Al día siguiente, Andrés seguía muy enfadado consigo mismo y lo peor es que volcó esa energía contra su hermano Carlos, en el partido de tenis en el que le tumbó a tres sets por 6-0.
Cuando terminaron el juego, fueron a las duchas y después, sentados delante de dos cervezas en la terraza del club deportivo del que Andrés era socio, se disculpó:
—Perdóname, tío, por haber jugado con tanta agresividad, es que no estoy bien… —dijo dando un sorbo a su cerveza.
—El día que estés bien seguro que ganas Roland Garros…
—Físicamente me encuentro mejor que nunca, pero por dentro estoy muy tocado. Demasiado…
—¿Otra vez la ansiedad? ¿Qué tal te fue con la psicóloga?
—Debió considerar que mi caso era una nadería y me derivó con su hijo: fui su primer paciente.
—¿Fui? ¿Ya te ha dado el alta?
—No pienso ir más por allí. El chico es un desastre, la solución a mis desgracias, según él, pasa por besar a Margarita Barreira…
—¿La chica aquella que te gustaba en el colegio? —preguntó Carlos revolviéndose en su asiento.
—Si la vieras… —Andrés dio un trago a su cerveza y luego se sinceró con su hermano—: Tuve la mala fortuna de encontrármela ayer. ¡Parecía la cerdita Peggy recién salida de la clínica de estética! ¡Se ha puesto dos salchichas en los labios y quería que la invitara a cenar! ¿Sabías que se casó con Salcedo, que tienen un hijo y que no soporta a su marido? Si aquella tarde fatídica llega a aceptar los alhelíes de doña Juana, ¡mi vida se habría convertido en un puñetero infierno! ¡Salcedo me salvó la vida! ¡Tengo que hacer algo por él! ¡Le debo una y bien gorda!
Andrés sacó su móvil y buscó el número del director del club…
—¿Qué haces? —preguntó Carlos, extrañado.
—Tengo que hablar con Alberto, el director del club, con carácter de urgencia…
—¿Para qué?
Andrés mandó callar a su hermano porque el director del club acababa de responder a su llamada:
—Alberto, ¿qué tal estás? ¿No estarás ahora por el club?
—No. Estoy en una competición con los chicos de atletismo. ¿Quieres algo?
—Es que he venido a jugar un partido de tenis y estoy en el bar. Necesito hablar contigo porque me gustaría saber si el club necesita un entrenador de fútbol…
Carlos miró a su hermano con los ojos como platos ¿en qué líos se estaba metiendo ahora?
—Está todo cubierto —respondió el director.
—¿Los dos campos tienen todas las horas ocupadas?
—Todavía hay unas cuantas horas libres.
—Estupendo. Quiero patrocinar a cuatro equipos, el entrenador también lo pongo yo. Es un antiguo jugador que vio truncada su carrera por una lesión, es alguien de mi máxima confianza.
—Pero ya no podrán jugar en las liguillas, eso está todo cerrado.
—Da lo mismo. Que jueguen entre ellos y así van entrenando para la temporada que viene. Tú resérvame las horas libres para mí, que del resto me encargo yo. Ya vamos hablando. Gracias por todo, Alberto.
Andrés colgó y su hermano le preguntó muy intrigado:
—¿Te ha entrado complejo de magnate? ¿Ahora te vas a dedicar a patrocinar equipos de fútbol? ¿Y el puesto de entrenador no será para Salcedo?
—Por lo que me contó Miss Salchichas, Salcedo debe tener una depresión de caballo. Tengo que levantarle del sofá en el que vegeta y devolverle la ilusión de vivir. ¡Es lo menos que puedo hacer después de que me librara de semejante bicho! Hablaré con la directora del colegio el lunes para decirle que quiero ofrecer una beca de fútbol para unos cuarenta alumnos.
—Últimamente estás muy implicado en el colegio, me ha contado mamá que acudes a los ensayos de la función de Navidad de unos chicos de primaria…
—Acudía… —Una camarera dejó un plato con jamón serrano y otro con queso que habían pedido y Andrés se calló porque le abochornaba que esa chica pudiera enterarse de lo canalla que había sido.
—¿Ya no vas a ir más?
Andrés esperó a que la camarera se fuera y, entonces, respondió:
—No puedo. La he liado parda con la maestra. Me he comportado como un auténtico cretino.
Carlos probó un trozo de queso y, sin darle ninguna importancia, dijo:
—Te gusta esa chica.
—¿Por qué lo dices? —quiso saber Andrés, cogiendo un trozo de jamón.
—Porque siempre que te gusta alguien te comportas como un estúpido. Lo haces desde que te conozco…
Andrés se metió el jamón en la boca, lo engullió y luego replicó ofendido:
—No sé de dónde te sacas esa bobada. Además, en mi vida he cometido tantas estupideces con nadie como con Lola Pastrana.
—Porque es la buena. La de verdad. La chica de tu vida. Ha tardado en llegar, pero ya está aquí.
—¡Me estás poniendo muy nervioso, Carlos! —protestó Andrés, cogiendo un trozo de queso.
—Porque sabes que lo que te digo es cierto. Así que lo que tienes que hacer es regresar al colegio y volver a retomar la relación con esa chica, con Lola, dices que se llama, ¿no?
—¿Qué relación? —Andrés estuvo a punto de atragantarse con el queso—. ¡Si solo nos hemos besado un poco y porque yo estaba enajenado!
—¿Enajenado por el enamoramiento? —preguntó curioso, Carlos, dando un sorbo a su cerveza.
Andrés cogió otro trozo de jamón y contestó sin parar de masticar:
—No sé para qué hacemos deporte si luego nos metemos ochenta raciones de cosas…
—¡No te vayas por las ramas y afronta la verdad! ¡Estás enamorado de Lola!
Andrés se revolvió en su silla y luego le mandó callar:
—¿Quieres dejar de decir chorradas? ¡No estoy enamorado! Solo he sentido por ella una gran atracción. Es una mujer muy guapa, tiene una boca que cada vez que miro me muero por besar, no sé qué me pasa, jamás me ha sucedido nada parecido en la vida. No puedo estar a su lado porque termino besándola…
—¿A ella le gusta?
—¿Cómo le va a gustar tener en el trabajo a un imbécil que sin venir a cuento quiere besarla? La primera vez me dio un bofetón y una patada en la espinilla —Carlos se echó a reír—, la segunda fuimos un poco más allá…
—¿Te rompió una silla en la cabeza?
—¡Qué gracioso! —replicó Andrés sin dejar de comer jamón—. Fuimos más allá con los besos, ella no se resistió pero es que es una chica tan noble. Creo que lo hizo para no herirme…
—Lo que te digo: ¡estás pillado hasta las trancas!
—Al principio no la soportaba, me parecía la clásica maestra flower power: enteradilla, sabionda, prejuiciosa, estirada y aburrida como ella sola. Pero lo que hace esa mujer con esos chicos es maravilloso. Ama lo que hace, le pone muchas ganas, ilusión y fe, cree en sus alumnos y es generosa, amable, paciente, entregada… Es admirable y no merece tener a su lado a un tiparraco como yo. No pienso volver por allí…
—¿Tiparraco? —preguntó Carlos levantando una ceja.
—Te contaré algo para que veas lo despreciable que soy. El autor de la obra, un niño de once años llamado Pedrín, no se llama así, pero yo le he puesto ese nombre, todavía no sé por qué, bueno, pues el chavalito este me confesó que ha inventado la obra para que su mejor amigo pueda ligarse a la niña que le gusta, que a su vez está enamorada de Salcedo, hijo. Que dime tú si no es mala suerte que con todos los niños que hay en el mundo, me vaya a encontrar en los ensayos con el hijo de Salcedo.
—No me digas más. Viste la ocasión perfecta para saciar tu sed de venganza…
—¡Cómo me conoces! Si me ves en medio de los ensayos pidiendo que se besaran los chicos solo para fastidiar a Salcedín. ¡Soy lo peor de lo peor de lo peor! —reconoció avergonzado.
—Estate tranquilo. Ya has descubierto que se ha vengado por ti el cirujano que le ha puesto a Margarita las salchichas en la boca, y finalmente vas redimir a la familia Salcedo de tanto despropósito dando trabajo al padre. Ya estás en paz. Ahora lo que tienes que hacer es regresar al colegio y seguir conociendo a Lola…
—No puedo. Lo mejor que puedo hacer por ella es no volver a verla nunca más…