La rodilla golpeada estaba morada, se sentía magullado por el
ataque y por la Danza élfica de la Serpiente y la Grulla, y tenía
tan mal la garganta que apenas podía hacer otra cosa que graznar.
La peor herida, sin embargo, afectaba a su sensación premonitoria
de que aquélla no sería la última vez que la herida de Durzan le
causaría problemas. La perspectiva lo enfermaba, pues le consumía
la energía y la voluntad.
Pasan tantas semanas entre un ataque y el siguiente -dijo-
que empezaba a esperar que tal vez, tal vez, estuviera curado…
Supongo que si he aguantado tanto, habrá sido por pura
suerte.
Saphira estiró el cuello y le acarició un brazo con el
morro.
Ya sabes que no estás solo, pequeñajo. Haré todo lo que pueda
por ayudarte.
Eragon respondió con una débil sonrisa. Luego Saphira le
lamió la cara y añadió:
Tendrías que prepararte para salir.
Ya lo sé.
Se quedó mirando el suelo, sin ganas de moverse, y luego se
arrastró hasta el baño, donde se lavó como los gatos y usó la magia
para afeitarse.
Estaba secándose cuando sintió que una presencia entraba en
contacto con su mente. Sin detenerse a pensar, Eragon empezó a
fortificar la mente, concentrándose en la imagen del dedo gordo del
pie para excluir cualquier otra cosa. Entonces oyó que Oromis le
decía:
Admirable, pero innecesario. Hoy, tráete a
Zar'roc.
La presencia se desvaneció.
Eragon soltó un suspiro tembloroso.
He de estar más atento -dijo a Saphira-. Si llega a ser un
enemigo, habría quedado a su merced.
No mientras yo esté a tu lado.
Terminadas las abluciones, Eragon soltó la membrana de la
pared y montó en Saphira, sosteniendo a Zar'roc bajo el
brazo.
Saphira alzó el vuelo con un remolino de aire y torció hacia
los riscos de Tel'naeír. Desde las alturas pudieron ver los daños
que había provocado la tormenta en Du
Welden-varden.
En Ellesméra no había caído ningún árbol, pero más allá,
donde la magia de los elfos resultaba más débil, se habían
desplomado numerosos pinos. El viento todavía provocaba que los
árboles caídos y las ramas se rozaran, generando un crispado coro
de crujidos y gemidos.
Nubes de polen dorado, espesas como el polvo, se derramaban
desde los árboles y las flores.
Mientras volaban, Eragon y Saphira intercambiaron recuerdos
de lo que habían aprendido por separado el día anterior. Él le
contó lo que había aprendido de las hormigas y del idioma antiguo,
y ella le habló de corrientes descendentes y otros patrones
climáticos peligrosos, y de cómo evitarlos.
Así, cuando llegaron y Oromis interrogó a Eragon acerca de
las lecciones de Saphira, mientras Glaedr interrogaba a Saphira
acerca de las de Eragon, pudieron contestar a todas las
preguntas.
-Muy bien, Eragon-vodhr.
Sí. Bien jugado, Bjartskular -añadió Glaedr, dirigiéndose a
Saphira.
Igual que el día anterior, Saphira se retiró con Glaedr
mientras Eragon permanecía en los acantilados, aunque esta vez
Saphira se preocupó de mantener el vínculo mental para que cada uno
pudiera absorber las instrucciones que recibía el
otro.
Cuando se fueron los dragones, Oromis
observó:
-Hoy tienes la voz áspera, Eragon. ¿Te encuentras
mal?
-Esta mañana me ha vuelto a doler la
espalda.
-Ah. Cuenta con mi compasión. -Luego le señaló con un dedo-.
Espérame aquí.
Eragon se quedó mirando mientras Oromis desaparecía a grandes
zancadas en su cabaña y volvía a salir con aspecto fiero y
guerrero, con la melena plateada al viento y la espada de bronce en
una mano.
-Hoy -le dijo- olvidaremos el Rimgar y cruzaremos nuestras
espadas, Naegling y Zar'roc.
Desenfunda la espada y protege su filo tal como te enseñó tu
primer maestro.
Eragon deseaba negarse por encima de todo. Sin embargo, no
tenía ninguna intención de incumplir su promesa, ni de permitir que
su voluntad flaqueara delante de Oromis. Se tragó la
inquietud.
«Esto es lo que significa ser un Jinete», pensó. Sacando
fuerzas de flaqueza, localizó el meollo que, en lo más profundo de
su mente, lo conectaba con el salvaje fluido de la
magia.
Se hundió en él y lo invadió la energía. -Géuloth du knífr
-dijo.
De pronto, entre sus dedos pulgar e índice brotó una estrella
azul intermitente que iba de un dedo a otro mientras Eragon la
pasaba por el peligroso filo de Zar'roc.
En cuanto se cruzaron las espadas, Eragon supo que Oromis
podía con él, igual que Durza y Arya. Eragon era un espadachín
ejemplar como humano, pero no podía competir con guerreros por cuya
sangre corría la magia con abundancia. Su brazo era demasiado débil
y sus reflejos, demasiado lentos. Sin embargo, eso no le impedía
esforzarse por ganar. Luchaba hasta el límite de sus habilidades
aunque, al fin, fuera una perspectiva fútil.
Oromis lo puso a prueba de todos los modos concebibles,
obligándolo a usar todo su arsenal de golpes, contragolpes y trucos
bajo mano. Todo para nada. No logró tocar al elfo. Como último
recurso, intentó alterar su modo de luchar, algo que podía
inquietar hasta al más endurecido veterano. Sólo le sirvió para
ganarse un rasguño en el muslo.
-Mueve los pies más deprisa -gritó Oromis-. El que se queda
parado como una columna muere en la batalla. El que se cimbrea como
un junco triunfa.
Era glorioso ver al elfo en plena acción, una mezcla perfecta
de control y violencia desatada. Saltaba como un gato, golpeaba
como una garza y se agachaba y se ladeaba con la gracia de una
comadreja.
Llevaban casi veinte minutos entrenándose cuando Oromis se
trastabilló y apretó los finos rasgos en una breve mueca de dolor.
Eragon reconoció los síntomas de la misteriosa enfermedad de Oromis
y atacó con Zar'roc por delante. Era una reacción fea, pero Eragon
estaba frustrado, deseoso de aprovechar cualquier oportunidad, por
injusta que fuera, para obtener la satisfacción de acertar a Oromis
aunque sólo fuera una vez.
Zar'roc nunca llegó a su objetivo. Al volverse, Eragon se
estiró demasiado y forzó la espalda.
El dolor se le echó encima sin avisar.
Lo último que oyó fue un grito de Saphira:
¡Eragon!
Pese a la intensidad del ataque, Eragon permaneció consciente
durante todo el sufrimiento. No es que tuviera consciencia de
cuanto lo rodeaba, salvo por el fuego que ardíaen su carne y
convertía cada segundo en una eternidad. Lo peor era que no podía
hacer nada para poner fin al sufrimiento, aparte de esperar… … y
esperar…
Eragon estaba tumbado en el frío fango, boqueando. Cuando
notó que su visión volvía a enfocarse, pestañeó y vio a Oromis
sentado a su lado en un taburete. Apoyó las manos en el suelo para
ponerse de rodillas y repasó su túnica nueva con una mezcla de
lástima y desagrado. La fina tela rojiza estaba rebozada de polvo
tras sus convulsiones en el suelo.
También tenía mugre en el pelo.
También sentía en su mente a Saphira, que irradiaba
preocupación mientras esperaba a que él percibiera su presencia.
¿Cómo puedes seguir así? -se lamentó-. Te destruirá. Sus recelos
minaron la escasa fortaleza que le quedaba a Eragon. Hasta
entonces, Saphira nunca había expresado ninguna duda sobre su
capacidad de imponerse: ni en Dras-Leona, ni en Gil'ead, ni en
Farthen Dür, ni ante ninguno de los peligros a que se habían
enfrentado. Su confianza en él le había dado
coraje.
Sin ella, sentía verdadero temor. Tendrías que concentrarte
en tu lección -le dijo. Tendría que concentrarme en ti. ¡Déjame en
paz! -exclamó con brusquedad, como un animal herido que quisiera
lamerse las heridas en silencio, refugiado en la
oscuridad.
Ella se calló y dejó abierta apenas la conexión mental
necesaria para que él tuviera una vaga noción de las enseñanzas de
Glaedr sobre la achicoria silvestre, que podía comerse para mejorar
la digestión.
Eragon se quitó el barro del pelo con los dedos y luego echó
un escupitajo de sangre. -Me he mordido la lengua. Oromis asintió
como si contara con ello. -¿Necesitas que te
curen?
-No.
-Muy bien. Guarda tu espada, luego báñate, vete al tocón del
claro y escucha los pensamientos del bosque. Escucha bien y, cuando
ya no oigas nada, ven a contarme lo que hayas
aprendido.
-Sí, Maestro.
Al sentarse en el tocón, Eragon encontró que la turbulencia
de sus ideas y sentimientos le impedía reunir la concentración
suficiente para abrir la mente y sentir a las criaturas del claro.
Tampoco le interesaba hacerlo.
Aun así, la paz del entorno suavizó paulatinamente su
resentimiento, su confusión y su terca rabia. No le dio felicidad,
pero sí una cierta aceptación fatalista. «Es lo que me ha tocado en
la vida y será mejor que me acostumbre, porque no va a mejorar en
el futuro previsible.»
Al cabo de un cuarto de hora, sus facultades habían
recuperado la agudeza habitual, de modo que volvió a estudiar la
colonia de hormigas rojas que había descubierto el día anterior.
También intentó tomar conciencia de todo lo demás que ocurría en el
claro, tal como le había instruido Oromis.
Eragon obtuvo un éxito limitado. Si se relajaba y se permitía
absorber información de todas las conciencias cercanas, miles de
imágenes y sentimientos se apresuraban en su mente, acumulándose en
rápidos fogonazos de sonido y color, tacto y olor, dolor y placer.
La cantidad de información era abrumadora. Por pura costumbre, su
mente atrapaba un objeto u otro de aquella corriente y excluía a
todos los demás hasta que se daba cuenta del error y se forzaba a
arrancar la mente para recuperar el estado de receptividad pasiva.
El ciclo se repetía cada pocos segundos.
A pesar de eso, logró mejorar su comprensión del mundo de las
hormigas. Tuvo un primer atisbo de sus sexos cuando dedujo que la
gigantesca hormiga que había dentro del hormiguero subterráneo
estaba poniendo huevos, más o menos uno cada minuto, lo cual la
convertía en una hembra. Y cuando acompañó a un grupo de hormigas
rojas tallo arriba por el rosal, obtuvo una vivida representación
de la clase de enemigos a que se enfrentaban: algo saltó desde la
cara inferior de una hoja y mató a una de las hormigas con las que
Eragon estaba conectado. Le costó adivinar de qué clase de criatura
se trataba exactamente, pues las propias hormigas apenas veían
fragmentos del atacante y, en cualquier caso, ponían más énfasis en
el olor que en la visión. Si hubieran sido personas, habría dicho
que las atacaba un monstruo aterrador del tamaño de un dragón, con
mandíbulas tan poderosas como las del rastrillo de Teirm y capaz de
moverse con la velocidad de un látigo.
Las hormigas rodearon al monstruo como mozos de cuadra listos
para capturar a un caballo en estampida. Se lanzaron contra él sin
miedo alguno. Atacaban sus piernas nudosas y se retiraban un
instante antes de que las pinzas del monstruo pudieran atraparlas.
Cada vez más hormigas se unían al tropel. Trabajaban juntas para
superar al intruso, sin ceder jamás, incluso cuando dos de ellas
fueron atrapadas y asesinadas, o cuando unas cuantas hermanas
cayeron al suelo desde lo alto del tallo.
Era una batalla desesperada, en la que ningún lado parecía
dispuesto a dar cuartel. Sólo la huida o la victoria podía salvar a
las combatientes de una muerte horrible. Eragon seguía la refriega
con ansiedad, sin respirar, asombrado por la valentía de las
hormigas y por su capacidad para seguir peleando pese a sufrir
heridas que hubieran incapacitado a cualquier humano. Sus gestas
eran tan heroicas que merecían ser cantadas por los bardos en toda
la tierra.
Eragon estaba tan enfrascado en la batalla que cuando al fin
vencieron las hormigas, soltó un grito de júbilo tan fuerte que
asustó a los pájaros que descansaban en sus nidos entre los
árboles.
Por pura curiosidad, concentró la atención en su propio
cuerpo y caminó hasta el rosal para ver al monstruo derrotado. Lo
que vio era una araña marrón ordinaria, con las piernas retorcidas,
transportada por las hormigas hacia el nido para convertirse en
alimento. Era asombroso.
Estaba a punto de irse, pero se dio cuenta de que una vez más
había olvidado contemplar la miríada de otros insectos y animales
que habitaban el claro. Cerró los ojos y revoloteó entre las mentes
de varias docenas de seres, esforzándose al máximo por memorizar
tantos detalles interesantes como fuera posible. Era un triste
sucedáneo de la observación prolongada, pero tenía hambre y ya
había superado la hora que le habían asignado.
Cuando se reencontró con Oromis en su cabaña, el elfo
preguntó: -¿Cómo ha ido?
-Maestro, podría pasar los días y las noches escuchando
durante los próximos veinte años y aun así no llegaría a saber todo
lo que ocurre en el bosque.
Oromis alzó una ceja.
-Has progresado. -Cuando Eragon describió lo que había
presenciado, el elfo añadió-: Pero me temo que aún no es
suficiente. Has de trabajar más, Eragon. Sé que puedes hacerlo.
Eres inteligente y persistente, y tienes potencial para ser un gran
Jinete. Por difícil que resulte, debes aprender a apartar los
problemas y concentrarte en la tarea que tengas
delante.
Encuentra la paz en tu interior y deja que tus acciones
fluyan desde allí.
-Lo hago lo mejor que puedo.
-No, no es lo mejor. Cuando aparezca lo mejor, nos daremos
cuenta. -Hizo una pausa, pensativo-: Tal vez ayudaría que tuvieras
otro alumno con quien competir. Entonces sí veríamos lo mejor…
Pensaré en ello.
Oromis sacó de sus cajoncillos una barra de pan recién
horneado, una jarra de madera llena de manteca de avellana -con la
que los elfos sustituían la mantequilla- y un par de cuencos que,
con un cazo, llenó de un guiso de verduras que hervía a fuego lento
en una olla, sobre un lecho de ascuas en la chimenea del
rincón.
Eragon miró con desagrado el guiso: estaba harto de la comida
de los elfos. Añoraba la carne, el pescado y las aves, algo sólido
a lo que hincar los dientes en vez de aquel desfile interminable de
plantas.
-Maestro -preguntó para distraerse-. ¿Por qué me haces
meditar? ¿Es para que entienda lo que hacen los animales y los
insectos, o hay algo más? -¿No se te ocurre ningún otro motivo? -Al
ver que Eragon negaba con la cabeza, Oromis suspiró-. Siempre me
pasa lo mismo con los alumnos nuevos, sobre todo cuando son
humanos; la mente es el último músculo que aprenden a usar, y el
que tienen menos en cuenta. Pregúntales sobre el arte de la espada
y te recitarán hasta el último golpe de un duelo que se celebró
hace un mes, pero si les pides que resuelvan un problema o que
hagan una afirmación coherente… Bueno, mucho será si te contestan
con algo más que una mirada inexpresiva. Eres nuevo en el mundo de
la gramaticia, que es el auténtico nombre de la magia, pero has de
empezar a plantearte todas sus implicaciones. -¿Y
eso?
-Imagínate por un momento que eres Galbatorix, con todos sus
enormes recursos a tu disposición. Los vardenos han destrozado a tu
ejército de úrgalos con la ayuda de un Jinete rival, y tú sabes que
le enseñó, al menos en parte, Brom, uno de tus enemigos más
peligrosos e implacables. También eres consciente de que tus
enemigos se están reuniendo en Surda para una posible invasión.
Teniendo eso en cuenta, ¿cuál sería la manera más fácil de
enfrentarte a esas amenazas sin llegar a entrar tú mismo en
batalla?
Eragon removió el guiso para enfriarlo, mientras consideraba
el asunto.
-A mí me parece -dijo lentamente- que la manera más fácil
sería preparar a un cuerpo de magos. Ni siquiera haría falta que
fueran muy poderosos. Los obligaría a jurarme lealtad en el idioma
antiguo y luego los infiltraría en Surda para que sabotearan los
esfuerzos de los vardenos, emponzoñaran los pozos y asesinaran a
Nasuada, al rey Orrin y a los demás miembros principales de la
resistencia. -¿Y por qué no ha hecho eso Galbatorix
todavía?
-Porque hasta ahora su interés por Surda era insignificante y
porque los vardenos llevan decenios viviendo en Farthen Dür, donde
tenían la capacidad de examinar la mente de cualquier recién
llegado en busca de alguna doblez, cosa que no pueden hacer en
Surda por la extensión de sus fronteras y su
población.
-A esas mismas conclusiones he llegado yo -dijo Oromis-.
Mientras Galbatorix no abandone su madriguera de Urü'baen, el mayor
peligro al que te puedes enfrentar en tanto dure la campaña de los
vardenos vendrá de los magos que te rodeen. Sabes tan bien como yo
lo difícil que es protegerte de la magia, sobre todo si tu oponente
ha jurado matarte en el idioma antiguo, cueste lo que cueste. En
vez de intentar conquistar tu mente de entrada, ese enemigo se
limitará a lanzar un hechizo para destrozarte, aunque en el
instante anterior a la derrota tendrás la libertad de contraatacar.
Sin embargo, no puedes oponerte al enemigo si no sabes quién es ni
dónde está.
-Entonces, ¿a veces no hay que preocuparse de controlar la
mente del enemigo?
-A veces, pero vale la pena evitar el riesgo. -Oromis guardó
silencio mientras tomaba unas cucharadas de guiso-. Bueno, para
llegar al fondo de este asunto, ¿cómo te defiendes contra enemigos
anónimos que pueden contravenir cualquier precaución física y matar
con una palabra murmurada?
-No sé cómo… Salvo… -Eragon dudó y luego sonrió-. Salvo que
esté en contacto con las conciencias de todos los que me rodeen.
Entonces podría ser capaz de notar si me desean algún
mal.
Oromis parecía complacido por la respuesta.
-Eso es, Eragon-finiarel. Y eso responde a tu pregunta. Tus
meditaciones preparan a tu mente para descubrir y aprovechar los
fallos en la armadura mental de tus enemigos, por pequeños que
sean,
-Pero si entro en contacto con sus mentes, los otros magos se
darán cuenta.
-Sí, tal vez, pero no la mayoría de la gente. En cuanto a los
magos, al saberlo tendrán miedo y protegerán su mente de ti, y así
podrás reconocerlos. -¿No es peligroso dejar la conciencia sin
defensas? Si alguien te ataca mentalmente, puede superarte con
facilidad.
-Es menos peligroso que permanecer ciego al
mundo.
Eragon asintió. Golpeó la cuchara contra el cuenco como si
midiera el tiempo rítmicamente, concentrado en sus pensamientos, y
luego dijo:
-Me parece que eso no está bien. -¿Oh? Explícate. -¿Y la
intimidad de la gente? Brom me enseñó a no colarme nunca en la
mente de nadie si no era absolutamente necesario… Supongo que me
incomoda la idea de meterme en los secretos de los demás. Secretos
que tienen todo el derecho a conservar. -Alzó la cabeza-. Si es tan
importante, ¿por qué no me lo dijo Brom? ¿Por qué no me lo enseñó
él mismo?
-Brom te dijo -contestó Oromis- lo que era oportuno decirte
en aquellas circunstancias.
Colarse en las mentes ajenas puede ser adictivo para quien
tenga una personalidad maliciosa o ansias de poder. No se enseñaba
a los futuros Jinetes, aunque durante el entrenamiento les hacíamos
meditar como a ti, hasta que estábamos convencidos de que habían
madurado lo suficiente para resistirse a la tentación. »Es una
invasión de la intimidad y, por medio de ella, te enterarás de
muchas cosas que no quisieras saber. Sin embargo, es por tu propio
bien, y por el de los vardenos. Puedo decirte por mi propia
experiencia, y por haber visto cómo otros Jinetes lo experimentaban
también, que eso, por encima de todo, te ayudará a comprender qué
impulsa a la gente. Y la com-prensión provoca empatía y compasión,
incluso por el mendigo más malvado de la más mal-vada ciudad de
Alagaésia.
Guardaron silencio un rato mientras comían, hasta que Oromis
preguntó:
-Dime una cosa: ¿cuál es la herramienta mental más importante
que se puede poseer?
Era una pregunta seria, y Eragon le dio vueltas durante un
tiempo razonable antes de atreverse a contestar:
-La determinación.
Oromis partió la barra de pan por la mitad con sus largos
dedos blancos.
-Entiendo por qué has llegado a esa conclusión: la
determinación te ha ayudado mucho en tus aventuras. Pero no es así.
Me refería a la herramienta más necesaria para elegir la mejor
acción ante cualquier situación. La determinación es tan común
entre hombres estúpidosy anodinos como entre quienes poseen
brillantes intelectos. De modo que no, la determinación no puede
ser lo que estamos buscando.
Esta vez Eragon se planteó la cuestión como si fuera una
adivinanza, contó la cantidad de palabras, las susurró para
establecer si contenían alguna rima y buscó algún significado
oculto que pudieran tener. El problema era que Eragon era muy
mediocre para las adivinanzas y nunca había obtenido buenos
resultados en el concurso anual de Carvahall. Su pensamiento era
demasiado literal para encontrar respuesta a adivinanzas que no
conociera de antemano; una consecuencia del pragmatismo de la
educación brindada por Garrow.
-La sabiduría -dijo al fin-. La sabiduría es la herramienta
más importante que se puede poseer.
-Buen intento, pero otra vez no. La respuesta es la lógica.
O, por decirlo de otra manera, la capacidad de razonar de modo
analítico. Si se aplica como debe ser, puede superar cualquier
carencia de sabiduría, que es algo que sólo se obtiene con la edad
y la experiencia.
Eragon frunció el ceño.
-Sí, pero… ¿Acaso tener un buen corazón no es más importante
que la lógica? La pura lógica puede llevarte a conclusiones erradas
en el plano ético, mientras que si tienes un sentido de la moral y
de lo correcto, puedes estar seguro de no cometer ningún acto
vergonzoso.
Una sonrisa fina como el filo de una navaja curvó los labios
de Oromis.
-Te confundes de asunto. Sólo quería saber cuál era la
herramienta más útil que puede tener una persona, más allá de que
ésta sea buena o mala. Estoy de acuerdo en que es importante tener
un carácter virtuoso, pero también opino que si hubiera que escoger
entre darle a un hombre una voluntad noble o enseñarle a pensar con
claridad, sería mejor que hicieras lo segundo. Son demasiados los
problemas de este mundo creados por hombres con voluntad noble y un
pensamiento nublado. »La historia nos ofrece numerosos ejemplos de
gente que, convencida de hacer lo que debía, cometió por ello
crímenes terribles. No olvides, Eragon, que nadie se ve a sí mismo
como un villano y son pocos los que toman decisiones sabiendo que
se equivocan. A una persona puede no gustarle su elección, pero la
mantendrá porque, incluso en las peores circunstancias, está
convencido de que es la mejor que puede tomar en ese momento. »Por
sí mismo, ser una persona decente no garantiza que actúes bien, lo
cual nos lleva de nuevo a la única protección que tenemos contra
los demagogos, los tramposos y la locura de las multitudes, así
como nuestra guía fiable en las incertidumbres de la vida:
pensamiento claro y razonado. La lógica no te fallará nunca, salvo
que no seas consciente de las consecuencias de tus obras, o las
ignores deliberadamente.
-Si tan lógicos son los elfos -dijo Eragon-, siempre estarán
de acuerdo en lo que se debe hacer.
-Raramente -afirmó Oromis-. Como todas las razas, nos
apegamos a un amplio abanico de principios y, en consecuencia, a
menudo llegamos a conclusiones distintas, incluso en situaciones
idénticas. Conclusiones, déjame añadir, que tienen un sentido
lógico según el punto de vista de cada cual. Y aunque me gustaría
que fuera de otro modo, no todos los elfos han tenido la adecuada
preparación mental. -¿Cómo piensas enseñarme esa
lógica?
La sonrisa de Oromis se amplió.
-Con el método más antiguo y efectivo: debatiendo. Te haré
una pregunta, y tú contestarás y defenderás tu
posición.
-Esperó a que Eragon rellenara su cuenco de guiso-. Por
ejemplo, ¿por qué luchas contra el Imperio?
El brusco cambio de tema pilló a Eragon con la guardia baja.
Tuvo la sensación de que Oromis acababa de llegar al asunto que
perseguía desde el principio.
-Como he dicho antes, para ayudar a quienes sufren bajo el
mandato de Galbatorix y, en menor medida, por una venganza
personal.
-Entonces, ¿luchas por razones humanitarias? -¿Qué quieres
decir?
-Que luchas para ayudar a los que han sido perjudicados por
Galbatorix y para evitar que perjudique a nadie
más.
-Exacto -contestó Eragon.
-Ah, pero dime una cosa, joven Jinete: ¿acaso tu guerra con
Galbatorix no provocará más dolor del que puede evitar? La mayoría
de los habitantes del Imperio tienen vidas normales, productivas,
ajenas a la locura de su rey. ¿Cómo puedes justificar la invasión
de sus tierras, la destrucción de sus casas, la muerte de sus hijos
e hijas?
Eragon se quedó boquiabierto, asombrado de que Oromis pudiera
preguntarle algo así - no en vano, Galbatorix era el mal- y de que
no se le ocurriera ninguna respuesta fácil. Sabía que estaba en lo
cierto, pero ¿cómo podía demostrarlo? -¿Tú no crees que hay que
derrocar a Galbatorix?
-Esa no es la pregunta.
-Pero has de creerlo -insistió Eragon-. Mira lo que le hizo a
los Jinetes.
Oromis agachó la cabeza sobre el guiso y se pudo a comer,
dejando a Eragon rumiar en silencio. Al terminar, el elfo entrelazó
las manos sobre el regazo y preguntó: -¿Te he
molestado?
-Sí, me has molestado.
-Ya veo. Bueno, entonces sigue dándole vueltas al asunto
hasta que encuentres una respuesta. Espero que sea
convincente.