Notó que Saphira también se sorprendía, y luego lo encontraba
divertido.
Parece que hemos viajado acompañados por la realeza sin
saberlo -le dijo. ¿Por qué no nos lo habrá dicho? Tal vez implicara
correr más peligros.
-Islanzadí Dróttning -dijo Arya, con formalidad. La reina se
apartó como si la hubieran pinchado y luego repitió en el lenguaje
antiguo:
-Ah, hija mía, qué males te he causado. -Se tapó la cara-.
Desde que desapareciste, apenas he podido dormir y comer. Me
perseguía tu destino, y temía no volverte a ver. Alejarte de mi
presencia fue el error más grande que jamás he cometido… ¿Podrás
perdonarme?
Los elfos reunidos se agitaron asombrados.
La respuesta de Arya tardó en llegar, pero al fin
dijo:
-Durante setenta años he vivido y amado, luchado y matado sin
hablar jamás contigo, madre. Nuestras vidas son largas, pero aun
así, no es un período breve.
Islanzadí se puso tiesa y alzó la barbilla. Un temblor la
recorrió.
-No puedo deshacer el pasado, Arya, por mucho que lo
desee.
-Ni puedo yo olvidar lo que he soportado.
-No deberías. -Islanzadí tomó las manos de su hija-. Arya, te
quiero. Eres mi única familia.
Vete si debes hacerlo, pero salvo que quieras renunciar a mí,
quisiera que nos reconciliáramos.
Durante un terrible momento pareció que Arya no iba a
contestar, o aún peor, que fuera a rechazar la oferta. Eragon vio
que dudaba y lanzaba un rápido vistazo a la audiencia. Luego agachó
la cabeza y dijo:
-No, madre. No podría irme.
Islanzadí sonrió insegura y abrazó de nuevo a su hija. Esta
vez Arya le devolvió el gesto, y asomaron las sonrisas entre los
elfos reunidos.
El cuervo blanco saltó en su cruceta,
gorjeando:
-Y en la puerta grabaron para siempre lo que desde entonces
fue el lema familiar: «Desde ahora nos vamos a
adorar».
-Calla, Blagden -dijo Islanzadí al cuervo-. Guárdate los
ripios para ti. -La reina se desprendió del abrazo y se volvió
hacia Eragon y Saphira-. Debéis perdonarme por ser descortés e
ignoraros, pues sois nuestros más importantes
invitados.
Eragon se llevó una mano a los labios y luego dobló la mano
derecha sobre el esternón, tal como le había enseñado
Arya:
-Islanzadí Dróttning. Atra estreñí ono
thelduin.
No le cupo la menor duda de que debía hablar
primero.
Islanzadí abrió de par en par sus ojos
negros.
-Atra du evarínya ono varda.
-Un atra mor'ranr lífa unin hjarta onr -replicó Eragon,
completando así el ritual.
Notó que los elfos se sorprendían del conocimiento que
mostraba de sus costumbres. En su mente, escuchó a Saphira repetir
su saludo a la reina.
Cuando la dragona terminó, Islanzadí preguntó: -¿Cómo te
llamas, dragona?
Saphira.
Un brillo de reconocimiento apareció en el rostro de la
reina, pero no hizo ningún comentario.
-Bienvenida a Ellesméra, Saphira. ¿Y tú,
Jinete?
-Eragon Asesino de Sombras, majestad.
Esta vez, una agitación audible recorrió a los elfos sentados
tras ellos; incluso Islanzadí parecía asustada.
-Tienes un nombre poderoso -dijo con suavidad-. No solemos
ponérselo a nuestros hijos…
Bienvenido a Ellesméra, Eragon Asesino de Sombras. Hace mucho
que te esperamos. - Avanzó hacia Orik, lo saludó, regresó a su
trono y se echó sobre un brazo la capa de terciopelo-. Doy por
hecho, por tu presencia entre nosotros, Eragon, tan poco tiempo
después de la captura del huevo de Saphira, así como por el anillo
que llevas en la mano y la espada que hay en tu cinto, que Brom ha
muerto y que tu formación con él no llegó a
completarse.
Quiero oír toda la historia, incluida la caída de Brom y cómo
llegaste a conocer a mi hija, o cómo te conoció ella a ti, según
sea. Luego escucharé qué misión te trae aquí y el relato de tus
aventuras, Arya, desde la emboscada en Du
Weldenvarden.
Eragon había relatado sus experiencias anteriormente, de modo
que no tuvo problema para repetírselas a la reina. En las pocas
ocasiones en que su memoria fallaba, Saphira pudo aportarle la
descripción exacta de los sucesos. En diversos momentos permitió
que fuera ella quien lo contara. Cuando hubieron terminado, Eragon
sacó de su bolsa el pergamino de Nasuada y se lo entregó a
Islanzadí.
La reina tomó el pergamino enrollado, rompió el sello rojo de
cera y, al terminar de leer la misiva, suspiró y cerró brevemente
los ojos.
-Ahora veo la profundidad de mi estupidez. Mi dolor hubiera
terminado mucho antes si no hubiera retirado a mis soldados e
ignorado a los mensajeros de Ajihad cuando supe que habían
emboscado a Arya. Nunca tendría que haber culpado a los vardenos
por su muerte.
Para mi avanzada edad, todavía soy demasiado
estúpida…
Siguió un largo silencio, pues nadie se atrevió a mostrarse
de acuerdo o en contra.
Invocando su coraje, Eragon dijo:
-Como Arya ha regresado viva, ¿aceptarás ayudar a los
vardenos como antes? En caso contrario, Nasuada no puede triunfar.
Y yo he jurado apoyar su causa.
-Mi pelea con los vardenos ya es polvo en el viento -dijo
Islanzadí-. No temas; la ayudaremos como hicimos antaño y más
todavía gracias a ti y a tu victoria sobre los
úrgalos.
-Se inclinó hacia delante apoyada en un brazo-. ¿Me das el
anillo de Brom, Eragon? -Sin dudarlo, él se quitó el anillo y se lo
ofreció a la reina, que lo tomó de la palma de su mano con sus
dedos delgados-. No deberías haberlo llevado, Eragon, pues no fue
hecho para ti. Sin embargo, por la ayuda que has prestado a los
vardenos y a mi familia, te nombro Amigo de los Elfos y te confiero
este anillo, Aren, de modo que todos los elfos, dondequiera que
vayas, sabrán que mereces su confianza y su ayuda.
Eragon dio las gracias y volvió a ponerse el anillo, muy
consciente de la mirada fija de la reina, que seguía posada en él
con una inquietante agudeza para estudiarlo y analizarlo. Se sentía
como si ella supiera cualquier cosa que fuera a hacer o
decir.
-Hace muchos años que no recibimos en Du Weldenvarden
noticias como las tuyas.
Estamos acostumbrados a un estilo de vida más lento que en el
resto de Alagaésia, y me inquieta que puedan ocurrir tantas cosas
tan rápidamente sin llegar a mis oídos. -¿Y mi
formación?
Eragon lanzó una furtiva mirada a los elfos sentados,
preguntándose cuál de ellos sería Togira Ikonoka, el ser que había
entrado en contacto con su mente y le había librado de la terrible
influencia de Durza después de la batalla de Farthen Dür, el mismo
que le había animado a viajar hasta Ellesméra.
-Empezará en su debido momento. Sin embargo, temo que
instruirte sea inútil mientras persista tu enfermedad. Salvo que
logres superar la magia de la Sombra, quedarás reducido a la
condición de títere. Tal vez aún seas útil, pero sólo como sombra
de la esperanza que hemos cultivado durante más de un siglo.
-Islanzadí hablaba sin reproches, pero sus palabras golpearon a
Eragon como un martillazo. Sabía que tenía razón-. No eres culpable
de tu situación, y me duele decir estas cosas, pero debes entender
la gravedad de tu incapacidad…
Lo siento.
Luego, Islanzadí se dirigió a Orik:
-Ha pasado mucho desde que el último de los tuyos entró en
nuestros salones, enano.
Eragon-finiarel ha explicado tu presencia, pero ¿tienes algo
que añadir?
-Sólo un saludo de mi rey, Hrothgar, y la petición, ya
innecesaria, de que reanudes el contacto con los vardenos. Aparte
de eso, estoy aquí para asegurarme de que se honre el pacto que
Brom forzó entre vosotros y los humanos.
-Nosotros cumplimos nuestras promesas, tanto si las
pronunciamos en este lenguaje como en el antiguo. Acepto los
saludos de Hrothgar y se los devuelvo del mismo modo. - Finalmente,
tal como Eragon estaba seguro de que deseaba hacer desde que
llegaran, Islanzadí miró a Arya y preguntó-: Bueno, hija, ¿qué te
pasó?
Arya empezó a contar, en un tono continuo, primero su captura
y luego su largo cautiverio y tortura en Gil'ead. Saphira y Eragon
habían ocultado deliberadamente los detalles de sus abusos, pero
Arya no parecía encontrar dificultad en el recuento de aquello a lo
que se había visto sometida. Sus descripciones, carentes de
emoción, provocaron en Eragon la misma rabia que la primera visión
de sus heridas. Los elfos permanecieron en completo silencio
durante todo el relato de Arya, aunque agarraban las espadas y sus
rostros se endurecían con finas arrugas de rabia fría. Una sola
lágrima rodó por la mejilla de Islanzadí.
Luego, un ágil caballero de los elfos caminó sobre el musgoso
césped que quedaba entre las sillas.
-Sé que hablo por todos nosotros, Arya Dróttningu, al decir
que mi corazón arde de pena por tus sufrimientos. Es un crimen sin
perdón, mitigación o reparación posible, y Galbatorix debe ser
castigado por él. Además, estamos en deuda contigo por mantener la
ubicación de nuestras ciudades oculta a la Sombra. Pocos de
nosotros hubiéramos podido resistirle tanto
tiempo.
-Gracias, Dáthedr-vor.
Luego habló Islanzadí, y su voz resonó como una campana entre
los árboles.
-Basta. Nuestros invitados esperan de pie y están cansados, y
llevamos demasiado rato hablando de cosas malas. No permitiré que
se estropee la ocasión por regodearnos en lasheridas del pasado.
-Una gloriosa sonrisa iluminó su cara-. Mi hija ha vuelto, han
aparecido una dragona y su Jinete, y quiero que lo celebremos del
modo adecuado.
Se levantó, alta y magnífica con su túnica carmesí, y dio una
palmada. Tras ese sonido, cubrieron las sillas y el pabellón
cientos de lirios y rosas que caían desde seis metros más arriba
como coloridos copos de nieve y llenaban el aire de su densa
fragancia.
No ha usado el lenguaje antiguo -observó
Eragon.
Se dio cuenta de que, mientras todo el mundo estaba ocupado
con las flores, Islanzadí tocaba gentilmente a Arya en un hombro y
murmuraba en un tono casi inaudible:
-No habrías sufrido tanto si hubieses seguido mi consejo.
Tenía razón cuando me opuse a tu decisión de aceptar el
yawé.
-Era una decisión mía.
La reina se detuvo y luego asintió y extendió un
brazo.
-Blagden.
Con un aleteo, el cuervo voló desde su percha y aterrizó en
su hombro izquierdo. Todos los miembros de la asamblea hicieron una
reverencia mientras Islanzadí avanzaba hacia el fondo del salón y
abría la puerta para que entraran los cientos de elfos que había
fuera, tras lo cual pronunció una breve declaración en el lenguaje
antiguo que Eragon no entendió. Los elfos soltaron vítores y
echaron a correr en todas direcciones. -¿Qué ha dicho? -susurró
Eragon a Narí. Éste sonrió.
-Que abran nuestros mejores toneles y enciendan las hogueras
para cocinar, porque ésta será una noche de fiestas y canciones.
¡Ven!
Tomó a Eragon de la mano y tiró de él tras la reina, que se
abría paso entre los enmarañados pinos y los brotes de fríos
heléchos. Mientras ellos habían estado encerrados, el sol había
descendido en el cielo, empapando el bosque con una luz ambarina
que se aferraba a los árboles y a las plantas como una capa de
grasa brillante.
Supongo que te habrás dado cuenta -dijo Saphira- de que
Evandar, el rey mencionado por Lifaen, debe de ser el padre de
Arya. Eragon estuvo a punto de tropezar. Tienes razón… Yeso
significa que lo mató Galbatorix, o tal vez los
Apóstatas.
Círculos encerrados en círculos.
Se detuvieron en la cresta de una pequeña colina, donde un
grupo de elfos había instalado una larga mesa sobre caballetes,
rodeada de sillas. En torno a ellos, el bosque vibraba de
actividad. A medida que se acercaba el anochecer, el alegre brillo
de las fogatas parecía esparcirse por toda Ellesméra, empezando por
una hoguera encendida cerca de la mesa.
Alguien pasó a Eragon una copa hecha de la misma madera
extraña que había descubierto en Ceris. Se bebió su claro licor y
luego boqueó al notar que le ardía la garganta.
Sabía a sidra especiada y mezclada con aguamiel. La poción le
provocó un cosquilleo en las puntas de los dedos y en las orejas,
así como una maravillosa sensación de claridad. -¿Qué es esto?
-preguntó a Narí.
Éste se echó a reír. -¿El faelnirv? Lo destilamos a partir de
bayas de saúco e hilachas de rayos de luna. Si es necesario, un
hombre fuerte puede pasarse tres días viajando sin consumir otra
cosa.
Saphira, tienes que probarlo.
Ella olisqueó la copa, abrió la boca y permitió que Eragon le
echara el resto del faelnirv.
Abrió mucho los ojos y agitó la cola. ¡Qué gustazo! ¿Hay
más?
Antes de que Eragon pudiera contestar, Orik se plantó ante
ellos con pasos fuertes.
-La hija de la reina… -masculló, meneando la cabeza-. Ojalá
pudiera contárselo a Hrothgar y a Nasuada. Les encantaría
saberlo.
Islanzadí se sentó en una silla de respaldo alto y dio otra
palmada. Del interior de la ciudad salió un cuarteto de elfos con
instrumentos musicales. Los primeros llevaban dos arpas de madera
de cerezo; el tercero, un juego de flautas de caña, y la cuarta,
tan sólo su voz, que aplicó de inmediato a una canción juguetona
que pronto bailó en sus oídos.
Eragon apenas captaba una de cada tres palabras, pero lo que
entendió le provocó una sonrisa. Era la historia de un ciervo que
no podía beber en un estanque porque una urraca no dejaba de
molestarle.
Mientras escuchaba, Eragon echó un vistazo alrededor y
descubrió a una chiquilla que rondaba detrás de la reina. Cuando
volvió a mirarla, vio que su melena abultada no era plateada, como
la de muchos elfos, sino blanqueada por la edad, y tenía la cara
marchita y recorrida por arrugas como una manzana seca. No era una
elfa, ni una enana, ni siquiera - según le pareció a Eragon-
humana. Le sonrió, y Eragon creyó haber visto una fila de dientes
afilados.
Cuando calló la cantante y las flautas y laúdes llenaron el
silencio, Eragon vio que se le acercaban montones de elfos que
querían conocerlo a él y, según observó, más todavía a Saphira. Los
elfos se presentaban con leves reverencias y se tocaban los labios
con los dedos índice y corazón, a lo que Eragon respondía con el
mismo gesto, entre infinitas repeticiones de las fórmulas para el
saludo en el lenguaje antiguo. Interrogaban a Eragon con educadas
preguntas acerca de sus gestas, pero reservaban el grueso de la
conversación para Saphira.
Al principio, a Eragon le gustó dejar que hablara Saphira,
pues era el primer lugar en que alguien se interesaba por conversar
con ella. Pero pronto se aburrió de que lo ignorasen; se había
acostumbrado a que la gente le escuchara. Sonrió compungido,
desanimado al comprobar en qué medida había llegado a dar por hecha
la atención de los demás desde que se uniera a los vardenos, y se
obligó a relajarse y disfrutar de la celebración.
Poco tardó el aroma de la comida en impregnar aquel claro, y
aparecieron los elfos cargados con bandejas llenas de delicadezas.
Aparte de las hogazas de pan caliente y pilas de pequeños pasteles
redondos de miel, todos los demás platos eran de fruta, verduras y
bayas.
Sobre todo predominaban las bayas en todas sus formas: desde
una sopa de arándanos hasta la salsa de frambuesa, pasando por una
mermelada de moras. Había un cuenco de manzanas cortadas, empapadas
en sirope y adornadas con fresas salvajes junto a un pastel de
setas relleno de espinacas, tomillo y grosellas.
No había nada de carne, pescado o aves, lo cual seguía
sorprendiendo a Eragon. En Carvahall y en cualquier otro lugar del
Imperio, la carne era un símbolo de estatus y de
lujo.
Cuanto más oro tuvieras, más a menudo podías permitirte comer
ternera y otras carnes. Incluso la nobleza menor consumía carne en
todas las comidas. Lo contrario era señal de déficit en sus cofres.
Y sin embargo, los elfos no suscribían esa filosofía, pese a su
obvia riqueza y a la facilidad de cazar por medio de la
magia.
Los elfos se acercaron a la mesa con un entusiasmo que
sorprendió a Eragon. Pronto estuvieron todos sentados: Islanzadí a
la cabeza con Blagden, el cuervo; Dáthedr a su izquierda; Arya y
Eragon a su derecha; Orik frente a ellos, y luego todos los demás,
incluidos Narí y Lifaen. En el otro extremo de la mesa no había
ninguna silla; sólo un enorme plato tallado para
Saphira.
A medida que avanzaba la cena, todo se disolvió en torno a
Eragon en una bruma de charla y alborozo. Estaba tan atrapado por
la fiesta que perdió la conciencia del tiempo y sólo oía las risas
y las palabras de aquel idioma ajeno que revoloteaban sobre su
cabeza, así como el cálido brillo que el faelnirv dejaba en su
estómago. La escurridiza música de las arpas suspiraba y susurraba
al borde de su capacidad auditiva y le provocaba estremecimientos
de excitación en el costado. De vez en cuando se distraía con la
perezosa mirada rasgada de la mujer-niña, que parecía concentrarse
en él con una obcecada intensidad, incluso mientras
comía.
Aprovechando una pausa en la conversación, Eragon se volvió
hacia Arya, que apenas había pronunciado una docena de palabras. No
dijo nada; se limitó a mirarla y a preguntarse quién era
realmente.
Arya se agitó.
-Ni siquiera lo sabía Ajihad. -¿Qué?
-Fuera de Du Weldenvarden, no confesé mi identidad a nadie.
Brom la conocía porque me conoció aquí, pero la mantuvo en secreto
a petición mía.
Eragon se preguntó si se lo estaba contando por cumplir con
un deber o porque se sentía culpable por haberlos engañado a él y a
Saphira.
-Brom dijo una vez que lo que los elfos callaban era más
importante que lo que decían.
-Nos entendía bien.
-Pero ¿por qué? ¿Pasaba algo si lo sabía
alguien?
Esta vez fue Arya quien dudó.
-Cuando salí de Ellesméra, no tenía ningunas ganas de que me
recordasen mi posición.
Tampoco parecía relevante para mi tarea con los vardenos y
los enanos. No tenía nada que ver con la persona en que me había
convertido… Con quien soy ahora.
Miró a la reina.
-A Saphira y a mí nos lo podrías haber
dicho.
Arya pareció torcer el gesto al percibir un reproche en su
voz.
-No tenía ninguna razón para sospechar que mi relación con
Islanzadí había mejorado, y decíroslo no hubiera cambiado nada. Mis
pensamientos son sólo míos, Eragon.
Éste se sonrojó por la alusión: ¿por qué había de confiar
ella, diplomática, princesa, elfa y mayor que él, su padre y su
abuelo juntos, quienesquiera que éstos fuesen, en él, que apenas
era un humano de diecisiete años?
-Al menos -murmuró- te has arreglado con tu
madre.
Ella mostró una extraña sonrisa. -¿Acaso tenía otra
opción?
En ese momento, Blagden saltó del hombro de Islanzadí y
correteó por la mesa, agachando la cabeza a ambos lados en un
remedo de reverencia. Se detuvo ante Saphira, soltó una tos burda y
graznó:
Los dragones tienen garras Para atacar a
degüello.
Los dragones tienen cuello Igual que las
jarras.
Las usa para beber el cuervo, ¡Mientras el dragón se come un
ciervo!
Los elfos se quedaron quietos con expresión mortificada
mientras esperaban la reacción de Saphira. Tras un largo silencio,
la dragona alzó la vista de su pastel de membrillo y soltó una nube
de humo que envolvió a Blagden.
También como pajarillos -dijo proyectando su pensamiento de
modo que lo oyera todo el mundo.
Al fin los elfos se echaron a reír, mientras Blagden se
tambaleaba hacia atrás, graznando indignado y aleteando para
despejar el aire.
-Debo pedir perdón por los versos malvados de Blagden -dijo
Islanzadí-. Siempre ha tenido la lengua salaz, pese a nuestros
esfuerzos por domarla.
Se aceptan las disculpas -dijo Saphira con calma, y regresó a
su pastel. -¿De dónde ha salido? -preguntó Eragon, deseoso de
encontrar un tema de conversación más cordial con Arya, pero
llevado también por la curiosidad.
-Blagden -explicó Arya- le salvó en una ocasión la vida a mi
padre. Evandar peleaba con un úrgalo cuando tropezó y perdió la
espada. Antes de que el úrgalo pudiera atacar, un cuervo voló hacia
él y le picoteó los ojos. Nadie sabe por qué lo hizo el pájaro,
pero la distracción permitió a Evandar recuperar el equilibrio y
ganar la batalla. Como mi padre siempre fue generoso, dio las
gracias al cuervo con la bendición de un hechizo que le concedía
inteligencia y una larga vida. Sin embargo, la magia tuvo dos
efectos que no había previsto: Blagden perdió todo el color de sus
plumas y ganó la habilidad de predecir ciertos sucesos. -¿Es capaz
de ver el futuro? -preguntó Eragon, asombrado. -¿Verlo? No. Pero
tal vez pueda sentir lo que va a ocurrir. En cualquier caso,
también habla con ripios, la mayoría de los cuales sólo son un
montón de tonterías. Recuerda que si Blagden se te acerca y te dice
algo que no sea un chiste o un juego de palabras, harás bien en
tenerlo en cuenta.
Cuando hubo terminado la cena, Islanzadí se levantó
-provocando un revuelo de actividad porque todos se apresuraron a
imitarla- y dijo:
-Es tarde, estoy cansada y quiero regresar a mis ramas.
Acompañadme, Saphira y Eragon, y os mostraré dónde podéis dormir
esta noche.
La reina señaló a Arya con una mano y abandonó la mesa. Arya
la siguió.
Mientras rodeaba la mesa con Saphira, Eragon se detuvo ante
la mujer-niña, atrapado por sus ojos salvajes. Todos los elementos
de su apariencia física, desde sus ojos hasta la enmarañada melena,
pasando por los colmillos blancos, despertaron la memoria de
Eragon.
-Eres una mujer gata, ¿verdad? -Ella pestañeó una vez y
mostró los dientes en una sonrisa peligrosa-. Conocí a uno de los
tuyos, Solembum, en Teirm y Farthen Dür. La sonrisa se volvió más
abierta.
-Sí. Un buen elemento. A mí me aburren los humanos, pero a él
le parece divertido viajar con Angela, la bruja.
Luego desvió la mirada hacia Saphira y soltó un profundo
murmullo de aprecio, mitad gruñido, mitad ronroneo. ¿Cómo te
llamas? -preguntó Saphira.
-Los nombres son poderosos en el corazón de Du Wel-denvarden,
dragona, sí que lo son.
De todos modos…, entre los elfos me conocen como la
Vigilanta, Zarpa Rápida y la Bailarina de Sueños, pero para ti
puedo ser Maud. -Meneó su melena de rígidos mechones
blancos-.
Será mejor que sigáis a la reina, jovencitos; no se toma a la
ligera a los tontos y a los tardones.
-Ha sido un placer conocerte, Maud -dijo Eragon. Hizo una
reverencia y Saphira agachó la cabeza. Eragon miró a Orik,
preguntándose adonde lo llevarían, y luego siguió a
Islanzadí.
Llegaron a la altura de la reina justo cuando ésta se detenía
junto a la base de un árbol. En el tronco había una delicada
escalera encastrada que ascendía en espiral hasta una serie de
habitaciones globulares suspendidas en la corona del árbol por unas
ramas abiertas en abanico.
Islanzadí alzó una mano con elegancia y señaló la
construcción elevada.
-Tú tienes que subir volando, Saphira. Cuando crecieron las
escaleras, nadie pensaba en dragones. -Luego se dirigió a Eragon-.
Ahí es donde dormía el líder de los Jinetes de Dragones cuando
estaba en Ellesméra. Te lo cedo ahora, pues eres el justo heredero
de dicho título… Es tu herencia.
Antes de que Eragon pudiera agradecérselo, la reina avanzó
deslizándose y se fue con Arya, quien sostuvo la mirada de Eragon
un largo rato antes de desaparecer en las profundidades de la
ciudad. ¿Vamos a ver qué clase de acomodo nos han preparado?
-preguntó Saphira.
Se elevó de un salto y rodeó el árbol en un círculo cerrado,
equilibrándose con la punta de un ala, perpendicular al
suelo.
Cuando Eragon dio el primer paso, vio que Islanzadí había
dicho la verdad; las escaleras y el árbol eran lo mismo. Bajo sus
pies, la corteza estaba suave y lisa por los muchos elfos que la
habían pisado, pero seguía formando parte del tronco, al igual que
el balaustre de celosía retorcida que quedaba a su lado y la
barandilla curvada que se deslizaba bajo su mano
derecha.
Como las escaleras estaban diseñadas a la medida de la fuerza
de los elfos, Eragon no estaba acostumbrado a un ascenso tan
pronunciado y pronto empezaron a arderle los muslos y las
pantorrillas. Al llegar arriba -tras colarse por una trampilla del
suelo de una de las habitaciones-, respiraba con tal fuerza que
tuvo que descansar las manos en las rodillas y doblar la cintura
para boquear. Una vez recuperado, estiró el cuerpo y examinó el
entorno.
Estaba en un vestíbulo circular con un pedestal en el centro,
del cual salía una escultura que representaba dos antebrazos, con
sus respectivas manos, que ascendían rodeándose en espiral sin
llegar a tocarse. Tres puertas enteladas salían del vestíbulo: una
daba a un comedor austero en el que cabrían a los sumo diez
personas; otra, a un armario con un agujero en el suelo para el que
Eragon no supo discernir utilidad alguna; la última, a un
dormitorio que se abría sobre la vasta extensión de Du
Weldenvarden.
Eragon cogió una linterna encajada en el techo y, al entrar
en el dormitorio, provocó que una gran cantidad de sombras saltaran
y revolotearan como bailarines alocados. En la pared exterior había
un agujero con forma de lágrima y de tamaño suficiente para que
entrara por él un dragón. En la habitación había una cama, situada
de tal modo que desde ella, tumbado boca arriba, podría contemplar
el cielo y la luna; una chimenea de una madera gris que al tacto
parecía dura y fría como el acero, como si el leño estuviera
comprimido hasta alcanzar una densidad nunca vista, y una tarima
enorme, de bordes bajos, instalada en el suelo y rellena de suaves
mantas, para que durmiera Saphira.
Mientras Eragon lo miraba todo, Saphira trazó un círculo
hacia abajo y aterrizó en el borde de la parte abierta, con las
escamas relucientes como una constelación de estrellas azules. Tras
ella, los últimos rayos de sol se desparramaban por el bosque y
pintaban los montes y colinas con una bruma ambarina que hacía
brillar la pinaza como si fuera de hierro candente y perseguía a
las sombras para expulsarlas hacia el horizonte violeta. Desde
aquellaaltura, la ciudad parecía una serie de agujeros en la
voluminosa cubierta del bosque, islas de calma en un océano
inquieto. El verdadero tamaño de Ellesméra quedaba ahora revelado;
se extendía varios kilómetros al oeste y al norte.
Si Vrael vivía así normalmente, aún respeto más a los Jinetes
-dijo Eragon-. Es mucho más sencillo de lo que
esperaba.
Toda la estructura se balanceó ligeramente en respuesta a un
soplo del viento.
Saphira olisqueó las mantas.
Aún tenemos que ver Vroengard- le advirtió, aunque Eragon
notó que estaba de acuerdo con él.
Mientras cerraba la puerta de tela del dormitorio, vio con el
rabillo del ojo algo que se le había escapado en la primera
inspección: una escalera espiral que se enroscaba para subir en
torno a una chimenea de madera oscura. Ascendió cautelosamente, con
la antorcha por delante, paso a paso.
Al cabo de unos seis metros, salió a un estudio amueblado con
un escritorio -lleno de plumas, tinta y papel, aunque sin
pergaminos- y otro rincón para el descanso de un
dragón.
También en la pared del fondo había una abertura para que
entrara un dragón.
Saphira, ven a ver esto. ¿Cómo?
Por fuera.
Eragon se encogió al ver que una capa de corteza se astillaba
y crujía bajo las zarpas de Saphira cuando ésta abandonó a rastras
su lecho para subir al estudio. ¿Satisfecha? -le preguntó cuando
llegó.
Saphira lo miró con sus ojos de zafiro y luego se dedicó a
estudiar las paredes y los muebles.
Me pregunto -dijo- cómo te las arreglas para conservar el
calor con estas paredes abiertas.
No lo sé.
Eragon examinó las paredes al otro lado de la apertura,
pasando las manos sobre las formas abstractas arrancadas al árbol
por medio de las canciones de los elfos. Se detuvo al notar un
saliente vertical encastrado en la corteza. Tiró de él y salió una
membrana diáfana de la pared, como si hubiera tirado de un carrete.
La pasó bajo el portal y encontró una segunda hendidura en la que
encajar el borde de la tela. En cuanto estuvo encajada, el aire se
espesó y se calentó notablemente.
Ahí tienes tu respuesta -dijo.
Soltó la tela, que se recogió soltando leves latigazos de un
lado a otro.
Cuando regresaron al dormitorio, Eragon deshizo su bolsa
mientras Saphira se enroscaba en su tarima. Dispuso con cuidado su
escudo, los protectores de antebrazos y espinillas, la toca y el
yelmo, y luego se quitó la túnica y la camisa de malla, con la
parte trasera de piel. Se sentó en la cama con el pecho desnudo y
estudió los eslabones engrasados, sorprendido por la similitud con
las escamas de Saphira.
Lo hemos conseguido -dijo desconcertado.
Ha sido un largo viaje… pero sí, lo hemos conseguido. Hemos
tenido suerte de que no nos golpeara la desgracia por el
camino.
Eragon asintió.
Ahora sabremos si merecía la pena. A veces me pregunto si no
hubiéramos aprovechado mejor el tiempo ayudando a los
vardenos.
¡Eragon! Sabes que necesitamos más instrucción. Brom lo
hubiera querido así. Además, merecía la pena venir hasta aquí sólo
por Ellesméra e Islanzadí.
Tal vez -al fin, preguntó-: ¿Qué te parece todo
esto?
Saphira abrió un poco las fauces a fin de mostrar los
dientes.
No sé. Los elfos tienen aún más secretos que Brom y son
capaces de hacer con la magia cosas que yo no creía posibles. No
tengo idea de qué métodos usan para que sus árboles adopten estas
formas, ni cómo hizo Islanzadí para que aparecieran esas flores. Me
resulta totalmente incomprensible.
Para Eragon suponía un alivio comprobar que no era el único
que se sentía abrumado. ¿YArya? ¿Qué pasa con
ella?
Bueno, ahora sabes quién es.
Ella no ha cambiado; sólo tu percepción de quién
es.
Saphira cloqueó en la profundidad de su garganta, con un
sonido como de piedras entrechocadas, y luego apoyó la cabeza en
las patas delanteras.
Ya brillaban las estrellas en el cielo, y el suave ulular de
los buhos flotaba por Ellesméra.
Todo el mundo estaba en calma y silencio, como si se sumiera
en el sueño de una noche líquida.
Eragon se arrastró bajo las sedosas sábanas y alargó una mano
para apagar la antorcha, pero se detuvo a escasos centímetros. Ahí
estaba: en la capital de los elfos, a más de treinta metros de
altura, acostado en la cama que en otro tiempo ocupara
Vrael.
Pensarlo era demasiado.
Rodó para levantarse, agarró la antorcha con una mano y a
Zar'roc con la otra y sorprendió a Saphira al acercarse a rastras a
su tarima y acurrucarse en su cálido costado.
Ella ronroneó y lo tapó con un ala de terciopelo mientras él
apagaba la antorcha y cerraba los ojos.
Juntos en Ellesméra durmieron larga y
profundamente.