Orik, pero estaba ocupado en mis estudios. Ven, dame tu capa. -Mientras ayudaba al enano a quitarse el mantón marrón, le preguntó-: ¿Qué bebes?

-Faelnirv -declaró Orik-. Una poción maravillosa y cojquilleante. El mejor y más satijfactorio entre los inventos tramposos de los elfos: te concede el don de la locuacidad. Las palabras fluyen de tu lengua como cardúmenes de pececillos aleteantes, como bandadas de ruijeñores sin respiro, como ríos de serpientes agitadas. -Se calló, aparentemente sorprendido por la magnificencia irrepetible de sus comparaciones. Cuando Eragon lo animó a entrar en el dormitorio, Orik saludó a Saphira con la botella en la mano y dijo-: Saludos, oh, Diente de Hierro. Que tus ejcamas brillen tanto como las ajcuas de la fragua de Morgothal.

Saludos, Orík -dijo Saphira, apoyando la cabeza en el borde de la cama-. ¿Qué te ha dejado en ese estado? No es propio de ti.

Eragon repitió la pregunta. -¿Qué me ha dejado en ejte ejtado? -repitió Orik. Se dejó caer en una silla que le acercó Eragon, con los pies colgados a varios centímetros del suelo, y se puso a menear la cabeza-.

Gorritos rojos, gorritos verdes, elfos por aquí, elfos por allá. Me asfixio entre los elfos y sus cortesías, malditas sean tres veces. No tienen sangre. Son taciturnos. Sí, señor; no, señor; con eso podría llenar un saco, sí, señor, pero no hay manera de sacarles nada más. -Miró a Eragon con expresión melancólica-. ¿Qué puedo hacer mientras tú vas pasando tu instrucción? ¿He de sentarme y menear los pulgares en el aire mientras me convierto en piedra y me reúno con los ejpíritus de mis antepasados? Dime, oh sagaz Jinete. ¿No tienes ninguna habilidad, ningún pasatiempo con el que puedas entretenerte? -preguntó Saphira.

-Sí -dijo Orik-. Soy un herrero bajtante bueno, si ej que a alguien le importa. Pero ¿por qué he de crear brillantes armas y armaduras para quienes no las valoran? Aquí soy un inútil.

Inútil como un Feldünost de trej patas.

Eragon extendió una mano hacia la botella. -¿Puedo?

Orik pasó la mirada de él a la botella y luego renunció con una mueca. El faelnirv estaba frío como el hielo cuando pasó por la garganta de Eragon, picante y vigoroso. Se le aguaron los ojos y pestañeó. Tras concederse un segundo trago, devolvió la botella a Orik, que parecía decepcionado porque quedaba poca poción. -¿Y qué travesuras haj conseguido sonsacar a Oromis y suj bojques bucólicos? -preguntó.

El enano gimió y cloqueó alternativamente mientras Eragon describía sus entrenamientos, el error de la bendición de Farthen Dür, el árbol Menoa, su espalda y todo lo que había ocurrido en los días anteriores. Eragon terminó con el tema que en ese momento le interesaba más: Arya. Envalentonado por el licor, le confesó el afecto que sentía por ella y describió cómo había rechazado su avance.

Orik agitó un dedo y dijo:

-Ejtás sobre una roca muy frágil, Eragon. No tientes al dejtino. Arya… -Se calló, luego soltó un gruñido y bebió otro trago de faelnirv-. Ah, ej muy tarde para eso. ¿Quién soy yo para decir qué ej sabio y qué no lo ej?

Saphira llevaba un rato con los ojos cerrados. Sin abrirlos, preguntó: ¿Estás casado, Orik?

La pregunta sorprendió a Eragon; nunca se había parado a preguntarse por la vida personal de Orik.

-Eta -contestó el enano-. Aunque ejtoy prometido a la noble Hvedra, hija de Un Ojo Thorgerd y de Himinglada. Nos íbamos a casar ejta primavera, hajta que atacaron los úrgalos y Hrothgar me envió a ejte maldito viaje. -¿Es del Dürgrimst Ingeitum? -preguntó Eragon. -¡Por supuejto! -rugió Orik, golpeando un lado de la silla con un puño-. ¿Acaso creej que podrías casarme con alguien que no fuera de mi clan? Ej la nieta de mi tío Vardrún, prima tercera de Hrothgar, y tiene unaj pantorrillas blancas, redondas y suaves como el satén, las mejillas rojas como manzanas y ej la doncella enana más bonita que ha exijtido jamás.

Sin duda -dijo Saphira.

-Estoy seguro de que no tardarás mucho en verla de nuevo -dijo Eragon.

-Hmf. -Orik entrecerró los ojos para mirar a Eragon-. ¿Crees en gigantes? Gigantes altos, gigantes fuertes, gigantes gordos y barbudos con dedos como palas.

-Nunca los he visto, ni he oído hablar de ellos -dijo Eragon-, salvo en las historias. Si existen, no será en Alagaésia.

-¡Ah, pero sí que exijten! ¡Claro que sí! -exclamó Orik, agitando la botella por encima de la cabeza-. Dime, oh, Jinete, si un gigante aterrador se encontrara contigo en el camino de un jardín, ¿cómo crees que te llamaría, suponiendo que no te confundiera con su cena?

-Eragon, supongo.

-No, no. Te llamaría enano, y para él lo seríaj. -Orik soltó una carcajada y golpeó a Eragon en las costillas con su duro codo-. ¿Lo ves? Los humanos y los elfos son gigantes. La tierra está llena de gigantes, aquí, allá y en todas partes, dando pisotones con sus grandes pies y cubriéndonos con sus sombras infinitas.

Siguió riéndose y balanceándose en la silla hasta que cayó al suelo con un golpe sordo y seco.

Eragon le ayudó a levantarse y dijo:

-Creo que será mejor que pases aquí la noche. No estás en condiciones de bajar esas escaleras en la oscuridad.

Orik se mostró de acuerdo con alegre indiferencia. Dejó que Eragon le quitara la malla y lo atara a un lado de la cama. Luego Eragon suspiró, tapó las luces y se tumbó en su lado del colchón.

Se durmió oyendo al enano murmurar:

-Hvedra… Hvedra… Hvedra…