32
Al principio Adrián se muestra dubitativo. Trato de separarle los labios con los míos, lucho por derribar sus muros como él ha hecho poco a poco con los míos. Necesito traerlo de vuelta, hacerle ver que estoy dispuesta a intentar algo, sea lo que sea. Ahora mismo no quiero pensar en nada más. Deseo dejar atrás a esa Blanca miedosa, indecisa, amargada, a esa que odia a los otros sin un motivo sólido, pues no todo el mundo es igual y hay personas que realmente merecen una oportunidad.
—Adrián… —jadeo en sus labios.
Mueve la cabeza. Sus dedos aprietan mis brazos y, por un momento, pienso que lo he conseguido y va a concedernos una oportunidad. Sin embargo, me empuja hacia atrás con suavidad y esconde el rostro. Me quedo plantada mirando su cabello oscuro rebelde, intentando comprender qué sucede.
—Lo siento, de verdad. Ya sabes que yo no soy de suplicar, pero ahora estoy dispuesta a hacerlo si con eso me aseguras que no te perderé —murmuro con un hilo de voz. Oh, Dios mío, estoy a punto de echarme a llorar.
—No es eso, Blanca. Es solo que… —Se pasa una mano por el pelo en actitud inquieta. Coge aire y lo suelta detenidamente—. No es momento para hablar. Creo que es mejor que lo dejemos para otro día.
—Pero…
—De verdad. —Casi está rogándomelo.
¿Necesitará tiempo para pensar? ¿Debo dárselo, si es el caso?
—No sé si seré capaz de aguantarme todo lo que llevo dentro. He venido justo ahora porque creía que era el momento indicado. —Se me escapa una risa nerviosa—. Puede que haya visto demasiadas películas de amor con Begoña. Ya sabes, todo eso de la chica o el chico que, en los últimos cinco minutos, busca a la persona que ama, se reconcilian, se besan y viven felices para siempre. —Me echo a reír otra vez.
Adrián no dice nada, tan solo echa vistazos nerviosos al interior del piso. Una idea molesta pasa por mi cabeza.
—Blanca, has hecho bien en venir, en querer solucionar todo. Y te lo agradezco. Pero…
—¿Me dejas entrar? —suelto de repente.
No parece especialmente ilusionado con mi pregunta. Lo cierto es que mi visita intempestiva no lo ha alegrado como yo esperaba. Y, ahora mismo, los motivos por los que creo que se muestra tan inquieto me provocan un pinchazo en el corazón. ¿Está acompañado de otra chica? ¿Quizá aquella con la que cenaba en el restaurante?
—Es tarde y mañana tengo que solucionar unas cosas.
El estómago se me revuelve al confirmarme que estoy en lo cierto. Está pasando el rato con otra mujer. En realidad, no puedo quejarme. No tengo motivos para enfadarme puesto que no somos nada. Sin embargo, mi lado desconfiado, ese que siempre tiene una palabrota en la boca o que odia a casi todos los hombres que me recuerdan a Adrián, me dice que es un cabrón y que se le ha pasado muy pronto lo que sea que sintiera por mí.
—Solo serán diez minutos —insisto. A pesar de todo, quiero comprobar por mí misma que no hay nadie más que él en su casa.
—Blanca…
Y justo en ese momento ambos oímos un ruido que proviene del interior del piso. Mi corazón golpetea en mi pecho con fuerza. Lanzo una mirada a Adrián, quien parece asustado. Doy un paso hacia atrás, sintiéndome confundida y estúpida.
—Yo… —empieza a decir, pero alzo una mano y niego con la cabeza.
—No. Entiendo, de verdad. —Trago saliva y ese regusto amargo de tantas veces vuelve a inundarme—. No estoy enfadada. A ver, es normal. Tú eres un hombre y… No hemos sido pareja nunca. Sé que no tienes que guardarme fidelidad. —Trato de ser lo más comprensiva posible, pero eso no significa que mi estómago no esté dando más vueltas que una montaña rusa.
—No es nada, Blanca. No es lo que piensas. Ven mañana. Hablamos entonces, ¿vale? —Adrián se apoya en el marco de la puerta. Lo veo dispuesto a cerrarla para ocultarme quién está en su casa. Posiblemente sea la chica tatuada, pechugona y bonita. Esa compañera de trabajo que tendrá los mismos gustos y aficiones que él.
—Claro —asiento todavía confusa.
Pero entonces ocurre algo que me deja sin habla. Una voz muy familiar flota por el piso hasta llegar a donde nos encontramos.
—¡Adrián! ¿Dónde guardas el sacacorchos para abrir el vino?
Adrián me lanza una mirada asustada. Veo que la nuez le baila en la garganta, y a mí el corazón se me encoge en el pecho. Me doy la vuelta sin abrir la boca para no armar un jaleo, para no verbalizar los horribles pensamientos que cruzan mi cabeza. No he bajado ni cuatro escalones cuando ya tengo a Adrián cogiéndome del brazo. Lucho por desembarazarme de él y, evidentemente, no lo consigo. Es más fuerte que yo. Siempre lo ha sido. Y yo, ahora mismo, soy débil.
—No es lo que piensas, Blanca —susurra contra mi rostro.
Su acelerada respiración choca contra mi nariz. Cierro los ojos y los aprieto para controlar las lágrimas que pugnan por salir.
—¿Qué hace ella aquí? —pregunto con un hilo de voz, a pesar de que moriré si llego a descubrir la respuesta.
—No saques tus propias conclusiones como siempre. Vuelve mañana cuando estés calmada. —Su voz se ha tornado frágil poco a poco. No entiendo nada.
—¡¿Cómo eres capaz de pedirme algo así cuando esa furcia está en tu casa?! —Los pensamientos oscuros que cruzan mi mente se convierten en palabras—. ¿Tienes algo con ella?
«Blanca, no. Hay secretos que están mucho mejor guardados bajo cientos de candados. Sea lo que sea, no importa. Solo fuisteis un par de amigos que no supieron ser nada más por miedo e incomprensión y que ahora ya no pueden solucionarlo», me digo. Pero como no contesta, la furia habla por mí.
—¡¿Te has acostado con ella?! ¡¿Ibas a hacerlo?! —Y entonces una sombra vela sus ojos y caigo en una espiral de rabia—. ¡¿Te la follaste antes?!
—Blanca, cálmate.
—¡Lo hiciste, joder! —exclamo, perdiendo los papeles.
Lo empujo, pero me empotra en la pared para no permitir que me marche. Su pecho sube y baja, y respira en mi rostro con nerviosismo.
—Vale, has venido para ser sincera conmigo, y también lo seré contigo. Si es cierto que quieres que intentemos algo, entonces debe ser así. Pero esto no tiene que cambiar nada. —Se pasa la lengua por el labio inferior.
—Adrián, no sé si seré capaz de soportar que… —Aunque he sido yo quien ha preguntado, ahora no quiero saber. Me moriré si averiguo la verdad.
—Me acosté con Sonia, sí.
—No, yo… Mientes…
Y me callo. No, no miente. Pero ¡si es la chica que está ahora en su casa con una botella de vino! La misma que me provocó tanto dolor, tantas inseguridades. La misma con la que lo descubrí cuando me rompió el corazón por primera vez. No es tan extraño.
—Blanca… —Me coge de la mano. La tiene fría. Se la miro como si ya no fuera real—. En serio, ella no era nadie para mí. Ni siquiera sé muy bien por qué lo hice. Te habías ido, me sentía solo y cabreado contigo y conmigo mismo. Bebía para olvidarte. Fumaba un montón de porros. Traté de encontrarte en ella y nunca lo conseguí. Ha sido una de las peores cosas que he hecho en mi vida.
Intento tragar saliva, pero la boca se me ha quedado seca por completo. Deslizo los ojos hacia Adrián y lo contemplo atónita.
—¿Te acostaste con ella solo una vez? —inquiero temblorosa. Su mirada me lleva a pensar que no es así.
—Yo… Algún verano, cuando regresé al pueblo, siempre me emborrachaba al recordarte… —Cierra los ojos y coge aire—. Pero hace mucho de eso. La última vez tenía veinte años. Solo era un chico dominado por las hormonas y… No sabía realmente todo lo que Sonia te había hecho porque, de haberlo sabido, jamás me habría acostado con ella.
Me deshago de su apretón de mano con brusquedad. Me observa con la boca abierta. El latido de mi corazón debe de oírse hasta en el otro lado del pueblo.
—Blanca, fue un error. Ya no sé cuántos he cometido. —Se incorpora también y trata de cogerme una vez más, pero me aparto.
—De todas las chicas que había en el mundo, tuviste que acostarte con ella —le escupo, sin poder mirarlo a la cara.
—Por favor, no vuelvas a odiarme. —Me agarra de las mejillas con fuerza. Lo aparto de un manotazo. Muevo la cabeza, incrédula, dolida, traicionada—. No me importaba. Ni siquiera la trataba bien —insiste.
Consigo zafarme de él y bajo unos cuantos escalones más. Me sigue, en un intento por impedir que me marche.
—¿Es que en alguna ocasión has tratado bien a alguna mujer, Adrián? —le espeto con voz amarga sin mirar atrás.
Me atrapa en el rellano. Lucho. No puedo contra él. Al final caigo rendida y levanto la vista para mirarlo. Su rostro se contrae por el dolor. Niega con la cabeza, mueve las manos intentando tocarme. Se lo impido una y otra vez.
—Blanca… Otra vez no, por favor.
—Puede que para ti sea una estupidez, pero para mí es una nueva traición.
—Hace diez años de eso. Repito que no sabía lo que ella te había hecho.
—Pero ahora está en tu casa. ¡Ahora, Adrián! ¡AHORA! —chillo histérica. Abre los ojos como platos, asustado. Advierto en ellos que sabe que está perdiéndome—. ¿Por qué? Vamos a joder a la tonta de Blanca, es lo que más dolor le provocará, ver a su primer amor por segunda vez con una de las tías que destrozó su juventud. Si de verdad sintieras cariño por mí, siquiera un poco, no permitirías que ella entrara en tu piso sabiendo ya lo que me hizo.
—No. ¡No, coño! —exclama, y vuelve a agarrarme la cara. Lo aparto de un manotazo. Me escuecen los ojos. Mi corazón está agrietándose—. ¿Cómo iba a querer joderte? Ya no soy así. Deberías saberlo. Jamás volveré a hacerte daño. Ella está aquí por una razón mucho menos retorcida. Su novio y el novio de mi prima son amigos de toda la vida, así que él, como sorpresa para su aniversario, me pidió que les cantara. Fui a la velada, cumplí con mi cometido, y ella se ha presentado hoy aquí para traerme un regalo de parte de los dos, por el favor que les hice. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que la echara? ¿Crees que no me importa cuánto daño te causó? Claro que sí, pero por diversos motivos no puedo comportarme como un maleducado…
—Eres un puto mentiroso —digo en un susurro, más para mí que para él, aunque sé que lo ha oído.
—¡Joder, Blanca! ¡Deja de llegar a conclusiones precipitadas! ¡No me la he follado desde hace un montón! Ella tiene novio. Y ni siquiera me gusta.
Esas palabras me recuerdan a las que me dedicó a mí el día en que todo acabó. Lo miro con horror.
—Puede parecer una excusa, que pienses que es raro, pero estoy diciéndote la puñetera verdad.
—Y en lugar de venir el novio, que es el que te pidió el favor, se presenta ella, ¿eh? ¡Qué maldita casualidad!
—¡Pues no sé…! ¿Qué esperas que te diga?
—Ella te quería, Adrián, y me hacía la vida imposible también por eso. Cuando las dos discutimos en el bar este verano y tú apareciste te miró con deseo. Y sabiendo cómo es, le importará una mierda su novio.
—No digas tonterías.
—¡No lo son! Deja de inventarte excusas malas, es mucho peor. ¡Ella está aquí porque sigues siendo el mismo: te da igual una que veinte! ¿Si se te hubiese insinuado, no te la habrías tirado otra vez? Insistías en que me fuera para que no la viera… ¡Por algo sería! ¡Lo más seguro es que esté esperándote en bragas!
—No quería que entraras porque sabía que sería doloroso para ti de cualquier forma.
—¡Mientes!
Mi corazón no puede más. Tengo que irme de aquí. Ya. Si no, acabaré gritando, rompiendo cosas o qué sé yo. Bajo el resto de los escalones consciente de que algo en el pecho se me está deshaciendo. Es mi corazón. Me duele. Demasiado. Y me juré que no permitiría que volviera a sucederme. Mucho menos por él. Pero aquí estoy, con las piernas convertidas en gelatina y el pecho a punto de reventar.
Adrián baja conmigo y susurra mi nombre una y otra vez. Me retiene. Luchamos de nuevo. Dos titanes que nunca sabrán cómo amarse sin hacerse daño.
—No puedo tener una relación contigo sabiendo que ella estuvo entre tus brazos. Y que ahora está aquí. Por más que me digas que no ha pasado nada… —Una sensación de asco inunda mi garganta—. Me volvería loca. Y creo que ya lo estoy un poco —le confieso al tiempo que le doy la espalda y trato de mostrarme lo más serena posible. Por dentro, mil voces chillan—. Necesito cuidarme a mí misma.
—Deja que sea yo quien lo haga, Blanca.
Le lanzo una mirada que lo dice todo.
—¡Vete a la mierda! —exclamo, y le cierro la puerta de la calle en las narices.
Sé que voy a llorar. Sé que voy a desmoronarme. Tengo claro que, ahora mismo, no entiendo nada, no sé quién soy, ni quién es Adrián, por qué está ahora con Sonia, por qué hizo lo que hizo, y por qué he insistido en saber. En ocasiones, es mejor ser ciega y sorda. Hay secretos demasiado dolorosos.
Me pregunto qué haré después de haberle ofrecido mi corazón y que me lo haya vuelto a romper. Lo único que sé es que lucharé para recuperarme. No permitiré que un hombre, por mucho que sea mi amor de juventud y a quien nunca he olvidado, me destroce.
Porque, tal como él me dijo, tengo un corazón elástico.