15
El jefe, un hombre de mediana edad (IMC estimado, 27), llegó justo a tiempo para los postres con la nueva remesa de existencias y reorganizó las operaciones que se ejecutaban detrás de la barra. Los postres fueron divertidísimos, aunque no resultaba fácil atender los pedidos con el ruido de las conversaciones. Serví principalmente cócteles con nata, que la mayoría de los comensales desconocía y a los que respondieron con visible entusiasmo.
Mientras los camareros de la cocina recogían los platos del postre, calculé nuestra cobertura. Aunque dependía en gran medida de Rosie, contabilicé que teníamos muestras de al menos el 85 por ciento de los varones; un aprovechamiento aceptable, pero no óptimo, de nuestros recursos. Tras haber establecido los nombres de los invitados, había determinado que sólo doce de todos los varones caucásicos no se hallaban presentes. Entre los ausentes estaba Alan McPhee, cuya asistencia había sido imposible debido a su defunción, pero que ya estaba descartado gracias al cepillo de su hija.
Me dirigía a la barra cuando el doctor Ralph Browning me siguió.
—¿Te importaría traerme otro cadillac? Me ha parecido lo mejor que he bebido en mi vida.
—Prepárale un cadillac —le pidió el jefe a Rosie, aunque el personal del bar ya estaba recogiendo.
Jenny y Rod Broadhurst llegaron del comedor.
—Que sean tres —dijo Rod.
El personal rodeó al dueño y mantuvieron una conversación.
—Estos chicos tienen que irse —me dijo el jefe, encogiéndose de hombros. Se volvió hacia Rosie—. ¿Doble jornada?
Mientras tanto, los comensales iban agolpándose alrededor de la barra y levantaban las manos para llamar la atención.
Rosie sirvió un cadillac al doctor Browning y después le dijo al jefe:
—Lo siento, necesito que se queden dos como mínimo. Sola no puedo servir copas a cien personas.
—Él y yo —dijo el jefe, señalándome.
¡Por fin se me presentaba la oportunidad de poner en práctica mis conocimientos! Rosie levantó la trampilla de la barra y me dejó pasar.
—Lo mismo, por favor —pidió la doctora Miranda Ball alzando la mano.
Dado que ahora había mucho ruido en la zona, indiqué a Rosie subiendo la voz:
—¡Miranda Ball! ¡Alabama slammer! ¡Ginebra de endrina, whisky, Galliano, triple seco y zumo de naranja a partes iguales, rodaja de naranja y guinda!
—¡Se ha terminado el triple seco! —gritó Rosie.
—Sustitúyelo por Cointreau. Reduce la cantidad un veinte por ciento.
El doctor Lucas dejó su copa vacía en la barra y levantó un dedo. Uno más.
—Gerry Lucas. ¡Copa vacía! —grité.
Rosie la cogió. Esperé que recordara que no teníamos una muestra de Lucas.
—¡Otro anal probe para el doctor Lucas!
—¡Entendido! —gritó Rosie desde la cocina.
Excelente, se había acordado de tomar la muestra.
—¡¿Hay algún cóctel con Galliano y tequila?! —chilló el doctor Martin van Krieger.
La multitud guardó silencio. Esa clase de pregunta había sido frecuente durante la cena y los invitados habían parecido impresionados con mis respuestas.
—No te preocupes si no hay —añadió Martin.
—Estoy indexando mi base de datos interna —dije para explicar el retraso. Me llevó unos instantes—. El mexican gold y el freddy fudpucker.
La gente aplaudió.
—Uno de cada —solicitó Martin.
Rosie sabía preparar un freddy fudpucker. Di al jefe las instrucciones del mexican gold.
Seguimos aplicando esta metodología con gran éxito. Decidí aprovechar la oportunidad para tomar una muestra de todos los médicos presentes, incluidos los que previamente había descartado por su apariencia étnica incompatible. A la 1.22 horas estaba seguro de haber obtenido muestras de todos, salvo de uno. Había llegado el momento de ser proactivo.
—¡Doctor Anwar Khan, persónese en la barra, por favor! —Era una expresión que había oído a menudo en la televisión. Esperaba que transmitiese la autoridad requerida.
El doctor Khan sólo había bebido de su vaso de agua, que trajo a la barra.
—No ha pedido una copa en toda la noche —le dije.
—¿Pasa algo? No bebo alcohol.
—Muy inteligente por su parte —afirmé, aunque yo daba mal ejemplo, con una botella de cerveza al lado—. Le recomiendo el virgen colada, el virgen maría, el virgen…
En ese momento la doctora Eva Gold rodeó al doctor Khan con el brazo, claramente afectada por el alcohol.
—Déjate llevar, Anwar.
El médico la miró y después miró a todos los demás, que, en mi opinión, también mostraban claros síntomas de intoxicación etílica.
—Qué demonios, ponme todas esas vírgenes en fila.
Dejó el vaso vacío en la barra.
Salí muy tarde del club de golf. Los últimos invitados se marcharon a las 2.32, dos horas y dos minutos después del horario de cierre programado. Rosie, el jefe y yo habíamos preparado 143 cócteles. Rosie y el jefe también habían servido algunas cervezas que yo no había contabilizado.
—Podéis iros, chicos. Ya lo limpiarán por la mañana —propuso el jefe. Me tendió la mano y la estrechó según lo acostumbrado, aunque parecía un poco tarde para las presentaciones—. Amghad. Buen trabajo, chicos.
No le estrechó la mano a Rosie, pero la miró y sonrió.
Advertí que parecía algo cansada; yo seguía rebosante de energía.
—¿Tenéis tiempo para una copa? —preguntó Amghad.
—Excelente idea.
—Estarás de broma, ¿no? —dijo Rosie—. Me voy. Todas las cosas están en tu bolsa. ¿No quieres que te lleve en coche, Don?
Tenía mi bicicleta y sólo había bebido tres cervezas durante la larga velada. Calculé que mi tasa de alcohol en sangre se mantendría dentro de los límites legales incluso después de tomarme una copa con Amghad. Rosie se marchó.
—¿Qué privas? —dijo Amghad.
—¿Privas?
—¿Qué quieres tomar?
Claro. Pero ¿por qué? ¡¿Por qué la gente no dice simplemente lo que quiere decir?!
—Cerveza, por favor.
Amghad abrió dos cervezas rubias y brindamos con las botellas.
—¿Cuánto tiempo llevas en esto? —me preguntó.
Aunque el Proyecto Padre nos había obligado a ciertos engaños, no me sentía cómodo al respecto.
—Éste es mi primer trabajo sobre el terreno —respondí—. ¿He cometido algún error?
Amghad se echó a reír.
—Vaya, qué chistoso. Oye, este sitio está bien, pero básicamente consiste en bistec, cerveza y vinos de gama media. Esta noche ha sido algo especial, sobre todo gracias a ti. —Bebió un sorbo de cerveza y me miró un rato sin hablar—. Llevo un tiempo pensando en abrir un local en Sídney, una pequeña coctelería con estilo. Rollo Nueva York, pero con algo especial tras la barra, ya me entiendes. Si te interesa…
¡Estaba ofreciéndome trabajo! Era halagador, sobre todo considerando mi limitada experiencia. Mi primer pensamiento irracional fue que ojalá Rosie hubiese estado allí para oírlo.
—Ya tengo trabajo, gracias.
—No me refiero a un trabajo, sino a una participación en un negocio.
—No, gracias. Lo siento. Además, creo que no me encontrarías satisfactorio.
—Puede, pero sé calar a la gente. Dame un toque si cambias de opinión. No hay prisa.
El día siguiente era domingo.
Rosie y yo habíamos quedado a las 15.00 horas en el laboratorio. Llegó tarde, como era de esperar, y yo ya estaba trabajando. Confirmé que habíamos obtenido muestras de todos los asistentes a la reunión, lo que significaba que sólo nos faltaban las de once varones caucásicos de ese curso.
Rosie, que vestía vaqueros ceñidos y una camisa blanca, se dirigió a la nevera.
—Nada de cerveza hasta que hayamos analizado todas las muestras —dije.
La tarea llevaba su tiempo y tuve que recurrir al laboratorio principal para aprovisionarme de productos químicos.
A las 19.06 Rosie salió a buscar una pizza; era una elección poco saludable, pero la noche anterior yo no había cenado y calculaba que mi cuerpo podría procesar los kilojulios de más. Cuando volvió, faltaban cuatro candidatos para terminar. Mientras abríamos la pizza, sonó el teléfono. Supe de inmediato quién era.
—No has respondido en casa. Estaba preocupada —dijo mi madre. Era una reacción razonable, ya que su llamada de los domingos es parte de mi programa semanal—. ¿Dónde estás?
—En el trabajo.
—¿Estás bien?
—Estoy bien.
Era violento que Rosie estuviese escuchando una conversación personal e intenté concluirla cuanto antes, limitándome a dar respuestas escuetas. Rosie hizo muecas y se echó a reír, por fortuna no lo bastante alto para que mi madre la oyese.
—¿Tu madre? —inquirió cuando por fin logré colgar.
—Correcto. ¿Cómo lo has adivinado?
—Sonabas igual que cualquier chico de dieciséis años hablando con su madre delante de… —Se interrumpió. Mi fastidio debía de ser evidente—. O que yo hablando con Phil.
Era interesante que a ella también le resultara difícil hablar con su padre. Mi madre es buena persona, pero se centra excesivamente en intercambiar información personal. Rosie cogió una porción de pizza y miró la pantalla del ordenador.
—Sin novedades, supongo.
—Hay muchas. Cinco más descartados; sólo faltan cuatro, incluido éste. —Mientras hablaba por teléfono había aparecido un resultado—. Elimina a Anwar Khan.
Rosie actualizó la hoja de cálculo.
—Alabado sea Alá.
—La solicitud de bebidas más difícil del mundo —le recordé.
El doctor Khan había pedido seis copas diferentes para compensar su abstinencia durante la velada. Al final, se había marchado abrazado a la doctora Gold.
—Sí, y yo también la lie. Puse ron a la virgen colada.
—¿Le serviste alcohol? —Eso violaba las creencias personales o religiosas del doctor Khan.
—A lo mejor se quedará sin sus setenta y dos vírgenes.
Conocía esa teoría religiosa. Mi postura pública, como había negociado con la decana, era que todas las creencias carentes de base científica tienen para mí el mismo sentido. Pero ésta en particular me resultaba curiosa.
—Me parece irracional eso de querer vírgenes. Sin duda, una mujer con experiencia sexual es preferible a una novata —señalé.
Rosie rio y abrió dos cervezas. Luego se quedó mirándome como supuestamente yo no debo de mirar a los demás.
—Increíble. Eres la persona más increíble que he conocido. No sé por qué haces esto, pero gracias.
Entrechocó la botella con la mía y bebió.
Me gustaba que me apreciasen, pero eso era justo lo que me temía cuando había hablado con Claudia. Ahora Rosie me preguntaba por mis motivos. Se había presentado al Proyecto Esposa y muy posiblemente tenía expectativas al respecto. Había llegado el momento de sincerarse.
—Posiblemente creerás que lo hago para iniciar una relación romántica.
—Se me ha pasado por la cabeza —reconoció Rosie.
Suposición confirmada.
—Siento muchísimo haber dado una impresión incorrecta.
—¿Qué quieres decir?
—No estoy interesado en ti como pareja. Tendría que habértelo dicho antes; eres de todo punto inadecuada. —Intenté evaluar su reacción, pero la interpretación de las expresiones faciales no es uno de mis fuertes.
—Bueno, pues te alegrará saber que lo superaré. Creo que tú también eres bastante inadecuado.
Qué alivio. No la había ofendido. Pero quedaba una pregunta sin responder.
—Entonces, ¿por qué te postulaste para el Proyecto Esposa?
Lo de «postularse» era una expresión inexacta, pues Gene no le había pedido que rellenase el cuestionario. No obstante, su respuesta dejó traslucir un nivel aún más grave de incomunicación.
—¿Proyecto Esposa? —repitió, como si jamás hubiese oído hablar del asunto.
—Gene te envió como candidata del Proyecto Esposa. Una corazonada.
—¿Que hizo qué?
—¿No has oído hablar del Proyecto Esposa? —pregunté, intentando establecer el punto de partida correcto.
—No —respondió con el tono que se usa tradicionalmente para dar instrucciones a un niño—. Nunca he oído hablar del Proyecto Esposa, pero estoy a punto. Con todo detalle.
—Por supuesto. Pero deberíamos compaginar la explicación con la ingesta de pizza y el consumo de cerveza.
—Por supuesto.
Le expliqué el Proyecto Esposa en detalle, así como la revisión de Gene y el trabajo de campo con citas incluidas. Terminé cuando nos acabábamos las últimas porciones de pizza. Rosie no había formulado preguntas y se había limitado a exclamaciones del tipo «ostras» y «joder».
—¿Y sigues en ello, en el Proyecto Esposa?
Le comenté que el proyecto seguía técnicamente activo, pero que no progresaba debido a la ausencia de candidatas cualificadas.
—Qué lástima. La mujer perfecta aún no ha fichado.
—Supongo que hay más de una candidata que cumpla los criterios, pero es como encontrar un donante de médula ósea. No hay bastantes inscritos.
—Pues espero que haya bastantes mujeres conscientes de su deber cívico y rellenen la prueba.
Era un comentario interesante. En realidad, yo no lo veía como un deber. En las últimas semanas, al reflexionar sobre el Proyecto Esposa y su nulo éxito, me había entristecido que fueran tantas las mujeres que buscaban pareja y estaban lo bastante desesperadas para inscribirse aunque sus posibilidades de cumplir los requisitos fuesen mínimas.
—Es del todo opcional —le aclaré.
—Qué considerado por tu parte. Y ahora un tema para la reflexión: a ninguna mujer que acepte ese cuestionario le importa que la traten como un objeto. Se podría decir que ellas deciden, pero, si te paras a pensar en cuánto nos fuerza la sociedad a las mujeres para que nos consideremos meros objetos, quizá no opines igual. Lo que me interesa saber es: ¿puedes querer a una mujer que piensa así? ¿Es ésa la clase de esposa que deseas? —Parecía enfadada—. ¿Sabes por qué me visto así? ¿La razón de las gafas? Porque no quiero que me traten como un objeto. Si supieras lo insultante que es para mí que me tomaras por una aspirante, una candidata…
—Entonces, ¿por qué viniste aquel día a verme? El día del Incidente Chaqueta…
Rosie negó con la cabeza.
—¿Recuerdas que en tu casa, en el balcón, te hice una pregunta sobre el tamaño de los testículos?
Asentí.
—¿No te sorprendió que, en una primera cita, te preguntase eso?
—Pues no. En las citas estoy demasiado concentrado en no decir cosas raras yo mismo.
—Vale, ésa te la concedo. —Parecía más calmada—. La pregunta venía de una apuesta con Gene. Gene, que es un puto machista, apostó a que los humanos no son monógamos por naturaleza y que la prueba es el tamaño de sus testículos. Me remitió a un experto en genética para decidir la apuesta.
Tardé un momento en procesar todas las implicaciones de lo que acababa de decirme. Gene no la había preparado para la invitación a cenar. ¡Una mujer, Rosie, había aceptado quedar conmigo sin que mediase previo aviso, sin que hubiese nada establecido! Me abrumó una sensación de satisfacción irracional y desproporcionada. Pero Gene me había engañado. Y al parecer se había aprovechado económicamente de Rosie.
—¿Y perdiste mucho dinero? —quise saber—. Me parece abusivo que un profesor de Psicología se apueste eso con una camarera.
—No soy camarera, joder.
Por el empleo del término obsceno, deduje que volvía a estar enfadada. Pero ella no podía contradecir lo evidente. Entonces caí en el error, que me habría causado problemas si llego a cometerlo en una de mis clases.
—Disculpa: trabajadora del ramo de la hostelería.
—Olvídalo, no es eso. Ése es mi trabajo a tiempo parcial. Estoy haciendo el doctorado en Psicología, ¿vale? En el departamento de Gene. ¿Ahora le ves la lógica al asunto?
¡Por supuesto! De pronto me acordé de dónde la había visto: discutiendo con Gene después de su conferencia. Recordaba que él le había propuesto tomar café, como solía hacer con las mujeres atractivas, y que ella se había negado. Eso me complació, no sé por qué. Pero, de haberla reconocido cuando entró en mi despacho, nos habríamos ahorrado el malentendido. Ahora todo tenía sentido, incluida su actuación como aspirante a la carrera de Medicina. Salvo por dos cosas.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque soy camarera y no me avergüenzo de ello. Soy camarera, lo tomas o lo dejas.
Supuse que hablaba metafóricamente.
—Excelente, eso lo explica casi todo.
—Vale, muy bien. ¿Por qué «casi»? No quiero que tengas la impresión de que has dejado cabos sueltos.
—¿Por qué Gene no me lo dijo?
—Porque es un gilipollas.
—Gene es mi mejor amigo.
—Pues lo siento por ti.
Una vez aclarado el asunto, había llegado el momento de acabar con el proyecto, aunque las posibilidades de encontrar a su padre esa noche parecían escasas. Faltaban catorce candidatos por analizar y sólo nos quedaban tres muestras. Me levanté y fui a la máquina.
—Oye, te lo preguntaré otra vez: ¿por qué haces esto? —me dijo.
Recordé haber reflexionado al respecto y mis conclusiones sobre el desafío científico y el altruismo hacia los humanos más próximos, pero cuando empecé a explicárselo comprendí que no era verdad. Aquella noche habíamos corregido numerosos errores de comunicación y muchas suposiciones inválidas. No debía crear uno más.
—No lo sé —reconocí.
Me volví hacia la máquina y empecé a cargar la muestra. Mi trabajo se vio interrumpido por un súbito ruido de cristales rotos. Rosie había arrojado un matraz, por suerte ninguno que contuviera una muestra, contra la pared.
—Paso. Paso de todo.
Y se marchó.
A la mañana siguiente alguien llamó a la puerta de mi despacho. Rosie.
—Pasa. Supongo que quieres saber los últimos tres resultados.
Se acercó con una lentitud antinatural a mi mesa, donde yo estaba revisando unos datos que potencialmente podrían cambiarme la vida.
—No, supongo que serán negativos. Incluso tú habrías telefoneado si hubiese aparecido un resultado positivo.
—Correcto.
Se quedó de pie y me miró sin decir nada. Soy consciente de que tales silencios me brindan una oportunidad para hablar, pero no se me ocurrió nada útil que decir. Por fin, ella rompió el silencio.
—Oye… perdona por cómo me puse anoche.
—Es muy comprensible. Resulta altamente frustrante trabajar tanto sin obtener resultado alguno, pero es muy habitual en la ciencia. —Recordé que, además de camarera, Rosie tenía una licenciatura científica y añadí—: Como bien sabes.
—Me refería a tu Proyecto Esposa. Creo que es un error, pero no eres tan diferente a otros hombres que conozco en eso de cosificar a las mujeres, sino sólo más sincero. En cualquier caso, has hecho mucho por mí.
—Un error de comunicación. Por fortuna rectificado. Podemos proseguir con el Proyecto Padre sin el aspecto personal.
—No hasta que comprenda por qué lo haces.
De nuevo esa difícil pregunta. Pero Rosie había estado encantada de continuar cuando creía que mi interés era romántico, aun cuando ella no correspondiese a ese interés.
—No ha habido ningún cambio en mis motivos, eran los tuyos lo que me preocupaban —dije con toda sinceridad—. Creía que te interesaba como pareja. Por suerte, esa suposición se basaba en una información falsa.
—¿No tendrías que dedicar el tiempo a tu proyecto de cosificación?
La pregunta resultaba de lo más oportuna. Los datos que observaba en la pantalla indicaban un avance importantísimo.
—Buenas noticias. Tengo una solicitante que cumple todos los requisitos.
—Bien, pues entonces ya no me necesitas.
Aquélla fue una respuesta muy extraña. No había necesitado a Rosie para nada que no fuera su propio proyecto.