13
Antes de abandonar el Proyecto Padre decidí comprobar la estimación de Rosie del número de candidatos. Se me ocurrió que algunos podían descartarse con facilidad. En las clases de Medicina que imparto hay numerosos estudiantes extranjeros. Como la piel de Rosie es pálida, consideré poco probable que su padre fuese chino, vietnamita, negro o indio.
Empecé con una investigación básica: una búsqueda por internet de ese curso de licenciados en Medicina partiendo de los tres nombres que ya conocía.
Los resultados superaron mis expectativas, pero es que la resolución de problemas a menudo requiere del factor suerte. No me sorprendió que la madre de Rosie se hubiese graduado en mi universidad actual. A la sazón, sólo había dos facultades de Medicina en Melbourne.
Encontré un par de fotos relevantes. Una era la fotografía oficial de todos los licenciados con los nombres de los 146 estudiantes. La otra, de la fiesta de fin de carrera, también con los respectivos nombres. Había sólo 124 caras, posiblemente porque algunos alumnos no asistieron. Puesto que la adquisición de genes había tenido lugar en la fiesta o inmediatamente después, no había que preocuparse por quienes faltaban. Verifiqué que los 124 eran un subconjunto de los 146.
Esperaba que mi búsqueda me proporcionara una lista de licenciados y quizá una foto, pero recibí una bonificación inesperada gracias a un foro de debate del tipo «Qué fue de». Sin embargo, el principal golpe de suerte fue averiguar que al cabo de tres semanas tendría lugar la fiesta del treinta aniversario de la licenciatura. Debíamos actuar con celeridad.
Cené en casa y fui en bicicleta al Marquess of Queensbury. ¡Desastre! Rosie no estaba. El camarero me comunicó que Rosie sólo trabajaba tres noches a la semana, lo que me pareció insuficiente para procurarse unos ingresos adecuados. Tal vez también tuviese un trabajo de día. Apenas sabía nada de ella aparte de ese empleo, su interés en encontrar a su padre y su edad, que, si hacía tres décadas de la fiesta de licenciatura, sería de veintinueve años. No le había preguntado a Gene de qué la conocía. Ni siquiera sabía el nombre de su madre para identificarla en la foto.
Como el camarero era agradable, pedí una cerveza y unas almendras y revisé las notas que había llevado.
Había 63 estudiantes varones en la foto de la fiesta de fin de carrera; sólo dos más que el número de mujeres, un margen insuficiente para apoyar las afirmaciones de discriminación por parte de Rosie. Algunos eran no caucásicos, aunque no tantos como esperaba: treinta años atrás todavía no se había iniciado la afluencia de estudiantes chinos. Aún quedaba un amplio número de candidatos, pero la celebración del aniversario nos brindaba la oportunidad de aplicar un procesado en serie.
A estas alturas ya había deducido que el Marquess of Queensbury era un bar gay. Durante mi primera visita no había observado las interacciones sociales porque estaba demasiado concentrado en encontrar a Rosie e iniciar el Proyecto Padre, pero esta vez sí pude analizar mi entorno con detalle. Me recordó un club de ajedrez que frecuentaba en mis años escolares; gente que se reúne porque tiene un interés común. Ha sido el único club al que he pertenecido aparte del club de la universidad, que más que nada es un comedor.
Yo no tenía amigos homosexuales, lo que se debía más a mi reducido número global de amigos que a los prejuicios. ¿Y si Rosie era lesbiana? Trabajaba en un bar gay, si bien todos los clientes eran hombres. Le pregunté al camarero. Se echó a reír.
—Suerte con ésa —me dijo.
Aquello no respondía a mi pregunta, pero ya se había ido a servir a otro cliente.
Al día siguiente, cuando terminaba de almorzar en el club de la universidad, entró Gene acompañado de una mujer que reconocí de la fiesta de solteros: Fabienne la Investigadora Privada de Sexo. Al parecer, había encontrado la solución a su problema. Nos cruzamos en la puerta del comedor.
—Don, ésta es Fabienne —me dijo Gene, guiñándome un ojo—. Ha venido desde Bélgica y vamos a discutir nuestras posibilidades de colaboración. —Volvió a guiñarme un ojo y se marchó muy rápido.
Bélgica. Había supuesto que Fabienne era francesa. Que fuese belga lo explicaba. Gene ya tenía Francia.
Esperaba en la entrada del Marquess of Queensbury cuando Rosie abrió las puertas a las 21.00 horas.
—Don —dijo, sorprendida—. ¿Pasa algo?
—Tengo cierta información.
—Pues cuéntamela rápido.
—No puedo, incluye muchos detalles.
—Lo siento, Don. Mi jefe está aquí y me meteré en un lío. Necesito el trabajo.
—¿A qué hora terminas?
—A las tres de la madrugada.
¡Increíble! ¿Qué clase de empleo tenían los clientes de Rosie? Quizá todos trabajaban en bares que abrían a las 21.00 y tenían cuatro noches libres. Toda una invisible subcultura nocturna que utilizaba recursos que de lo contrario nadie aprovecharía. Respiré hondo y tomé una seria decisión.
—Nos vemos entonces.
Pedaleé de vuelta a casa, me metí en la cama y puse el despertador a las 2.30. A fin de recuperar una hora, cancelé el jogging con Gene que había programado para la mañana siguiente. También me saltaría el kárate.
A las 2.50 cruzaba los barrios residenciales de la ciudad; no fue una experiencia desagradable. En realidad, era muy consciente de las grandes ventajas con que contaría al trabajar de noche. Laboratorios vacíos. Ningún estudiante. Tiempos más rápidos de respuesta en la red. Nulo contacto con la decana. Si encontrara un trabajo sólo de investigación, sin tener que dedicarme a la enseñanza, sería del todo factible. O tal vez podía impartir clases por videoconferencia en una universidad de otra zona horaria.
Llegué al trabajo de Rosie a las tres de la madrugada en punto. La puerta estaba cerrada y también habían colgado el cartel de CERRADO. Llamé fuerte. Rosie acudió a la puerta.
—Estoy hecha polvo —dijo, lo cual no me extrañaba—. Entra, casi he terminado.
Al parecer, el bar cerraba a las 2.30, pero tenía que limpiar.
—¿Te apetece una cerveza? —me preguntó.
¡Una cerveza a las tres de la madrugada! Ridículo.
—Sí, gracias.
Me senté a la barra y la observé limpiar. Me vino a la cabeza la pregunta que había formulado en ese mismo taburete la noche anterior.
—¿Eres lesbiana?
—¿Has venido hasta aquí para preguntarme eso?
—No, la pregunta no guarda relación con el principal motivo de mi visita.
—Me alegra oírlo, estando sola en un bar a las tres de la madrugada con un extraño.
—No soy tan extraño.
—No, no tanto —dijo riendo, quizá porque bromeaba con los dos significados de «extraño».
Sin embargo, no respondió a mi pregunta de si era lesbiana. Se sirvió una cerveza. Saqué mi carpeta y extraje la fotografía de la fiesta.
—¿Es ésta la fiesta en que tu madre fue fecundada?
—Ostras. ¿De dónde la has sacado?
Le expliqué mi investigación y le mostré mi hoja de cálculo.
—Están listados todos los nombres. Sesenta y tres varones, diecinueve no caucásicos, según he determinado mediante evaluación visual y corroborado con sus nombres, tres ya eliminados.
—Estarás de broma. No vamos a analizar a… treinta y una personas.
—Cuarenta y una.
—Las que sean. No tengo excusa para verme con ninguno de ellos.
Le hablé de la reunión.
—Hay un pequeño problema. No nos han invitado.
—Correcto. El problema es nimio y ya está resuelto. Habrá alcohol.
—¿Y?
Señalé la barra del bar y la colección de botellas de los estantes.
—Requerirán tus habilidades.
—Me tomas el pelo.
—¿Puedes lograr que te contraten para la celebración?
—Para, para el carro… Es una locura. ¿Crees que vamos a presentarnos en la fiesta a recoger muestras de las copas de todo el mundo? No te pases, tío.
—Nosotros no, tú. Yo no tengo experiencia. Pero, por lo demás, correcto.
—Olvídalo.
—Creía que querías saber quién era tu padre.
—Ya te lo dije: no tanto.
Dos días más tarde, Rosie se presentó en mi casa. Eran las 20.47 y yo estaba limpiando el baño porque Eva, la empleada doméstica de falda corta, no había podido venir por enfermedad. Pulsé el botón del portero automático para que subiera. Yo llevaba mi traje de limpiar el baño, compuesto de pantalón corto, botas quirúrgicas y guantes, sin camiseta.
—Vaya. —Rosie se quedó mirándome—. Esto es lo que hacen las artes marciales, ¿verdad?
Parecía referirse a mis músculos pectorales. De pronto empezó a dar saltos como si fuera una niña.
—¡Lo hemos conseguido! Encontré la agencia, les ofrecí trabajar por un sueldo de mierda y dijeron «vale, vale, pero no se lo cuentes a nadie». Los denunciaré al sindicato en cuanto hayamos terminado.
—Creía que no querías hacerlo.
—He cambiado de opinión. —Me tendió un libro manchado—. Apréndete esto. Tengo que irme a trabajar.
Dio media vuelta y se marchó.
Miré el libro: El manual del barman: Una guía completa para preparar y servir copas. Parecía especificar las labores del personaje que yo interpretaría. Memoricé las primeras recetas antes de terminar con el baño. Mientras me preparaba para acostarme, saltándome los ejercicios de aikido a fin de dedicar más tiempo a estudiar el libro, pensé que todo estaba desmadrándose. Como no era la primera vez que mi vida se volvía caótica, tenía un protocolo para tratar el problema y sus consecuentes trastornos del pensamiento racional. Llamé a Claudia.
Nos vimos al día siguiente. Puesto que oficialmente no soy uno de sus pacientes, charlamos delante de un café en lugar de en su consulta. ¡Para que luego me tachen de inflexible!
Describí la situación sin mencionar el Proyecto Padre, omitiendo así la recogida furtiva de ADN, que tal vez Claudia no encontraría ética. En su lugar, dije que Rosie y yo teníamos un interés común por el cine.
—¿Le has hablado a Gene de Rosie? —me preguntó Claudia.
Le dije que Gene me la había presentado como candidata al Proyecto Esposa y que sólo me animaría a mantener relaciones sexuales con ella. Le expliqué que era del todo inadecuada como pareja, pero que quizá Rosie imaginara que me interesaba en esos términos. Tal vez creía que nuestro interés común era una excusa para conquistarla. Al preguntarle por su identidad sexual había cometido un grave error social que no haría más que reafirmar dicha impresión.
No obstante, Rosie nunca había mencionado el Proyecto Esposa. El Incidente Chaqueta nos había desviado enseguida del tema y después todo había ido sucediendo sin ningún tipo de planificación. Pero temía herir sus sentimientos cuando le comunicase que la había eliminado del Proyecto Esposa tras la primera cita.
—Conque eso es lo que te preocupa. Sus sentimientos.
—Correcto.
—Eso es excelente, Don.
—Incorrecto. Es un grave problema.
—Significa que te preocupa lo que siente. ¿Y te lo pasas bien con ella?
—Mucho —afirmé, cayendo en la cuenta de ello por primera vez.
—¿Y ella se lo pasa bien?
—Supongo. Pero se postuló para el Proyecto Esposa.
—No te preocupes por eso, la chica parece bastante resistente. Divertíos.
Al día siguiente sucedió algo muy extraño. Por primera vez en la vida, Gene me citó en su despacho. Siempre soy yo quien organiza las conversaciones, pero se había producido una interrupción inusualmente larga de nuestras charlas como consecuencia del Proyecto Padre.
El despacho de Gene es mayor que el mío, lo que obedece más a una cuestión de estatus que a verdaderas necesidades de espacio. Gene estaba tardando en salir de una reunión y la Bella Helena me dejó pasar, lo que me brindó la oportunidad de localizar en su mapamundi los alfileres de India y Bélgica. Estaba seguro de que antes ya había uno en India, pero cabía la posibilidad de que Olivia no fuese de allí. Me había dicho que era hindú, pero tal vez hubiera nacido en Bali, las islas Fiji o en cualquier país con población hindú. Gene trabajaba por nacionalidades más que por etnias, como los viajeros que llevan la cuenta de los países que visitan. Corea del Norte, como era de esperar, seguía sin alfiler.
Gene llegó y pidió a la Bella Helena que fuera por café. Nos sentamos a su mesa, como si se tratara de una reunión.
—Bien, así que has hablado con Claudia —me dijo. Ése era uno de los inconvenientes de no ser paciente oficial de Claudia: no tenía la protección de la confidencialidad—. Entiendo que has estado viendo a Rosie, como predijo el experto que soy.
—Sí, pero no para el Proyecto Esposa.
Aunque Gene es mi mejor amigo, me incomodaba hablarle del Proyecto Padre. Por suerte no insistió en el asunto, quizá porque suponía que mis intenciones hacia Rosie eran sexuales; la verdad es que me sorprendió que no sacara el tema de inmediato.
—¿Qué sabes de Rosie? —me preguntó.
—Poco —respondí con sinceridad—. No hemos hablado mucho de ella. Nos hemos centrado en temas externos.
—Anda ya. ¿Sabes qué hace, a qué se dedica?
—Es camarera.
—Vale. ¿Eso es lo único que sabes?
—Y que no le gusta su padre.
Gene se echó a reír sin razón aparente.
—No creo que él sea Robinson Crusoe.
Parecía un comentario absurdo sobre la paternidad de Rosie, hasta que recordé que la referencia al náufrago de ficción podía usarse como una metáfora con el significado «No está solo» o, en este contexto, «No es el único que desagrada a Rosie». Gene debió de notar mi expresión perpleja y se explicó:
—La lista de hombres que le gustan a Rosie no es muy larga.
—¿Es lesbiana?
—Bien podría serlo, por cómo viste.
Su comentario parecía referirse al tipo de indumentaria que llevaba Rosie cuando se presentó en mi despachó por primera vez. Pero vestía de forma convencional cuando trabajaba de camarera, y en las visitas que habíamos hecho para recoger muestras de ADN había llevado vaqueros y camisetas corrientes. La noche del Incidente Chaqueta vestía de forma no convencional, aunque sumamente atractiva.
Quizá Rosie no quería enviar señales de apareamiento al entorno en que Gene la había conocido, tal vez un bar o un restaurante. La ropa de las mujeres está concebida en gran parte para realzar su atractivo sexual y asegurarse así pareja. Si Rosie no pretendía aparearse, era racional que se vistiese en consecuencia. Deseé preguntarle a Gene muchas cosas de Rosie, pero sospeché que formularlas insinuaría un nivel de interés que él tal vez malinterpretaría.
—¿Por qué quería participar en el Proyecto Esposa?
Gene vaciló antes de responder.
—Quién sabe. No creo que sea una causa perdida, pero no te hagas ilusiones. Rosie tiene sus propios problemas, tú no descuides el resto de tu vida.
Su consejo era sorprendentemente certero. ¿Acaso sabía cuánto tiempo dedicaba al libro de cócteles?