14
De inmediato, Sonia me suelta el pelo. La muy perra seguro que me ha arrancado algún mechón. Trato de mostrarme lo más serena posible. Begoña me lo arregla para que no parezca una demente.
Vale. Ahora sí que estamos todos. Que empiece la fiesta.
Acaba de aparecer Adrián, acompañado de un hombre vestido de cuero y repleto de tatuajes. Imagino que aún conserva esos amigos moteros que tuvo de adolescente. Begoña estira el cuello para descubrir de quién se trata.
—¿Va todo bien? —pregunta de nuevo al ver que nadie responde.
Más silencio. Las buitronas y sus respectivos acompañantes lo miran muy serios. El motero se acerca a ellos con gesto de curiosidad. Entonces el marido de Tamara abre la boca.
—Esta nos ha faltado al respeto. —Me señala.
Adrián dirige su mirada hacia mí y arquea una ceja, como si le sorprendiera que me hubiera enfrentado a ellos. Otro valiente gilipollas.
—Habrá sido un malentendido —dice.
—¿Insinúas que no sabemos diferenciar un malentendido de un insulto? —interviene Sonia.
La odio. Un nuevo recuerdo acude a mí, uno muy doloroso en el que una carta es la protagonista, aunque consigo mantenerlo a raya. Adrián desvía la mirada de mí a ella y le dedica una sonrisa. Se remueve, algo incómoda.
—Claro que no. Pero estoy seguro de que Blanca no ha querido ser irrespetuosa con vosotros.
Sonia se relaja un poco y hasta le pone ojitos. Vaya, Adrián todavía conserva la capacidad de tranquilizarla con tan solo unas palabras. Tamara y su marido me dedican una dura mirada, como insinuando que esto no va a quedar así. El motero hace crujir sus nudillos sin dejar de observar al grupito.
—Vámonos. Esto es una chorrada —murmura Tamara.
Y así se zanja la discusión. Las buitronas se marchan y nos dejan a solas con Adrián y su amigo, quienes nos miran serios. Suelto el aire que he estado reteniendo debido al cabreo. Todavía me duele el cuero cabelludo de los tirones que me ha dado Sonia.
En ese instante Begoña me suelta el brazo y, con todo su desparpajo, pregunta a Adrián:
—¿Y tú quién eres?
Él esboza una sonrisa ladeada y pongo los ojos en blanco. La cabrónida de mi amiga seguro que sabe perfectamente quién es.
—Adrián. —Alarga un brazo para estrechar la mano de Begoña—. Blanca y yo fuimos amigos de críos.
—Vaya. Adrián —repite Bego con un tono que no me gusta nada.
—¿Y tú? —le pregunta él, que ya se ha dado cuenta de algo.
—Begoña.
—Encantado. Este es Raúl. —Señala al motero, quien nos saluda con una sacudida de su cabeza rapada.
—Un placer. —Begoña asiente sin borrar la sonrisa. Y yo ahí, con una falsa en el rostro.
—Pues nosotros ya nos vamos.
Adrián da un paso hacia atrás, pero mi amiga no se da por vencida.
—¿Por qué no os quedáis un poco más y os invitamos a algo?
—Sí, claro. Si no hubieseis aparecido, ahora tendría que buscarme una peluca —comento con ironía.
Con mi ofrecimiento, Adrián parece pensárselo. Ladea el rostro y mira a su amigo, quien dice:
—Yo me marcho ya. Mi mujer me ha prometido una buena noche. —Suelta una carcajada atronadora.
Begoña y Adrián también se ríen, y yo esbozo una sonrisa que me habrá convertido en la niña de El exorcista. Él me lanza otra mirada disimulada. Qué guapo está, por el amor de Dios.
—Nos vemos, tío. Te llamo. —El motero choca una mano con Adrián y, a continuación, se despide de nosotras con una nueva sacudida de la cabeza.
Como Adrián se ha dado la vuelta, a mí la vista se me va a su tremendo culo enfundado en unos vaqueros negros que le quedan como un guante.
—¿Tomamos algo aquí o en otro sitio? —pregunta sacándome de mis pensamientos. Al reparar en el destino de mi mirada, se ríe de manera pilla.
—Pues no sé. Soy una forastera. ¡Decidid vosotros! —exclama mi amiga toda contenta.
—¿Vamos a otro bar menos atestado?
En la calle los tres caminamos en silencio, hasta que Begoña lo rompe:
—Pues muchas gracias, en serio. Aquí a mi amiga le había dado un ataque de valentía —se mofa.
—Ya lo he visto, ya. Un poco más y acaba con el pelo por el suelo.
—No me has dado tiempo a demostrar a esa loca de lo que soy capaz —me defiendo.
Por un momento, estas bromas me recuerdan a las pullas que Adrián me soltaba en nuestra adolescencia y un recuerdo, no uno feo sino uno bonito, acude a mí.
Acabamos en otro garito al lado de los pubes, justo donde no quería ir. Ellos se piden bebidas alcohólicas y yo me decanto por un refresco. Una vez que tenemos nuestros vasos delante, Begoña da una palmada y se frota las manos, sonriente.
—¡Bueno, Adrián! Blanca alguna vez me ha…
La interrumpo con un codazo en el costado. Se queda callada, con los ojos muy abiertos, y después sonríe a Adrián, quien la mira un poco confundido.
—¿Te ha…?
—¿A qué te dedicas? —le pregunta. Vale, esto no está tan mal.
—Compositor.
—¿En serio? ¿De qué?
—Piezas musicales para teatro.
Su respuesta me choca. Y muchísimo. Esperaba que contestara algo como que tiene una banda punk-rock y que intenta hacerse un hueco en el mundo de la música o que, simplemente, trabaja en cualquier otra cosa. Sé que esto puede sonar algo superficial, pero como a él no le entusiasmaba estudiar… Lo cierto es que desde hace muchos años no he buscado información sobre él. Alguna vez estuve tentada de teclear su nombre en Google, pero al final no lo hice.
—¿En serio? ¿Y has participado en alguna obra importante…? —Begoña continúa con su interrogatorio.
—Bueno, hace unos meses se estrenó Bodas de sangre…
—¿La de Federico García Lorca? —Begoña se muestra tan sorprendida o más que yo, aunque por otras razones. A ella le encanta la literatura y el teatro.
—Sí. —Adrián asiente con una sonrisa y se lleva la copa a los labios, dando un buen trago.
—¡¿No me digas que tú eres Adrián Cervera?! —Mi amiga se lleva una mano al pecho como si estuviera dándole un ataque.
—Pues sí, ese soy yo. —Suelta una risita, y los dientes se le clavan en los labios y a mí la piel se me eriza. Me atrae, joder. Y no quiero parecer una quinceañera sobrehormonada.
—¡Por favor, no me lo puedo creer! Pero ¡si la obra fue un exitazo! —Begoña está eufórica—. Intenté comprar entradas y se agotaron rapidísimo.
—La verdad es que fue bastante bien. No me quejo.
—¡Todos los críticos coincidieron en que las piezas musicales eran fantásticas! —exclama mi amiga, aún con la mano en el pecho y moviendo la cabeza, incrédula—. Dios mío, Blanca, deberías habérmelo dicho.
Yo de teatro ni fu ni fa. Las pocas veces que he asistido fue de pequeña, cuando la escuela nos llevaba a ver alguna actuación infantil como actividad extraescolar. Mi vida ahora se reduce a trabajo, más trabajo, salidas nocturnas y sexo deportivo. Y hasta hace nada me sentía satisfecha.
—Qué callado te lo tenías. —Begoña me da una palmada en la espalda que me lanza hacia delante. Pero ¡si yo no tenía ni puñetera idea!
—¿Y estás trabajando ahora en algo?
Aunque es Begoña la que le pregunta, es a mí a quien Adrián observa, con los ojos entrecerrados. Me mantengo recta en mi silla y con la sonrisa intacta.
—En breve estrenaremos La vida es sueño. Es un proyecto diferente, pues los monólogos son cantados. Y, bueno, he participado junto con otro compositor en el libreto.
Begoña se aprieta el corazón como si estuviera muriendo de amor. Me imagino que así es. Es capaz de insinuarle que le regale unas entradas.
—¿Y a qué te dedicas tú? —le pregunta Adrián.
—Soy abogada. Como Blanca, vamos. Aunque no de lo mismo.
—Es curioso. Cuando éramos críos, Blanca quería ser periodista.
—¿En serio? Eso no lo sabía yo. —Begoña se vuelve para mirarme.
—Cuando eres joven no sabes lo que quieres —me defiendo.
—Ya. Y algunos más que otros —dice Adrián observándome fijamente.
Otra pullita. Doy un respingo y me siento muy tiesa, tratando de mantener la dignidad. Begoña nos mira con gesto divertido. La mataré cuando lleguemos a casa. Le dolerá mucho, lo prometo.
—¿Qué instrumentos tocas?
Vale. Cambiar de tema va a ayudarle a que no la torture demasiado. Adrián da otro trago a su bebida y asiente con la cabeza.
—La guitarra y el piano. Y… alguno más.
—Qué maravilla. —Begoña esboza una sonrisa de oreja a oreja—. Seguro que tienes a todas las mujeres loquitas.
Adrián suelta una carcajada que me sacude entera. Ese sonido… Hacía tanto tiempo que no lo oía. Tan puro, tan pegadizo, tan desenvuelto, tan… él.
—No a todas. —Lo ha dicho mirándome.
Casi me dan ganas de reír. Menudo juego se trae. A pesar de todos estos años, sigue gustándole provocarme. Solo que yo ya no reacciono como antes entrándole al trapo.
Begoña nos mira a uno y a otro, y luego da una palmada y se levanta, provocando que me asuste y que casi derrame el refresco por la mesa. Adrián lo atrapa a tiempo y lo coloca bien.
—Voy al baño. Pensad adónde me lleváis a bailar. La peñazo esta no quería. —Se calla de repente y estira el cuello. Adrián y yo nos damos la vuelta y divisamos a una chica de cabello corto, cara preciosa y cuerpo de escándalo. A mi amiga se le van los ojos—. ¿Os habéis fijado en el culo que tiene esa tía?
—No está mal —opina Adrián. Mujeriego, como antes.
—Mi radar de bolleras se ha activado —dice Begoña con alegría.
—Esa chica no es lesbiana. —Pongo los ojos en blanco.
—¿Perdona? ¿Vas a decirme tú, a la que tanto le gusta lo que le cuelga entre las piernas a un tío, si esa preciosidad entiende o no entiende? —Me da un toque en el hombro con el dedo índice—. Sea como sea, saldré de dudas.
Y nos deja solos. Miro a Adrián con disimulo y me fijo en que sigue el movimiento del trasero de mi amiga.
Cuando dirige la vista hacia mí me encuentra con la mejor cara. He de reconocer que su presencia altera mi piel, todo mi cuerpo, y que, aunque quiera, no logro evitarlo. Parece mentira… Adrián no dice nada, tan solo me observa. Y qué narices, aprovecho para hacer lo mismo. Desde aquí puedo oler su colonia, que no es la misma que usaba cuando era un crío y que le regalaba su madre. Esta es mucho más… adictiva. La camiseta azul se le pega al cuerpo, permitiéndome apreciar unos músculos perfectos. Y su cuello. Creo que es el único cuello masculino que me ha gustado. Más bien, que me ha vuelto loca. Sus manos… me traen recuerdos. Esas manos me sacaron suspiros y, por un momento, me sorprendo pensando que me gustaría sentir su roce otra vez. «Mal, muy mal, Blanca. Esta atracción nunca te traerá nada bueno.» Es como un castigo. ¿Cómo es posible que tantos años después Adrián continúe despertando en mí sensaciones que adoro y odio a partes iguales?
—Así que… ¿qué cojones es lo que les has dicho a esos para que estuvieran tan enfadados? —me pregunta de repente.
—Nada demasiado malo. Le dije a Tamara que se había olvidado su inteligencia.
Suelta una carcajada, al tiempo que niega con la cabeza y se frota la frente.
—Tú siempre tan pedante.
—Y luego les solté que eran penosas.
—¿Establecisteis una batalla dialéctica?
—¿Esperabas que me abalanzara sobre ella y la cogiera del pelo?
—Al menos me habría reído.
—Soy una dama, Adrián.
—Una dama tremendamente sensual y buena en la cama.
Arqueo una ceja. Me observa de esa forma en la que jamás me mostraba sus sentimientos. En la mayoría de las ocasiones no pude descifrar qué estaba pensando. Sobre lo que fuera. Mucho menos sobre mí.
—¿Y cómo sabes tú eso? ¿No decías que no nos habíamos acostado?
—Bueno, es que siempre he tenido una imaginación desbordante.
—Apuesto lo que sea a que adivino qué es lo que imaginas —contesto maliciosa.
—Adelante, letrada —dice con los ojos entrecerrados. Y a mí la entrepierna ya me arde.
—Me imaginas con ropa interior sexy, ¿a que sí? —bromeo.
—Frío, frío.
—Piensas en mí desnuda.
—Templado…
Me inclino hacia delante de manera que mis pechos queden apretados. La mirada de Adrián se desliza hasta ellos y sonrío para mis adentros. Todavía conservo algo de poder, no es él el único que domina la situación.
—Piensas en mí desnuda encima de ti.
—Bastante caliente.
—¿Como tú ahora?
—Como yo siempre que te he recordado —murmura con voz ronca al tiempo que se acerca y, por poco, nuestros labios se tocan.
Me pilla desprevenida. ¿Qué quiere decir con eso? ¿Que nunca me ha olvidado?
—Este tonteo que nos llevamos me recuerda a nosotros de adolescentes, Blanca.
—¿En serio? No me acuerdo de que flirteáramos —objeto.
—Quizá no. A lo mejor todo ocurrió demasiado rápido y por eso…
Antes de que Adrián pueda mencionar lo que pasó, Begoña regresa a la mesa con su amistosa sonrisa.
—¡Os lo dije! Esa tía es de las mías. Bueno, ¿y qué? ¿Adónde vamos? Me ha dicho que dentro de un rato se pasará por los pubes.
—Creo que a casa —responde Adrián. Parece enfadado. ¿Qué le pasa ahora?
Begoña compone una mueca de tristeza y niega con la cabeza.
—¡Eh, no! Pero ¡si la noche es joven! Vamos a bailar —se dirige a mí poniendo morros.
—Vámonos tú y yo —contesto.
—¡Venga ya! Pero si nos lo estábamos pasando bien los tres.
—Adrián se ha convertido en un soso —lo reto.
—¿Yo? Qué poco sabes de mí, Blanquita.
El diminutivo hace que lo vea como a aquel adolescente punk y me trae a la memoria más recuerdos. Se inclina hacia atrás en la silla, y se me van los ojos al pan… Menos mal que no las manos a otra cosa. Chica mala, tendrás que ponerte una venda.
—Pues, hala, ahora tenéis la oportunidad de enseñaros todo lo que no sabéis. Los pubes están aquí al lado, ¿no? —Begoña me coge de la mano y tira de mí para levantarme.
—A Adrián la música comercial no le gusta. Es que él tiene gustos más exquisitos —me mofo.
—Por eso no tengo en mi dormitorio un póster de los Backstreet Boys —me ataca. ¡Se acuerda de lo que vio el otro día!
Me levanto con la intención de ir a los pubes para contentar a mi amiga, que la pobre tiene muchas ganas de fiesta después de una semana ajetreada en el despacho.
—¡Vamos a menear el culo! —Begoña lanza un grito de júbilo y me guía hacia la salida. A pesar de su negativa, Adrián nos acompaña con una sonrisa en el rostro.
Unos minutos después estamos en uno de los pubes, más apretados que en un vagón de metro a las ocho de la mañana y con un aroma a humanidad que tira para atrás. Suena música de reguetón y todo eso, como siempre desde tiempos inmemoriales.
—¡Pues no está mal esto! —exclama Begoña emocionada—. ¡Vamos a por unas bebidas!
Otra vez ellos con su alcohol y yo con una botella de agua. Adrián me dedica una mirada burlona.
—¿Te da miedo emborracharte y caer en mis brazos de nuevo? —me espeta al oído para que Bego no lo oiga.
—¿No serías tú, más bien, el que se rendiría a mis encantos como la otra noche?
—No lo dudo.
Lo miro con suspicacia. Begoña no para de estirar el cuello para comprobar si la chica que ha conocido en el bar entra en el pub.
—¡Eh! ¡Esta es genial! —exclama señalando hacia arriba con un dedo. Claro, se encuentra cerca de ese estado en el que hasta las canciones más casposas te parecen maravillosas.
Es Pitbull, cómo no. Parece que en este pueblo es el máximo exponente. Preferiría que pusieran música dance antes que esto. Sin embargo, no solo Begoña está emocionada, sino que a Adrián se le van los pies.
—¡A falta de pan, buenas son tortas! —exclama ella.
Y se agarra como una lapa a la cintura de Adrián. Sonrío para mis adentros. Ver a Adrián bailando es algo nuevo para mí. A veces, cuando escuchaba su música, le daba por pegar saltos o hacer movimientos y gestos raros con el cuerpo, y yo pensaba que se le había ido la olla. Hasta la otra noche, cuando me demostró que es capaz de moverse con sensualidad.
Pero ahora… Ahora está bailando reguetón amarrado a la cintura de Begoña. Estoy segura de que pretende provocar en mí alguna reacción. Lo gracioso es que él no sabe que a mi amiga los rabos le importan un comino.
—¿Quieres unirte? —chilla Bego volviéndose hacia mí.
—¡No, tranquilos! Estoy bien, aquí con mi agua. Dadle, dadle.
Begoña no se queda contenta, no. Me tiene que agregar a la diversión. Me atrapa por la mano y me arrima a ellos, y después también coge a Adrián y nos levanta a ambos los brazos y al final parece que estemos haciendo el corro de la patata. Eso sí, acabo muerta de risa porque a los dos les da por bailar haciendo el tonto. Que si el robot, que si un paso al estilo Fiebre del sábado noche, que si ahora se cogen la nariz y se zambullen, que si la Macarena… La gente de alrededor los mira, pero les da igual. Reconozco que estoy pasándomelo bien y todo.
—¡Eres muy divertido! —exclama Begoña, medio borracha, al oído de Adrián.
Él le sonríe y le dice algo que no consigo entender, a pesar de esforzarme por poner la oreja. Begoña me mira con expresión diabólica.
Al cabo de un rato mi amiga anuncia que se va al cuarto de baño. Me dispongo a seguirla, aunque nosotras no solemos ir juntas a hacer pis, pero quiero contarle una cosa. Tengo que explicarle que la presencia de Adrián me pone las hormonas a mil; a ver qué opina ella de esta atracción que pensé que se había borrado. Sin embargo, cuando estoy a mitad de camino, se da la vuelta y me mira con las manos apoyadas en las caderas.
—¿Adónde vas tú?
—Al baño contigo.
—Pero ¿te estás meando?
—No. —¡Auch! A la próxima tengo que asegurarme de dar la respuesta correcta.
—Pues entonces no hace falta que vengas, que me puedo levantar el vestido yo sola —me dice con su sonrisa de Cruella de Vil.
—No me seas perra.
—Además, cielo mío, mira quién está allí. La del culo maravilloso. —Me señala a la morenita del bar—. No me cortes la diversión.
Antes de que pueda hacer nada, ya está empujando a la gente para que le abra paso. Y de inmediato el pasillo se cierra, dejándome medio atrapada. Cuando me doy la vuelta con disimulo descubro que Adrián está observándome con curiosidad. Y, otra vez, por mi mente pasan un montón de imágenes de la otra noche. Su cuerpo desnudo, la manera en que me tocó, sus labios carnosos sobre los míos. Mientras pienso en todo esto, se acerca. Nos quedamos en silencio unos segundos, hasta que le pregunto:
—¿Has venido mucho por los pubes desde que no nos vemos?
—Tampoco tanto. Sabes que a mí esta música no me va mucho.
—Pues te he visto muy suelto bailando.
—Sé adaptarme a diferentes situaciones. —Duda unos segundos—. ¿Te ha molestado que bailara con ella?
—Adrián… —Sonrío con coquetería—. ¿Por quién me tomas?
—Vaya, entonces mi plan no ha surtido efecto —responde simulando estar triste, con las paletas apoyadas en el labio inferior. Se las observo con gula.
—Si lo que quieres es picarme, necesitas mucho más que bailar pegadito a mi amiga, a la que, como ya te habrás dado cuenta, le gustan las chicas. —Me echo a reír ante su gesto divertido—. No, no ha sido un plan muy astuto, el tuyo.
Se le escapa una carcajada. Da el último trago a su bebida y, como estamos cerca de un rincón, la deja en uno de los estantes de la pared donde hay un montón de copas. Para mi sorpresa, me hace un gesto con el dedo para que me acerque más a él. Arrugo las cejas, sin entender.
En ese momento empieza a sonar La mordidita, una canción de Ricky Martin que la verdad es que me gusta bastante y que me ha ayudado en más de una ocasión a seducir a algún tío. Tiene un ritmo muy pegadizo y sensual. Es una buena excusa para volver a sentirlo cerca porque, la verdad, me apetece. Ni yo misma me creo todo esto. Esta atracción, el deseo incontrolable que Adrián despierta en mí. No obstante, antes de que pueda dar el paso, lo tengo delante. Apoya una mano en la parte baja de mi espalda y con la otra agarra la mía. Me empuja contra su cuerpo y hasta se me escapa una exclamación de sorpresa. Mi vientre se estrella contra el suyo. Vale, no. Como soy más baja que él, en realidad choca contra otra parte.
—¿Qué es lo que te propones? —le pregunto juguetona.
—Bailar. Para eso hemos venido aquí, ¿no? —Me sonríe, y a continuación se clava los dientes en el labio inferior con suavidad—. Bueno, eso y que querías que bailase contigo.
—¿No crees que si quisiera yo misma te lo habría pedido?
Otra carcajada se le escapa. ¿De verdad le resulto tan graciosa? Siempre fue así. Siempre se rio mucho conmigo. Bueno, no sé si conmigo o de mí.
—A lo mejor no me lo pides porque no quieres confirmarme que mi beso te gustó. —Y esto lo ha dicho con su rostro pegado al mío. Mi piel se eriza al contacto de su aliento.
—¿A quién le amarga un dulce, Adrián?
—¿Y no deseas repetirlo? —Me empuja aún más contra él. Ni un milímetro. Me coloca en posición, como si fuéramos a marcarnos unos pasos de salsa—. ¿Bailamos o qué? La canción va a acabarse, y estamos haciendo el tonto.
No me permite añadir nada más porque ya ha empezado a moverme. Me lleva él y, al final, se lo permito. Tampoco es que podamos hacer un baile exitoso porque aquí hay mucha gente, pero me sorprende un montón que Adrián sepa bailar este tipo de música.
Su cuerpo rozándose con el mío es un maldito pecado. Me dejo hacer y lo sigo, y bailamos de manera sensual, con su mano cerca de mi trasero, quemándome a través de la ropa. Sus ojos verdosos se encuentran con los míos y luego descienden hasta mis labios. Los entreabro de forma casi inconsciente.
—¿Te has fijado en la letra de la canción? ¿Dice lo que estoy pensando?
—Dice muchas cosas —contesto con las pupilas fijas en su boca. Me arde el cuerpo. La verdad es que su piel también. Hace demasiado calor aquí dentro.
—Es un poco caliente —continúa con su juego—. Dice algo como que quiere pecar abrazadito hasta el amanecer. Y algo de una fiesta para tu boquita.
Sus manos se deslizan hacia abajo. Me roza el trasero con los dedos. El sexo me palpita bajo el vestido, dentro de las minúsculas bragas de encaje que ahora mismo siento que sobran. Me muero por lanzarme a su boca y pasarme toda la noche enganchada a sus labios. Ansío que me empuje contra una pared de este pub y me bese y me toque, y que nos dé exactamente igual lo que piensen los demás. Deseo enroscarme a su cuerpo y enraizarlo al mío. Sentirlo muy dentro, moviéndose muy lento y luego con rapidez mientras me susurra palabras subidas de tono. Joder, joder… Estoy poniéndome como una moto.
—Espera, espera —musito apartándolo un poco. Me mira confundido—. Es que hace mucho calor.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, sí. Solo quiero agua. Ahora vengo, ¿vale?
—¿Voy a buscártela?
—No, tranquilo.
Me suelto de su agarre y me escabullo entre la gente. La piel de Adrián es una maldita adicción para mí. ¿Qué está pasándome? Con los otros tíos de mi vida por supuesto que me excitaba, pero no de esta forma tan intensa. «Adrián no es cualquier hombre», retumba una voz en mi mente.
En lugar de ir a comprar una botella, me dirijo al baño. Necesito lavarme la cara y echarme agua por la nuca. Y unos cuantos cubitos de hielo en otra parte. Me abro paso entre la multitud y, justo al llegar a los servicios, me doy cuenta de que también necesito hacer pis. Y hay un montón de chicas esperando. Me sitúo al final de la cola, pero cinco minutos después esta no ha avanzado ni un centímetro.
—¿Qué pasa ahí dentro? —pregunto a una.
—Al parecer solo hay dos baños, y uno no funciona y del otro no sale nadie.
—¡Están follando! —exclama alguien.
Suelto un gruñido y me cuelo. Unas cuantas protestan y las calmo diciéndoles que solo voy a lavarme la cara. Mientras me humedezco la nuca, oigo unos gemidos procedentes de uno de los cubículos. Contengo la risa. Joder, qué fiesta tienen montada. Segundos después callan y, al abrirse la puerta, aparece Begoña con el vestido mal puesto y el cabello revuelto. Y, detrás de ella, la morena.
—¡Cochina! —exclamo dándome la vuelta. Al verme, se tapa la boca con una mano como si se avergonzara, aunque está más contenta que unas pascuas.
—¿Te molesta si me voy con ella?
Chasco la lengua. Se supone que venía a visitarme a mí, pero no pienso comportarme como una amiga celosa.
—Anda, ve. Si regresas esta noche, mándame un mensaje y te abriré para que no despiertes a mis padres.
—¡Te quiero! —Me da un abrazo y un beso baboso en la mejilla, y acto seguido sale del baño de la mano de su ligue.
Espero mi turno para entrar en el retrete, y cuando noto que la excitación ha desaparecido vuelvo al pub. Busco a Adrián por todas partes, pero no lo encuentro. ¿Otra vez jugando conmigo como la otra noche? Me quedo unos diez minutos esperándolo, imaginando que me atrapará de la cintura, pero no ocurre nada de eso, claro. ¿Y si se ha ligado a alguna y me ha dejado plantada? No sería raro en él…
Quince minutos después abandono el local con la sensación de que me las ha dado, pero bien. Doblo la esquina y me meto en una solitaria calle. Todo el mundo anda por los pubes. Oigo unos pasos a mi espalda, pero no veo a nadie cuando me doy la vuelta. Un resquicio de temor asoma a mi pecho. ¿Y si las buitronas y sus parejas han estado observándome y quieren vengarse? «Blanca, no seas estúpida, que eso fue de pequeña, ahora ya sois adultos y no…»
No acierto a pensar en nada más porque una mano enorme me tapa la boca desde atrás y en una milésima de segundo me veo empujada contra la pared. Me revuelvo, asustada, y entonces una voz seductora susurra junto a mi oído:
—Deberías tener miedo de andar sola por la noche con ese cuerpo y esas piernas. El lobo podría comerte.
Los labios de Adrián atacan mi boca sin piedad.