Capítulo 2

Eran las diez de la noche, cuando Andrés abrió los correos electrónicos urgentes que le había enviado su secretaria. Se había pasado el día de reuniones fuera de la oficina y no había podido consultarlos hasta entonces. Aprovechando que ya no quedaba nadie en el edificio, se quitó los zapatos, se desanudó la corbata y despachó los correos pendientes, mientras se bebía un refresco de cola.

Tomaba demasiada cafeína, pero era la única forma de soportar su frenético ritmo de vida, que en la última semana se había acrecentado con motivo de la presentación de la nueva aplicación para móviles de su compañía. De hecho, casi todos los correos estaban relacionados con el asunto: felicitaciones, peticiones de entrevistas, resultados de los primeros días de descargas…

Sin duda, estaban haciendo mucho ruido y el producto estaba teniendo una magnífica acogida, pero quedaba mucho hacer y él siempre quería más, mucho más.

Respondió, uno a uno, a todos los mensajes hasta que, cuando ya había perdido la cuenta de los que llevaba contestados y los ojos le escocían, cosa que le hizo recordar que tenía que acudir al oculista en cuanto sacara un poco de tiempo, apareció un mensaje que nada tenía que ver con sus negocios.

Asunto: Función de Navidad del colegio Felipe II. A la atención del Sr. Olavarría. URGE SU AYUDA.

Sonrío, sintió una dulce nostalgia y agradeció con el pensamiento a su secretaria Matilde que hubiera incluido este mensaje en la carpeta de correos urgentes. La petición de ayuda de su colegio reclamaba una atención inmediata que él, sin duda, iba a prestar encantado.

Es más, a pesar de que tenía una fundación que se encargaba de atender distintas causas benéficas, él mismo tal y como le acababa de escribir a la señora Pastrana, se encargaría de llevar un cheque que entregaría en mano a esa profesora entrañable, que se imaginó por su pluma como una sexagenaria, con moño, rebeca gris y gafas sostenidas en la punta de la nariz.

Después, siguió respondiendo correos hasta pasadas las once la noche y todavía se entretuvo un poco más con el siguiente proyecto que tenían en marcha: la nueva versión de CatchMe, la exitosa app de servicios de dating.

El nuevo proyecto era apasionante, pero de pronto sintió un ligero mareo, que achacó a las cervicales y al hambre que tenía, porque a esas horas todavía no había cenado, y decidió aparcarlo hasta mañana.

 Así, pasadas las doce y media de la noche, conducía con música suave de fondo, hasta donde se suponía que tenía un hogar, en una urbanización en las afueras.

Al llegar a casa, devoró la ensalada de pollo y el lenguado —que Carmen, la persona que trabajaba en su casa, le había dejado preparado—, mientras veía una película malísima en la televisión.

Era lo mejor que había encontrado y lo que supuso que le haría caer, lo más rápido posible, en un sueño profundo.

Pero se equivocó…

Porque la historia lacrimógena del hombre que vive entregado a su trabajo y que descubre en Navidad que no tiene a nadie que le quiera, a pesar de que fuera una producción barata de guión infumable y de interpretación penosa, le llegó de tal forma que empezó a sentirse mal.

Primero fue como un ligero mareo, que pensó que se pasaría tumbándose, pero fue a más… Y tras el mareo vinieron las náuseas, los sofocos, la taquicardia, el sudor frío y la respiración tan acelerada y descontrolada que le hizo temerse lo peor.

No podía pasarle eso ahora. La vida no podía jugarle esa mala pasada, ¡tenía tantos proyectos pendientes! Y además todavía no le había dado tiempo ni a tener una familia, y ni siquiera una novia, porque desde que Blanca le había abandonado hacía tres años, no había vuelto a estar con nadie. ¡Era injusto! ¿Cómo iba a morirse sin conocer a la mujer de su vida? ¿Sin escuchar la risa de sus hijos? ¿Sin ser un abuelo gruñón y cascarrabias como había sido el suyo? Joder. La vida no podía hacerle eso… Su historia no podía acabar ahí. ¡Por edad todavía no había terminado ni el primer tiempo del partido de su vida!

 Asustado, como nunca lo había estado, telefoneó a su hermano mayor que vivía en el chalet contiguo y que para su fortuna era pediatra.

—Carlos, ven, te lo ruego… ¡Me estoy muriendo! —dijo con un hilillo de voz.

—Tío ¿qué te pasa?

—Me estoy quedando sin aire, apenas puedo respirar, me está entrando un hormigueo horrible por todo el cuerpo, siento una debilidad extrema y ¿voy a morir, verdad?

—¡Respira despacio! ¡Es solo un ataque de ansiedad! ¡No te vas a morir! ¡Pero bien merecido que lo tienes! ¡No puedes seguir llevando esa vida de locos, Andrés!

—Me estoy muriendo y tú te limitas a echarme la bronca. ¡Perfecto! Diles a nuestros padres que les quiero, a la abuela, a los hermanos, a los sobrinos, a todos. A pesar de que no os haga mucho caso, ¡os quiero, joder! ¡Qué putada! Que me pase esto a mí… En fin. Dado que no piensas mover un dedo para ayudar a un hombre a punto de morir infartado, voy a llamar al hospital, muchas gracias por tu ayuda, hermano.

Andrés colgó el teléfono y cuando ya se disponía a marcar el número de urgencias médicas, su hermano entró en su casa con el maletín médico a cuestas:

—Déjame que te examine, Andresito —dijo con cierta sorna.

—¡Vete a la mierda, Carlos! ¡Voy a llamar al hospital! —gritó mientras Carlos le ponía el tensiómetro.

—Ya he llamado yo. Vienen de camino. Y ahora ¡cállate y respira lento! Inspira y suelta despacio, venga que es facilito…

—¡Cabrón! Como mañana esté criando malvas, bien que vas a lamentar haberte burlado de mí de esta forma…

—Cierra el pico, guapo. Y el que va a lamentar haberme sacado de un sueño plácido vas a ser tú. Esta me la pagas, ya veré cómo...

Andrés cerró los ojos y respiró despacio mientras su hermano le tomaba la tensión. Lo cierto es que desde que él había llegado a casa se había empezado a sentir mejor y las respiraciones de monje zen le estaban haciendo tomar el control de la situación. De pronto, ya no se sentía morir tanto, solo un poco… cada vez menos.

—Vamos a ir al hospital a que te hagan un chequeo, pero creo que esto es un ataque de ansiedad —concluyó su hermano después de tomarle la tensión—. Aparte de la vida de adicto al trabajo que llevas ¿te ha pasado algo hoy que te haya angustiado?

—Me he mareado un poco antes, es de tantas horas delante del ordenador, tengo las cervicales fatal y cada vez veo menos, tengo que ponerme gafas, luego he pasado muchas horas sin probar bocado, pero el remate me lo ha dado esa película infernal —confesó señalando a la televisión.

—¡No me jodas que te ha dado un ataque de ansiedad por una película de terror, Andresito! ¡Te has cagado como cuando te desperté cuando eras un crío con mi máscara de Freddy Krueger!

—¡Peor aún! Me he cagado por una película de sobremesa de las que le gustan a mamá. La historia de un tío que solo vive para trabajar y se percata de que no tiene a nadie con quien celebrar la Navidad.

—Tienes una abuela, dos padres, siete hermanos, ocho tíos, incontables primos y sobrinos, y tres primas en Cuenca, tranquilo, Andresito, que eso a ti no te va a pasar.

—Tengo todo eso, pero bien pensado no tengo nada.

—¡Bien! ¡Muchas gracias por la parte que me toca! —replicó Carlos, exagerando la ofensa.

—Sabes a qué me refiero. Todos tenéis a vuestras familias, pero yo… Solo tengo una empresa…

Y tras decir esto, Andrés empezó a sentirse mal otra vez. De nuevo, el mareo, la angustia, la taquicardia, el sudor frío…

—Te recuerdo que desde lo de Blanca, todas las mujeres de la familia quieren presentarte a amigas suyas. ¡Hasta la abuela tiene una amiga de casi setenta que dice que sería perfecta para ti! Y por si esto no fuera bastante, ¡eres el inventor de CatchMe, la mejor aplicación de ligoteo!

—¡No creo en las citas a ciegas! ¡El ligoteo es patético! ¡Y el amor romántico un fraude! Y ahora ¿te podrías callar y dejarme morir en paz? ¡Gracias! —repuso Andrés, enojado, mientras sonaba de fondo la sirena de la ambulancia.

—Tranquilo que ya está aquí la ambulancia. Respira despacio, deja la mente en blanco y visualiza el mar. ¡Siempre te gustó el mar!

—¡No puedo! ¡Hace años que no me tomo vacaciones!

 —Me parece, querido hermano, que ya va siendo hora de que tomes unas y muuuuuuuy largas.

Magia inesperada
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