Eragon y Saphira se abrieron paso entre los cadáveres que se amontonaban en los Llanos Ardientes, avanzando despacio por las heridas y el agotamiento. Se encontraron con otros supervivientes que se tambaleaban sobre el campo de batalla calcinado, hombres de miradas vacías que miraban sin llegar a ver, con la vista enfocada en la distancia.


Ahora que la sed de sangre había desaparecido, Eragon sólo sentía pena. La lucha le parecía totalmente inútil. «Qué tragedia que deban morir tantos hombres para detener a un solo loco.» Se detuvo para esquivar un racimo de flechas clavadas en el lodo y se dio cuenta de que Saphira tenía un tajo en la cola, donde la había mordido Espina, además de otras heridas.

Ven, déjame tu fuerza; te curaré.

Primero a los que están en peligro de muerte. ¿Estás segura?

Del todo, pequeñajo.

Eragon asintió, se agachó y curó el cuello partido de un soldado antes de dirigirse hacia uno de los vardenos. No hizo distinciones entre enemigos y aliados y aplicó sus habilidades hasta el límite para ambos.

Eragon estaba tan ocupado con sus pensamientos que no prestaba mucha atención a lo que hacía. Deseaba poder repudiar las afirmaciones de Murtagh, pero todo lo que éste había dicho sobre su madre -la de los dos- coincidía con las pocas cosas que Eragon sabía de ella:

Selena había abandonado Carvahall unos veinte años antes, había vuelto una vez para parir a Eragon y no la habían visto más. Su mente retrocedió hasta el momento en que él y Murtagh llegaron a Farthen Dür. Murtagh había comentado que su madre había desaparecido del castillo de Morzan cuando éste perseguía a Brom, Jeod y el huevo de Saphira. «Cuando Morzan lanzó a Zar'roc contra Murtagh y estuvo a punto de matarlo, mamá debió de disimular su embarazo y volver a Carvahall para protegerme de Morzan y Galbatorix.» Le animaba saber que Selena se había preocupado tanto por él.

Desde que alcanzara la edad suficiente para entender que era hijo adoptivo, Eragon se había preguntado quién era su padre y por qué su madre lo había dejado con su hermano Garrow y Marian, la mujer de éste, para que lo criaran ellos. La fuente que ahora acababa de arrojarle las respuestas era tan inesperada, y tan poco propicio el lugar, que en aquel momento apenas conseguía entenderlo. Le iba a costar meses, o incluso años, aceptar aquella revelación.

Eragon siempre había dado por hecho que le encantaría conocer la identidad de su padre.

Ahora que la sabía, el dato le repugnaba. Cuando era más joven, a menudo se entretenía imaginando que su padre era alguien grande e importante, aunque Eragon sabía que lo más probable era lo contrario. Sin embargo, nunca se le había ocurrido, ni en sus más extravagantes ensoñaciones, que pudiera ser el hijo de un Jinete, y mucho menos de uno de los Apóstatas.

La ensoñación se había convertido en pesadilla.

«Desciendo de un monstruo… Mi padre fue el que traicionó a los Jinetes ante Galbatorix.»

Eragon tenía la sensación de estar manchado.

«Pero no…» Mientras curaba la columna partida de un hombre, se le ocurrió una nueva manera de contemplar la situación, una manera que le devolvía parte de la confianza en símismo: «Tal vez descienda de Morzan, pero él no es mi padre. Mi padre es Garrow. Él me crió. Me enseñó a vivir bien con honradez, con integridad. Soy quien soy gracias a él. Hasta Brom y Oromis son más padres míos que Morzan. Y mi hermano es Roran, no Murtagh».

Eragon asintió, decidido a mantener ese punto de vista. Hasta entonces, se había negado a aceptar del todo a Garrow como su padre. Y por mucho que Garrow ya estuviera muerto, aceptarlo ahora alivió a Eragon, le dio la sensación de cerrar un asunto pendiente y le ayudó a superar su angustia por Morzan.

Te has vuelto sabio -observó Saphira. ¿Sabio? -Eragon negó con la cabeza-. No, sólo he aprendido a pensar. Al menos eso me dio Oromis. -Eragon retiró una capa de polvo del rostro de un niño que había portado el estandarte para asegurarse de que efectivamente estaba muerto y luego estiró el cuerpo, haciendo una mueca de dolor porque sus músculos protestaban con un espasmo-. ¿Te das cuenta de que Brom debía de saberlo, no? Si no, ¿por qué habría de escoger Carvahall para esconderse mientras esperaba que tú prendieras?… Quería mantener vigilado al hijo de su enemigo. -Le inquietaba pensar que Brom pudiera haberlo considerado como una amenaza- Y además tenía razón. ¡Mira lo que me pasó al final!

Saphira le acarició el pelo con una vaharada de cálido aliento.

Recuerda que, fueran cuales fuesen las razones de Brom, siempre intentó protegernos del peligro.

Murió para salvarte de los ra'zac.

Ya lo sé… ¿Crees que no me dijo nada de todo esto porque temía que yo emulara a Morzan, igual que ha hecho Murtagh?

Por supuesto que no.

La miró con curiosidad. ¿Cómo puedes estar tan segura? -Ella alzó la cabeza por encima de él y se negó a contestar o a sostenerle la mirada-. Entonces, lo que tú digas.

Eragon se arrodilló junto a un hombre del rey Orrin que tenía una flecha clavada en las tripas y le agarró los brazos para que dejara de retorcerse.

-Tranquilo.

-Agua -gruñó el hombre-. Por piedad, un poco de agua. Tengo la garganta seca, como si fuera de arena. Por favor, Asesino de Sombras.

El sudor perlaba su frente.

Eragon sonrió y trató de consolarlo.

-Puedo darte de beber ahora, pero será mejor que esperes hasta que te haya curado. ¿Puedes esperar? Si lo haces, te prometo que podrás beber tanta agua como quieras. -¿Lo prometes, Asesino de Sombras?

-Lo prometo.

El hombre luchó visiblemente contra una nueva oleada de agonía antes de decir:

-Si ha de ser así…

Con la ayuda de la magia Eragon retiró la flecha, y él y Saphira unieron sus esfuerzos para reparar las entrañas de aquel hombre, usando parte de la energía del guerrero para alimentar el hechizo. Les costó unos cuantos minutos. Luego, el hombre se examinó el abdomen, apretando la piel inmaculada con las manos, y miró a Eragon con lágrimas en los ojos.

-Yo… Asesino de Sombras, tú…

Eragon le pasó su bota de agua.

-Ten, quédatela. La necesitas más que yo.

Unos cien metros más allá, Eragon y Saphira atravesaron una agria pared de humo. Allí se encontraron con Orik y otros diez enanos -entre los que había algunas mujeres-desplegados en torno al cuerpo de Hrothgar, tendido sobre cuatro escudos, resplandeciente en su malla de oro. Los enanos se tiraban de los pelos, se golpeaban el pecho y gemían al cielo sus lamentos. Eragon agachó la cabeza y murmuró:

-Stydja unin mor'ranr, Hrothgar Kónungr.

Al cabo de un rato Orik se percató de su presencia y se levantó, con la cara enrojecida de tanto llorar y la trenza que solía llevar en la barba, deshecha. Se tambaleó hacia Eragon y, sin más preámbulos, preguntó: -¿Has matado al cobarde responsable de esto?

-Se ha escapado.

Eragon no se sentía capaz de explicar que el Jinete era Murtagh.

Orik se dio un puñetazo en una mano. -¡Barzúln!

-Pero te juro sobre todas las piedras de Alagaésia que, como miembro del Dürgrimst Ingeitum, haré todo lo que pueda por vengar la muerte de Hrothgar.

-Sí, y eres el único, aparte de los elfos, que tiene la fuerza suficiente para someter a la justicia a ese asqueroso asesino. Y cuando lo encuentres… Aplástale los huesos hasta que se conviertan en polvo, Eragon. Arráncale los dientes y llénale las venas de plomo derretido; haz que sufra por cada minuto de vida que le ha robado a Hrothgar. -¿No ha sido una buena muerte? ¿Hrothgar no hubiera querido morir en plena batalla, con Volund en las manos?

-En plena batalla, sí; enfrentándose a un enemigo honrado que se atreviera a plantarse ante él y luchar como un hombre. No desplomado por los trucos de un mago… -Meneando la cabeza, Orik volvió la vista hacia Hrothgar y luego se cruzó de brazos y pegó la barbilla al cuello. Tomó aire con la respiración entrecortada-. Cuando la viruela mató a mis padres, Hrothgar me devolvió la vida. Me llevó a su sala. Me convirtió en su heredero. Perderlo a él…

-Orik se apretó el puente de la nariz con el pulgar y el índice, tapándose la cara-. Perderlo a él es como volver a perder a mi padre.

El dolor sonaba tan claro en su voz, que Eragon se sintió como si compartiera la pena del enano.

-Lo entiendo -dijo.

-Sé que lo entiendes, Eragon… Sé que lo entiendes. -Tras un momento, Orik se secó los ojos y señaló a los diez enanos-. Antes de hacer nada más, hemos de llevar a Hrothgar a Farthen Dür para poderlo enterrar con sus antepasados. El Dürgrimst Ingeitum debe elegir a un nuevo grims-tborith, y luego los trece jefes de clan, incluidos los que ves aquí, escogerán al nuevo rey entre ellos. Lo que vaya a ocurrir después, no lo sé. Esta tragedia alentará a algunos clanes a volverse contra nuestra causa…

Volvió a menear la cabeza.

Eragon apoyó una mano en el hombro de Orik.

-No te preocupes por eso ahora. No tienes más que pedirlo, y pondré mi brazo a tu servicio… Si quieres, ven a mi tienda y podremos compartir un tonel de aguamiel y brindar a la memoria de Hrothgar.

-Me encantaría. Pero aún no. No hasta que terminemos de suplicar a los dioses que concedan a Hrothgar un pasaje seguro a la vida de ultratumba.

Orik abandonó a Eragon, volvió al círculo de enanos y se sumó a sus lamentos.

Mientras seguían avanzando por los Llanos Ardientes, Saphira dijo:

Hrothgar era un gran rey.

Sí, y buena persona -suspiró Eragon.

Tendríamos que encontrar a Arya y Nasuada. Ya no puedo curar ni un rasguño, y tienen que saber lo de Murtagh.

De acuerdo.

Giraron hacia el campamento de los vardenos, pero apenas habían avanzado unos pocos metros cuando Eragon vio que Roran se acercaba desde el río Jiet. Le invadió la inquietud.

Roran se detuvo directamente delante de ellos, plantó los pies bien separados y miró fijamente a Eragon, moviendo arriba y abajo la mandíbula como si quisiera hablar pero no lograra que sus palabras pasaran más allá de los dientes.

Luego le dio un puñetazo a Eragon en la barbilla.

A Eragon le hubiera resultado fácil esquivar el golpe, pero permitió que acertara y se apartó sólo un poco para evitar que Roran se partiera los nudillos.

Aun así, le dolió.

Con una mueca de dolor, Eragon se encaró a su primo.

-Supongo que me lo merecía.

-Claro que sí. Tenemos que hablar. -¿Ahora?

-No puede esperar. Los ra'zac capturaron a Katrina, y necesito que me ayudes a rescatarla. La tienen desde que nos fuimos de Carvahall.

«De modo que es por eso. -Eragon entendió por qué Roran parecía tan amargado y torturado y por qué se había llevado a todos los aldeanos hasta Surda-. Brom tenía razón. Galbatorix envió a los ra'zac al valle de Palancar.» Eragon frunció el ceño, dividido entre sus responsabilidades con Roran y el deber de informar a Nasuada.

-Antes tengo que hacer algo, y luego podremos hablar. ¿De acuerdo? Puedes acompañarme si quieres.

-Voy…

Mientras atravesaban la tierra agujereada, Eragon no dejó de mirar a Roran con el rabillo del ojo. Al fin, le dijo en voz baja:

-Te echaba de menos.

Roran titubeó y luego respondió con una breve sacudida de cabeza. Unos pasos más allá, preguntó:

-Ésta es Saphira, ¿no? Jeod me dijo que se llamaba así.

-Sí.

Saphira miró a Roran con un ojo brillante. El aguantó el escrutinio sin volverse, cosa que no mucha gente era capaz de hacer.

Siempre quise conocer al compañero de cuna de Eragon. -¡Habla! -exclamó Roran cuando Eragon repitió sus palabras.

Esta vez Saphira se dirigió a él directamente: ¿Qué? ¿Creías que era muda como una lagartija?

Roran pestañeó.

-Te pido perdón. No sabía que los dragones fueran tan inteligentes. -Una amarga sonrisa le tensó los labios-. Primero los ra'zac, luego los magos, ahora los enanos, los Jinetes y dragones que hablan. Parece que el mundo se ha vuelto loco.

-Sí que lo parece.

-Te he visto pelear contra el otro Jinete. ¿Le has herido? ¿Ha huido por eso?

-Espera. Ya lo oirás.

Cuando llegaron al pabellón que buscaba Eragon, apartó la tela de la entrada y se metió dentro, seguido de Roran y Saphira, que metió la cabeza y el cuello tras ellos. En el centro de la tienda estaba Nasuada, sentada al borde de la mesa mientras una doncella le quitaba la retorcida armadura, al tiempo que ella sostenía una acalorada discusión con Arya. El corte de la pierna estaba curado.

Nasuada se detuvo a media frase al ver a los recién llegados. Corrió hacia ellos, rodeó a Eragon con sus brazos y gritó: -¿Dónde estabas? Creíamos que habías muerto, o incluso algo peor.

-No del todo.

-La vela sigue encendida -murmuró Arya.

Nasuada dio un paso atrás y dijo:

-No hemos podido ver lo que os pasaba a Saphira y a ti desde que habéis aterrizado en la meseta. Cuando se ha ido el dragón rojo y tú no aparecías, Arya ha intentado ponerse en contacto contigo, pero no sentía nada. Así que dábamos por hecho… -Se calló un momento-. Estábamos discutiendo la mejor manera de transportar Du Vrangr Gata y una compañía entera de guerreros al otro lado del río.

-Lo siento. No quería que os preocuparais. Estaba tan cansado al terminar la batalla, que me he olvidado de retirar las barreras. -Entonces Eragon presentó a Roran-. Nasuada, quiero presentarte a mi primo Roran. Tal vez Ajihad te hablara de él. Roran, la señora Nasuada, líder de los vardenos, de quien soy vasallo. Y ésta es Arya Svit-kona, la embajadora de los elfos.

Roran dedicó una reverencia a cada una.

-Es un honor conocer al primo de Eragon -dijo Nasuada.

-Desde luego -añadió Arya.

Tras intercambiar saludos, Eragon explicó que toda la población de Carvahall había llegado en el Ala de Dragón, y que Roran era el responsable de la muerte de los gemelos.

Nasuada alzó una oscura ceja.

-Los vardenos están en deuda contigo, Roran, por evitar su masacre. A saber el daño que habrían causado los gemelos antes de que Eragon o Arya pudieran enfrentarse a ellos. Nos has ayudado a vencer esta batalla. No lo olvidaré. Nuestras provisiones son limitadas, pero me aseguraré de que todos los ocupantes de tu barco reciban ropas y alimentos, así como de que los enfermos sean tratados.

Roran hizo una reverencia aún más profunda.

-Gracias, señora Nasuada.

-Si no apremiara tanto el tiempo, insistiría en preguntar por qué tú y los de tu aldea escapasteis de los hombres de Galbatorix, viajasteis hasta Surda y os reunisteis con nosotros. Hasta los meros hechos puntuales de vuestra expedición deben de conformar un relato extraordinario. Quiero conocer los detalles, sobre todo porque sospecho que tienen que ver con Eragon, pero en este momento debo ocuparme de otros asuntos más urgentes.

-Por supuesto, señora Nasuada.

-Entonces, puedes retirarte.

-Por favor-dijo Eragon-, déjale quedarse. Conviene que esté presente.

Nasuada le dirigió una mirada interrogativa.

-Muy bien. Si así lo deseas… Pero basta de charla. Ve al grano y cuéntanos lo de ese Jinete.

Eragon empezó con una rápida historia sobre los tres huevos que quedaban -dos de los cuales habían prendido ya-, así como sobre Morzan y Murtagh, para que Roran entendiera el significado de sus noticias. Luego procedió a describir la lucha que él y Saphira habían sostenido con Espina y el misterioso Jinete, prestando una atención especial a sus extraordinarios poderes.

-En cuanto hizo girar la espada, me di cuenta de que ya habíamos combatido antes, de modo que me lancé contra él y le arranqué el yelmo.

Eragon hizo una pausa.

-Era Murtagh, ¿verdad? -preguntó Nasuada en voz baja. -¿Cómo…?

Ella suspiró.

-Si los gemelos sobrevivieron, tenía sentido que también estuviera vivo Murtagh. ¿Te ha contado lo que pasó realmente aquel día en Farthen Dür?

Entonces Eragon les contó cómo los gemelos habían traicionado a los vardenos, reclutado a los úrgalos y secuestrado a Murtagh. Una lágrima rodó por la mejilla de Nasuada.

-Es una pena que le ocurriera eso a Murtagh, que ya había soportado muchas penurias.

Disfruté de su compañía en Tronjheim y creía que era nuestro aliado, pese a sus antecedentes. Me cuesta pensar en él como enemigo. -Se volvió hacia Roran y dijo-: Parece que también tengo una deuda personal contigo por matar a los traidores que asesinaron a mi padre.

«Padres, madres, hermanos, primos -pensó Eragon-. Todo se reduce a la familia.» Sacando fuerzas de flaqueza, terminó su informe contando que Murtagh le había robado a Zar'roc y luego el último y terrible secreto.

-No puede ser -murmuró Nasuada.

Eragon vio que la impresión y el asco cruzaban el rostro de Roran antes de que consiguiera disimular su reacción. Eso le dolió más que cualquier otra cosa. -¿Puede ser que Murtagh haya mentido?

-No veo por qué. Cuando lo he puesto en duda, me lo ha vuelto a decir en el idioma antiguo.

Un silencio largo e incómodo invadió el pabellón.

Entonces Arya dijo:

-Nadie más debe saberlo. Los vardenos ya están muy desmoralizados por la aparición de un nuevo Jinete. Y aún se inquietarán más cuando sepan que es Murtagh, a cuyo lado pelearon muchos y en quien confiaron en Farthen Dür. Si corre la voz de que Eragon Asesino de Sombras es hijo de Morzan, los hombres perderán la ilusión y pocos querrán unirse a nosotros. Ni siquiera el rey Orrin debería saberlo.

Nasuada se frotó las sienes.

-Me temo que tienes razón. Un nuevo Jinete… -Meneó la cabeza-. Sabía que esto podía ocurrir, pero no lo creía de verdad porque los huevos en poder de Galbatorix llevaban mucho tiempo sin prender.

-Tiene una cierta simetría -dijo Eragon.

-Ahora nuestra tarea es doblemente difícil. Hoy hemos aguantado, pero el ejército del Imperio sigue siendo más numeroso que el nuestro, y ahora no nos enfrentamos a un Jinete, sino a dos, y ambos son más fuertes que tú, Eragon. ¿Crees que podrás derrotar a Murtagh con la ayuda de los hechiceros de los elfos?

-Tal vez. Pero dudo que cometa la estupidez de enfrentarse a ellos y a mí a la vez.

Discutieron largo rato las consecuencias que podía tener la aparición de Murtagh en la campaña y sus estrategias para minimizarlas o eliminarlas. Al fin, Nasuada dijo:

-Basta. No podemos tomar una decisión ensangrentados y exhaustos, con las mentes unbladas por la batalla. Ve, descansa, y mañana retomaremos el asunto.

Cuando Eragon se volvía para salir, Arya se acercó a él y lo miró a los ojos.

-No permitas que esto te inquiete demasiado, Eragon-elda. No eres ni tu padre ni tu hermano. Su deshonra no es tuya.

-Sí -reforzó Nasuada-. Tampoco creas que esto ha empeorado la opinión que nos mereces.

-Se acercó y tomó la cara de Eragon entre sus manos-. Te conozco, Eragon. Tienes buen corazón. El nombre de tu padre no puede cambiar eso.

El calor floreció en el interior de Eragon. Miró a una mujer, luego a la otra, y después dobló la muñeca sobre el pecho, abrumado por su amistad:

-Gracias.

Cuando volvió a salir al aire libre, Eragon puso las manos en jarras y respiró hondo aquel aire humeante. El día tendía a su fin, y el estridente naranja de la luna se rendía ante una polvorienta luz dorada que invadía el campo de batalla, concediéndole una extraña belleza.

-Bueno, pues ya lo sabes -dijo.

Roran se encogió de hombros.

-De casta le viene al galgo.

-No digas eso -gruñó Eragon-. No lo digas nunca.

Roran lo estudió unos segundos.

-Tienes razón; ha sido una fea idea. No lo decía en serio. -Se rascó la barba y miró con los ojos achinados hacia la luz moteada que descansaba en el horizonte-. Nasuada no es como me la esperaba.

Eso provocó una risa cansada a Eragon.

-Tú esperabas a su padre, Ajihad. Ella es tan buena líder como él, o aún mejor. -¿No se ha teñido la piel?

-No, ella es así.

Justo entonces Eragon notó que Jeod, Horst y un grupo de hombres de Carvahall se apresuraban hacia ellos. Los aldeanos frenaron el paso al rodear una tienda y toparse con Saphira. -¡Horst! -exclamó Eragon. Dio un paso adelante y encerró al herrero en un abrazo de oso-. ¡Cuánto me alegro de volver a verte!

Horst miró boquiabierto a Eragon, y luego una sonrisa de placer cruzó su cara.

-Maldita sea si no me alegro yo también, Eragon. Desde que te fuiste, has engordado.

-Querrás decir desde que huí.

Encontrarse con los aldeanos era una extraña experiencia para Eragon. Las penurias habían alterado tanto a aquellos hombres que casi no los reconocía. Y lo trataban de un modo distinto, con una mezcla de asombro y reverencia. Eso le recordaba un sueño en el que todo lo familiar se volvía ajeno. Le desconcertaba sentirse tan desplazado entre ellos.

Tras acercarse a Jeod, Eragon se detuvo. -¿Sabes lo de Brom?

-Ajihad me envió un mensaje, pero me gustaría oír lo que pasó directamente de tus labios.

Eragon asintió con gravedad.

-En cuanto tenga la ocasión, nos sentaremos juntos y tendremos una larga conversación.

Luego Jeod se acercó a Saphira y le dedicó una reverencia.

-Llevo toda la vida esperando ver un dragón y ahora he visto dos en el mismo día. Desde luego, tengo suerte. En cualquier caso, tú eres el dragón que quería conocer.

Saphira dobló el cuello y tocó la frente de Jeod. Éste tembló al recibir el contacto.

Dale las gracias por ayudar a rescatarme de Galbatorix. Si no, seguiría languideciendo en la cueva del tesoro del rey. Era amigo de Brom, o sea que es nuestro amigo.

Cuando Eragon repitió sus palabras, Jeod dijo:

-Atra esterní ono thelduin, Saphira Bjartskular. -Sorprendió a todos con su conocimiento del idioma antiguo. -¿Dónde te habías metido? -preguntó Horst a Roran-. Te hemos buscado por todas partes cuando te has ido a perseguir a esos dos magos.

-Eso ahora no importa. Volved a la nave y haced que desembarquen todos. Los vardenos nos darán comida y refugio. ¡Esta noche podremos dormir en tierra firme!

Los hombres vitorearon.

Eragon contempló con interés mientras Roran iba dando órdenes. Cuando se fueron Jeod y los aldeanos, le dijo:

-Confían en ti. Hasta Horst te obedece sin dudar. ¿Hablas en nombre de todo Carvahall ahora?

-Sí.

Una pesada oscuridad avanzaba por los Llanos Ardientes cuando encontraron la pequeña tienda de dos plazas que los vardenos habían asignado a Eragon. Como Saphira no podía meter la cabeza por la apertura, se acurrucó en el suelo junto a la tienda y se preparó para mantener la guardia.

En cuanto recupere las fuerzas, me ocuparé de tus heridas -le prometió Eragon.

Ya lo sé. No trasnoches mucho hablando.

Dentro de la tienda, Eragon encontró una lámpara de aceite y la encendió con un pedernal. Podía ver perfectamente sin ella, pero Roran sí necesitaba la luz.

Se sentaron cara a cara: Eragon sobre el catre tendido a un lado de la tienda, y Roran en un taburete plegable que encontró apoyado en un rincón. Eragon no estaba seguro de cómo empezar, así que guardó silencio y miró fijamente el bailoteo de la llama de la lámpara.

Tras incontables minutos, Roran propuso:

-Dime cómo murió mi padre.

-Nuestro padre. -Eragon mantuvo la calma al ver que la expresión de Roran se endurecía.

Con tono amable, dijo-: Tengo tanto derecho como tú a llamarlo así. Mira en tu interior; sabrás que es verdad.

-Vale. Nuestro padre. ¿Cómo murió?

Eragon ya había contado esa historia varias veces. Pero en esta ocasión no se guardó nada. En vez de presentar simplemente los sucesos, describió lo que había pensado y sentido desde que encontrara el huevo de Saphira, con la intención de lograr que Roran entendiera por qué había actuado así. Nunca había sentido aquella ansiedad.

-Me equivoqué al ocultar a la familia la existencia de Saphira -concluyó Eragon-, pero temía que insistierais en matarla y no me di cuenta del peligro que representaba para nosotros. Si no… Cuando murió Garrow, decidí irme para perseguir a los ra'zac, y también para evitar que Carvahall corriera peligro. -Se le escapó una risotada de mal genio-. No funcionó, pero si me llego a quedar, los soldados hubieran venido mucho antes. Y entonces, ¿quién sabe? Incluso Galbatorix podría haber visitado el valle de Palancar en persona. Tal vez Garrow, papá, murió por mí, pero nunca tuve esa intención, ni la de que tú o cualquier

otra persona de Carvahall sufriera por mis decisiones… -gesticuló, desesperado-. Lo hice lo mejor que pude, Roran. -¿Y lo demás? Lo de que Brom era un Jinete, el rescate de Arya en Gil'ead, cuando mataste a un Sombra en la capital de los enanos… Todo lo que pasó.

-Sí.

Tan rápido como fue capaz, Eragon resumió lo que había ocurrido desde que él y Saphira partieran con Brom, incluido el trayecto a Ellesméra y su propia transformación durante el Agaetí Blódhren.

Roran se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas, juntó las manos y se quedó mirando el trozo de tierra que los separaba. A Eragon le resultaba imposible descubrir sus emociones sin entrar en su conciencia, cosa que se negó a hacer, pues sabía que invadir la intimidad de Roran hubiera sido un terrible error.

Roran guardó silencio tanto rato, que Eragon empezó a dudar si en algún momento contestaría. Al fin:

-Has cometido errores, pero no son peores que los míos. Garrow murió porque mantuviste a Saphira en secreto. Muchos más han muerto porque yo me negué a entregarme al Imperio. Tenemos la misma culpa. -Alzó la mirada y luego extendió lentamente la mano derecha-. ¿Hermanos?

-Hermanos -dijo Eragon.

Agarró a Eragon por el antebrazo y se dieron un brusco abrazo de lucha libre, moviéndose adelante y atrás como solían hacer en el pueblo. Cuando se separaron, Eragon tuvo que secarse los ojos con el dorso de la mano.

-Ahora que estamos juntos de nuevo, Galbatorix debería rendirse -bromeó-. ¿Quién puede enfrentarse a los dos? -Se dejó caer otra vez en el camastro-. Ahora cuéntame tú. ¿Cómo capturaron a Katrina los ra'zac?

La alegría se desvaneció por completo del rostro de Roran. Empezó a hablar en tono grave, y Eragon le escuchó con asombro creciente mientras trazaba la epopeya de ataques, asedios y traiciones, el abandono de Carvahall, el recorrido por las Vertebradas, el asalto a los muelles de Teirm y la navegación por un remolino monstruoso.

Cuando al fin Roran terminó, Eragon dijo:

-Eres más grande que yo. Yo no hubiera podido hacer ni la mitad de esas cosas. Pelear sí, pero no convencer a todos para que me siguieran.

-No tenía otro remedio. Cuando se llevaron a Katrina… -A Roran se le quebró la voz-. Podía rendirme y morir, o podía intentar escapar de la trampa de Galbatorix a cualquier coste.

Clavó su mirada ardiente en Eragon-. He mentido, incendiado y matado para llegar aquí. Ya no tengo que preocuparme de proteger a todos los de Carvahall; los vardenos se encargarán de eso. Ahora sólo tengo un objetivo en la vida: encontrar a Katrina y rescatarla, si no está muerta ya. ¿Me vas a ayudar, Eragon?

Eragon alargó un brazo, cogió las alforjas que tenía en un rincón de la tienda, donde las habían depositado los vardenos, y sacó un cuenco de madera y el frasco de plata lleno de faelnirv embrujado que le había regalado Oromis. Bebió un traguito del licor para revitalizarse y boqueó al notar cómo se deslizaba por su garganta y le cosquilleaba los nervios con un fuego helado. Luego echó faelnirv en el cuenco hasta que se formó un charquito de la anchura de su mano.

-Mira. -Recurriendo al empuje de su nueva energía, Eragon dijo-: Draumr kópa.

El licor tembló y se volvió negro. Al cabo de unos segundos, una fina mancha de luz apareció en el centro del cuenco, revelando a Katrina. Estaba desplomada contra una pared invisible, con las manos suspendidas en lo alto por esposas también invisibles y el cabello cobrizo extendido como un abanico sobre la espalda. -¡Está viva!

Roran se agachó sobre el cuenco, como si creyera que podía zambullirse en el faelnirv y reunirse con Katrina. Su esperanza y su determinación se fundieron con una mirada de afecto tan tierna, que Eragon supo que sólo la muerte impediría a Roran intentar liberarla.

Incapaz de sostener el hechizo por más tiempo, Eragon permitió que se desvaneciera la imagen. Se apoyó en la pared de la tienda en busca de apoyo.

-Sí -dijo débilmente-, está viva. Y lo más probable es que esté presa en Helgrind, en la madriguera de los ra'zac. -Eragon agarró a Roran por un hombro-. La respuesta a tu pregunta, hermano, es sí. Viajaré a Dras-Leona contigo. Te ayudaré a rescatar a Katrina. Y luego, tú y yo juntos mataremos a los ra'zac y vengaremos a nuestro padre.