35

Conor despertó, con un atroz dolor de cabeza, a las ocho menos cinco de la mañana del día siguiente. Era Gina quien le llamaba por teléfono.

—¿Por qué no me llamaste anoche? —preguntó con un deje de inquietud en su voz.

—Estuve…, tuve una larga conversación con los abogados de Rich.

—Oh. ¿Quiénes son?

—Él se llama Kurland. Pertenece a una distinguida familia de abogados de Vermont. Ella se llama Lindsay, Lindsay…, no me acuerdo.

Sintió un cascanueces abierto sobre su cabeza, y el cerebro apergaminado y rancio.

—¿Ella?

—Trabajan juntos.

—¿Cuánto va a costar? La defensa de Rich, quiero decir.

—Todavía no lo hemos determinado.

—Contrátales.

—Lo haré.

—Quiero leer el contrato antes de que lo firmes. —Gina había seguido unos cursillos de derecho en la universidad de Boston cuando estaba embarazada de Charley—. ¿Viste a Rich?

—Sí. Pobre muchacho. Él…, su mente… —La única palabra que se le ocurría era «caos»—. Rich no está muy lúcido que digamos, Gina.

—Me gustaría poder ir. Tal vez charlar un rato conmigo le haría bien.

Conor no lo creía así. Y no se imaginaba a Gina hablando con Rich en su estado actual. Preguntó cómo habían tomado los niños la noticia.

—Oh, ya sabes cómo se comportan los niños cuando algo grave ha ocurrido. No saben encontrar el modo de abordar el tema. Se vuelven ruidosos y exagerados cuando quieren expresar la más mínima queja; sus emociones subyacen a flor de piel. Espero que te acuerdes de cancelar el vuelo a Albany.

—Llamé a Dilworth. Él se hizo cargo de todo. Creo que me sustituirá Kurowski. Le dije que se ocupara de buscar a otro para el combate del martes en Worcester.

—Conor, ¿ocurre algo malo? Lo noto en el tono de tu voz.

—Tengo resaca.

—Eso ya lo noto también —exclamó Gina, con una falta de delicadeza que rozaba el mal carácter—. ¿Qué es lo que Rich te dijo?

—No dijo gran cosa. Dijo… —Conor, a esa hora, se sabía incapaz de transmitir adecuadamente la esencia de lo que había oído de labios de Rich. El esfuerzo por concentrarse tuvo como recompensa el dolor físico: un espasmo en los ya tensos músculos de la nuca, inmediatamente debajo del cráneo. El dolor hizo acudir las lágrimas a sus ojos—. Todo está confuso en mi mente —murmuró, tratando de disculparse.

—Cuéntamelo, Conor.

—Gina, no sé…, no le encuentro sentido…, tiene la estúpida idea de que está poseído.

Oyó un brusco bufido al otro lado del hilo telefónico, seguido de una rápida y ardiente exclamación en italiano que no pudo entender. Traduciendo al inglés, Gina exclamó:

—¡Madre de Dios misericordioso! ¿De dónde ha sacado semejante idea?

—No lo sé.

Ella no pudo reprimir un sonido tembloroso y agudo, inusual en Gina, que recordó a Conor el lamento de las plañideras en los velatorios irlandeses.

—Se me está poniendo carne de gallina. Esto no me gusta, Conor.

—No es nada. El chico no sabía lo que decía. Karyn está muerta, él no logra recordar qué pasó y busca una respuesta. Como todos los demás.

—¿Seguro?

—Gina, acabo de despertarme. No estoy seguro ni de cómo me llamo. Esta mañana volveré a ver a Rich y hablaré con todo aquel que pueda facilitarme cualquier información. Anoche me enteré de que un antiguo novio de Karyn había estado rondándola. Rich se puso celoso, ya sabes…

—¿Y qué? Si se sentía provocado, podía haber propinado un puñetazo a ese chico. Pero Rich no tocaría ni un solo cabello de Karyn por el mero hecho de estar celoso. —El tono de su voz volvió a cambiar; ahora sonaba cansada, fatalista—. Conor, quizá sería mejor… que tomases precauciones. Cuando vuelvas a visitar a Rich, hazte acompañar por el párroco local. Y… agua bendita.

—Gina, no sigas.

Ella guardó silencio durante unos segundos. Conor podía oír su respiración.

—Pero no existe ninguna explicación racional para lo que hizo, ¿no es cierto? Todo cuanto te pido es que tengas cuidado.

—Rich no es peligroso.

—¡Pero el diablo sí lo es! Y tú eras un sacerdote. Ya sabes que esto me ha preocupado siempre.

Conor no pudo evitar reírse.

—¿Quieres decir que desde que lo dejé soy más asequible a la tentación?

Conor se cambió el auricular de posición y se miró en el espejo situado frente a los pies de la cama. Su espontánea risa se convirtió en una risita hueca y poco convincente. «Padre, perdóname porque he pecado: anoche desee a una mujer que no era mi esposa».

—No te rías. ¡Te echo mucho de menos! No puedo dormir. Ninguno de los chicos quiere desayunar. Y eso que les he hecho barquillos de nueces. ¡Es todo tan deprimente aquí! Después de misa iremos los cuatro a ver a monseñor Raines. Espero que pueda aclararles un poco las cosas.

—Sé que lo hará. También yo hablaré con ellos cuando vuelva a llamarte. Digamos a las seis de esta tarde.

—Te estarán esperando. ¿Dónde podré localizarte en caso de urgencia?

—Llama a la Jefatura de Policía de Chadbury. Si no estoy allí, me dejarán un mensaje.

—¿Te han ayudado en algo?

—Sí, pero debo tener presente de qué lado están. Lo principal, lo que a todos nos interesa saber, es por qué Rich hizo eso.

El hijo de la noche infinita
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