33

Va veure que en Rómulo pujava els graons de dos en dos, de dret cap a ella, panteixant.

—¡Aquí estoy, Margarita! ¿No puedes vivir sin mí?

Es va precipitar dins el pis i, tot abraçant-la, va tancar la porta amb un peu. Tenia la cara i les mans glaçades. L’estrenyia amb força, una mà a l’esquena i l’altra sobre una natja, besant-la als ulls, als llavis, al front i al nas, fins que la Margaret, fent pressió amb els braços contra ell, va separar la cara tant com va poder i va esguardar-lo, seriosa. Li agradava tornar-lo a veure, però aquell vespre no estava d’humor per a un assalt així.

—Me encuentro en un grave aprieto, y necesito tu ayuda.

En Rómulo va afluixar l’abraçada, arquejant les celles. La Margaret va treure-li el barret i va posar-lo al penjador de l’entrada.

—¿Sabes algo de lo ocurrido este mediodía en la Bonanova?

—¿El tiroteo? —va inquirir en Rómulo, descordant-se l’abric—. Algo he oído por ahí. No ha sido cosa nuestra.

—Ya lo sé. ¿Quieres tomar algo?

—Bueno. Una copita de brandy no me vendría mal. Estoy helado.

En Rómulo, després de penjar l’abric, va passar cap al menjador. La Margaret va seguir-lo amb un got i una ampolla de brandi, que va deixar sobre la taula.

Mentre en Rómulo se servia el brandi, va posar tres estelles a l’estufa, vora la qual, penjades d’un cordill, s’eixugaven dues mitges, una brusa i una combinació blanca. Va abaixar la persiana del balconet. Un cop asseguda, va explicar-li tot el que havia succeït, interrompuda de tant en tant per algunes expressions d’estupor («¡Joder!», «¿Dos polis de paisano?», «¿Metida en una maleta?»). Al final, va preguntar-li què hi pintava, ell, en tot aquell embolic i en què podia ajudar-la.

—No tengo a nadie más a quien acudir. Por eso llamé al número que me diste.

En Rómulo va fer un glop de brandi.

—Y yo que me hacía ilusiones…

—Como te digo, el padre de la niña está muy grave.

—¿Y qué puedo hacer yo? No conozco a ningún médico.

—No es eso. Ya lo ha visitado un doctor.

—¿Entonces?

—Como comprenderás, no pueden quedarse en Barcelona.

—¿No dices que el padre de la niña está en las últimas?

—Razón de más: no puede morir aquí.

En Rómulo va semblar considerar la situació, amb una mà a la barbeta, passant-se el polze pels llavis.

—Mira —va dir al final—. Lo mejor será que su compañero se largue con la moto a Francia, solo. La chiquilla se queda con la tía en el Raval y, cuando el herido la palme, te ayudo a librarte del cadáver.

—Su amigo no va a abandonarlo aquí de ningún modo. Los tres tienen que volver a Francia antes de que algún vecino empiece a sospechar y llame a la policía.

—¿Con la cría?

—Claro.

—¡Casi nada!

Va inclinar el cap, allisant-se els cabells amb una mà.

—Chica, lo siento: no puedo hacer nada.

La Margaret se’l mirava fixament, sense dir res.

—No me mires así. ¿Me tomas por un mago? Si quieres un consejo, te lo doy de buena gana: no te impliques más de la cuenta en este asunto. No tiene buena pinta. La policía va a pillarlos a todos en cuestión de horas.

—Por eso mismo hay que sacarlos.

—Y a ti también te salpicará el asunto. Tendrías que ser más prudente.

—Debes ayudarnos.

—Te repito que no puedo hacer nada.

—Me dijiste que en vuestro grupo teníais un modo de escape en caso de emergencia. Por si las cosas se ponían feas para vosotros.

En Rómulo es va reclinar contra el respatller de la cadira, plegant els braços. No va dir res.

—¿O era otra de tus bravuconadas?

En Rómulo es va acabar el brandi del got.

—No era ninguna bravuconada, maldita sea. Nunca te he mentido. Tenemos un sistema de escape, es cierto. Lo que pasa es que usarlo no depende de mí.

—Pues ve y habla con quien sea. Es una cuestión de vida o muerte.

—Aunque se lo pidiera de rodillas, mis camaradas nunca se jugarían el culo por dos anarquistas.

—¿Ni por la hija de vuestra camarada, fusilada por pertenecer al partido?

—Ni por ella. Le deseo lo mejor a esa pobre cría, pero no puedes pedirnos que les saquemos del apuro.

—Claro que puedo. Al menos, intenta hablar con tus camaradas, y ponte de mi parte. No me dejes tirada.

En Rómulo brandava el cap, indecís. Va agafar l’ampolla i va servir-se més brandi. Se’l va enviar d’un glop. Després, amb els dits, feia girar el got sobre la taula, observant-lo atentament.

—¿No lo comprendes? Hay otro problema…

—¿Qué problema?

—Tendría que hablarles de ti.

—No me importa.

—¡Pues a mí sí! Se van a subir por las paredes.

—¿Por qué?

—Piensa un poco, joder. ¿Cómo les cuento que tú, una empleada del consulado británico, estás al tanto de todo lo mío? Enseguida comprenderán que me he ido de la lengua contigo. Me van a echar una bronca de campeonato, por bocazas. Eso como mínimo.

—Diles que no sé casi nada, y que lo nuestro no tiene nada que ver ni con el consulado ni con el partido. Si confían en ti, te creerán.

En Rómulo va somriure.

—Mira: eso de «lo nuestro» suena bien. Algo es algo.

—No cambies de tema. ¿Qué me dices?

—Sabes que estoy loco por ti, y que haría lo que me pidieras…

—¿Pero?

—Pero no puedo.

La Margaret es va posar dreta.

—Déjalo, entonces. Ya encontraré otra solución.

Ho intentaria amb en Puig, al magatzem, l’endemà a primera hora. Aquella tarda, en recollir els quatre fugitius jueus al magatzem, l’havia trobat malcontent i remugaire. Li acabaven de notificar des de Perpinyà que, com suposava, els dos individus que s’havien colat al camió de la paperera no tenien cap permís de l’organització. Si ara li demanava que els ajudés a arribar a la frontera, un d’ells moribund, amb l’afegit d’una criatura… Què més podia fer, però?

—Ahora tienes que irte —va dir.

—Muchas gracias. He atravesado la ciudad para verte, ¿y ahora me das una patada en el culo?

—Tengo que solucionar este embrollo.

—¡Joder, Margaret! Me juego el pellejo viniendo a tu piso, loco por verte y estar contigo, y vas y me pides que les proponga a mis camaradas nada menos que saquemos de Barcelona a dos cenetistas, uno de ellos herido de muerte. Y a una cría de dos años, para colmo. Que pongamos en riesgo todo nuestro tinglado por dos botarates que se han plantado aquí con las manos en los bolsillos…

La Margaret se’l mirava sense dir res. En Rómulo es va aixecar, brusc, i va anar cap al rebedor amb pas ferm. Va despenjar l’abric i el barret. Abans d’obrir la porta, es va girar cap a la Margaret.

—Está bien. ¡Tú ganas! Lo intentaré.

—Gracias.

—No te prometo nada, que conste. Seguro que me echan la caballería encima.

—Ya veremos.

—Dalo por hecho: será que no.

Va obrir la porta. Abans de sortir, va calar-se el barret i va girar-se cap a ella.

—Si suena la flauta y deciden ayudaros, te digo algo esta misma noche, aunque sea de madrugada.

—Espera.

Va despenjar una còpia de la clau del pis i la de baix i les hi va donar.

—Así no despertarás a ningún vecino con el timbre. Puedes quedártelas, de momento.

—Gracias.

—Ve con cuidado. —I va acostar-s’hi per fer-li un petó als llavis.

—Si no aparezco por aquí, ya sabes la respuesta.

Va posar-se les mans a les butxaques de l’abric i va passar al replà. D’esquena, va afegir:

—Con suerte, mis camaradas me pegan un tiro y te libras de mí.

La Margaret, amb la porta ajustada, va veure’l baixar les escales, molt més pausadament de com les havia pujat feia només una estona.

Després de sopar i rentar els plats, plegar i endreçar la roba eixuta, va llegir una estona vora l’estufa. Neguitosa, li costava concentrar-se en la lectura. Una vegada i una altra s’aixecava per acostar-se al balconet i mirar al carrer entre les escletxes de la persiana, delerosa de veure aparèixer la silueta d’en Rómulo en la penombra del carreró. S’adonava del perill que corria caminant per Barcelona a aquella hora, i patia per ell. També pensava en l’agonia d’en Pedro. Seria viu, encara? Passades les onze, enfredorida, amb l’estufa ja refredant-se, es va posar la camisa de dormir i es va ficar al llit. Va llegir una estona més. Va sentir les campanades de la catedral. Mitjanit. Després d’un parell de capcinades, va deixar el llibre sobre la tauleta i va apagar el llum, convençuda que en Rómulo ja no vindria.

Va despertar-la el soroll d’una clau al pany. Es va incorporar i va encendre el llum. Va mirar el rellotge: tres quarts de dues. Va llevar-se i, descalça, va córrer cap al rebedor. En Rómulo tancava la porta sense fer soroll.

—Ya no contabas con volver a verme esta noche, ¿verdad?

—¿Has hablado con tus camaradas?

—Espero que no vuelvas a echarme del piso, porque ya no puedo más. Estoy más cansado que un burro de feria.

—¿Qué te han dicho?

S’estava congelant dreta. En Rómulo, mentre es treia l’abric, va veure que anava descalça.

—Vas a pillar un resfriado. Vuelve a la cama.

Va seguir-la fins a l’habitació. La Margaret es va ficar al llit, mentre ell es treia les sabates i s’estirava al seu costat per sobre del cobertor. La seva roba pudia a tabac.

—¿Recuerdas lo que te conté del camarada que fue amigo de Núria? Pues he pensado en él al salir de aquí. A lo mejor si empezaba hablando con él habría alguna esperanza. O sea que me he ido para su casa, en el barrio de San Antonio. ¡Andando, para que lo sepas! Le he dado un susto de muerte presentándome a las once de la noche. Se lo he contado todo. Tras un momento de reflexión, ha dicho que debíamos ayudaros. Para mi sorpresa, además, me ha contado que conoció a los dos cenetistas en el frente de Aragón.

En Rómulo va insinuar un somriure.

—Creo que fue allí cuando ese Pedro le birló a su chica, aunque esto no me ha quedado muy claro. Entonces hemos salido del piso y hemos ido a ver a un camarada que vive en el Pueblo Seco, y que es al parecer quien maneja los contactos que necesitamos para sacar a tus amigos. Hemos charlado con él. Al principio se resistía, pero al fin ha entrado en razón.

En Rómulo va somriure.

—O sea que al final vamos a ayudaros. El del Pueblo Seco va a contactar con las personas indicadas. Mañana por la mañana tengo que efectuar una llamada para confirmar si hay vía libre. Si es así, pasamos por el Raval, cargamos a la cría y al herido y nos vamos.

—¿Los cargamos? ¿Dónde?

—Supongo que podremos utilizar tu coche.

—No es mío. ¿Hay que ir muy lejos?

—No temas. Solo hay que recorrer un corto trecho.

—¿Disponéis de un camión?

—Más o menos. Es un sistema que hemos utilizado algunas veces.

—¿Es seguro?

—No hay nada seguro, en este mundo. Hasta ahora nos ha funcionado. ¿Tu coche lleva matrícula diplomática?

—Claro.

—Mejor. Por si las moscas…

Va passar-li un braç per sota del cap i va fer-li un petó al front.

—Entonces, ¿qué me dices?

—¿De qué?

—¿Puedo quedarme?

—Claro.

En Rómulo va sortir de l’habitació. Va tornar al cap de cinc minuts, amb una tovallola nuada a la cintura. La Margaret va mirar el seu cos musculat, pelut de braços, pit i cames. Va ficar-se al llit. Quan va abraçar-la sota els llençols, se li va tallar la respiració.

—¡Estás helado!

—Pégame un poco de tu calorcito, anda.

La Margaret va allargar un braç per tancar el llum. Tremolava com si estigués abraçada a un ninot de neu. Amb el nas a tocar del seu, veia la lluïssor dels seus ulls àvids en la fosca.

—Pobre Juanito —va dir—. Te has arriesgado por mí. ¿Y si te llegas a topar por ahí con algún policía?

—Me habría puesto a correr. Además, llevo un arma. Vivo no me pillan, eso seguro.

En Rómulo, maldestre, va treure-li la camisa de dormir i, tot seguit, va estrènyer-la més fort contra el seu cos. De mica en mica entrava en calor. Mossegant-li el lòbul d’una orella, va xiuxiuejar:

—Por ti he dado más vueltas que un duro falso. Ahora pienso desquitarme.

—Qué miedo.

—Vas a saber lo que es bueno.

Mentre es besaven, la Margaret va notar que almenys una part del cos d’en Rómulo ja havia recuperat el vigor i la temperatura. Va posar-se a riure.

—Vaya. ¿No estabas tan cansado?

En Rómulo, amb una mà, li abaixava les calcetes, ara d’un costat, ara de l’altre, maniobrant a poc a poc.

—Ahora ya no.