17

Rich invirtió dieciséis dólares de su menguado presupuesto en un taxi que le llevó al Refugio Davos, en la Montaña de la Ermita. Preguntó en recepción por el número de la suite nupcial y subió su equipaje y el de Karyn hacia allí sin tomarse la molestia de llamar antes. Era la una y veinte de la madrugada. Se sentía tan agotado que estuvo a punto de quedarse dormido en el ascensor.

En la mitad del bien iluminado pasillo vio a una pareja besándose en un umbral. Casi había llegado a su altura cuando observó que la chica, de espaldas a él, era Karyn. Trux Landall la abrazaba fuertemente, con una mano sobre su hombro y la otra acariciándole, lenta y posesivamente, el trasero.

—¡Oh, mierda! —exclamó Rich.

Ambos lo miraron. Karyn todavía tenía los labios entreabiertos, hinchados y enrojecidos, y la mirada veladamente ansiosa, por efecto del sostenido beso. Ella se metió en la habitación y Trux dio un paso adelante. Llevaba un abrigo de piel de foca, oscuro y lustroso, que le cubría casi de la cabeza a los pies. Cerraba con una mano la abertura del abrigo, como para ocultar algo que podía resultar ofensivo a los ojos de Rich.

Este dejó caer una bolsa y arrojó la otra, la bolsa de deportes marrón de Karyn, a la cabeza de Trux, quien la esquivó sin dificultad y frunció el ceño.

—Calma, chico.

—¡Lárgate inmediatamente de aquí! —gritó Rich.

—Iba a hacerlo.

Rich intentó propinarle una patada en la abultada ingle. Trux la eludió pacíficamente; pero levantó las manos por si acaso. Rich recogió la otra bolsa, su bolsa de lona verde, pero se abrió por la correa de cuero.

—¡Déjalo, Rich! —le pidió Karyn.

Él la miró, dejó la bolsa, demasiado pesada para ser utilizada como arma arrojadiza, en el suelo y se abalanzó sobre Trux golpeando furiosamente con puños y pies, una técnica callejera que le había hecho ganar no pocas peleas contra chicos más grandes. Pero estaba débil y algo torpe, de modo que Trux logró desembarazarse de él sin sufrir ningún daño. Entonces, éste dirigió una mirada desesperanzada a Karyn mientras trataba de mantenerse fuera del alcance de Rich.

—Yo no quiero tener nada que ver en esto, Karyn.

—¡Rich!

La chica lo agarró del brazo, pero él la apartó a un lado. Trux tuvo tiempo de apuntar y descargar el puño derecho bajo el esternón de Rich. Éste cayó aparatosamente. Con la boca entreabierta, empezó a debatirse en el suelo, mientras buscaba aire entrecortadamente.

—Lo siento, Karyn —dijo Trux.

—¡Oh, Dios! ¡Puede llegar a hacerse insoportable cuando se pone así!

Rich percibió vagamente el ruido de otra puerta al abrirse. Vio caras confusas. Más testigos para su derrota. Se puso de rodillas, decidió que el orgullo solo no bastaba para reanudar la pelea con un mínimo de garantías y permaneció allí, dándose un masaje en la región dolorida, consciente de que Trux volvería a derribarle si intentaba incorporarse. Dejó que sus pulmones se llenaran de aire. Jadeando, alzó los ojos en busca del rostro de Karyn. Estaba llorando.

—Lo tienes bien merecido —dijo Rich, a nadie en particular.

—Yo sólo me despedía de ella —explicó Trux al marcharse.

—¿Acaso no te habías despedido bastante… en la habitación?

Karyn, con la cara enrojecida, recogió el equipaje que Rich había tirado por el pasillo y lo llevó a la suite. Cerró la puerta con un golpe violento, pero al cabo de un momento volvió a abrirla loca de ira, sin importarle quién pudiera escucharla.

—¡Maldito estúpido! ¿Dónde has estado toda la noche? ¿No podías llamar? ¡Me he cansado de esperarte!

—He tenido un accidente —replicó Rich.

Estaba apoyado en la pared, pero era incapaz de incorporarse del todo, ni siquiera de lograr que los pies le respondieran. Trux seguía alegremente su camino hacia los ascensores. Se volvió para dirigir un gesto de despedida a Karyn, pero ésta no le vio.

—¡Oh, no! ¿Dónde? ¿Qué ha ocurrido?

—El coche… derrapó y se salió de la carretera.

Karyn le rodeó la cintura con el brazo.

—¿Te has hecho mucho daño? Oh, bueno, vamos.

Irritado, Rich se resistió a entrar en la habitación.

—Ese viejo zorro de Trux, ¿ha estado follando contigo?

—¡Basta, Rich! Trux sólo me ha hecho compañía. Tú no estabas aquí cuando he llegado, y no quería quedarme sola. Ahora, ¿quieres, por favor, entrar en la habitación?

Rich no podía hacerlo por su propio pie, y permitió a regañadientes que ella le ayudara. Sus pies se arrastraban por el suelo. Karyn le acomodó en la cama, que estaba arrugada pero no deshecha. Rich se tendió, esbozando una mueca de dolor. En otras circunstancias, habría podido con Trux. Tenía cuerpo, pero no agallas; él conocía bien a los tipos de esa calaña. Le habría derribado de un puñetazo.

—Mataré a ese bastardo —murmuró entre dientes.

Karyn hacía ímprobos esfuerzos por contener las lágrimas.

—¡Cállate! Era sólo un beso de despedida. Un poco largo, de acuerdo. ¡Por el amor de Dios, yo había salido con él! Trux es amigo mío.

Rich entornó los ojos, expresando así su incredulidad.

—Dime la verdad. ¿Has follado con él esta noche?

—No.

Al cabo de unos instantes, Rich dijo con acento generoso:

—Está bien, te creo.

—¡Me importa un cuerno que me creas o no! Estoy harta de la forma como te comportas. No sé qué te está ocurriendo. Todo cuanto deseo es ser feliz. Quiero que seamos felices juntos, Rich. ¿No podrías facilitar un poco las cosas?

Él guardaba silencio, con los ojos medio cerrados y el rostro marcado por una extrema fatiga.

Karyn se levantó, secándose las lágrimas, fue al cuarto de baño en busca de un pañuelo de papel, regresó a la cama y se sentó junto a él. La mano de Rich palpó a ciegas y encontró los fríos dedos de la chica. Karyn no le dio ánimos, pero no retiró su mano.

—Lo siento.

—El Porsche, ¿ha quedado averiado?

—No lo creo.

—En cuanto a Trux… Supongo que…, si no hubieses llegado…, quizá habríamos vuelto a entrar. No estoy segura de ello. Pero no importa qué hubiésemos hecho, no habría significado…

—Claro, claro. No quiero hablar más de eso. Ni de él. Necesito dormir, Karyn. Francamente, estoy muy, muy cansado.

Poco después, Karyn se acurrucó a su lado y le acarició suavemente el rostro. Rich le besó la palma de la mano.

—Has dejado la luz encendida —protestó Rich.

—Oh, no quiero dormir a oscuras.

—¿Por qué no?

—Porque hay cosas… que no pueden ocurrir con la luz encendida explicó Karyn, temblando ligeramente al apretarse más contra él, con los ojos abiertos y una expresión de tristeza en el rostro.

El hijo de la noche infinita
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