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Al mediodía del día siguiente, en la isla de Heraclio, cerca de doscientas personas, Sigrid entre ellas, se congregaban en la plaza en torno al reloj de sol de bronce. En este momento del día en que no había el menor indicio de sombra en la cara del reloj, los miembros de la sociedad se dieron la mano e iniciaron las plegarias que se prolongarían hasta que el contorno del sol poniente se ocultase en el horizonte, nueve horas después.
Eran las ocho de la mañana en Chadbury, Vermont.