Dos horas después, Andrés entró en la conserjería del colegio y Lidia le saludó muy efusiva:
—¡Buenas tardes! ¿Por aquí otra vez! ¡No puedo creerlo! ¡Justo ahora mismo estaba pensando en usted! ¿Le gustaron las fotos que le he mandado?
Lidia no había pegado ojo esa noche retocando las fotos, pensando en que hacían muy buena pareja y redactando miles de versiones del mail que definitivamente mandó cuando amanecía.
—Lo siento, pero no he tenido tiempo de consultar mis correos.
—Espere que se las enseño en un momentito… —Lidia cogió el móvil rosa que estaba sobre la mesa y se lo mostró—: He colocado de fondo de pantalla la foto en la que salimos más guapos. ¿A que está bonita? Le he puesto más morenito de piel y le he metido más brillito en los ojos y en el pelo…
Andrés miró la foto y se quedó estupefacto:
—¡Parezco Denzel Washington! ¿Y el marco este que ha puesto?
—De corazoncitos de admiración. ¿No le gustan? —replicó ruborizada, mordiéndose el nudillo del dedo índice.
—Es su móvil y su foto, qué importa lo que yo opine.
—A mí me interesa muchísimo. ¿Usted qué habría puesto? —preguntó echándose su melena rubia hacia atrás.
—¡Nada! ¡Ni tengo foto de perfil en el wasap!
—Es una pena, porque usted es muy guapo —dijo enroscándose un mechón de pelo en el dedo índice, más ruborizada todavía.
—¡Mentirosa! ¡Si fuera tan guapo, joven, no me habría puesto la cara de Denzel Washington!
—¡Solo he puesto un poquito de filtro! ¡De verdad que es usted guapísimo! ¿Le enseño todos los “Me gusta” que tiene en Instagram nuestra foto y los comentarios de la gente?
—Normal. Estarán sorprendidos de verla retratada con un actor de Hollywood.
—Mis compañeros flipaban, en mi facultad es usted tan admirado. Estudio Informática, la misma carrera que usted estudió. ¡Andrés Olavarría es nuestro modelo a seguir!
—Los modelos no hay que seguirlos, hay que perfeccionarlos.
A Lidia de repente se le vinieron a la mente miles de formas de “perfeccionarse” con Andrés y le entró tanto calor que empezó abanicarse con la mano. Con todo, todavía encontró valor suficiente para pedirle a Andrés:
—¿Me podría hacer otro selfie con usted? ¡Para mí es un honor tan grande poder compartir estos momentos con usted!
Que los jóvenes estudiantes le tuvieran de referente le enorgullecía al máximo. ¿Cómo iba a resistirse a hacerse una foto?
—Pero mejor pongámonos junto a la estantería que es donde hay buena luz y así no saldré como un vampiro.
Emocionada, Lidia se colocó donde Andrés le había indicado y le pidió con cara de pena:
—¿Podría sacar la foto usted? ¡Así puedo hacer un corazón con las manos! ¡Un corazón de admiración, por supuesto!
Andrés cogió el móvil que la joven le tendía, se colocó junto a ella y disparó una foto:
—Ya está.
—¿Solo una? No, no. Por favor, dispare más. ¡Sin miedo!
—Me aburren las fotos, joven. ¡No tengo miedo ninguno!
—Genial. Sonría, por favor. Enseñando los dientes, que los tiene preciosos. ¡Gracias!
Andrés disparó unas cuantas fotos más, forzando la sonrisa, y después le devolvió el móvil:
—Lo poco agrada y lo mucho empalaga, joven. Téngalo siempre en cuenta.
—Lo tendré. Además esa frase la dice mucho mi bisabuela que ¡tiene 103 años! —replicó la joven mientras comprobaba entusiasmada cómo habían quedado las fotos.
¿Su bisabuela? ¿Le estaba llamando vejestorio de forma sutil? Él no se sentía viejo para nada, acaba de cumplir 35 años y estaba mejor que nunca, de cuerpo y de mente. ¡Estaba en plena forma!
—¡Han quedado muy bien! En alguna se le ven los dientes un poco raros, es por la luz. ¡No pasa nada! ¡Yo le hago el retoquito y se lo mando al mail! —exclamó guiñando el ojo—. ¿Y le puedo dar dos besos? ¡A saber cuándo nos volvemos a ver!
—Tengo buenas noticias para usted, va a verme mucho por aquí. Voy a colaborar con la maestra Lola en la función de Navidad.
—¡Eso es genial! ¡Qué alegría más grande! —Lidia se abalanzó sobre él y le abrazó muy efusiva.
Olía tan bien, era tan guapo y tenía esa voz tan sexy que a Lidia le tembló el cuerpo entero, mientras se colgaba del cuello del hombre más atractivo del planeta.
Andrés se quedó quieto, rígido, le incomodaban demasiado las muestras de cariño, pero lo entendía y lo aceptaba como referente de la juventud que era. Después, le dio unas palmaditas en el hombro y sin que la joven le soltara, dijo:
—Y yo me alegro de que se alegre. Ahora tengo que irme, me están esperando en el salón de actos.
—Ya —respondió Lidia, abrazándole más fuerte—. Es que le admiro tanto, sueño tanto con usted…
Andrés dio un respingo, ¿había dicho que soñaba con él?
—¿Cómo dice, joven?
Su inconsciente le delataba, se llevó la mano a la boca, asustada, y luego mintió:
—Que sueño con ser como usted —mintió ruborizada tras separarse de él.
Andrés lo entendió. De haberse encontrado en su día con Steve Jobs, que era a quien él admiraba, no se habría enganchado a su cuello, porque él era de contener sus emociones, pero se habría emocionado tanto como la joven lo estaba con él.
—Será mejor que yo y llegará más lejos. Ya vamos hablando…
En cuanto Andrés salió por la puerta, Lidia cayó rendida en la silla, muerta de amor. Ese hombre era el paraíso hecho carne y lo amaba con todo su ser y desde lo más profundo de su corazón que latía a mil.
Andrés ajeno al enamoramiento de la joven, abandonó la conserjería sin poder evitar una punzada de orgullo por ser un pequeño faro para los jóvenes del mundo. Era un honor y una gran responsabilidad ser el espejo en el que la juventud quería reflejarse, pero lo aceptaba con agrado. Sin duda, merecía la pena el esfuerzo y el sacrificio, todo el trabajo y la lucha para lograr ser lo que era y que de alguna forma redundaba en beneficio de su comunidad. Porque entre otras cosas gracias a ese afán, podía financiar proyectos tan bonitos como la función de teatro de Pedrín y Lola Pastrana.
Con esta idea rondando su mente, Andrés entró el salón de actos en el que se encontraban la maestra y el niño sentados en la mesa.
—¡Buenas tardes, Olavarría! Le presento a Luis, el guionista de nuestra función.
¿Le acababa de llamar Olavarría? ¿Por quién le estaba tomando? ¿Por otro alumno?
—Llámeme Andrés, por favor. Y tutéame.
—A mí también puede tutearme, soy Luis —se presentó el niño, tendiéndole la mano.
Andrés le estrechó la mano y luego le confesó divertido:
—Anoche estuve leyendo la sinopsis larga de tu guión. ¡Una sinopsis de doce páginas! En la segunda me quedé dormido y como he podido lo he terminado hace un rato. ¿Qué te puso tu madre en el bocadillo de Nocilla cuando escribiste esta historia delirante? —Luis tragó saliva y miró al suelo—. Reconozco que tienes una imaginación desbordante pero ¿no será mejor que hagáis un Belén viviente y cantéis unos villancicos?
—Lo que tú digas… —respondió el niño sin levantar la vista del suelo.
—¿Cómo lo que tú digas? —replicó Lola enojada—. ¡Tienes que defender tu proyecto sí o sí!
—Quien paga, manda —dijo el niño encogiéndose de hombros—. Eso dice siempre mi padre…
—No le falta razón a tu padre. Ahora también te digo que hay que escuchar a los maestros. A mí tu guión me parece una patochada y lo vas a tener muy difícil para convencerme, pero ¡no seas huevón, tío! ¡Defiende un poco lo tuyo!
Lola miró a Andrés furiosa y luego, negando con la cabeza, le advirtió:
—No pienso permitir que seas ofensivo, grosero y prepotente con mis alumnos. ¡Así no hay función!