Lola llevó a Andrés entre bambalinas y, furiosa y bufando, le preguntó:
—¿No te puedo dejar ni cinco minutos solo? ¿Siempre tienes que estar enredándolo todo? ¿Me quieres explicar por qué no respetas el guión?
Lola Pastrana no podía enterarse de hasta qué punto era un asunto personal el guión, porque jamás lo entendería. Además, seguro que ella con su corazón de maestra virtuosa estaba en contra de sentimientos tan necesarios como el resentimiento y la venganza, así que prefirió mentir:
—Estoy mejorando el guión. Me parece que gana en fuerza dramática si tras la cancioncita los protagonistas se besan.
—El guión es el que es, tenemos que ceñirnos a la propuesta del autor. Imagina que todos los chicos quisieran añadir cosas de su cosecha…
—¡No subestimes a tus alumnos, Lola Pastrana! Ellos entienden perfectamente que yo soy un adulto con ideas brillantes que deben tenerse en consideración.
Lola se retiró un mechón de pelo de la cara, gesto que hizo que Andrés se fijara sin remedio en su boca y ya no escuchara nada de lo que la maestra estaba diciendo.
Solo podía mirar esos labios que sintió que tenía que probar o moriría en ese mismo instante. Era una cuestión de vida o muerte, era una urgencia absoluta, era una necesidad extrema que le nacía de lo más profundo de alguna parte que ni ubicaba y que no podía demorarse ni un segundo más.
—¡El beso o la muerte! —susurró, Andrés, hipnotizado con los labios de Lola.
—¡Que no! ¡Te pongas como te pongas no hay beso hasta la escena final!
Andrés tomó a Lola Pastrana por la cintura, la estrechó contra él y la besó como si en ese beso le fuera la vida entera. La besó con furia y desesperación, con deseo y locura, con pasión y con corazón, y con lengua y hasta el fondo.
Lola en cuanto sintió los labios de Andrés sobre los suyos, colocó sus manos en el pecho masculino con la intención de apartarle, pero en vez de hacerlo y empujada por su parte más inconsciente y tal vez más instintiva, levantó la barbilla y abrió la boca para facilitarle el asalto. ¡Y qué asalto! Olavarría besaba condenadamente bien y ella estaba a punto de echarle las manos al cuello para exigirle que siguiera con aquello que hacía tiempo que solo probaba en sueños y que ni en sueños sabía tan bien.
Sin embargo, cuando estaba a punto de perder el control, de repente recordó quién era, dónde estaba y sobre todo quién le estaba devorando la boca con esa avaricia extrema.
Empujó con fuerza el pecho que estaba durísimo de Olavarría, pero él se resistió colocando una mano en la nuca de la joven para no perder sus labios, para seguir con ese beso loco que a Lola estaba a punto de hacerle perder la cabeza.
¡Tenía que hacer algo o ese hombre iba a ser su perdición! ¡Y solo se le ocurrió una cosa! Con toda la rabia que sentía hacia Olavarría por ponerle en esa bochornosa situación, le dio una patada en la espinilla para que la soltara y luego un bofetón para terminar de ponerle en su sitio.
—Tenía que hacerlo, Lola Pastrana… —dijo Andrés, tan feliz por el beso que ni había sentido ni la patada ni el bofetón, de hecho podía haberle partido un ladrillo en la cabeza y ni lo habría notado.
—Sé que encuentras divertido desquiciarme, que te desestresa sacarme de mis casillas, pero para mí es un tormento que no puedo resistir más. Así que me rindo, has ganado, no puedo con esto, me supera… —musitó con los ojos llenos de lágrimas.
Andrés se echó el pelo para atrás y preguntó perplejo:
—Joder, Lola Pastrana, ¿me estás pidiendo más besos? ¿Te está pasando como a mí?
Lola le miró enojadísima y negando con la cabeza habló intentando controlar su ira al máximo:
—¡Te estoy suplicando que salgas de mi vida! ¡Que me dejes en paz! ¡Que no te soporto!
Andrés no quería irse, le hacía bien acudir a los ensayos, porque gracias a ellos disfrutaba de dos comidas semanales con sus padres, de charlas maravillosas con su abuela, de paseos en moto hasta el colegio, de conversaciones interesantes con la juventud que bien representaba Lidia, de la complicidad genial con Pedrín, de la venganza que estaba a punto de cernirse sobre los Salcedo y sí, lo reconocía, también de fastidiar un poquito a Lola Pastrana… ¿Qué tenía de malo? Y él, desde luego, no estaba dispuesto a renunciar a nada de aquello.
—No me voy a ir. Si quieres te pido perdón por el beso, pero que sepas que ha sido culpa tuya.
—¡Lo que me quedaba por escuchar! —protestó Lola cruzándose de brazos.
—Es por la boca esa que tienes, ejerce un efecto hipnótico sobre mí. Me embruja y me pierdo. Pero no te preocupes que encontraré la fórmula para hacerme inmune a ella.
—Me vas a comprar un jersey de cuello vuelto con el que cubrirme hasta las cejas.
—Te podría hacer miles de jerseys. ¡Soy un crack con la tricotosa! Pero no, ya se me ocurrirá algo más práctico. Soy un hombre de recursos. Confía en mí, te prometo que no volveré a besarte hasta que tú me lo pidas…
—¿Crees que te voy a pedir que me beses? —preguntó Lola, sin poder evitar que se le escapara una sonrisa.
—No hay nadie que bese como yo. Podría decirte otra cosa, pero detesto la falsa modestia. Jamás probarás unos besos mejores que los míos, cuanto antes empieces a asumirlo, menos sufrirás. Es triste y es una faena haberte besado, lo sé, pero a partir de ahora tendrás que conformarte con sucedáneos baratos que solo te sabrán a decepción y a tristeza.
—No te preocupes por mí, sabré sobrellevarlo con resignación y alegría.
—Beltrán te va a dar unas alegrías tremendas, se le ve a él que es muy dicharachero y animoso, sí…
—Olvídate de Beltrán y vayamos a lo importante…
—Lo importante es que te ruego que me perdones, que te prometo que no va a haber más besos y que voy a hacer lo imposible para que esta función sea un éxito.
Lola pensó en rebatirle, pero Olavarría tenía a su favor que era el mecenas del colegio y la directora siempre iba a ponerse de su parte. Además, seguro que Sonsoles no iba a darle ninguna importancia a lo del beso y tampoco era muy honesto denunciar su atrevimiento cuando ella se había entregado al beso alzando la barbilla y abriendo los labios para que… ¡prefería olvidarlo!
—Está bien —dijo Lola—. Acepto tus disculpas y espero que cumplas tu promesa.
—Así será… —replicó Andrés, convencido de que más pronto que tarde vendría a suplicarle más besos.
Lola dio por concluido el asunto y siguieron ensayando la función sin más sobresaltos, ciñéndose al guión y sin que la pobre Vlada pudiera sacar una sola nota a su violín por su pánico escénico.
Cuando terminó el ensayo, Andrés cogió a Luis y a Mariousz por los hombros y les susurró:
—Tíos, estoy con vosotros. El plan está en marcha, Xioamei será nuestra, bueno, del polaco quiero decir. ¡Salcedo morderá el polvo!
Los chicos se partieron de risa, levantaron los pulgares y salieron a toda prisa del salón de actos. Andrés fue detrás de ellos, cogió su moto y esperó a que Lola Pastrana saliera para llevarla a donde quisiera. Ella, por supuesto, se negó y Andrés se marchó lanzándole un beso al aire…
—¿Olavarría te tira besos? —preguntó Olga, curiosa, que en ese momento también salía del colegio.
—¡Y me los da! —replicó Lola, resoplando angustiada. ¿No le había prometido que no habría más besos? ¿O los besos al aire no contaban?
—¿Me estás diciendo que ese pedazo de tío bueno te ha besado? ¿Te refieres a dos besos en las mejillas cuando llega y dos besos cuando se va?
—Me refiero a que me ha metido la lengua hasta la campanilla —contestó Lola con una cara mezcla de susto y asco.
—¿Besa mal? ¿Le huele el aliento? ¿Qué? ¿Por qué pones esa cara?
—¿Te parece normal que Olavarría me bese entre bambalinas mientras los chicos ensayan?
—¡Me parece paranormal! ¡Me parece milagroso! ¡Me parece que tenemos que ir a poner velas a San Antonio para dar gracias! Tía ¿tú te has fijado bien cómo esta ese tío? —gritó Olga, sin dejar de tirar de la manga de la chaqueta de Lola y de dar entusiasmada saltitos en el sitio.
Lola solo sabía que aquello no iba a repetirse, jamás de los jamases… O al menos eso creía…