Nasuada cogió el velo negro que le ofrecía la bruja y se lo
pasó entre las manos, maravillada por su calidad. Ningún humano
podía coser un encaje tan fino. Miró con satisfacción las hileras
de cajas que había en su escritorio, llenas de muestras de los
muchos diseños que ya producía Du Vrangr Gata.
-Lo habéis hecho muy bien -dijo-. Mucho mejor de lo que
esperaba. Dile a tus hechiceras lo contenta que estoy con su
trabajo. Significa mucho para los vardenos.
Trianna inclinó la cabeza al oír las
alabanzas.
-Les transmitiré tu mensaje, señora Nasuada. -¿Ya
han…?
Un alboroto en la puerta de sus aposentos interrumpió a
Nasuada. Oyó que los guardias maldecían y alzaban la voz, y luego
sonó un grito de dolor. Un entrechocar de metales resonó en el
pasillo. Nasuada se apartó alarmada de la puerta y desenfundó su
daga. -¡Corre, señora! -dijo Trianna. La bruja se situó ante
Nasuada y se arremangó, desnudando sus brazos blancos por si debía
usar la magia-. Por la entrada de los sirvientes.
Antes de que Nasuada pudiera moverse, se abrieron las puertas
de golpe y una pequeña figura la atrapó por las piernas y la tiró
al suelo. Justo en el momento en que caía Nasuada, un objeto
plateado cruzó el espacio que ocupaba hasta entonces y se clavó en
la pared contraria con un sordo zumbido.
Entonces entraron los cuatro guardias, y hubo unos instantes
de confusión mientras Nasuada notaba que le quitaban de encima a su
atacante. Cuando consiguió ponerse en pie vio que tenían atrapada a
Elva. -¿Qué significa esto? -quiso saber Nasuada.
La niña de cabello oscuro sonrió, luego dobló el cuerpo y
vomitó en la alfombra trenzada.
Después clavó sus ojos violeta en Nasuada y, con su terrible
voz sabia, dijo:
-Haz que tu maga examine la pared, oh, hija de Ajihad, y
comprueba si he cumplido la promesa que te hice.
Nasuada hizo un gesto de asentimiento a Trianna, quien se
deslizó hasta el agujero astillado de la pared y murmuró un
encanto. Al regresar, sostenía un dardo metálico en la
mano.
-Estaba enterrado en la madera.
-Pero ¿de dónde ha salido? -preguntó Nasuada,
desconcertada.
Trianna gesticuló hacia la ventana abierta, que daba a la
ciudad de Aberon.
-De ahí, supongo.
Nasuada volvió a prestar atención a la expectante niña. -¿Qué
sabes tú de esto, Elva?
La horrible sonrisa de la niña se ensanchó.
-Era un asesino. -¿Quién lo envía?
-Un asesino formado por Galbatorix en persona en los usos
oscuros de la magia. Entrecerró sus ojos ardientes, como si
estuviera en trance-. Ese hombre te odia. Viene a por ti. Te habría
matado si no llego a evitarlo. -Se lanzó hacia delante y vomitó de
nuevo, escupiendo comida medio digerida por el suelo. Nasuada
refrenó una náusea de asco-. Y va a sufrir aún más dolor. -¿Por
qué?
-Porque te diré que se hospeda en el hostal de la calle Fane,
en la última habitación del piso superior. Será mejor que te des
prisa, o se irá lejos…, muy lejos. -Gruñó como una bestia herida y
se agarró el vientre-. Corre, antes de que el hechizo de Eragon me
obligue a impedir que le hagas daño. En ese caso, te
arrepentirías.
Trianna ya se ponía en marcha cuando Nasuada
dijo:
-Cuéntale a Jórmundur lo que ha pasado y luego coge a tus
magos más fuertes y perseguid a ese hombre. Capturadlo si podéis. Y
si no podéis, matadlo.
Cuando se fue la bruja, Nasuada miró a sus hombres y vio que
les sangraban las piernas por numerosos cortes. Se dio cuenta de lo
mucho que habría costado a Elva hacerles daño.
-Marchaos -les dijo-. Buscad a una sanadora que os cure las
heridas.
Los guerreros negaron con la cabeza, y su capitán
dijo:
-No, señora. Nos quedaremos a su lado hasta que sepamos que
está a salvo.
-Como usted crea conveniente, capitán.
Los hombres instalaron barricadas en las ventanas -lo cual
empeoró aún más el calor sofocante que plagaba el castillo
Borromeo- y luego todos se retiraron a las cámaras interiores en
busca de mayor protección.
Nasuada caminaba de un lado para otro, con el corazón
palpitante por la impresión retardada al darse cuenta de que había
estado a punto de morir asesinada. «¿Qué les pasaría a los vardenos
si yo muriera? -se preguntó-. ¿Quién me sucedería?» El desánimo se
apoderó de ella; no había hecho ningún preparativo para los
vardenos ante su hipotético fallecimiento, olvido que ahora se le
antojaba un error fundamental. «No permitiré que los vardenos se
sumerjan en el caos por no haber sido capaz de tomar
precauciones.»
Se detuvo.
-Estoy en deuda contigo, Elva.
-Ahora y siempre.
Nasuada titubeó, desconcertada como siempre por las
respuestas de la niña, y luego continuó:
-Te pido perdón por no haber ordenado a mis guardias que te
dejaran pasar a cualquier hora del día o de la noche. Tendría que
haber anticipado que pudiera suceder algo así.
-Pues sí -dijo Elva, en tono burlón.
Alisándose la parte delantera del vestido, Nasuada echó a
andar de nuevo, tanto para evitar la visión del rostro de Elva,
blanco como una piedra y marcado por el dragón, como para dispersar
su propia energía nerviosa. -¿Cómo has logrado escapar de tu
habitación sin compañía?
-Le he dicho a mi vigilante, Greta, lo que quería oír. -¿Eso
es todo?
Elva pestañeó.
-Se ha quedado muy contenta. -¿Y Angela?
-Ha salido esta mañana con algún recado.
-Bueno, en cualquier caso cuenta con mi gratitud por salvarme
la vida. Pídeme la recompensa que quieras y te la concederé, si
entra en mis posibilidades.
Elva paseó la mirada por la decorada habitación y dijo:
-¿Tienes algo de comida? Tengo hambre.