Capítulo 42

—No entiendo cómo has podido seguirle el juego a esa chica —se quejó Lola, de camino al salón de actos.

—Porque tengo el ego como una catedral, pensé que lo suyo era una mera admiración profesional.

Lola le soltó la mano a Andrés y mirándole muy enfadada le dijo:

—¿No te extrañaba tanta foto, que posara besándote la mejilla o agarrándote por la cintura?

—Yo soy muy parco en las manifestaciones de mis afectos, pero hay gente que abraza y besa muchísimo, a todo el mundo. ¡Yo pensé que Lidia era así! Afectiva, abierta, extrovertida…

Lola le miró con los ojos brillantes de rabia y luego le preguntó arqueando una ceja:

—¿No será que te dejabas querer porque en el fondo te gusta?

Andrés se paró, cogió a Lola por la cintura y la estrechó con fuerza contra él hasta que, con sus labios pegados a los de ella, susurró:

—¡A mí la única que me gustas eres tú! ¿Es que no te das cuenta, Lola?

Lola puso las manos en sus hombros y le empujó con fuerza para apartarle de ella.

—No sé… —susurró.

Andrés volvió a atraerla hacía sí y, con los ojos vidriosos de la angustia, le habló:

—¿Cómo que no sabes? ¡Mírame a los ojos y atrévete a decirme que no sabes!

Lola le miró a los ojos y sintió que lo que decía era cierto, pero estaba tan enfadada con él, que volvió a empujarle con más fuerza todavía para zafarse de su abrazo:

—No quiero seguir hablando de esto, Andrés. Por hoy ya he tenido suficiente. Vamos al ensayo que es lo que verdaderamente importa.

Siguieron caminando separados hasta la puerta del salón de actos, donde Andrés preguntó abatido:

—¿Yo no te importo?

—Te he dicho que no quiero hablar más del asunto. Te ruego que me respetes…

Lola abrió la puerta del salón de actos y sacó una sonrisa no sabía de dónde para que sus alumnos no notaran que estaba muerta de pena y enfadadísima. No entendía cómo un hombre tan inteligente como Andrés podía haber caído en las redes de una embaucadora barata como Lidia, cómo tarde tras tarde se había dejado retratar en esas poses y con esos fondos que dejaban ver a las claras que estaban viviendo un romance. ¿No había pensado en ella ni un minuto cuando se hacía las fotos? ¿En cómo se podía sentir? Desde luego, que Andrés se había equivocado al formular la pregunta porque la cuestión no era si a ella le importaba él, sino justamente al revés, porque de haberle importado algo, jamás se habría dejado fotografiar de esa manera.

—¡Qué cara más seria traéis hoy! —exclamó Luis, en cuanto los vio entrar—. ¿Es por algo de la función? ¿O es la clásica pelea de enamorados?

Andrés sonrió deseando que ojalá fuera solo un pequeño desencuentro y todo volviera a ser como antes, pero a tenor de la cara de circunstancias que se gastaba Lola, iba a tenerlo bastante complicado para que todo volviera a fluir como antes.

—Son los nervios previos al gran día —mintió Lola, con una sonrisa forzada—. Ya solo nos quedan dos ensayos y tenemos aún algunas cosas que pulir.

—La nave espacial ha quedado chulísima, profe —dijo Luis señalando a la nave que estaba en el suelo, en el lateral derecho del salón.

—¿Ya está terminada?

—Sí, hoy la terminaron de pintar.

—¡Perfecto! Pues no perdamos más tiempo y vayamos con el ensayo. Comenzamos con la escena final del segundo acto, ¡todo el mundo al escenario! —ordenó Lola—. ¡Tenemos que ensayar muy bien los dos villancicos, tienen que sonar perfectos!

Los chicos se subieron al escenario, con sus instrumentos musicales, y comenzaron a ensayar la escena una y otra vez, dirigidos por Lola que estaba irreconocible: exigente, puntillosa, malhumorada, hipercrítica…

—Lola creo que te estás pasando veinte pueblos. ¡Suena genial! —dijo Andrés después de que ella ordenara que repitieran el Adeste Fideles por enésima vez.

Lola resopló, le miró con desdén y luego habló mientras retorcía el libreto con ambas manos:

—Claro como todo es juego para ti, todo te parece genial. Pero no soy como tú, yo me tomo las cosas en serio, muy en serio. Si te aburres vete, pero no voy a parar hasta que el villancico suene como tiene que sonar.

—Lola, entiendo que estés enfadada conmigo, pero los chicos no tienen culpa de nada.

—¡Déjame en paz, Andrés!

Lola se subió al escenario y se sitúo junto a Vlada que estaba a la derecha, desde ahí, los dirigió:

—Chicos, ¡uno, dos y…!

Las notas del Adeste Fideles empezaron a sonar, y a Andrés le pareció más que nunca música celestial, a pesar de que estuviera tocada con esos instrumentos que tanto odiaba. Cerró los ojos, y por unos instantes se olvidó de la situación tan desagradable que estaba viviendo y se dejó llevar, hasta que la puerta del salón de actos se abrió bruscamente y entró en el salón de actos como una centella, un señor muy feo y regordete, como Sancho Panza, gritando furibundo: ¡Andrés Olavarría, me las vas a pagar!

Andrés se puso en pie, mientras Lola ordenaba con gestos con los brazos a los chicos que siguieran cantando…

—¡Don Casimiro! —exclamó Andrés, reconociéndole al momento.

Don Casimiro, el padre de Lidia, se plantó frente a él, le arrancó las gafas nuevas con una mano, las tiró al suelo y las pisó con furia.

—¡Cerdo apestoso! ¡Maldito canalla infame! ¡Te voy a enseñar a que no te burles de criaturas indefensas, so golfo!

—¡Don Casimiro! ¡No sé de qué me está hablando! —replicó Andrés, sin dar crédito a lo que estaba sucediendo, en tanto que don Casimiro trituraba los cristales de las gafas de Andrés con sus botines de tacón de cuatro centímetros.

—¡Miserable, don Juan! ¡Bribón de alcantarilla! Para ti es un deporte ir calentando las orejas de las tiernas muchachas en flor como mi Lidia. Debe parecerte divertido pasarte el día entero haciendo falsas promesas de amor a Petra, Diega y Juana…

Don Casimiro gritaba y gritaba, y Lola por su parte exigía a sus alumnos que cantarán más y más alto.

—¡Yo no le he hecho ninguna promesa de amor a su hija! ¡Solo he sido amable con ella! ¡Nada más! Don Casimiro esto es una tremenda confusión… —gritó Andrés, desesperado, por encima de las voces infantiles que coreaban Adeste Fideles.

—¡Pedazo de malandrín! ¡Bellaco marinero que seguro que tienes una novia en cada puerto! ¡Si esto fuera una confusión mi hija no me habría llamado llorando a lágrima viva! ¡Me lo ha contado todo! ¡La ilusionaste vilmente y ahora la tiras a la basura como un trapo viejo! ¡Indecente mamarracho! ¡Te voy a dar tu merecido!

Don Casimiro dio un paso atrás, sacó la punta de la lengua, cerró el puño, sopló y luego le propinó tal puñetazo a Andrés en la barbilla que si no llegó a tumbarlo fue porque Luis saltó desde el escenario y le dio tiempo a agarrarlo por el brazo.

—¡Aparte sus rechonchas zarpas de mi amigo! —le gritó el niño, amenazándole con el dedo—. ¡Qué vergüenza! ¡Estamos en Navidad! ¿No se ha enterado usted de lo de paz en la tierra a los hombres de buena voluntad?

Los chicos dejaron de tocar y se quedaron en silencio, mientras Lola desde arriba reprendía a don Casimiro:

—¡Ni se le ocurra volver a poner un dedo encima de Andrés!

—¡Es un sinvergüenza, señorita! ¡Un seductor sin escrúpulos! ¡Un latin lover que ha roto el corazón de mi pequeña Lidia!

—¿Qué dice? —saltó Luis, batiendo los brazos—. ¡Ya quisiera Andrés parecerse a Julio Iglesias! ¡Si es un cagón! ¡No hay manera de que le pida salir a la profe, que es la que le gusta!

—Pedrín, córtate un pelo, tío —pidió Andrés llevándose la mano a las cervicales que tenía resentidas del golpe.

—¡Mentira! ¡Mi hija me ha contado que después de seducirla a ella, ahora va a por usted, señorita Lola! ¡No se deje engañar por este truhán! —gritó don Casimiro furioso.

—El niño dice la verdad —replicó Lola—. ¡Andrés es el cagón más grande que he conocido en la vida!

—¡Y tanto! ¡Tendría que salir en el Belén viviente con el culo al aire, de caganer, junto a la nave espacial, profe! —apuntó Luis, muerto de risa.

—¡Buena idea, Luis! —concluyó Lola, sonriendo al niño, pero esta vez sonriendo de verdad.

 

Magia inesperada
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