15

—No debes interferir —dijo la mujer, amable.

Durante unos segundos, Rich no estuvo seguro de si alguien le había hablado. Su cabeza, envuelta en una sustancia enrarecida y semejante al algodón de azúcar, se inclinaba sobre el vaso, casi vacío, que tenía ante sí, sobre la mesa. Había estado estudiando el intrincado diseño de la superficie de formica de la mesa, comparable a la mejor obra de Jackson Pollock. Un descubrimiento sorprendente, en un bar perdido en las regiones salvajes de Vermont.

Alzó la mirada, boquiabierto. La nueva posición de su cabeza le desequilibró y estuvo a punto de caer lateralmente de su asiento. Se aferró al borde de la mesa y parpadeó en un intento de enfocar la imagen de ella. El local se movía, giraba lentamente, se inclinaba como un inestable tiovivo. En la máquina de discos sonaba ZZ Top. Gimme All Your Lovin. Se humedeció los labios, resecos por el tabaco y los varios whiskis dobles que había ingerido en menos de una hora. Apenas era consciente de la presencia de otros clientes en el bar. Se sentía distanciado de la humanidad, como un cuco cansado que hubiera escapado de la caja de su reloj.

Ella se acercó algo más, aunque manteniéndose fuera de su alcance. Era alta y vestía con elegancia, en un tono negro o azul oscuro. Lucía suéter, falda y botas del mismo color. Los únicos adornos que llevaba eran sendos diamantes en los lóbulos de las orejas y una cicatriz en forma de hoz en una mejilla.

—¿Cómo ha dicho? ¿Quién es usted?

—Me llamo Inez Cordway. Estuvimos a punto de conocernos anoche; pero, en última instancia, decidí que no merecía la pena. Creo que me equivoqué.

Él se tocó su propia mejilla, esbozando con la punta de un dedo el dibujo de la cicatriz de la mujer. Ella asintió.

—Sí. Era yo, con Windross.

—¡Dios Todopoderoso!

La mujer le replicó con una sonrisa fría y tolerante.

—Veo que esta noche te has tomado un descanso.

—Dígame. —El odio trasladó a Rich hasta un estado próximo a la sobriedad en escasos segundos. Empezó a incorporarse—. Usted…, ¡usted debe saber dónde está Polly!

La mujer le detuvo con un leve gesto de su cabeza que revelaba, a la vez, una mirada turbadora en sus ojos. Su semblante aparecía tan severo e implacable como la mordedura de una víbora.

—Ya no es Polly —repuso Inez Cordway.

Rich se dejó caer pesadamente sobre su asiento. Jadeaba y se ahogaba en los efluvios del alcohol. El rincón que ocupaba parecía aislado del resto del local, bañado por un fuego de Santelmo. Le escocían los oídos y la frente. Las uñas de los dedos se veían enrojecidas sobre la mesa. Su vista, cansada, se desenfocaba; la imagen de la mujer se difuminó en una sombra angulosa. En cambio, su voz le llegaba lúgubremente nítida.

—La niña está totalmente poseída por un demonio. Quizá por más de uno. Eso no se ha podido comprobar aún. Los ritos no han hecho más que empezar. Pueden pasar varias semanas antes de que sepamos exactamente contra qué estamos luchando.

El crudo sabor del whisky acudió a la garganta de Rich, quien se llevó una mano a la boca. Parte del líquido rezumó entre sus dedos.

—Has tenido buenas razones para beber —dijo ella con tono desapasionado—. Pero emborracharte no era lo peor que podía haberte ocurrido esta noche.

De repente, Rich empezó a gritar, presa de frustración y de furia.

—¿Qué diablos quiere decir, con que «ya no es Polly»? ¡Yo la vi…, hablé con ella!

—Sí, lo sé. En la habitación 331 del hotel.

—¡Cuando regresé ya no estaba allí! ¿Qué hicieron con…?

—Escúchame. —Se aproximó un poco más. El movimiento reveló a Rich, inesperada y desagradablemente, algunos rasgos de su rostro. Advirtió un resplandor de oro en varios de sus dientes, y unos ojos negros, penetrantes como cuchillos—. Polly nunca ha estado allí. Lleva más de cinco semanas ausente del Hotel Post Road.

—¡Usted no sabe lo que dice! —Rich sintió el latido acelerado de su corazón. Improvisó una amenaza—. Pero voy a descubrir lo que está pasando allí.

—Déjame garantizarte una cosa: Polly, la hija del propietario, se encuentra en un lugar seguro donde la quieren y la protegen. Tenemos una posibilidad de redimir a la niña: salvar su alma inmortal. Pero, e insisto en ello, no debes interferir.

—¿Interferir en qué?

Ella se apartó un momento y adoptó una actitud autoritaria.

—En el exorcismo.

Rich trató, con excesiva rapidez, de levantarse, pero fue obstaculizado por el borde de la mesa y volvió a sentarse. Presa de un cansancio y una pesadez infinitos, su cerebro, medio aturdido, se sintió envuelto por una vasta oscuridad como un animal herido en la carretera.

—¡Quiero ver a Polly!

—Le harás a ella, y a todos nosotros, un gran favor si la olvidas. Es el único modo como puedes ayudarla.

—Si Polly no es…, no está… en el hotel, ¿qué hacían ustedes anoche?

—La estricta obediencia del ritual requiere una visita al escenario de la posesión, como es sabido.

—¿Posesión? ¿Cómo sabe usted que ella está…? Dios bendito, ¿quién es usted?

—Ya te he dicho mi nombre. He pasado la mayor parte de mi vida luchando contra Satanás. Oh, estoy segura de ello. Por eso he venido a decirte que nos dejes en paz. Es obvio que estás demasiado susceptible respecto a Polly. El demonio lo sabe, y, de hecho, ya te está utilizando. La situación podría hacerse extraordinariamente peligrosa. Por favor, cree lo que te estoy diciendo. Es mejor que vuelvas a casa en seguida.

Inez Cordway se volvió y, entre las brumas de su visión, se alejó con rapidez, como un acorazado en medio de una oscura marea saliente. Su partida fue tan abrupta que pareció un truco de prestidigitación. Hacía un momento estaba allí, aleccionándole con formidable erudición sobre temas que le evocaban los terrores de su infancia, y, al momento siguiente, había desaparecido.

El local seguía moviéndose, pero no de un modo tan turbador como antes. Rich se incorporó de su asiento, tambaleándose, y se obligó a mantener el equilibrio; pescó unos cuantos billetes de su bolsillo y dejó sobre la mesa lo que creyó que era un billete de veinte dólares. A continuación se fue en busca de la mujer.

El hijo de la noche infinita
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