Capítulo 31

Leopoldo les enseñó la estrella de madera de un metro de alto y una estela de casi tres, y los dos se quedaron fascinados:

—Muchas gracias, Leopoldo, les va a encantar a los chicos —agradeció Lola, entusiasmada.

—¡Ahora a pintarla y listo! —replicó Leopoldo.

—Lo que pasa es que tenemos el salón de actos lleno de trastos, no sé dónde podríamos pintarlo. ¿En el gimnasio? ¿Y con quién? Porque los chicos están todos atareados… —habló Lola.

—Tengo un bote de purpurina dorada sin abrir —informó Andrés—. Mi ex quería que le pintara el cabecero de la cama que hizo mi padre, pero nunca encontré tiempo para darle el capricho… ¿Todavía se podrá utilizar esa pintura, padre?

—¿No lo abriste? —Andrés negó con la cabeza—. Entonces, sí, puedes usarlo perfectamente.

—Si quieres me llevo yo la estrella y la pinto en mi casa —le propuso Andrés a Lola—. Tengo un salón grande, yo lo pinto tranquilamente, así estaré entretenido el fin de semana.

—¡Ya tiene que estar enamorado este muchacho para pasarse el fin de semana con una brocha una mano! —exclamó Leopoldo, muerto de risa.

Lola también se río y le gustó que se ofreciera para pintar la estrella, máxime cuando no lo había hecho con el cabecero de su casa. ¿Estaría enamorado de verdad como decía su padre?

—¡Enamorado de la Navidad! —precisó Andrés—. ¡De la función teatral! ¡Estoy tan implicado con este proyecto! —exclamó al fin, abochornado.

—De lo que diga mi hijo: cree la mitad de la mitad. Dice unas cosas y siente otras. Va con coraza desde que le abandonó la novia, pero es un chico majo. ¡Está encantado contigo! Y nosotros felices de que siente de una vez la cabeza, está demasiado solo en esa casa tan grande en la que vive. ¡A ver si os ponéis pronto a procrear y nos hacéis felices a todos! ¡A tu padre le va a encantar también tener nietos, Lola! Yo tengo muchísimos, ya perdí la cuenta, por lo que cuatro o cinco más, no lo voy a notar, pero tu padre… ¡Ay tu padre! ¡Le vais a cambiar la vida entera!

Andrés estaba avergonzado y furioso a partes iguales con su padre, ¿qué hacía ejerciendo de celestino? ¿Qué sabía él de sus sentimientos? ¿Y qué hacía soltando esa cantidad de estupideces delante de Lola?

—Mi padre es así, está como una regadera y empina el codo también. Siempre que vengo a su carpintería después de comer, que es cuando más le pega a la botella, le pide a las mujeres que están presentes que sienten la cabeza conmigo y tengan hijos. ¡Es un clásico! ¡Lo mismo le dijo ayer a doña Flora y tiene 97 años!

Leopoldo se puso el dedo índice en la sien y giró la muñeca para dejarle bien claro a Lola quién era el chalado.

Lola rompió a reír de los nervios que tenía ¿Andrés le habría confesado a sus padres que estaba enamorado de ella? ¿Sus padres sabrían todo lo que ella se moría de ganas por saber?

—Mi hijo está cagado. Nuestra esperanza es que, como eres maestra, tengas paciencia con él, hasta que se termine de abrir. No te voy a engañar, te va a costar un poco, pero cuando se te abra, ya verás que te lo va a dar todo.

Qué espectáculo más patético, pensó Andrés, suerte tenía si Lola volvía a dirigirle la palabra después de aquello…

—No hace falta que me digas, Leopoldo. Conozco su generosidad, es admirable.

Andrés miró a Lola agradecido, no se podía ser más buena persona de lo que lo era ella. Conmovido, susurró:

—Ayudo en lo que puedo. No tengo mérito ninguno.

—Sí, que lo tienes. Y mucho. Por otra parte, me gustaría ayudarte a pintar la estrella, si quieres el sábado me acerco a tu casa…

—¡Que te vaya a buscar él! —interrumpió Leopoldo—. Ya verás cuando conozcas la casa, da cosa ver tanto espacio para nada más que una persona. No me extraña que le diese el arrechucho aquel, el ataque de ansiedad, de encontrarse tan solo ahí metido dentro…

—Papá lo estás poniendo que parece que vivo en un sarcófago dentro de una pirámide.

—Pues casi… Ya verás, ya…

Y Lola lo vio, porque el sábado Andrés apareció con la furgoneta blanca de la carpintería de su padre y la llevó hasta su casa en las afueras.

El viernes ya había estado nerviosa durante el ensayo, pero en cuanto se subió a la furgoneta, a las ocho de la mañana del sábado, sus nervios se desataron por completo y algo le debió notar Andrés, porque al arrancar le dijo:

—La estrella se pinta en una mañana. Y si se nos hace tarde, comemos algo rapidito en casa y nos vamos. Tranquila que a las cinco como muy tarde estás de vuelta…

Lola estaba desconcertada. ¿Por qué le hacía esto? ¡Ya no sabía a qué atenerse! A sus padres les contaba que era la chica ideal para tener familia numerosa y a ella le trataba de forma cordial, pero dejándole claro que no iba a suceder nada entre ellos. ¿Sería la coraza de la que hablaba Leopoldo? ¿O sería que definitivamente estaba loco como también aseguraba su progenitor?

—Está bien. No tengo prisa. No he hecho ningún plan para el sábado —respondió aun a riesgo de que pensara que era una aburrida.

A Andrés se le ocurrieron miles de planes para los dos, ese sábado y los cincuenta mil sábados siguientes, pero no dijo nada. Se limitó a callarse, a conectar la radio y a pensar que lo mejor era que entre los dos hubiera una amistad y nada más que una amistad. Él no podía aportarle nada bueno, aparte del sexo del bueno, y ella no iba a conformarse con eso. Lola era de las que quería amor y él no creía en el amor, a lo sumo podía darle compañía, afecto y que se generase entre ellos cierta dependencia y necesidad. ¿Pero Lola querría eso? ¡Ni hablar!

Así que mejor seguir así, a pesar de que cada vez que la veía se moría por besarla, a pesar de que vivía para que llegasen los martes y los viernes para poder estar junto a ella, a pesar de que desde que la llevaba a casa, se quedaban en el bar de abajo hablando hasta la hora del cierre.

Había deseo, había complicidad, había cariño, pero faltaba algo que no podía darle… y en la radio solo sonaban canciones de amor.

¡Lo que faltaba! Andrés fue a cambiar de emisora, para poner una de solo noticias, pero Lola se lo impidió:

—No cambies de emisora, por favor —susurró poniendo la mano sobre la de Andrés.

Andrés sintió que un rayo le atravesaba de la cabeza los pies y de nuevo volvió a sentir esa cosa horrible en la tripa que le recordó que tenía que comprar Almax.

—Es por saber qué pasa en el mundo. No he visto las noticias antes de salir de casa —se excusó.

—El mundo sigue igual, la codicia y la ambición luchando a brazo partido por más y más poder. A lo mejor hacemos más por el mundo si escuchamos música y disfrutamos de este sol…

—El sol va a durar poco, dicen que va a llover.

—Por eso.

—Pero no creo que el mundo sea mejor porque nosotros escuchemos canciones moñas —apuntó Andrés, cada vez más nervioso porque Lola seguía con la mano sobre la suya.

—Creo en las energías, las energías positivas neutralizan a las negativas.

Andrés no sabía qué estaba haciendo Lola con esas malditas energías, pero se estaba erotizando como un adolescente y solo tenía ganas de  parar el coche en el arcén y hacerle el amor ahí mismo.

—Yo no creo en nada, pero sigamos con la música —dijo solo para que Lola retirara su mano y poder recobrar la cordura.

—Gracias, Andrés. —Lola apartó su mano y suspiró.

Acariciar otra vez la piel de Andrés, estar tan cerca de él, respirar su mismo aire, le hizo sentir tan bien que cerró los ojos y deseó que pudiera repetirse muchas más veces.

Andrés por su parte respiró aliviado al liberarse de la mano de Lola, pero en la radio comenzaron a sonar las primeras notas del I was born to love you y de nuevo sintió la punzada en el estómago, acompañada esta vez de un calor súbito y de unas ganas extremas de decirle a Lola que le pusiera las manos por todo el cuerpo, que él había nacido para hacerle el amor, y que ya no podía ni sabía cómo parar de desearlo…

 

Magia inesperada
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