Capítulo 21

Del asunto de las Hermanas Santas de Jesús y del asunto de la inspección del convento de Las Golondrinas para descubrimiento entre ellas de herejes y enemigas de la verdadera fe

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Bajo el sello del Santo Oficio de la Inquisición

 

Este es el informe de la inspección del convento de la orden de religiosas conocidas como Hermanas Santas de Jesús, llevada a cabo en el verano de 1552, año de Nuestro Señor, con motivo de las pruebas presentadas por el conde Jaime, protector del Santo Sepulcro, que alegaba que dicho convento protegía a judías y musulmanas ocultas y aseguraba que las monjas se entregaban a ideas heréticas, vicios y toda clase de obras contrarias a la fe.

Las pruebas que respaldaban dichas alegaciones eran unos restos, fragmentos de pergaminos muy dañados y agujereados. Nuestros inspectores siguieron su rastro hasta cierta doncella del convento. Interrogada por la Inquisición durante la inspección de 1552, la joven reconoció habérselos vendido a un sirviente del conde. Lo único que los torturadores pudieron descubrir fue que las mujeres de la familia de la doncella llevaban muchos años sirviendo en el convento y que su abuela se había hecho con aquellos fragmentos tras limpiar el scriptorium después de una plaga de ratas. Ni la joven ni nadie de su familia sabía leer, pero la muchacha insistía en que aquellos fragmentos procedían del «libro» del convento. Al enterarse de que un grupo desconocido pagaba por información sobre aquella congregación, vendió los fragmentos. La joven murió durante el interrogatorio antes de que se pudiera averiguar más. El fragmento carece de sentido: habla de visiones y misiones, de una medalla milagrosa y de golondrinas. Pese a que se registró y examinó minuciosamente el scriptorium, a las monjas y el convento entero, no se hallaron otras pruebas, ni la susodicha medalla, que supuestamente existe. Aunque se interrogó a la abadesa y a la escriba de la forma prescrita por fray Ramón Jiménez para obtener de ellas la información correcta y poner de manifiesto la herejía, concluimos que ninguna de las dos se desviaba de su sagrado juramento y deber de responder a nuestras preguntas con sinceridad.

Se dan, en este caso, circunstancias especiales que nos inducen a concluir que, desorientado por las fuerzas del mal, el honorable conde ha arrojado sospechas y calumnias sobre una piadosa orden de religiosas. Es un hombre anciano. La congregación de las Hermanas Santas de Jesús contaba con el favor de la difunta reina Isabel la Católica por mantener el convento como modelo de fe cristiana durante la época de los moros. Es del dominio público que su Católica Majestad hizo un peregrinaje al convento en 1493 y que desde entonces dicha congregación se encuentra bajo la protección y el patrocinio de las damas de la familia real.

Su Majestad, la reina actual, se ha mostrado conmovida por el obsequio de una palia bordada por una huérfana del convento en señal de gratitud por su regio mecenazgo. La reina insiste en que dicho obsequio es prueba inequívoca de la pureza de la fe de las hermanas, que nos recuerda la venerable naturaleza de la congregación, su valerosa adhesión al cristianismo pese a los setecientos años de mandato árabe. Las sospechas erróneas debilitan la autoridad de la Iglesia. Su Majestad hace hincapié en que las niñas del orfanato del convento son una cuestión delicada debido a las circunstancias de su nacimiento, pues pese a haberse visto manchadas por la ilegitimidad, han emprendido una vida santa. En virtud de esa gran labor y atendiendo al deseo de quienes nos ruegan que consideremos el bienestar espiritual de las niñas, teniendo presente el mérito y la fe de las hermanas que guían a las jóvenes por el camino de la rectitud lejos de los ojos del mundo y con el debido respeto hacia quienes preferirían mantener en privado los asuntos relativos a Las Golondrinas, juzgamos que no es necesaria una ulterior inspección del convento.

Por consiguiente, concluimos que es de justicia que las insinuaciones de que la abadesa sufrió «una visión» se atribuyan a la mente debilitada y calenturienta de nuestra informante, que, al igual que todas las mujeres, es propensa a la insensatez en determinados momentos del mes, lo que la convierte en un ser débil e inferior en cuanto a intelecto y a todo lo demás. Existen otros errores. No hay pruebas de que se estableciera una misión del convento en Gran Canaria y ciertamente es inconcebible que una congregación de religiosas aisladas en lo alto de las montañas andaluzas pudiese llevar a cabo semejante cosa sin que llegase a nuestro conocimiento.

Consideramos que el documento que se nos entregó es una falsificación y una vil calumnia ideada por judíos para arrojar sospechas sobre unas monjas cristianas. Su malvado ardid contra esas santas mujeres se ha desbaratado. No hemos podido hallar nada de sustancia contrario a la fe y se nos ha persuadido de que no había necesidad de inspeccionar a las niñas del orfanato.

Si bien no descartamos la posible existencia de una antigua herejía, no hayamos pruebas de ella en estos documentos ni en Las Golondrinas. No obstante, como nuestro deber es recoger cualquier cosa que se crea que pudiera estar relacionada con la herejía, por insignificante que sea, los fragmentos de pergamino se enviarán al archivo papal para su custodia.