9.

Varias veces durante el resto de la tarde y la cena, Brianda se sorprendió a sí misma dedicando sus pensamientos a Corso. Mientras terminaba de recoger la vajilla en compañía de Esteban, ella seguía cabalgando en su imaginación con el extranjero en dirección a Lubich, que se le representaba como la mansión de algún grabado antiguo a plumilla en la que unos descuidados y espontáneos trazos de líneas cortas y rotas a modo de pinceladas sugerían, con sus contrastes de luces y sombras, un cielo tormentoso, árboles vencidos por el viento, alguna fuente musgosa y paredes ocultas por un espeso e indefinido follaje.

Esteban se le acercó por detrás, rodeó su cintura y recorrió su cuello con la nariz.

—Ya tengo ganas de tenerte entre mis brazos esta noche —le susurró.

Brianda se zafó de su abrazo.

—Me haces cosquillas.

—Te encantan mis cosquillas…

Él la volvió a coger y nuevamente ella se apartó. Conocía esa mirada pícara y brillante en los ojos entrecerrados de Esteban. Antes de su enfermedad, o de lo que fuera que se había apoderado de su cuerpo y de su espíritu, cualquier ocasión era buena para disfrutar de las caricias de Esteban. Ahora, hasta pensar en el sexo le producía apatía.

Un fuerte ruido los sobresaltó. Alguien sacudía la aldaba de la puerta principal con insistencia.

—¡Ya voy yo! —se apresuró a gritar Brianda para que la oyeran sus tíos desde el salón. Quienquiera que fuese, le había permitido librarse de una nueva situación incómoda con Esteban.

Salió al recibidor, cruzó el zaguán y abrió la puerta principal unos centímetros para asomarse primero y asegurarse de quién era. El rostro ojeroso de Neli apareció ante ella, recortado sobre el fondo oscuro de la noche.

—¿Puedo pasar?

Una ráfaga de aire acompañó sus palabras y empujó la puerta con brío, golpeando el hombro de Brianda, que se apartó a un lado emitiendo un gemido. Neli entró. Llevaba el chaquetón mal abrochado y una bufanda de punto enredada en su cuello de cualquier manera, como si se hubiera arreglado a toda prisa. Diminutos restos de hojas secas adornaban su largo cabello alborotado.

—¡Me ha sucedido algo de lo más inaudito! —Neli miró a su alrededor, como si buscara a alguien—. ¿Puedo hablar con Colau?

—¡Qué sorpresa! —Isolina apareció en la estancia—. ¿Sucede algo, Neli?

—Quiere hablar con Colau —explicó Brianda.

Isolina enarcó una ceja.

—¿Ahora? Acaba de decirme que quería acostarse ya.

Neli, nerviosa, abrió su bolso y extrajo un grueso fajo de papeles que crujió en su mano.

—Esta tarde estaba restaurando el último cajón de una enorme cómoda de nogal que hay en la sacristía y me pareció que tenía un doble fondo. Lo desmonté y apareció esto. Son documentos originales escritos en aragonés, catalán y castellano antiguo.

Brianda comprendió entonces por qué Neli quería hablar con Colau. Tenía que compartir el descubrimiento con alguien que supiera valorarlo en toda su importancia histórica. Y ella reconocía que la historia no era su fuerte.

—¿Y pone algo interesante? —preguntó, por decir algo.

—Son anotaciones del Concejo de Tiles, algo así como el antiguo Ayuntamiento. Hay mucha información sobre la gestión cotidiana del Concejo durante más de medio siglo, desde mediados del XVI hasta principios del XVII

—Vayamos al salón, Neli —la interrumpió Isolina, invitándola con un gesto a que la siguiera—. Estoy segura de que a Colau le gustará escuchar todo esto.

Tras ellas, Brianda ahogó un bostezo. Seguía sin comprender por qué Neli parecía tan excitada.

—Colau… —llamó Isolina desde la puerta del salón.

Colau estaba de pie, con la mano vendada apoyada en la repisa de la chimenea, contemplando ensimismado las llamas del fuego entre los troncos abrasados. No contestó. En su lugar, Luzer alzó la cabeza en dirección a las mujeres. Cuando su mirada se posó en Neli, emitió un prolongado y gutural gruñido, se levantó rápidamente y se dirigió hacia ella ladrando y enseñando los dientes, como si la locura se hubiera apoderado de él. Isolina se plantó ante él gritándole que parara, pero Luzer no le hizo caso.

—¡Vale ya, Luzer! —gritó de nuevo asustada—. ¡Como si no conocieras a Neli! ¡Colau! ¡Haz el favor de sujetarlo!

Colau lanzó un fuerte silbido y Luzer se giró hacia él, con una expresión que a Brianda, paralizada por la escena, le pareció de desconcierto.

—¡Ven aquí! —ordenó Colau. El animal regresó a sus pies y se tumbó junto al fuego con actitud resignada. Colau le dio unas palmadas en el lomo y murmuró—: A ti tampoco te gustan las visitas inesperadas…

Brianda aprovechó que Isolina se disculpaba ante Neli y comenzaba luego a explicar a su marido el motivo de su visita para subir a su habitación a por un jersey más grueso. Un extraño sudor frío se había apoderado de su cuerpo y hacía tiritar sus miembros. De camino a la escalera se topó con Esteban.

—¿Qué ha pasado? —preguntó él.

—Luzer se ha vuelto loco al ver a Neli. Me he asustado. Ya tengo ganas de perder de vista a ese salvaje.

—¿Y quién es Neli?

Brianda le explicó brevemente que era una vecina de Tiles y que quería mostrarle a Colau unos documentos antiguos que había encontrado restaurando un mueble de la iglesia. Esteban se inclinó sobre ella en actitud cariñosa.

—¿Tenemos que estar con ellos o…?

Brianda recorrió con la mirada los rasgos proporcionados de su rosto y alzó una mano para acariciar ese cabello castaño y rebelde sobre el que el sol producía reflejos color dorado viejo. Cualquier otro recriminaría su cobardía por no coger el toro por los cuernos y enfrentarse a sus problemas, pero él no. Él respetaba su libertad. ¿Qué más podía pedir? ¿Qué le impedía lanzarse a sus brazos y reír como lo habían hecho siempre?

—Me parece descortés desaparecer sin más —respondió Brianda—. Adelántate. Yo bajo enseguida.

Minutos después, Brianda regresó. Como figuras borrosas en una niebla densa, Colau y Neli intercambiaban impresiones sentados en los bancos de madera a ambos lados de la chimenea. Estaban tan enfrascados en sus cosas que el resto del universo había perdido importancia. En el rincón más oscuro del salón, sentados en unos bajos sillones, Isolina y Esteban escuchaban en silencio, como si los hubieran arrinconado allí para evitar que su presencia molestara. Había tanto humo de tabaco que a Brianda le extrañó que nadie hubiera abierto las ventanas, aunque el fuerte viento que se oía afuera era una buena razón para no hacerlo.

Isolina le hizo un gesto para que prestara atención, pero Brianda no podía comprender qué le decía Neli a Colau, completamente encorvado sobre los amarillentos papeles extendidos en la baja mesa entre ellos. A gran velocidad le hablaba de fechas, de hechos, de anotaciones. Varias veces, Colau se quitó las gafas y se frotó los ojos. Brianda creyó distinguir que su rostro reflejaba una gran preocupación en vez de emoción por el gran hallazgo. Contuvo el impulso de preguntar por qué tanto misterio. Entendía que Colau y Neli, apasionados de las cosas viejas, estuvieran alterados por el descubrimiento, pero de ahí a actuar como si hubiera sucedido algo extraordinario, había un trecho.

Se sentó en el brazo del sillón ocupado por Esteban y este le susurró:

—En una página aparece un listado de veinticuatro ejecuciones en el año mil quinientos algo…

—¿Eran prisioneros de guerra o algo así?

—Veinticuatro mujeres del valle, desde Aiscle hasta Besalduch —dijo Isolina—. Suponiendo que hubiera trescientos habitantes y treinta y tantas viviendas, eso representa una por casa y media o por cada dos, como mucho.

—¿Pone qué pasó? —preguntó Brianda, comenzando a compartir el interés de los demás.

Neli se giró y su mirada se detuvo unos instantes en el hombre cuyo brazo rodeaba la cintura de Brianda antes de responder:

—Bien claro. El listado de las casas es escueto pero aterrador. Casi todas existen hoy en día. —Deslizó el dedo por un folio—: Entre el 19 de febrero y el 2 de abril del año 1592 fueron presas y azotadas varias mujeres por brujas… Perdieron la vida en diferentes ejecuciones entre el 4 de marzo y el 29 de abril del mismo año.

Brianda sintió sobre su propia piel cómo Neli se estremecía. La miró asombrada. Ahora comprendía su excitación. Podía imaginar lo que estaba pasando por su cabeza en aquellos momentos. Si había alguien en ese despacho a quien una cacería de brujas podía conmover especialmente era ella.

—¿Y dices que aparecen los nombres, Neli? —preguntó suavemente.

—Sí. Algunos se repiten. —Con tono de absoluto respeto, la joven los listó—: Antona, María, Margalida, Gisabel, Juana, Cecilia, Isabel, Aldonsa, Acna, Catalina, Esperanza, Leonor, Bárbara… —Hizo una pausa que intensificó en los demás la sensación de lástima que producía escuchar esa trágica letanía antes de añadir finalmente—: y Brianda de Anels.

—¿Cómo? —Brianda se levantó de un salto y quiso leer con sus propios ojos aquellas palabras—. ¿Hubo una Brianda de Anels? No lo sabía. ¿Y tú, Colau? En tus estudios de genealogía, ¿has encontrado muchas Briandas? Yo no he conocido a ninguna otra en persona, pero tal vez fuera un nombre común aquí.

Colau negó con la cabeza.

—Yo solo he llegado hacia atrás hasta mediados del siglo XVII y no me he encontrado ninguna.

Brianda frunció el ceño. Colau se comportaba de una manera extraña. Su voz sonaba apagada y parecía ausente. Y su respuesta no le resultaba demasiado convincente. Se dirigió a Isolina:

—¿Sabes por qué mis padres me llamaron así?

—Siempre he creído que Laura lo leyó en una revista y le gustó. Una vez, en broma, me dijo que lo había soñado…

Lo había soñado… Brianda tenía tan presentes sus sueños recurrentes que le extrañaba que su madre pudiera haber pasado por algo similar y que nunca hubieran hablado del tema.

Esteban intervino:

—Lo del nombre es una mera casualidad. Lo sorprendente es que haya aparecido un caso tan importante de ajusticiamiento por brujería. Me encantaría leer los procesos de la Inquisición. Estamos ante un nuevo Salem, ¿no es así, Colau?

Este no respondió. Tenía la mirada clavada en el suelo. Isolina se le acercó, apoyó la mano en su brazo y le preguntó suavemente:

—¿Hay información sobre los juicios?

Colau hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No fue la Inquisición… —dijo en un susurro imperceptible.

—No te entiendo… —Isolina se inclinó sobre él.

—Necesito más tiempo… —murmuró con los dientes apretados, en tono de súplica—. Solo un poco más…

Se hizo un grave silencio que rompió Neli:

—En el registro de tesorería aparecen los gastos extra del campanero, del verdugo y de la taberna los días de las ejecuciones. Y que la ejecución tuvo lugar aquí en Tiles, pero no pone el sitio exacto. Luego, todas las anotaciones continúan con las finanzas del Concejo. Creo que ya os hemos contado todo… —Entrecerró los ojos, como si quisiera recordar algo—. Excepto que todas las entradas relacionadas con las ejecuciones están firmadas por el mismo nombre, que ahora no…

Se dispuso a rebuscar entre los amarillentos folios, pero Colau la interrumpió colocando una de sus grandes manos sobre ellos en actitud posesiva.

—Es suficiente por hoy… —se apresuró a decir.

—¿Por qué? —saltó Neli en voz demasiado alta, irritada por cómo zanjaba él el asunto—. No me creo que no sepas nada de todo esto, Colau. Si hay alguien aquí que conoce todos los secretos de las casas del valle, la manera en que se perdieron o consiguieron, se repartieron o ampliaron, se hundieron o levantaron, ese eres tú.

Colau se revolvió agresivo.

—¡Me acabo de enterar de esas ejecuciones!

—No lo comprendo —insistió Neli con frustración—. ¿Qué quieres ocultar…?

—¡Neli! —la cortó Isolina en un intento por defender a su marido.

La joven no pensaba darse por vencida tan rápidamente.

—Muy bien, entonces recorreré tu mismo camino, Colau. Empezaré por el archivo del monasterio de Besalduch.

—Eso es perder el tiempo —dijo Colau entre dientes—. Allí no hay nada.

—Ya lo veremos… —repuso Neli—. Llamaré a Petra pronto por la mañana. Su sobrina está a cargo del lugar. Os avisaré por si os apetece acompañarme y ayudarme.

Colau movió la cabeza a ambos lados con obstinación.

—¿Y qué pensáis hacer con este hallazgo? —preguntó entonces Esteban—. Supongo que tendréis que entregárselo a alguien…

Colau le lanzó una mirada torva.

—Después de varios siglos ocultos, creo que podrán esperar unos días más, señor abogado. Si a Neli no le importa, los guardaré aquí hasta que los haya estudiado a fondo.

Isolina, molesta por la actitud tanto de Neli como de Colau, se apresuró a intervenir:

—Claro que no le importa. Tendrás tiempo para escanearlos para tu colección. ¿Verdad, Neli?

Brianda agradeció la mediación de su tía. Estaba acostumbrada a las malas maneras de Colau, pero esa noche precisamente estaba más agrio y esquivo de lo normal. Aunque nunca se hubiera atrevido a responderle como lo había hecho Neli, a ella también le había sorprendido la actitud del hombre. Era evidente que deseaba terminar cuanto antes con esa imprevista reunión. Quizás desease saborear ese mensaje del pasado en soledad y silencio. O quizás hubiera algo más…

Colau había interrumpido a Neli justo cuando ella iba a decir el nombre de alguien. ¿Qué importancia podía tener un nombre del siglo XVI?, se preguntó. Ninguna. Sin embargo, tenía que reconocer que un escalofrío había recorrido su espalda al leer el nombre de Brianda de Anels, una desconocida del pasado ahorcada por bruja que había despertado en ella la misma curiosidad que si se hubiera tratado de su propia abuela. De hecho, se había preguntado si sería joven o vieja, si estaría soltera o casada y si tendría hijos. Aunque aquello hubiera sucedido cuatrocientos años atrás, realmente tenía que haber sido terrible para el valle.

Sacudió la cabeza. Tal vez todo fuese más sencillo. Tal vez fuera la abrumadora cantidad de datos valiosos que encerraba en su despacho la que le proporcionara placer pero también dolor a Colau y fuera motivo de su mal humor. Nadie seguiría con su trabajo en el futuro. Lamentó que Isolina y él no hubieran tenido hijos a quienes entregar sus conocimientos.

—Entonces hasta mañana —se despidió Neli poniéndose en pie.

Brianda se levantó para acompañarla hasta la puerta, donde Neli se detuvo unos instantes, con la mano apoyada en la manilla, como si quisiera decirle algo. Por fin, dijo:

—Cuando comencé a leerlos me llevé una gran desilusión, porque los textos eran muy repetitivos. Deseaba encontrar algo especial… Algo en mi interior me decía que la aparición de esos escritos justo en esas fechas del año tenía que significar algo… —Su voz se tiñó de complicidad—. ¿Recuerdas cuando me viste el otro día?

Brianda frunció el ceño. Se preguntaba qué tendría eso que ver ahora y por qué empleaba Neli un tono tan misterioso.

—Celebraba el recuerdo a nuestros ancestros y antepasados. En estas fechas de Samhain, las leyes del tiempo y el espacio se suspenden temporalmente y la barrera entre los mundos desaparece. Es el momento ideal para comunicarse con los muertos. Sentía que no había encontrado los documentos por casualidad, sino que de alguna manera había sido elegida, como si los dioses quisieran avisarme de algo.

—Y lo hicieron, ¿no? —dijo Brianda empleando un tono ligeramente sarcástico del que se arrepintió enseguida. Neli la había tratado con confianza al explicarle sus creencias y hacía unos minutos ella misma había comprendido la pena de la joven por el ajusticiamiento de aquellas brujas del pasado. Pero de ahí a aceptar que los dioses habían elegido a una bruja del presente para que descubriera la muerte de aquellas otras…

Neli fijó en ella su mirada. Afuera, el viento aumentó la intensidad de sus rugidos.

—Sé que el descubrimiento justo en estas fechas tiene que significar algo, Brianda. Samhain es el punto de inflexión y comienzo del año wiccano, el fin del ciclo de la vida, donde todo vuelve a comenzar. Ahora no puedo dejar de preguntarme qué es eso que tiene que volver a comenzar, pero sé que lo descubriré.

Neli desapareció en la oscuridad. Brianda oyó el ruido del motor de su coche y regresó al salón. Esteban ya se había retirado. Deseó buenas noches a sus tíos y subió las escaleras con lentitud. La visita de Neli había interrumpido los deseos íntimos de Esteban, pero ella estaba segura de que él no se había olvidado de ello.

Entró en el dormitorio. En silencio y a oscuras se desnudó y se metió en la cama. Enseguida Esteban comenzó a acariciarla. La había estado esperando. Brianda se sintió culpable por no desear responderle como él deseaba, pero tampoco quería mostrarle abiertamente su rechazo. Se colocó sobre él y comenzó a recorrer su cuerpo con la boca. Esteban comprendió sus intenciones y permaneció quieto. Y Brianda lo satisfizo sin permitirle que entrara en ella.