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DEL TESTIMONIO DE DONALD RAY STEMMONS ANTE EL JURADO DE ACUSACIÓN DE INVIERNO, CONDADO DE HADEN, VERMONT, 17 DE FEBRERO DE 1984 (Veintiséis años de edad. Ocupación: barman a dedicación parcial. Dirección de invierno: 135 Barberry Lane, Sligo, Vermont. Alto. Huesos bien marcados bajo la piel. Tipo facial inevitablemente descrito como «lincolniano», pero con una descuidada barba rubia y tez en exceso curtida, casi ulcerosa por el bronceado obtenido en las pistas de esquí de la zona. Con el hábito nervioso de frotarse la punta de la nariz con el dedo índice al ser interpelado por el fiscal del condado de Haden):
SEÑOR CLEVES: ¿Qué ocurrió cuando usted trató de abrir las puertas de la terraza?
SEÑOR STEMMONS: Nada. No podía hacerlo. Tengo entendido que esas puertas nunca se abren en invierno. Estaban atascadas por el hielo, y después de la última nevada, debían de haber amontonados ante ellas noventa centímetros de nieve por lo menos.
SEÑOR CLEVES: Sin embargo, a pesar de la nieve acumulada, usted pudo ver lo que estaba ocurriendo en el exterior.
SEÑOR STEMMONS: En efecto. Tuve que desempañar los cristales con la manga de la camisa, y los demás ocupantes de la taberna hicieron lo mismo. Sin embargo, no pude ver demasiado, ya que cuando me di cuenta de lo que sucedía allí fuera y escuché los gritos de la chica, concentré toda mi atención en forzar las puertas. Finalmente, logré abrir una con la ayuda de un taburete del bar, y así fue como pude salir. Pero en ese momento experimenté la intensa sensación de que tal vez ya fuese demasiado tarde.
SEÑOR CLEVES: ¿Por qué?
SEÑOR STEMMONS: Bueno, la chica había dejado de gritar. Estaba nuevamente tendida en el suelo, inmóvil. Él debió de haberla golpeado al menos un par de docenas de veces con esa palanca, una barra de hierro, según me pareció. Cuando me acerqué para examinarla había tanta sangre en la nieve que apenas podía creerlo. Bien, ella… parecía…, parecía como si… alguien hubiese abatido y despellejado un ciervo.
SEÑOR CLEVES: ¿Pudo reconocer a la víctima, entonces?
SEÑOR STEMMONS: No, señor. Nadie hubiera sido capaz de hacerlo en el estado en que la habían dejado.