Capítulo 24

De la crónica de las Hermanas Santas de Jesús, de puño y letra de Esperanza, misión de Las Golondrinas de Los Andes, diciembre de 1552

 

La congregación celebra las fiestas navideñas de un modo desconocido en España. Las plantas del patio están en flor y han venido muchas mujeres a alojarse en el convento. Entre sus muros, todo es caos: vendedores ambulantes de dulces y aperitivos y fabricantes de juguetes; niños y monjas visitantes; viudas, seglares, parientes, sirvientas y mendigos, junto con una gran multitud de mujeres de la calle y acicaladas queridas y concubinas indígenas de pronto convertidas en lo que aquí llaman «penitentes» acuden a las celebraciones. ¡El patio está abarrotado desde primera hora de la mañana hasta última hora de la noche! Hay empujones y empellones; los niños pequeños aúllan a la espalda de sus madres o corretean sin control por todas partes. Algunas mujeres pasan allí las fiestas completas, otras van y vienen a diario. Todas las celdas están llenas y las sirvientas y esclavas duermen allá donde encuentran sitio.

En medio de todo esto, tiene lugar el santuranticuy, o «venta de santos», una especie de mercado en el que se venden figuritas de santos y del Niño Jesús, al que los lugareños llaman «El Niño». Todo el mundo debe evitar pisar las figuras de barro que los vendedores apilan para su venta en mantas indígenas, algo complicado en un espacio atestado de gente.

A los pobres que se agolpan a las puertas del convento se les ofrece una bebida caliente a la que llaman «chocolate», con algo de comer. La cocina del convento, tan atestada como el patio, produce un suministro constante de un pan dulce con frutas, llamado «panetón», al parecer de origen italiano, y una especie de empanadillas de carne muy sabrosas y picantes que costean las damas ricas y algunas de las prostitutas, más ricas aún. En esta época del año, se bebe mucho vino y licores autóctonos. Es fácil encontrar a hombres tambaleándose por las calles o tirados en el suelo, ebrios e inconscientes, lo que explica por qué tantas mujeres acuden al convento, donde se prohíbe la entrada a los hombres. Entre nuestros muros, hay mujeres que tocan música, cantan, bailan con otras mujeres; hasta las damas más nobles lo hacen.

En Nochebuena, a medianoche, suenan descontroladamente las campanas hasta el alba. Por lo visto, tan exuberantes celebraciones se prolongan hasta la llegada de los tres Reyes Magos, en enero. Los perritos falderos y los loros están tan desvelados como los demás. Los perros corren como locos entre la multitud, haciendo tropezar a las criadas y ladrando sin parar, mientras los loros graznan hasta desfallecer, agotados, en sus perchas.

Pía consigue mantenerse distante y comedida, pero hasta ella ha disfrutado de las empanadillas y se ha chupado los dedos. Sancha ha desaparecido con otras niñas de su edad y, en algún momento, las he visto haciendo cabriolas y dando vueltas detrás de las mujeres que bailaban. Yo me he acurrucado en el rincón menos populoso que he podido encontrar y, a falta de algo mejor que hacer con mi persona, anoto todo lo que observo. Extraño a Marisol, ella habría disfrutado mucho de todo esto, pero ¡ay, qué no daría yo por un poco de paz y tranquilidad!