Capítulo 40

Y esa noche volvieron a hacer el amor otra vez, y también por la mañana porque Andrés se quedó a dormir con Lola, esa noche y también la del jueves y la del viernes. El fin de semana lo pasaron en la casa de Andrés y el lunes se trasladaron a la casa de Lola donde estuvieron toda la semana juntos.

Se les veía tan felices que Lola no solo volvió a encontrar cabezas de gambas y manchas de lejía en la ropa que retiraba de la cuerda, sino que eran mucho más frecuentes y abundantes que de costumbre.

Y la perra Cristal estaba en lo cierto, porque durante esos días Lola y Andrés fueron muchísimo más felices que la más romántica de las canciones de Pablo Alborán.

Pero al martes siguiente, todo dio un giro esperado y esa felicidad se derritió como la bola de helado del postre de Lola, a la que le acababa de caer un cucharón de chocolate caliente.

Lola y Olga estaban en el bar de Beltrán, porque a pesar de la cita de infausto recuerdo, ella había seguido frecuentando el bar como siempre. En su bar se comía bien, estaba cerca del colegio y era absurdo dejar de ir por haber tenido ese percance desafortunado. Es más, cuando Beltrán le propuso, tres domingos después de la cita aquella, volver a repetir lo del cine, ella le mintió y le dijo que estaba saliendo con alguien. Algo que a él no le afectó lo más mínimo porque incluso le sugirió que podían ir juntos los tres.

Así que como cada martes, Lola estaba comiendo en el bar de Beltrán, y a los postres, cuando todos sus compañeros ya se habían marchado y se había quedado a solas con Olga, esta puso una cara extrañísima y le dijo:

 —Tía, debo contarte algo.

—Sí, claro —replicó Lola, probando un trozo del brownie de chocolate con una bola de helado encima.

—No sé si esperar a que te comas eso o soltártelo ya.

—¿Es algo asqueroso o qué?

Olga resopló, se subió la cremallera del chándal hasta arriba y luego removiéndose en la silla de la angustia habló:

—A ver, si es lo que es, es asqueroso total. Si no es lo que es, pues no pasa nada.

—Como no te expliques mejor… —dijo Lola, comiéndose el brownie tan pancha, ajena a la que se le venía encima.

—Es que me da miedo que te zampes el postre y que luego esto que te voy a contar te revuelva entera y lo vomites. Por lo que no sé si lo mejor es soltarlo, así de sopetón, que lo valores, y si eso te puedas comer el postre tranquilamente. Si puedes, claro, que a lo mejor no sé yo si vas a poder…

Lola dejó la cucharilla en el plato, se limpió la comisura de los labios con la servilleta y luego le pidió, apoyando los codos en la mesa y colocando el rostro encima de sus manos:

—No lo hagas más largo, Olga. Lo que sea. ¡Dímelo ya!

Lola estaba convencida de que sería una estupidez, pues Olga era una desmesurada con una tendencia exagerada al drama, así que en cuestión de dos minutos, a lo sumo, estaría otra vez disfrutando de su postre.

—Ayer por la tarde, al pasar por la conserjería y saludar a Lidia, ella se dio cuenta de que llevábamos las mismas zapatillas. Nos hizo gracia la coincidencia y me propuso hacernos unas fotos. Dije que sí, nos estuvimos riendo con la tontería y me pidió permiso para subirlo a su Instagram.

—Olga estoy a punto de bostezar —dijo Lola, cogiendo otra vez la cucharilla.

—¡No! ¡No comas por favor! Espera a que termine mi relato. Le dije que subiera la foto sin problemas, y esta mañana me ha dado por mirarlo, yo es que no entro mucho en mi Instagram, no me gusta demasiado, pero a lo que voy, me pongo a mirar las fotos de las zapatillas y de pronto me salta una foto de ella con Andrés en la óptica.

Lola agarró con fuerza la cucharilla y apuntando a Olga le preguntó muy extrañada:

—Con Andrés ¿mi Andrés?

—Sí, tía —susurró Olga, quitándole la cucharilla de la mano y agarrándole la mano con fuerza—. Pero lo peor viene ahora, porque me  pongo a mirar para atrás y… —Olga se calló y negó con la cabeza.

—¿Y? —exigió Lola, echando chispas por los ojos.

—Tía, tú no te mereces esto, si es que esto es lo que es. Pero aparecen fotos de ellos juntos en exposiciones, en restaurantes, en conciertos…

—¿Conciertos también?

—Sí, en el de U2, pero es que además ¡hasta han pasado juntos fines de semana en la nieve!

Lola tenía que verlo para creerlo, ¡Andrés no podía estar jugando a dos bandas! ¡Era imposible!

—¡Déjame tu Instagram! —le pidió a Olga.

Olga cogió el móvil que tenía junto al plato, buscó el perfil de Lidia y se lo pasó a su amiga:

—¡Hay muchísimas fotos de ellos dos! ¡Y les pone corazones y cursiladas de esas! Sé que es un palo, Lola, pero mi deber era decírtelo —se excusó compungida.

Lola empezó a pasar fotos y más fotos a toda velocidad sin dar crédito a lo que estaba viendo. ¡Eran ellos dos en todos esos sitios que Olga había dicho! ¿De qué iba esto? ¿Con ella se pasaba los fines de semana encerrados en casa y a diario se dedicaba a pasear a Lidia por toda la ciudad? A pasear y quién sabe a qué más, porque salían ¡hasta dándose besitos en las mejillas! ¡Y lo de Candanchú era tremendo! ¡Habían compartido apartamento coqueto en la nieve y todo!

—Tengo que hablar con Andrés —dijo Lola, muy nerviosa, sintiendo cómo los latidos de su corazón retumbaban en las sienes.

—Siento haber sido una aguafiestas, tía. Cuando esta mañana me contabas en el patio lo felices que sois y todo eso, casi me muero. No sabía qué hacer, te lo prometo…

—Tranquila, que has hecho lo correcto. Pero necesito hablar con Andrés, para que me explique esta locura…

Lola respiró hondo, cogió su móvil y marcó el número de Andrés:

—¡Lola! ¡Estaba pensando en ti! —musitó Andrés, cantarín, en cuanto descolgó.

—Yo también. ¡Qué casualidad! —replicó Lola, irónica—. Necesito que vengas ahora mismo al bar de Beltrán.

—¿Te ha hecho algo ese cerdo? —preguntó Andrés, asustado.

—No, el cerdo no es él. Ven ya.

—¿Estás bien? ¿Pasa algo? —preguntó muy preocupado.

—Sí, sí pasa —contestó con un tono de voz seco, muy cortante—. Pero no se puede hablar por teléfono. Necesito que veas algo.

—¡Coño! ¡El Predictor! ¡Te he embarazado! —gritó entusiasmado—. Si es que a lo mejor has dejado el bolso mucho al sol y se nos han picado las gomas. ¡De maravilla! ¡Joder, sí! ¡Estoy feliz! ¡Qué alegría más grande, Lola! ¡Alegra esa cara, mujer!

Si no llega a estar tan triste y tan decepcionada, la reacción de Andrés a pesar de que era idiota, le habría hecho la mujer más feliz del mundo, pero no era el caso.

—¡Ven y deja de decir sandeces!

Lola le colgó el teléfono y Andrés tuvo que irse derecho al baño porque del miedo que tenía se le aflojaron las tripas.

¿Qué le estaba pasando a su Lola que le citaba de repente y en el bar del memo de Beltrán? Fuera lo que fuese tenía que ser muy gordo, ¿sería que ya se había cansado de él? ¿Quizá se habría dado cuenta de que amaba a otro? Pero eso no podía ser, si estaban mejor que nunca, si cada vez que hacían el amor se daban el alma entera, si cuando miraba a Lola a los ojos solo veía amor y más amor, del puro y del bueno…

Lo mejor era dejar de cavilar y enfrentarse a la realidad, por más dura que fuese.

Salió del baño, se puso el abrigo y cuando estaba a punto de salir de casa de sus padres, donde estaba comiendo como siempre, le suplicó a su abuela:

—Ponme muchas velas a San Valentín, abuela, que de repente se me ha torcido la cosa.

Su abuela le miró de arriba abajo con el ceño fruncido y luego concluyó:

—¿No será por las gafas que te has puesto? ¡Con tanto cambiar de imagen la tienes desconcertada!

—¡Ni idea! Pero hasta que lo descubra, ¡reza por mí!

—¡Lo que tienes que hacer es casarte de una vez y dejarte de tantas tontadas!

Andrés cogió a su abuela por los hombros y le dio un beso enorme en la mejilla:

—Reza, abuela, reza…

Magia inesperada
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