20

Por tercer día consecutivo me senté con un periódico en la sala de lectura del club universitario. Quería que pareciera una casualidad. Desde mi posición podía observar la cola del autoservicio donde a veces Rosie adquiría su almuerzo, aunque no cumplía con los requisitos para ser miembro del club. Gene me había dado esta información de mala gana.

—Don, tendrías que dejarlo estar. Todo este asunto acabará por hacerte daño.

Me mostré en desacuerdo. Soy muy bueno en lo de tratar con emociones. Estaba preparado para el rechazo.

Rosie entró y se puso a la cola. Me levanté y me situé detrás de ella.

—Don. Vaya coincidencia.

—Tengo novedades del proyecto.

—No hay ningún proyecto. Siento lo de… la última vez que nos vimos. ¡Joder! Conseguiste que me avergonzara y encima voy y me disculpo.

—Disculpas aceptadas. Tienes que venir conmigo a Nueva York.

—¿Qué? No. No, Don. Ni hablar.

Como habíamos llegado a la caja sin seleccionar ningún plato, tuvimos que volver a hacer la cola. Para cuando nos sentamos, ya le había explicado lo del estudio sobre el síndrome de Asperger.

—Tuve que inventarme toda la propuesta, trescientas setenta y una páginas, para ese profesor. Ahora soy un experto del fenómeno de los savants.

Era difícil descodificar la reacción de Rosie, pero pareció más sorprendida que impresionada.

—Un experto en paro, si te pillan. Supongo que no es mi padre.

—Correcto.

Me había sentido aliviado cuando la muestra de Lefebvre dio negativo tras el considerable esfuerzo para obtenerla. Ya había hecho planes y un resultado positivo los habría trastocado.

—Ahora sólo quedan tres posibilidades —continué—. Dos están en Nueva York y ambos se han negado a participar en el estudio. Por consiguiente los he clasificado como difíciles y por consiguiente necesito que vengas a Nueva York conmigo.

—¡Nueva York! Don, no. No, no y no. No vas a ir a Nueva York y yo tampoco.

Había considerado la posibilidad de que se negara. Pero con la herencia de Daphne había comprado dos billetes de avión.

—Si hace falta iré solo. Pero no estoy seguro de poder manejar los aspectos sociales de la recogida de muestras.

—Es una locura de las gordas —dijo Rosie, negando con la cabeza.

—¿No quieres saber quiénes son dos de los tres hombres que quizá sean tu padre?

—Adelante.

—Isaac Esler. Psiquiatra.

Vi que se esforzaba en recordar.

—Tal vez. Isaac. Sí, puede que fuera amigo de alguien… Joder, ha pasado tanto tiempo… —Guardó silencio y luego añadió—: ¿Y?

—Solomon Freyberg. Cirujano.

—¿Tiene algo que ver con Max Freyberg?

—Maxwell es su segundo nombre.

—Mierda. Max Freyberg. ¿Así que se marchó a Nueva York? Tengo una posibilidad entre tres de ser su hija. Y dos entre tres de ser judía.

—Suponiendo que tu madre dijera la verdad.

—Mi madre no hubiese mentido.

—¿Cuántos años tenías cuando murió?

—Diez. Sé lo que estás pensando, pero también sé que no me equivoco.

Sin duda, era imposible hablar racionalmente del asunto. Pasé a su siguiente afirmación.

—¿Te supondría un problema ser judía?

—Ser judía no me supondría ningún problema; lo de Freyberg, sí. Por otro lado, que fuera Freyberg explicaría que mi madre no soltara prenda. ¿Nunca has oído hablar de él?

—Sólo a resultas de este proyecto.

—Si te gustara el fútbol, te sonaría.

—¿Era futbolista?

—Presidente de un club. Y conocido gilipollas. ¿Y la tercera persona?

—Geoffrey Case.

—Oh, Dios mío. —Rosie palideció—. Murió.

—Correcto.

—Mamá hablaba mucho de él. Tuvo un accidente o alguna enfermedad, quizá cáncer. Algo grave, claro. Pero ignoraba que fueran del mismo curso.

Entonces caí en la cuenta de que nuestra metodología en el proyecto había sido muy descuidada, sobre todo por los malentendidos derivados de los abandonos temporales seguidos de reanudaciones. Si hubiésemos comprobado todos los nombres desde el principio, no habríamos pasado por alto esas posibilidades tan obvias.

—¿Sabes algo más de él?

—No. Mamá se puso muy triste con lo que le ocurrió. Joder… Tiene sentido, ¿no? Que mi madre no me dijera nada.

Para mí no lo tenía.

—Geoffrey venía del campo. Creo que su padre pasaba consulta en un lugar remoto, en medio de la nada.

La página web había proporcionado la información de que Geoffrey Case era de Moree, en el norte de Nueva Gales del Sur, lo cual, sin embargo, no explicaba que la madre de Rosie hubiese ocultado su identidad si él era el padre. Su único otro elemento distintivo era que había muerto, y quizá fuese eso a lo que Rosie se refería: su madre no quiso decirle que su padre había fallecido. No obstante, sí podría haber transmitido la información a Phil a fin de que se la comunicase a Rosie cuando fuera bastante mayor para asumirla.

Gene entró mientras hablábamos. ¡Con Bianca! Nos saludaron con la mano y se fueron al comedor reservado de arriba. Increíble.

—Patético —dijo Rosie.

—Investiga la atracción entre diferentes nacionalidades.

—Ya. Compadezco a su mujer.

Le expliqué que Gene y Claudia eran un matrimonio abierto.

—Vaya suerte para ella. ¿Piensas ofrecer el mismo acuerdo a la vencedora del Proyecto Esposa?

—Por supuesto.

—Por supuesto —repitió Rosie.

—Si eso es lo que ella quiere —añadí, por si me había malinterpretado.

—¿Y te parece probable?

—Si encuentro pareja, lo que parece cada vez menos probable, no querría mantener relaciones sexuales con nadie más. Pero entender lo que desean los demás no es mi fuerte.

—Dime algo que no sepa —dijo sin motivo aparente.

Rápidamente intenté recordar algún hecho interesante.

—Hum… Los testículos del abejorro y de la araña tigre estallan durante la cópula.

Fue molesto que lo primero que se me ocurriera estuviera relacionado con el sexo. Como licenciada en Psicología, Rosie podía sacar alguna conclusión freudiana. Sin embargo, me miró, negó con la cabeza y luego se echó a reír.

—No puedo permitirme ir a Nueva York, pero tú no estás seguro solo.

En la guía telefónica de Moree aparecía un M. Case. La mujer que respondió me dijo que el doctor Case padre, que para mayor confusión también se llamaba Geoffrey, había fallecido hacía unos años y que su viuda, Margaret, llevaba dos años en la residencia local, enferma de Alzheimer. Eso era una buena noticia. Era mejor que estuviese viva la madre y no el padre, dado que la identidad de la madre biológica no suele plantear dudas.

Podría haberle pedido a Rosie que me acompañara, pero ya había accedido al viaje a Nueva York y no quería arriesgarme a crear una situación en que un nuevo error social pusiera en peligro el plan. Por mi experiencia con Daphne, sabía que sería fácil conseguir una muestra de ADN de una persona con Alzheimer. Alquilé un coche y me equipé con algodones, hisopos bucales, bolsas de cierre hermético y pinzas. También me llevé una tarjeta de la universidad de antes de que me ascendieran a profesor adjunto: el «doctor» Don Tillman recibe mejor trato en los centros médicos.

Moree se encuentra a mil doscientos treinta kilómetros de Melbourne. Recogí el coche de alquiler a las 15.43 horas, tras mi última clase del viernes. El plan de ruta de internet calculaba catorce horas y treinta y cuatro minutos de trayecto, tanto para la ida como para la vuelta.

Cuando estudiaba en la universidad había conducido con regularidad a casa de mis padres en Shepparton y descubrí que los viajes largos tenían un efecto similar a mis sesiones de jogging al mercado. El incremento de la creatividad con la práctica de tareas mecánicas como correr, cocinar o conducir es un hecho científicamente comprobado. Un período para pensar sin obstrucciones siempre es útil.

Cogí la autopista de Hume en dirección norte y utilicé el preciso indicador de velocidad del GPS para fijar el límite exacto de mi velocidad de crucero, sin confiar en las cifras artificialmente hinchadas que proporcionaba el velocímetro, lo que me ahorraría unos minutos sin arriesgarme a infringir la ley. En el coche tuve la sensación de que toda mi vida se había transformado en una aventura que culminaría en el viaje a Nueva York.

Había decidido no poner ningún podcast en el trayecto, para reducir la carga cognitiva y facilitar que mi subconsciente procesara sus entradas recientes, pero al cabo de tres horas descubrí que empezaba a aburrirme. Apenas percibía el entorno más allá de lo necesario para evitar accidentes y, en cualquier caso, en la autopista no había nada digno de interés. La radio me distraería tanto como los podcasts, por lo que decidí adquirir mi primer cedé desde el experimento de Bach. La gasolinera cercana a la frontera con Nueva Gales del Sur contaba con una selección limitada, pero reconocí algunos álbumes de la colección de mi progenitor. Me decidí por Running on Empty, de Jackson Browne. Con el botón de repetición pulsado, se convirtió en la banda sonora del viaje y de mis reflexiones a lo largo de tres días. A diferencia de muchas personas, me siento muy a gusto con la repetición; probablemente era una suerte que viajara solo.

Dado que mi inconsciente no se pronunciaba, intenté llevar a cabo un análisis objetivo del estado del Proyecto Padre.

¿Qué sabía?

  1. Había analizado a 41 de 44 candidatos. (Así como varios de aspecto étnico incompatible). Ninguno había dado positivo. Cabía la posibilidad de que uno de los siete encuestados del estudio del síndrome de Asperger hubiese devuelto un hisopo bucal con la muestra de otra persona. Lo consideré poco probable. Habría sido más fácil simplemente no participar, como Isaac Esler y Max Freyberg.
  2. Rosie había identificado a cuatro candidatos como conocidos de su madre: Eamonn Hughes, Peter Enticott, Alan McPhee y, más recientemente, Geoffrey Case. Había considerado a los tres primeros como muy probables, lo que también se aplicaba a Case. Ahora era claramente el candidato con más posibilidades.
  3. El proyecto entero se basaba en el testimonio de la madre de Rosie, que afirmaba haber consumado el acto sexual decisivo en la fiesta de fin de carrera. Cabía la posibilidad de que hubiese mentido porque el padre biológico fuera alguien menos prestigioso, lo que explicaría que no hubiera revelado su identidad.
  4. La madre de Rosie había decidido seguir con Phil. Ésta era la primera idea nueva que se me ocurría. Apoyaba la tesis de que el padre biológico resultaba menos atractivo o quizá no estaba disponible para el matrimonio. Resultaría interesante saber si en aquel entonces Esler o Freyberg ya estaban casados o tenían pareja.
  5. La muerte de Geoffrey Case prácticamente coincidió, con pocos meses de diferencia, con el nacimiento de Rosie y el descubrimiento de que Phil no era el padre. Quizá a la madre de Rosie le llevó cierto tiempo organizar una prueba de ADN confirmatoria y para entonces Geoffrey Case ya había muerto y, por tanto, no estaba disponible como pareja alternativa.

Fue un ejercicio útil. La situación del proyecto estaba más clara, había añadido algunas ideas complementarias y me había convencido de que las probabilidades de que Geoffrey Case fuese el padre de Rosie justificaban el viaje.

Decidí conducir hasta cansarme; una decisión radical, pues normalmente habría programado un tiempo de conducción acorde con los estudios publicados sobre fatiga y habría reservado el consiguiente alojamiento. Pero había estado demasiado ocupado para planificar nada. De todas formas, me detuve a descansar a intervalos de dos horas y me vi capaz de mantener la concentración. A las 23.43 detecté fatiga, pero en vez de dormir me detuve en una gasolinera, reposté y pedí cuatro cafés dobles. Abrí el techo corredizo y subí el volumen del reproductor de cedés para combatir la fatiga, y a las 7.19 del sábado, con la cafeína todavía corriéndome por el cerebro, Jackson Browne y yo entramos en Moree.