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Poco después de las once de la noche, en Chadbury, los observadores que montaban guardia en las inmediaciones del Palacio de Justicia presenciaron la abrupta desaparición de los insectos. La extensa plaga adoptó la forma de cono, como bajo la influencia de una fuerza atrayente más poderosa que el campo gravitatorio de la Tierra. A continuación, el vértice del cono empezó a arder y los insectos despegaron hacia el cielo, manchando de rojo la luna. La mancha pronto disminuyó de tamaño, asemejándose a un lunar en una sanguina. Siguió disminuyendo hasta que se convirtió en un punto apenas visible a simple vista.
En los aledaños del Palacio de Justicia no quedó huella alguna de la extraña visita; ni siquiera una sola ala en las ventanas o en el césped.
En el extremo oeste de la zona verde, cuyo acceso estaba bloqueado por una hilera de coches de Policía del Estado, el capitán Moorman intercambiaba impresiones con el jefe de policía Jim Melka. Ambos estudiaban el acceso al interior del palacio con sus prismáticos.
—No ha quedado ni un condenado bicho —murmuró Melka.
Moorman bajó los prismáticos y anunció a un subordinado:
—Jim y yo vamos a entrar. Impidan el paso a cualquier otra persona.
Recorrieron las dos manzanas que les separaba del Palacio de Justicia en el coche de Moorman y subieron la pendiente que llevaba a la escalera principal. Cuando se apearon del vehículo, una puerta del edificio se abrió y una robusta mujer de mediana edad salió con un maletín en la mano. Se detuvo y miró a su alrededor con expresión desconcertada, consultó su reloj de pulsera, lo sacudió y se lo acercó al oído. Retrocedió un paso cuando vio a los dos policías que subían la escalera a la carrera hacia ella. Sus labios temblaron al esforzarse por sonreír.
—¿Cómo es posible que ya sea de noche? —preguntó a Melka con voz aguda.
—¿Qué está pasando aquí dentro? —preguntó Moorman a su vez.
La mujer lo miró extrañada y frunció el entrecejo, como ofendida por el tono de voz del capitán.
—¿Cómo? Creo que no le he entendido bien. Yo salgo del despacho del secretario del Registro Civil… No me habré entretenido más de quince o veinte… —Miró asustada al oscuro cielo—. No puede ser tan tarde.
En algún lugar del interior del edificio se oyó un disparo, seguido de un grito desgarrador.
La mujer se sobresaltó y empezó a gemir de un modo incoherente.
Moorman la ignoró y miró a Melka. Sabía de dónde había procedido el disparo.
—Arriba —dijo—. En el tribunal principal. Corramos.