18
Envié un mensaje a Gene desde el taxi. Aunque era la 1.08 de la madrugada, se había marchado del baile a la misma hora que yo y tenía un trayecto más largo por delante. «Urgente: correr mañana a las 6». Gene me respondió: «Domingo a las 8. Trae datos de contacto de Bianca». Iba a insistir en quedar antes cuando comprendí que podía aprovechar el tiempo para poner en orden mis ideas.
Parecía evidente que Rosie me había propuesto que mantuviéramos relaciones sexuales. Yo había hecho bien al evitar la situación. Ambos habíamos ingerido una considerable cantidad de champán y el alcohol es célebre por fomentar decisiones imprudentes en materia de sexo. Rosie tenía el ejemplo perfecto. La decisión de su madre, claramente provocada por el alcohol, todavía era para ella motivo de angustia.
Mi propia experiencia sexual era limitada. Gene me había asegurado que lo convencional era esperar a la tercera cita, pero mis relaciones nunca pasaban de la primera. En realidad, técnicamente Rosie y yo sólo nos habíamos citado una vez, la noche del Incidente Chaqueta y la Cena del Balcón.
Nunca había recurrido a los servicios de los burdeles, no por razones morales, sino porque la idea me desagradaba. No era un motivo racional, pero, ya que los beneficios perseguidos eran sólo primarios, con una razón primaria bastaba.
Sin embargo, ahora, al parecer, se me había presentado una oportunidad para lo que Gene denominaba «sexo sin compromiso». Se daban las condiciones requeridas: Rosie y yo habíamos acordado que ninguno de los dos estábamos interesados en una relación romántica y luego ella había indicado que quería acostarse conmigo. ¿Quería yo acostarme con Rosie? No parecía haber una razón lógica para lo contrario, lo que me daba libertad para obedecer los dictados de mis deseos primarios. La respuesta era un sí clarísimo. Una vez tomada esta decisión completamente racional, no pude pensar en otra cosa.
El domingo por la mañana me encontré con Gene en el portal de su casa. Había llevado los datos personales de Bianca y comprobé su nacionalidad: panameña. Se quedó muy satisfecho al respecto.
Gene quería conocer todos los detalles de mi velada con Rosie, pero yo había decidido que era un malgasto de energía explicarlo dos veces: hablaría con él y Claudia al mismo tiempo. Como no tenía nada más que contar y a Gene le costaba correr y hablar a la vez, pasamos los cuarenta y siete minutos siguientes en silencio.
Cuando volvimos a casa de Gene, Claudia y Eugenie estaban desayunando.
—Necesito consejo —declaré, sentándome.
—¿Y no puede esperar? —preguntó Claudia—. Tengo que llevar a Eugenie a equitación y después hemos quedado con unos amigos para almorzar.
—No. Puede que haya cometido un error social. He incumplido una de las reglas de Gene.
—Don, creo que el pájaro panameño ha volado —terció Gene—. Pero te servirá como experiencia.
—La regla se aplica a Rosie, no a Bianca: nunca dejes pasar la oportunidad de acostarte con una mujer menor de treinta años.
—¿Gene te dijo eso? —preguntó Claudia.
Carl había entrado en la habitación y me dispuse a defenderme de su ataque ritual, pero se detuvo y miró a su padre.
—Pensé que debía consultarlo contigo porque eres psicóloga y con Gene por su extensa experiencia práctica.
Gene miró a Claudia, después a Carl.
—En mi disipada juventud; no en la adolescencia. —Se volvió hacia mí—. Creo que esto puede esperar hasta mañana a la hora de almorzar.
—¿Y la opinión de Claudia? —pregunté.
—Estoy segura de que no hay nada que Gene no sepa —repuso ella, levantándose.
Resultó muy alentador, sobre todo viniendo de su mujer.
—¡¿Que dijiste qué?! —exclamó Gene.
Almorzábamos en el club de la universidad, como habíamos programado.
—Dije que ni me había fijado. No quería que creyera que la consideraba un objeto sexual.
—Joder, la única vez que piensas antes de hablar es la única en que no deberías haberlo hecho.
—¿Tendría que haberle dicho que es preciosa? —pregunté, incrédulo.
—¡Un acierto a la primera! —exclamó Gene, pero cometió un error, pues el problema era que no había acertado la primera vez—. Y eso explica el pastel.
Debí de parecer perplejo. Por razones obvias.
—Rosie estaba comiendo pastel de chocolate. En su mesa. Para desayunar —explicó Gene.
Me pareció una elección poco saludable que encajaba con lo de fumar, pero no un indicador de malestar. Gene me aseguró, sin embargo, que Rosie lo hacía para sentirse mejor.
Tras haber proporcionado a Gene la información previa necesaria, pasé a exponerle el problema.
—Estás diciéndome que no es la mujer de tu vida, tu media naranja.
—Del todo inadecuada. Pero resulta muy atractiva; para mantener relaciones sexuales sin compromiso, es la candidata perfecta. Y ella tampoco tiene ningún vínculo emocional conmigo.
—Entonces, ¿a qué vienen tantos nervios? ¿Tienes experiencia sexual?
—Por supuesto. Mi médico está muy a favor.
—La ciencia médica avanza una barbaridad —comentó Gene.
Seguramente bromeaba. Creo que los beneficios de la práctica regular del sexo se conocen desde hace bastante.
—Sólo que añadir una segunda persona lo complica más —detallé.
—Ah, claro, tendría que haberlo supuesto… ¿Por qué no te compras un libro?
La información estaba disponible en internet, pero un breve examen de los resultados de la búsqueda «posiciones sexuales» me convenció de que el libro sería una opción didáctica más relevante sin tanta información superflua.
No resultó difícil dar con un libro adecuado y de vuelta al despacho seleccioné una posición al azar. Se llamaba Postura del Vaquero Inversa (variante 2). Lo intenté. Fácil. Pero, como le había comentado a Gene, el problema era involucrar a una segunda persona. Saqué el esqueleto del armario y me lo coloqué encima, siguiendo el diagrama del libro.
En la universidad existe la regla de que nadie abre una puerta sin llamar primero. Gene la incumple en mi caso, porque somos buenos amigos. No considero a la decana una amiga. Fue un momento violento, sobre todo porque iba acompañada, pero fue culpa suya. Por suerte, no me había desvestido.
—Don, si puedes dejar de reparar ese esqueleto un momento, me gustaría presentarte al doctor Peter Enticott, del Consejo de Investigación Médica. Le he hablado de tu trabajo sobre la cirrosis y quería conocerte, para plantearse un paquete de financiación.
Hizo hincapié en las dos últimas palabras como si yo estuviera tan desvinculado de la política universitaria que hubiese olvidado que la financiación era el centro de su mundo. Hizo bien.
Reconocí a Peter al instante. Era el antiguo candidato a padre que trabajaba en la Universidad de Deakin y había provocado el incidente del robo de la taza. Él también me reconoció.
—Don y yo nos conocemos. Su compañera está planteándose estudiar Medicina y también nos vimos hace poco en una reunión social. —Me guiñó un ojo—. Creo que no pagas bastante a tu personal académico.
Mantuvimos una estupenda conversación sobre mi trabajo con los ratones alcohólicos. Peter se mostró muy interesado y tuve que asegurarle varias veces que yo mismo había diseñado el proyecto y que no necesitábamos financiación externa. La decana me hacía señales con la mano y retorcía la cara; supuse que quería que fingiera que mi estudio requería de fondos para así ella poder desviar el dinero a algún proyecto incapaz de obtener esa financiación por méritos propios. Decidí simular que no la entendía, pero entonces conseguí incrementar la intensidad de sus señales. Sólo después reparé en que me había dejado el libro de las posturas sexuales abierto en el suelo.
Decidí que, para empezar, bastarían diez posiciones. Podía aprender más si el encuentro inicial era un éxito. No me robó mucho tiempo, menos que el chachachá. En términos de recompensa en relación con el esfuerzo, parecía preferible a bailar y estaba deseando ponerlo en práctica.
Fui a visitar a Rosie a su lugar de trabajo. El aula de estudiantes de doctorado es un espacio sin ventanas y con mesas a lo largo de las paredes. Conté ocho alumnos incluidos ella y Stefan, cuya mesa estaba al lado de la de Rosie.
Stefan me dirigió una sonrisa rara. Yo seguía desconfiando de él.
—Sales por todas partes en Facebook, Don. —Se volvió hacia Rosie—. Tendrás que actualizar tu estado en el apartado «Relaciones».
En su pantalla había una espectacular foto de Rosie bailando conmigo, similar a la que el fotógrafo me había dado y que ahora estaba junto al ordenador de mi casa. En ella, yo hacía girar a Rosie y su expresión indicaba una felicidad extrema. Técnicamente no me habían «etiquetado» porque no estaba registrado en Facebook (las redes sociales no me interesan), pero habían añadido nuestros nombres a la foto: «Prof. Don Tillman, de Genética, y Rosie Jarman, estudiante de doctorado, Psicología».
—No me hables de eso —dijo Rosie.
—¿No te gusta la foto? —Me pareció una mala señal.
—Es por Phil. No quiero que la vea.
—¿Crees que tu padre se pasa la vida mirando Facebook? —preguntó Stefan.
—Espera a que llame —replicó ella—. ¿Cuánto gana? ¿Te lo tiras? ¿Cuántos kilos levanta?
—Unas preguntas muy poco habituales de un padre acerca del hombre que sale con su hija —declaró Stefan.
—No salgo con Don. Compartimos un taxi, eso es todo. ¿Verdad, Don?
—Correcto.
—Conque ya puedes meterte esa teoría por donde te quepa. Permanentemente —dijo Rosie a Stefan.
—Tengo que hablar contigo en privado —informé a Rosie.
—No creo que tengamos nada que decirnos en privado —repuso mirándome a los ojos.
Me pareció raro. Pero con seguridad ella y Stefan compartían información como lo hacíamos Gene y yo; a fin de cuentas, Stefan la había acompañado al baile.
—He reconsiderado tu oferta de sexo —le dije.
Stefan se llevó una mano a la boca. Se produjo un largo silencio, calculé que de unos seis segundos.
—Don, era una broma. Una broma —dijo por fin Rosie.
No lo comprendía. Podía entender que hubiese cambiado de idea, quizá mi respuesta al problema de la cosificación sexual había sido fatídica. Pero ¿una broma? Yo no podía ser tan insensible a las señales sociales como para no ver que Rosie bromeaba… Aunque sí, podía serlo. No había detectado otras bromas en el pasado. Con mucha frecuencia. ¡Una broma! Había estado obsesionándome por una broma.
—Ah. ¿Cuándo nos vemos para el otro proyecto?
Rosie miró fijamente su mesa.
—No hay otro proyecto.