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La Laguna, 05:50 horas.
Era el momento. A lo lejos, el hombre apostado en la oscuridad de la esquina había visto entrar a Ariosto en Santa Clara y determinó que sólo era cuestión de minutos que terminara de descifrar el mensaje. Sólo faltaba que interpretara el conjunto, pero daría con la solución él mismo o con la ayuda de sus amigos.
Debía de consultar una última vez la cuenta bancaria en Internet. Ya le habían avisado de que la transferencia se realizaría en minutos. Un poco apurado, pero a tiempo.
Como estaba planeado, se encontraría con sus hombres en la trasera del convento. Matteo vendría solo, con su disfraz de Policía Nacional, y franquearía la entrada a los demás. Los dos serbios acudirían a su vez con el atuendo y el vehículo de Protección Civil. Una vez neutralizada la seguridad, le tocaría a él entrar en escena. La parte delicada, puro arte, le estaba reservada. Y todo se haría en menos de tres minutos. Cuando saltaran las alarmas ya estaría en marcha su plan de fuga. El problema es que nadie estaría pendiente de esas alarmas, todos tendrían algo mucho más importante en qué estar ocupados.
Era perfecto.
Sin embargo, dudó. Era demasiado fácil. ¿Sería capaz Ariosto de descifrar el mensaje oculto dentro del enigma? ¿Podría resolver el significado de la línea clave? ¿Tendría presentes los acontecimientos del pasado que le indicaban cuál era el segundo objetivo, el invisible?
El móvil vibró en su bolsillo. Debía de ser uno de sus hombres, nadie más tenía el número. Se mantuvo en la sombra mientras sacaba el pequeño aparato. Era Vujadin.
—Pronto —respondió en italiano, en voz baja.
—Tenemos un problema —la voz del serbio no sonaba tan firme como en otras ocasiones—. Una mujer nos ha seguido al garaje. Está neutralizada. ¿Qué hacemos con ella?
—¿Está muerta?
—No, solo inconsciente.
—¿Sabes quién es?
—Creo que es una de las amigas de Ariosto, la arqueóloga.
La arqueóloga. Marta Herrero, la novia del inspector Galán, se repitió mentalmente el jefe. ¿Era un desastre o era una baza inesperada que se podría explotar? No lo pensó más, se trataba de un señuelo que se le ponía en bandeja. Un signo favorable de la diosa Fortuna. Otro elemento más que desviaría la atención de la policía, con el inspector a la cabeza.
—Vujadin, creo que sobra alguna dosis de narcótico, ¿cierto?
—Sí, quedan dos. ¿Le aplicarnos una a la bella durmiente?
—No conviene que se despierte en bastante tiempo. Metedla en el maletero del coche. Puede servir de salvoconducto si algo falla. ¿Algo más?
—Todo según el plan, jefe.
—Sincronicemos los relojes. Tres minutos a partir de la señal.
—Tres minutos —repitió el serbio antes de colgar.
Sí, Marta Herrero podía entrar en el plan. Sería como la guinda en el pastel. Distraería aún más a la policía.
Una mueca semejante a una sonrisa surcó su oscuro rostro justo antes de dar media vuelta y comenzar a caminar por la desierta calle.