Capítulo 29

—Tío ¿has visto lo que yo? ¡A Mariousz ya no le comen la merienda!  —susurró Luis a Andrés, metiéndole un codazo en las costillas.

—Ahora me da pena Salcedo, la verdad —dijo Andrés, sintiéndose culpable.

—¡Salcedo tiene a todas las chicas suspirando por él! ¡Xiaomei es una más! ¡Que no te dé pena ninguna y preocúpate por ti!

—¿Por mí? —preguntó Andrés extrañado.

—Como no espabiles pronto, es a ti quien te van a comer la merienda. ¡La profe se te está escapando viva, Andrés!

Andrés le mandó callar llevándose el dedo a la boca…

—¡Cierra el pico, niño!

—Lo digo como observador imparcial. Te cambias de look, intentas hacerte el interesante, pero tío ¡yo no veo muchos avances!

—¡Cállate de una vez o voy a tener que meterte un flautín de Nutella en esa bocota que tienes para que dejes de decir tonterías!

—No estaría nada mal. ¿Has traído bocadillos de Nutella?

Andrés bufó y Lola preguntó ajena a la conversación entre los dos:

—¿Seguimos con la siguiente escena?

La función continuó, todos los alumnos se subieron al escenario para la escena del portal de Belén y el ensayo de los dos villancicos que interpretaron unas cuantas veces, y cada vez mejor.

—¡Suena muy bien! —dijo Andrés, muy sorprendido.

—Sí, ya te dije que son buenos… —replicó Lola con una gran sonrisa.

Lola estaba radiante, se la veía feliz, tenía una luz especial en la mirada y su sonrisa era la más bella del universo. Andrés suspiró y de repente le entró un miedo absurdo a que Pedrín tuviera razón y que el pánfilo de Beltrán pudiera ser el responsable del florecimiento de la maestra. Porque Lola estaba distinta, desprendía alegría, fuerza y luminosidad. ¿Quién sería el responsable de tanto esplendor? ¿Estaría saliendo con Beltrán? Y lo que era peor ¿Lola se habría enamorado de él?

Corroído por la curiosidad, cuando terminó el ensayo esperó a Lola en la puerta para proponerle llevarla a casa en moto. Él ya sabía que iba a declinar la invitación, pero era la excusa perfecta para iniciar una conversación. Sin embargo, y para su sorpresa, Lola aceptó encantada:

—Genial. ¡Muchas gracias!

—¿Quieres que te lleve a tu casa? —preguntó Andrés extrañado, para cerciorarse.

—¡Sí, claro que sí! ¡Pásame ese casco horroroso!

Andrés siempre llevaba el casco de  lunares encima, por si algún día a Lola se le cruzaban los cables y decidía subirse a su moto. No es que tuviera muchas esperanzas, la verdad es que casi ninguna, pero por ese pequeño “casi” cargaba siempre con el casco.

—¿No te gustan los lunares? —preguntó Andrés risueño.

—Para los cascos prefiero algo más discreto…

Andrés le tendió el casco, mientras pensaba en los motivos por los que Lola podría estar aceptando el paseo en Vespa. ¿Sería un premio porque se había portado bien en el ensayo?

—¿Adónde te llevo? —preguntó intrigado.

—A mi casa. Vivo cerca de aquí, frente a la farmacia de Inés. ¿Sabes dónde es?

¡Cómo no iba a saber dónde era, si llevaba comprando ahí desde que tenía uso de razón!

—Es nuestra farmacia de cabecera. ¿Cómo es posible que no te haya visto nunca antes? ¡Si nos pasamos la vida en la farmacia de Inés! ¡Yo le compró los champús! No son crecepelos —aclaró, no fuera a creerse Lola que tenía un problema capilar—, es para la piel, es que con los del supermercado me salen granos… —Aunque luego pensó que la aclaración era peor, porque ¿hay algo más repelente que un cuerpo lleno de granos? Se sintió tan estúpido que para no seguir metiendo la pata dijo—: Venga, sube que te llevo…

—A mí también me pasa eso con los geles de baño…

—Eso, geles… —Desde luego que era rematadamente idiota, pensó, ¡no sabía distinguir champú de gel!

—Y no me has visto antes porque me vine a vivir al barrio cuando empecé a trabajar en el colegio, hace cinco años.

—En cinco años nos tenía que haber dado tiempo a conocernos de vista. Aunque yo es que tampoco vaya todos los días a por champú, a por gel… Ni a por nada.

¿Qué le estaba pasando que no paraba de decir más que sandeces?

—Bueno, ya nos hemos conocido y ya sabes donde vivo.

Lola sonrió, se puso el casco y se subió a la Vespa de Andrés, feliz. Reconocía que se iba del ensayo un poco triste, porque Andrés no había intentado besarla en ningún momento, pero el paseo en moto hasta su casa lo compensaba a todo.

Andrés arrancó y la condujo por el camino más corto hasta su casa, sin que esta vez ella protestara lo más mínimo. Al contrario, parecía encantada…

—¿Vas bien? —preguntó cuando paró en un semáforo.

—De maravilla —respondió colocando sus manos en la cintura de Andrés.

Andrés no la creyó, estaba convencido de que estaba fingiendo, que colocaba sus manos en la cintura para sentirse más segura, y que no se fiaba de él desde la última vez que montaron juntos y él condujo de aquella manera porque solo quería despeinarla y sacarla un poco de sus casillas.

—Tranquila, que voy a tener más cuidado todavía, como si llevara a mi abuela, igual… —dijo levantando un pulgar.

Andrés arrancó otra vez seguro de que a Lola sus palabras y su conducción tan prudente y sensata le habían provocado un agradable sosiego. Sin embargo, a Lola tanto cuidado y la comparación con su abuela le hicieron temer lo peor. ¿Ya no habría más besos? ¿Dónde estaba el Andrés loco y atrevido? ¿El tío impulsivo que siempre la descolocaba y que terminaba besándola? ¿Ya no sentía nada por ella? ¿Lo suyo había sido un arrebato pasajero? ¿Dónde estaba el Andrés que conocía?

Cuando llegaron a casa, Lola se bajó de la moto, le devolvió el casco y Andrés también se lo quitó para poder hablar, más tranquilos, del asunto que le había traído a la puerta de la casa de la maestra.

—¡La de veces que he pasado por aquí! —dijo Andrés, contemplando la fachada de la casa de Lola.

—Me decidí por esta casa porque tiene vistas al parque.

—Me he pasado la vida en ese parque… haciendo cosas prudentes y sensatas: pasear, correr, montar en bicicleta… No te pienses…

Lola solo pensaba en que había perdido a Andrés para siempre, que cuando terminaran los ensayos no le volvería a ver más en la vida y de pronto sintió una tristeza muy grande.

—Es bonito el parque… —musitó.

Andrés estuvo a punto de invitarle a dar un paseo en bici, pero como no quería asustarla, prefirió ir directamente al grano:

—Un parque de barrio. Con sus pinos desmochados, sus columpios oxidados, sus gamberros, sus exhibicionistas, sus traficantes de menudeo de droga, sus viejas que dan de comer a los pajarracos infectos y los enamorados. Hablando de estos últimos… ¿Y con Beltrán? ¿Todo bien?

Y ahora quería endosarle a Beltrán para librarse de ella, sin sentir el menor atisbo de culpa, pensó Lola. Pero ella no iba a mentir para que Andrés se sintiera mejor:

—Quedamos el otro día para ir al cine, pero es un pelma. Tenías razón  —dijo sonriendo, los ojos le brillaban y luego se mordió los labios con una sensualidad tan fascinante que Andrés sintió el arrebato otra vez.

¡Se moría por besarla! Pero no podía hacerlo, esa chica no se merecía un tío como él. Se alegraba en el alma de que hubiese descartado al panoli de Beltrán, pero él tampoco estaba a la altura de una gran mujer como ella.

—Lo siento, de verdad. Pero ya vendrán hombres mejores…

—Con que venga uno me conformo —dijo Lola, mirándole con una mezcla de deseo y ternura que a Andrés le entraron ganas de estrecharla contra él y besarla hasta dejarla derretida. Pero no podía hacerle eso, le importaba demasiado la maestra como para hacerle la faena de tener un novio como él.

Andrés suspiró dando un paso hacia ella y sin dejar de mirarle a los labios. Lola estaba temblando porque de nuevo tenía a Andrés frente a él, con esa mirada hambrienta que conocía y ese olor que le volvía loca. Andrés dio un paso más y ella pudo sentir su respiración, estaba ya tan cerca que casi podía notar sus labios sobre los suyos, por eso cerró los ojos y solo escuchó a Andrés decir:

 —Vendrá, ese hombre vendrá…

Y Andrés se marchó a toda prisa de allí, creyendo que había hecho lo correcto.

Magia inesperada
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