18

Karyn hizo cuanto pudo para levantarle de la cama al amanecer, pero Rich protestó amargamente que estaba demasiado cansado y le dolía todo el cuerpo. Finalmente, ella le dio un beso de reconciliación, volvió a taparle y se fue a las pistas por su cuenta.

Hacia las nueve, cuando el sol irrumpió en la habitación e hirió la piel de su rostro como un rayo láser, Rich abandonó la idea de tratar de seguir durmiendo y fue al cuarto de baño, que estaba equipado con una ducha de chorro graduable, calefacción eléctrica y una sauna. Se pasó veinte minutos sudando en la sauna y tomó una ducha tan fría que le despertó el dolor de muelas. La activación del flujo sanguíneo le proporcionó una mejoría física, aunque la intensa depresión que había sentido en el momento de levantarse persistía. Había soñado insistentemente con la negra habitación, la ausencia de Polly, la dentadura de oro de Inez Cordway, su cicatriz nacarada y la presuntuosa advertencia que le había hecho.

«Estaban escondiendo a la niña, la torturaban de una forma brutal, ¡y todavía creían que les dejaría seguir así impunemente!». Rich no se sentía intimidado. Sin embargo, no tenía una idea clara de qué podía hacer, tan sólo la intuición de que debía actuar pronto, por el bien de Polly.

El café que tomó en la soleada cafetería mejoró un poco su estado de ánimo. Despachó un abundante desayuno mientras buscaba con la mirada a Karyn en los remontes que partían del pie de la montaña. La vio un par de veces, cerca del telesilla. Trux no estaba con ella. Rich temía que pudiese comparecer en cualquier momento con la intención de terminar lo que había iniciado la noche anterior.

Se sirvió más café y vio que Benny Childs se aproximaba a su mesa, ayudándose con una muleta.

—¿Qué te ha pasado?

—Me lesioné la rodilla ayer. Se ha terminado el esquí para mí, al menos por un tiempo. Me han dicho que tú y Karyn os alojáis aquí. Ojalá pudiera permitírmelo.

Benny se dejó caer en una silla y estiró la pierna izquierda, que aparecía hinchada por los vendajes ocultos debajo del pantalón. Trató de alcanzar un panecillo con nueces y miel, pero no pudo. Rich le acercó el plato.

—Sí. Ocupamos la suite nupcial. ¿Un poco de café?

—Gracias. ¿La suite nupcial? No sabía que os hubierais casado.

—Oh, no, todavía no. Es lo único que hemos encontrado, y tampoco yo puedo permitírmelo. Pero Karyn no quiso quedarse en el hotel.

—¿De veras? —Benny se dio cuenta de que Rich no tenía intención de decirle por qué. Tomó el tazón con ambas manos y sonrió a Rich por encima del borde—. ¿Cómo os van las cosas?

—¿De qué te has enterado?

—De que tuvisteis una riña, pero sin llegar a las manos.

—Ya hemos hecho las paces.

—Bien. ¿No vas a las pistas?

—No. Anoche dejé mi coche atrapado en la nieve. Debo empezar a pensar cómo sacarlo de allí.

—¿Necesitarás una grúa?

—No lo creo. Está en la cuneta de la carretera.

—Te prestaré mi Saab. Hay tres metros de cable en el maletero.

—¡Eso me servirá! Gracias, Benny.

—Te acompaño. Esta mañana no tengo nada que hacer, salvo leer un espeso tratado de filosofía.

En el trayecto hacia Talbot, Benny contó a Rich un par de chistes escatológicos con la intención de animarle, al verle serio, con la cabeza gacha y la mandíbula agarrotada mientras conducía. Rich se rió mecánicamente, como si hubiese perdido su sentido del humor.

Tras un par de kilómetros en silencio, Benny suspiró.

—Echo de menos tu compañía —dijo.

—¿Qué quieres decir?

—Tus brillantes discursos, tu cinismo socarrón. ¿No hay nada que te exaspere últimamente? ¿Los tejemanejes de Washington? ¿La terrible situación económica?

—Lo siento, Benny.

Éste vio un perro cojo vagando por la carretera, con la pata izquierda torcida a partir de la rodilla. Esa visión logró deprimirle.

—¿Estás seguro de que todo marcha bien entre tú y Karyn?

—Sí. No pensaba en ella ahora.

—Entonces, ¿qué tienes en la cabeza?

—Benny, ¿qué clase de gente cree en el diablo?

—Bueno —dijo Benny tratando de improvisar un discurso, visiblemente animado—. Para empezar, la gente como tú. La última persona que me habló del diablo no sabía nada acerca de la misa en latín, de la festividad de Santa Catalina ni del ayuno cuaresmal. El diablo sigue ostentando un papel muy importante en los artículos de fe, es el dogma esencial.

—Sí, pero ¿crees que existe?

—¿Me pides mi opinión personal, o la línea que sigue la política racionalista de Yale?

—¿Qué crees tú?

—Si me preguntas si pienso que existe una fuerza opuesta e igual a Dios, te diré que Dios es el único Ente no creado, que siempre ha sido y siempre será. Dios creó los ángeles y les otorgó una voluntad libre. Algunos de ellos abusaron de esa libertad y así se convirtieron en Sus enemigos e, indirectamente, en enemigos tuyos y míos. De manera que hay diablos, con d minúscula, y muchos, probablemente. Su líder se llama Satanás, pero es el opuesto del Arcángel Miguel, no de Dios.

—Pero jamás ha habido pruebas de que los diablos, o Satanás, existan.

Benny se frotó tiernamente su hinchada rodilla, que no podía extender en el exiguo espacio del asiento delantero.

—Probar una negación no es nada fácil. San Pablo creía que Satán era el Dios de este mundo, y el Nuevo Testamento está lleno de alusiones a los demonios. Jesús los exorcizaba, probablemente con la teatralidad de uno de nuestros evangelistas modernos. Satanás, con Cristo, es el personaje mejor conocido por la tradición cristiana. Yo diría que esa creencia en los demonios es coherente con la racionalidad de las Escrituras, de la tradición cristiana y de la creencia común de la humanidad a través de la historia. Así mismo, y esto es muy importante, tal creencia no entra en conflicto con nada que la ciencia haya demostrado ser cierto.

—Suponiendo que los demonios existan, ¿cómo son? ¿Cómo pueden llegar a poseer a un ser humano? ¿Has presenciado alguna vez un exorcismo?

—Asistí a un intento, realizado por un predicador fundamentalista del sur que me pareció estar más loco que el pobre hombre que trataba de exorcizar. Tradicionalmente, los demonios son representados como deformaciones monstruosas del mundo animal, símbolos grotescos que la mente del hombre puede comprender. Pero, al fin y al cabo, estamos hablando de ángeles caídos, de criaturas que existen en un plano superior del orden natural. Por lógica, no tienen forma. Constituyen un estado enrarecido de energía intelectual, o vibraciones. Si desean adoptar una forma humana, y eso es lo que deben hacer, tienen que encontrarla.

—¿Por qué desean adoptar forma humana? —preguntó Rich.

—Porque están afectados por una especie de canibalismo espiritual, parafraseando a C. S. Lewis. Se devoran entre ellos y atacan objetivos más fáciles, como nosotros, los pobres humanos. Tienen un hambre insaciable de almas humanas. No hay ningún otro motivo que el hambre. Es un puro (o impuro, si quieres) deseo de encantar y dominar, de ser más poderoso. Por supuesto que eso es una paradoja. Sólo pueden despreciar a Dios, pero nunca llegar a igualarle. Son, simplemente, sombras emanadas de Su luz inmortal.

Rich localizó su coche sin ninguna dificultad. Entonces, merced a la robusta Saab de Benny como grúa, sacó el Porsche del muro de nieve. Parecía desequilibrado por la nieve y el hielo incrustados como lapas en el flanco derecho. Usó un mazo de caucho para retirar las placas de nieve y limpiar los depósitos obstruidos del parachoques; allí donde la nieve se había congelado, se resistía a los martillazos como si estuviera petrificada. Cuando terminó de limpiarlo, observó que el Porsche presentaba algunas abolladuras nuevas, aunque la carrocería parecía indemne. Había tenido más suerte de la que merecía por conducir de noche por carreteras desconocidas a gran velocidad.

Empapado en sudor, Rich devolvió el cable con funda de vinilo al maletero de la Saab. Benny se sentó al volante.

—¿Puedes conducir? —le preguntó Rich.

—Sólo tengo que usar el pie derecho. No te preocupes.

—Gracias por la ayuda, Benny.

—¿Por qué no salimos juntos los cuatro esta noche? Elise y yo iremos al refugio. ¿Te parece bien a las nueve o las nueve y media?

—De acuerdo.

Benny le preguntó, y no precisamente como una ocurrencia tardía:

—¿A qué viene ese interés por los demonios, Rich?

Éste vaciló, considerando la conveniencia de soltarlo todo acerca de Polly, su padre y la misteriosa Inez Cordway. Pero se dio cuenta de que habría demasiadas lagunas en la versión que podía facilitar a esas horas; Benny, inevitablemente, le formularía preguntas que él no sabría responder. Benny esperaba, con la tímida sonrisa de quien aguarda una revelación, pero Rich se limitó a encogerse de hombros.

—Leí un artículo sobre demonología que cayó en mis manos. Yo creo que todo eso son gilipolleces, pero me interesaba conocer el punto de vista teológico.

—Los demonios han sido desmitificados por la mayoría de nuestros eruditos más prestigiosos. Se han escrito montones de libros sobre cristianismo, como los de Hans Küng y otros, que ni siquiera mencionar a Satanás. Por otro lado, cuanto peor marchan las cosas, más se habla de él. El movimiento carismático es más fuerte que nunca. Todos queremos culpar a alguien o algo de los males y sufrimientos de la vida, y nuestro Dios no es Jehová. De modo que damos crédito al mal personificado: los judíos inventaron al diablo para justificar una crisis espiritual, su intento frustrado de alcanzar un nacionalismo que ellos sentían como suyo por derecho divino. Eso puede generar un problema muy delicado. Si existen los demonios, idea en la que yo creo, y desarrollamos un obsesivo e insano interés por ellos, encontrarán siempre un medio de responde a nuestras expectativas y necesidades. —Benny dio el contacto y metió la primera velocidad—. Elise debe de estar preocupada por mí. ¿Qué vas a hacer el resto del día?

—No estoy seguro. Tal vez asista a un exorcismo.

Benny se echó a reír.

—¿Matutino o vespertino? Ya me contarás esta noche.

El hijo de la noche infinita
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