Andrés abrió la puerta del salón de actos y con el primero con el que se topó fue con Pedrín para variar:
—Tío, ¡qué cara traes de flipado! ¿Qué te pasa?
—¿Flipado de qué? —replicó Andrés, encogiéndose de hombros.
—Flipado de la vida. ¡Tú sabrás de qué!
—Estoy como siempre…
—No. Hoy tienes otra cara. ¿Ha pasado algo con la profe que yo no sepa? —masculló Luis.
—¡Córtate un pelo! ¡Yo detesto a los chismosos!
—Está bien. No me cuentes nada. ¡Me voy a enterar de igual forma!
Pequeño cotilla, pensó Andrés, pero lo gracioso es que estaba en lo cierto.
—No te pases de la raya que tengo hilo directo con la maestra.
—¿Hilo de qué? ¿Hilo de amor? —preguntó Luis, perspicaz.
—¡Hilo para que te ponga ceros en todo lo que hagas de aquí a fin de curso!
—¡Qué amenaza más absurda! ¡La profe es incorruptible! ¡No me va a poner un cero si no lo merezco! A no ser que… —murmuró Luis, apuntando a Andrés con el dedo.
—¿Qué?
—¡Que entre vosotros haya surgido el amor y ella esté tan chocha por ti que le tengas sorbido el seso! ¿Es eso? —Andrés se cruzó de brazos y no dijo nada—. ¡Andrés si es eso no me fastidies, tío! ¡Que somos amigos!
—¡Cuidadito con lo que dices, que te estoy vigilando estrechamente! Y ahora déjame que salude a los demás.
Andrés saludó al resto de los alumnos que se encontraban disgregados por la sala, y al llegar junto a Lola a pie de escenario, se paró, se miraron y se sintió frágil, mareado y feliz.
—¡Hola Andrés!
Lola le dio dos besos y Andrés tuvo que cerrar los ojos de la emoción al recordar ese olor jazmín tan característico de ella.
—Lola…
Solo habían pasado un día sin verse, pero a él se le había hecho tan largo como siete meses o más. A Lola le pasaba algo parecido, pero sobre todo él estaba feliz porque apenas restaban un par de horas para volver a estar solos los dos, otra vez.
Si bien, antes había que hacer un ensayo y este era muy importante porque ya solo quedaban poco más de dos semanas para el estreno y había que aprovechar cada minuto:
—¿Te parece que hoy ensayemos el tercer acto? Creo que es el que está más verde… —propuso Lola.
Andrés sí que estaba verde, como un viejo verde porque fue verla y desear llevarla entre cajas para hacerle el amor. Pero tenía que contenerse y ser serio, sensato y juicioso, Lola se merecía eso y mucho más.
—Genial. Vamos a por el tercer acto —respondió Andrés, sin poder evitar que la palabra acto le hiciera rememorar determinados momentos en la buhardilla de su casa.
—¿Te acuerdas de qué va? —preguntó Lola.
Andrés lo recordaba todo, con tanto detalle que sintió un estremecimiento tan fuerte que cayó desplomado en la silla. ¿Qué le estaba pasando? ¿Cómo podía estar a sus 35 años como un adolescente en celo? ¡No podía ser! Solo se le ocurrió toser y toser para zafarse de esos pensamientos y centrarse de pleno en la función.
Luis sacó un caramelo de un bolsillo y le dijo:
—Toma tío, que como toses como un yayo, te doy unos caramelos mentolados de mi abuelo. Chúpalos porque si te pasas el ensayo tosiendo así, no vamos a escuchar nada.
—Gracias. —Andrés se metió en el caramelo en la boca y dejó al fin de toser.
—¿Te has acatarrado? —preguntó Lola, preocupada.
—No, no. Sigue, por favor, estoy bien.
—Recapitulo para ponernos en situación: la primera escena es la adoración de los Reyes Magos, luego el chico de futuro se queda a solas con ellos y le revelan el secreto para vencer a los malos. En la siguiente escena, aparecen la pastora y el chico, él le cuenta que tiene que regresar a su mundo, ella le ruega que le deje irse con él y él le canta Only You.
Al escuchar esas dos palabras de labios de Lola, Andrés casi se cae de la silla.
—Only you —farfulló Andrés, echándose el pelo hacia atrás con la mano.
—Only you, sí. ¿No te gusta? ¿Hay algún problema?
—Ay, yo sé lo que le pasa, profe —respondió Luis, al tiempo que se sentaba junto a Andrés—. Lo que pasa es que no puedo decir nada porque me tiene amenazado…
—¿De qué hablas Luis? ¿Quién te amenaza?
—¡Ni caso! ¡Ya sabes lo fantasioso que es este niño! —exclamó Andrés, dando un manotazo al aire.
—Digo la verdad, pero me callo por la cuenta que me tiene —dijo el niño cruzándose de brazos.
—No tengo ni idea de lo que estáis hablando, pero si es algo importante os exijo que me lo contéis.
—No. De momento, no ha pasado nada… —confesó Luis.
—Lola, créeme, no tiene la menor importancia. Comencemos con los ensayos, por favor…
Lola llamó a los chicos para que subieran al escenario para preparar la escena de la llegada de los Reyes Magos al portal y mientras se situaban en sus puestos, Luis le susurró a Andrés:
—¡Come de tu mano, tío! ¡Está como hipnotizada por ti! ¡Das una orden y ella obedece como una robotina buena! Eso solo puede significar que…
—Que como también soy amigo de la directora, como no dejes de decir tonterías te van a llover tantos ceros que ni con 80 años vas a terminar tú el bachillerato.
—No diré más. Pero mi abuela dice que cuando el río suena, agua lleva. Y este río está sonando muchísimo…
Andrés fulminó a Luis con la mirada y el niño no volvió a decir nada, hasta que Mariousz comenzó a cantar Only You, con Vlada al violín, y ya no pudo contenerse más.
—¡Tío, quita esa cara, que la profe se va a dar cuenta de todo! —le susurró mientras tiraba de la manga del jersey de Andrés.
—¿De qué cara hablas?
—De la tuya, ¡de gili! ¿Es por la letra, no?
—¡Te quieres callar, desvergonzado! ¿Y de qué letra hablas?
—De la canción, la he puesto en la función porque es la favorita de mi abuelo. Resulta que mi abuelo se declaró a mi abuela con una cajita de música de esas que tienen una bailarina dentro, está en mi casa, a ver si me acuerdo y el próximo día te la traigo para que la veas. Pues cuando levantas la tapa, la bailarina baila y suena el Only You.
—Perfecto, seguro que a tu abuelo le emocionará mucho saber que le has hecho este homenaje en tu obra. ¿Pero, por favor, me quieres dejar escuchar?
—Claro. Es que esto es mítico que te cagas, la mezcla de Vlada que es de la escuela rusa, o sea la perfección o nada, con Mariousz que tiene el sentimiento polaco y el enamoramiento en la garganta, y los pastores españoles haciendo los coros… ¡es un cóctel explosivo!
—¡El que va a explotar soy yo como no te calles!
—Ya me callo, ya… Mira… Esta parte es mi favorita, dice… Solo tú puedes hacer este cambio en mí,/ Es verdad, eres mi destino./ Cuando tomas mi mano/ Entiendo la magia que haces.
Andrés se llevó el dedo a la boca y le exigió que se callara:
—¡No necesito traductor! ¡Cierra el pico de una vez!
—Es que esta canción llega a la patata, es de las que te agarran y te pegan un bocado como de tiburón salvaje —susurró haciendo con la boca el gesto de que mordía.
Andrés bufó, cerró los ojos y cuando estaba a punto de que se lo llevaran los diablos, el niño dijo mientras simulaba con la mano que cerraba su boca con una cremallera:
—Vale tío. Punto en boca. En boca cerrada no entran moscas.
—¡Tú sí que eres una mosca! ¡Cojonera! —replicó Andrés, furioso.
Luis se tapó la boca con las dos manos para evitar que se le escapara la carcajada y Andrés se centró de nuevo en la canción. En esa letra con la que se identificaba demasiado porque Lola estaba cambiándole, porque hacía magia cuando le tocaba y porque solo era ella y nadie más que ella podía hacer brillar la oscuridad…