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No era aquélla una de las noticias más espectaculares del día, que resultaba ser el primero de abril, como para competir por la atención de los lectores con el genocidio en una república iberoamericana, el precario estado de salud del líder del Kremlin, la muerte de una conocida estrella de la música country en un accidente de autobús y un escándalo de drogas que involucraba al hijo menor de un destacado personaje político de Washington. No obstante, el Daily News de Nueva York publicaba la crónica en la tercera página, ilustrada con fotos y encabezada por el titular ¡NO ESTÁ LOCO! ¡EL DIABLO LE IMPULSÓ A HACERLO! The New York Times, como era de suponer, titulaba la noticia con mucha mayor moderación en la página A7, presidida por un llamativo anuncio de modas: LA DEFENSA ALEGA POSESIÓN DEMONÍACA EN EL JUICIO DEL ASESINATO DE VERMONT. El Boston Globe, geográficamente más próximo, publicaba la noticia en primera plana, e incluía una breve entrevista con un abogado de la oficina del fiscal del distrito en que calificaba la estrategia de la defensa de «vergonzosa, humillante e indigna del sistema legal norteamericano». El Cali de Braxton, todavía más próximo, se mostraba cautamente crítico, si bien ensalzaba al fundador de la firma, el abuelo de Adam, por su contribución al mundo del Derecho. La noticia recibió una atención de entre treinta segundos y dos minutos y medio en el Amanecer de la CNN, el Informativo matinal de la CBS, el magazine de la NBC Hoy y el Buenos días, América de la ABC.

El teléfono particular de Adam empezó a sonar a las seis cuarenta y cuatro de la mañana.

Ya estaba levantado y afeitado; se había sentido demasiado nervioso para dormir de un tirón desde la medianoche. Optó por no atender ninguna llamada. Cuando Lindsay se levantó, a las siete, el contestador automático ya había registrado trece mensajes, dos de ellos del juez presidente Nathaniel «Natty» Eames, al parecer también un hombre madrugador. Lindsay vio una parte del espacio Hoy con Adam: una breve entrevista grabada en la calle donde se hallaba su despacho. El reportero, un joven rubio del Departamento de Informativos de la NBC en Nueva York, le formulaba una de las preguntas más inteligentes que había oído esa tarde.

—Señor Kurland, ¿qué se le va a requerir para probar un caso de posesión demoníaca en la sala de un tribunal?

—Bien, creo que se trata de probar la existencia de una fuerza maligna, o negativa, que opera en el mundo. Todo se reduce a la admisión de pruebas de carácter psíquico, en oposición a las de carácter físico.

—Un caso en el que los teólogos han trabajado durante cientos de años para tratar de resolverlo.

—En efecto. La Iglesia Católica conoce muy bien esa fuerza, que es tan antigua como el pensamiento y la motivación humanos, e implacablemente opuesta al orden natural del universo, a las leyes de Dios.

—¿Qué tipo de ayuda confía recibir de la Iglesia durante la celebración del juicio?

—Testimonios expertos.

—Una pregunta más, señor Kurland. ¿Es usted católico?

—No, no lo soy.

Adam utilizó el mando a distancia para cambiar de canal. Vieron el cerdito Porky en una vieja película de dibujos animados de la Warner Bros diciendo: «Eso es todo, amigos».

Ambos se echaron a reír. Lindsay lo besó en la mejilla.

—Un beso para el hombre más valiente que he conocido nunca.

—O el más estúpido.

El teléfono sonó de nuevo.

—Será mejor que empieces a atender las llamadas, Linds.

La chica descolgó el auricular. No tuvo ocasión de decir una sola palabra durante aproximadamente medio minuto. Se frotó la oreja como si le quemara y pasó el auricular a Adam, que no tuvo necesidad de preguntar con quién se disponía a hablar.

—Sólo quiero hacerle saber que es usted una deshonra para la memoria de dos hombres que tengo en mi mayor estima: su padre y su abuelo.

—Lamento que piense así, señoría.

—Preséntese en mi despacho a las diez en punto.

—Sí, señor.

Adam sostuvo el auricular apoyado en su pecho unos instantes, con la cabeza gacha. Lindsay se recostó contra él en un gesto solidario.

—Me pregunto qué debe de estar haciendo Conor —dijo el abogado—. Si no nos consigue ayuda pronto, creo que mandaré el bufete a paseo.

El hijo de la noche infinita
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