29
Desde que Adrián se ha marchado acudo con más frecuencia a la psicóloga. Por eso y porque estoy muy nerviosa por lo del caso. Apenas queda una semana para que tenga lugar la vista. En el trabajo el jefe de equipo me pregunta cómo voy y acabamos discutiendo porque asegura que no me ve al ciento por ciento. Sé que aún está más nervioso por el hecho de que el otro abogado sea un tiburón. Tenemos una reunión para hablar de los nuevos cursos de formación que se nos van a ofrecer, y Marcos se sienta justo enfrente de mí y me lanza algunas miradas gélidas.
En cuanto termina la jornada acudo a la consulta de Emma, quien me espera con su rostro imperturbable.
—No me ha enviado ningún mensaje —le digo nada más dejarme caer en el sillón.
—¿Has probado a hacerlo tú? —me pregunta con voz de sabihonda.
—No tengo su número. No caí en pedírselo y él no me lo dio.
Me mira con una ceja arqueada y anota algo en su libreta. Me explica que encontrarse con los sentimientos de uno mismo no es nada malo y que yo los había estado reprimiendo durante mucho tiempo. Está satisfecha de que su idea de haber ido al pueblo haya salido tan bien.
—¿Y quieres que contacte contigo? —inquiere muy tiesa en su silla.
—Sí.
—¿Por qué, Blanca?
Me quedo callada. Las palabras me queman en la boca. Emma se inclina hacia delante con algo en su rostro que parece el esbozo de una sonrisa.
—No te avergüences de lo que estás sintiendo. No es nada malo. Quisiste convencerte de que no debías tener una relación con Adrián, ni siquiera de amistad, porque lo diseñaste en tu mente como alguien muy cruel y dañino para ti. Y es normal, se trataba de un mecanismo de defensa. Contéstame con sinceridad: ¿crees que es una mala persona?
—No. No lo es.
—Y tú no eres más débil por haberlo perdonado. Has sido capaz de sentir a pesar del daño, y eso dice mucho de ti.
Después me da unos consejos para tranquilizarme acerca de lo del caso. La sesión acaba hablando un poco de mi familia, de que también debo encaminar la relación con ellos y mostrarme más cálida y cercana.
Esa misma noche, cuando estoy preparándome la cena, suena mi móvil. Pienso que es Adrián y doy un brinco, con el corazón a mil por hora. Sin embargo, al mirar la pantalla y descubrir el nombre de mi clienta, los nervios me afloran. ¿Qué querrá ahora?
—¿Blanca? —Su voz suena inquieta.
—Sí, dígame.
—¿Podríamos vernos? —me pide ansiosa. Siempre me tutea.
—¿Ahora? —pregunto confundida.
—Por favor, es urgente.
Me muerdo los labios y asiento. Esto es así, y me debo a mis clientes. Quedamos en la parada de metro de Xàtiva dentro de treinta minutos, pues vive cerca con sus padres. No cojo el coche. Estoy demasiado nerviosa, y eso que conducir siempre me tranquiliza. Llego cinco minutos antes, pero ella ya está allí. Me estrecha la mano y me conduce a una cafetería. La noto alterada, pero no tanto como cuando la acompañan sus padres. Por cierto, ¿dónde se encuentran? Todo esto es muy extraño. Mi clienta no dice nada hasta que tenemos sendas tazas de té delante de nosotras. Me mira fijamente con los ojos muy abiertos. Fue una mujer guapa. En realidad, continúa siéndolo, pero es como si en su cara se reflejara mucho dolor.
—Mis padres y yo hemos discutido —dice de repente, y casi me atraganto con la bebida.
—Lo siento —respondo, sin saber qué va a suceder.
—Estaba harta ya. —Ladea el rostro, seria—. Lo he estado durante mucho tiempo por unas cosas y por otras. No es que sean malos, pero su manera de pensar es egoísta. Sé que lo hacen por mí, y por los niños, pero no es manera de luchar.
—¿Quiere contarme algo? —Me inclino hacia delante, empezando a creer que hay una luz.
—No se meterán más en esto —asegura, y se sonroja—. Debería haberme enfrentado antes a ellos, pero hace mucho que soy débil —reconoce. En cierto modo, siento empatía hacia ella—. Los motivos por los que caí en la droga no importan. Aun así, me gustaría contártelos.
Asiento con la cabeza. Seguramente no aportarán nada al caso, ni siquiera podríamos usarlos ya, pero lo que tengo claro es que quiere que la escuche y voy a hacerlo.
—Tuve un aborto. Ya sé que es algo por lo que pasan muchas mujeres cada día, pero… yo no supe cómo enfrentarme a ello. Además, mi ex marido estaba liado con una compañera suya del trabajo. Tampoco lo culpo, ya que yo era un asco, en el sentido de que mi carácter empeoraba cada vez más. —Toquetea la bolsita de té y coge aire antes de proseguir—. En el círculo en el que mis padres se mueven hay bastante gente que toma drogas. De las exclusivas, eso sí. Y las probé pensando que no pasaría nada. Tenía una depresión horrible y al final parecía que solo la droga me ayudaba. Fui un desastre. Lo descuidé todo. A mi ex marido, a mis hijos, mi hogar… —Se lleva una mano a los ojos y, por un momento, me inquieto pensando que va a echarse a llorar. Se contiene, aunque le tiembla la voz—. Me metí de lleno en ese mundo. Fui demasiado cobarde. Abandoné la persona que era y me convertí en una sombra.
Se calla y el silencio nos envuelve. Nos quedamos así un rato, hasta que consigue recuperar las fuerzas.
—Los quería. Y los quiero. Por eso he hecho todo lo posible por abandonar ese mundo y ser otra vez yo, y poder abrazarlos, escuchar sus risas, formar parte de sus vidas.
—Lo sé —digo únicamente.
—Mi ex marido no es un maltratador. Él es bueno con los niños, aunque tiene miedo de que yo vuelva a hacerles daño. Por eso su abogado y él están luchando. Pero necesito a mis hijos en mi vida.
—Y los tendrá —aseguro, asintiendo con la cabeza.
—Sé que estás haciendo todo lo posible. —Esboza una sonrisa—. No quiero que solicites la exploración de menores. Y sé que lo mejor es la custodia compartida. Los niños nos necesitan a los dos. Su padre ha cuidado de ellos todo el tiempo que yo no lo hice. Por favor, Blanca… —Posa su mano fría sobre la mía—. Haz lo que sea mejor para todos. Confío en ti, en tus decisiones. Cada vez que te he mirado he visto esperanzas en tu cara y, no sé por qué, hay algo en ti que me dice que puedes entenderme. No me has juzgado. Los últimos análisis revelaron que había vuelto a probar las drogas, pero ahora estoy totalmente limpia. De verdad. Me haré otros y podremos aportarlos en la vista. ¿Qué opinas? ¿Lo conseguiremos? Sé lo fuerte que pisa el abogado de mi ex, pero también sé lo que tú luchas. Lo he notado en tu preocupación, en tu manera de trabajar conmigo y de aguantar a mis padres. Por eso quiero hacer algo bien por una vez en mi vida.
De nuevo el silencio nos aborda. Al fin, asiento. Dios, no puedo creer que esto esté pasando. Le digo que todo irá bien, que lo más factible es solicitar una reunión con su ex marido y el abogado y llegar con ellos a un acuerdo. Si lo conseguimos, será todo un logro.
De modo que, a la mañana siguiente, comento al jefe de equipo lo ocurrido y me da unas palmaditas asegurando que sabía que sería capaz de conseguirlo. Para mí, sin embargo, se trata más bien de un milagro. Contacto con el abogado, quien se muestra reticente en un principio y me dice que tengo que esperar a que lo hable con su cliente. A media mañana me llama para concertar una cita esa misma tarde.
Mi clienta y yo acudimos un tanto nerviosas. Ella lo demuestra. Yo no, por supuesto. Pero tengo un miedo atroz a que el otro abogado busque ganar. Al estrechar la mano de su ex marido y contemplar sus ojos tristes me doy cuenta de que él también ha sufrido mucho y, en cierto modo, entiendo que se haya comportado así. La reunión dura bastante. Hay momentos tensos, duros, muchas palabras, muchas dudas, el otro abogado mostrándose evasivo, pero… Lo consigo. El ex marido acepta. Ya no habrá más luchas. Pasaremos de demanda contenciosa a mutuo acuerdo, solicitando la custodia compartida con el régimen de visitas que dictamine el juez.
Una vez en la calle mi clienta me abraza emocionada. Yo también lo estoy, pero le aconsejo que espere a la vista, por si acaso. Cuando lo comento en mi bufete, todos se alegran. Menos Marcos, quien me vuelve a lanzar una mirada mortífera.
Esa noche me sirvo un delicioso vino que estaba guardando para ocasiones especiales. Todavía no hemos ido a la vista, aún no se ha dictado la sentencia, pero tengo el presentimiento de que va a salir bien. Como para confirmármelo, mi móvil vibra cuando estoy quedándome frita en el sofá. Y, al entrar en la aplicación, descubro un número desconocido. Pero su foto… La foto de unos dedos tocando las cuerdas de una guitarra. Incluso con lo pequeña que es la imagen, reconozco esas manos.
Adrián. Ningún texto, solo una nota de audio. Aprieto el play y los acordes de su guitarra inundan el silencio de mi piso. El corazón me da un vuelco y siento una emoción extraña que, desde hace mucho, no experimentaba. Se trata de la canción Kiss From a Rose de Seal. La melodía y la letra son preciosas. Y Adrián, con su toque, con su voz, todavía la hace mejor.
Le escribo, con manos temblorosas, una respuesta:
Por qué no te grabas?
Al enviárselo, me pongo más nerviosa. Espero a que conteste durante más de diez minutos, aunque no parece que lo haya leído. No me puedo creer que, después de todo, esté chateando con él. Y que me sienta como si fuera otra vez una adolescente.
Cuando ya creo que no va a decir nada, el móvil pita. Lo cojo a toda prisa y abro la aplicación para encontrarme con un vídeo. El corazón me palpita con fuerza. Clico y, de súbito, la imagen de Adrián con la guitarra apoyada en las rodillas llena la pantalla. Trago saliva.
—¡Hola, amiga! —exclama medio en broma. Me echo a reír como una tonta. En ese momento alguien le habla y él susurra algo. Cuando vuelve a mirar a la cámara, sonríe—. Es mi compañero de piso. Trabajamos juntos en la obra. Dice que está harto de oírme tocar. —Saca la lengua para burlarse, y con ese gesto rejuvenece diez años y se asemeja más que nunca a aquel chico punk escuálido y malhablado—. Bueno, como me has pedido que me grabe, pues… allá vamos.
Se inclina un poco hacia delante, dispuesto a rasgar las cuerdas. Me bebo su imagen, casi la acaricio. Menuda loca. Me muero por tenerlo aquí. Esto no puede estar pasando. ¿Yo, una ñoña sentimental? Adrián canta con los ojos cerrados, conmovido. «You remain my power, my pleasure, my pain. To me, you’re like a growing addiction that I can deny. Won’t you tell me, is that healthy, baby?» («Continúas siendo mi fuerza, mi placer, mi dolor. Para mí eres como una adicción que crece y no puedo negar. No me dirás que eso es sano, nena»). Es como si me dijera a mí esas palabras. Es tan mágico, tan espectacular… Podría haberse dedicado a cantar y habría llenado estadios.
En cuanto acaba la canción se echa a reír, como avergonzado, y se rasca la nuca. Coge el móvil y lo acerca a su rostro. Tan cerca que puedo acariciar sus largas pestañas.
—Buenas noches, Blanca. Duerme bien. —Me guiña un ojo.
La grabación se detiene y Adrián se queda en una imagen congelada. Miro el móvil durante un buen rato con la boca abierta, miles de aves desplegando sus alas en mi estómago y el corazón a mil por hora.
Dios… No sé qué ha sido eso. No sé qué estamos haciendo ni por qué todo parece tan sencillo después de todo. Pero es tan jodidamente bueno…
La semana siguiente acudo al juzgado con ilusión y nervios a partes iguales en el estómago. Exponemos lo que hemos decidido. Mi clienta y su ex marido se lanzan varias miradas e, incluso, en una de ellas se sonríen. Ese gesto me hace creer que hay que dar segundas oportunidades y perdonar. Me despido del abogado contrario, pero ni siquiera me mira. Supongo que él no ve esto como una victoria.
En el despacho todos se contagian de mi alegría. La sentencia llegará dentro de unos meses, pero el jefe de equipo está segurísimo de que el juez otorgará la custodia a ambos y habrá un final feliz. Además, uno de mis compañeros ha ganado un caso por el que también luchaba hace tiempo y todos estamos contentísimos. Por ello, nuestro jefe decide celebrar una fiesta. Se proponen varias fechas para elegir una que nos venga bien a todos y, al final, optamos por el último sábado de octubre.
La vida continúa, avanzando hacia la mitad del mes. Adrián me ha enviado más mensajes. Todos bastante normales, a decir verdad, pero a mí me emocionan y me convierten en una tonta que ríe cada vez que recibe uno. Emma asegura que estoy avanzando mucho y que, de esta forma, mi relación con los hombres, y en general con las personas, cambiará.
Sebas y yo estamos haciéndonos buenos amigos. De vez en cuando, si el trabajo me lo permite, quedamos y nos tomamos un refresco, un café o un té. Me explica que su ex, en las últimas semanas, está rara, que le envía mensajes en los que le dice que lo echa de menos. Me pide consejo y yo, que nunca he creído en el amor, lo animo a que le prepare una cita espectacular.
Justo a la semana siguiente me llama para comunicarme que fueron al cine y que se besaron al terminar la película. Piensa que puede existir otra oportunidad para los dos. Me propone quedar y le pregunto si podría venir una amiga.
Begoña ha flipado cada vez que le he hablado de Sebas. Está encantada con que, por fin, tenga un amigo de sexo masculino. Respecto al tema de Adrián… con eso todavía alucina aún más.
De modo que la noche anterior a la cena del bufete, Begoña, Sebas y yo salimos. Cómo no, a Miss Sushi. Nosotras somos clientes fieles. Sebas comenta que es un restaurante demasiado femenino, todo tan rosa, con «espejitos mágicos» y pijerías por todas partes. Sin embargo, cuando nos traen la comida se muestra de lo más feliz.
—¿Ha habido algún avance más? —le pregunto mientras damos buena cuenta de unos makis magníficos.
—Ayer tomamos juntos un café. Paseamos por el Turia y… joder, me abrazó. Me dijo que me echaba muchísimo de menos. No sé si debo hacerme ilusiones. Las mujeres cambiáis de opinión como de bragas —dice con una sonrisa maquiavélica.
—¡Oye! —se queja Bego apuntándolo con los palillos—. Serán las tías que tú conoces. Yo soy la mujer más sensata del universo.
Se me escapa una risa y a punto está de salírseme la bebida por la nariz.
—Por cierto… —Sebas se dirige a ella, aún sonriendo—. Dicen que todos somos bisexuales.
—¿Perdona? —Begoña abre mucho los ojos y me echo a reír de nuevo. Qué bien sientan estas salidas—. Esa leyenda urbana conmigo no tiene ningún sentido, cariño. A mí me gustan tanto las mujeres como a ti.
—¿Y no has tenido ninguna relación con un hombre? —quiere saber él.
—Cuando era una cría, sí. Me lié con un compañero de clase. —Begoña me arrebata el último maki Dragón y gruño—. No sé si fue por lo mal que me besó que les hice la cruz a todos los tíos.
Reímos a carcajadas, tan fuerte que la mesa de al lado, integrada por un montón de jovencitas, se contagia.
—¿Y tú qué? —Begoña ladea el cuerpo hacia mí y me mira con ojos brillantes—. ¿Tenemos más mensajes del punk?
—Que ya no lo es —respondo con fingida molestia. Sonrío en mi interior.
—Pues qué quieres que te diga, prefiero pensar en él como una estrella punk.
—A mí me gusta bastante esa música. Y el rock —apunta Sebas, tratando de comer con los palillos. Se le da tan mal como a mí—. Que te explique Blanca lo que ocurrió la primera noche que quedamos —dice con una sonrisa.
—¿Qué, qué? —Bego se emociona.
—Puse la radio y empezaron a sonar los Ramones. Casi me da algo —cuento divertida.
—Nuestra amiga es una loca, ¿eh? —Begoña y Sebas se carcajean.
—No nos hemos llamado, pero sí nos hemos enviado algún mensaje más —les comunico, y me coloco el flequillo tras la oreja—. Me hace ilusión. —Me encojo de hombros, algo avergonzada. No puedo creer que estemos manteniendo esta conversación.
—¿Y qué te cuenta en ellos? —Bego se muestra de lo más curiosa.
—Nada, cosas sobre el trabajo, sobre Madrid.
—¿No te dice guarradas? —Sebas me sonríe.
—Charlamos como amigos.
—Hombre, después de todo lo que han folleteado, ya era hora de que avanzaran a algo más. —Begoña alza la mano para llamar al camarero y pedirle los postres—. Aunque estoy segura de que se le caen las bragas cada vez que oye sonar el móvil.
Le lanzo mi servilleta, que cae en la copa de su cóctel. Justo en ese momento mi teléfono avisa de que he recibido un mensaje. Tanto Sebas como Bego se quedan callados, observándome expectantes. Chasco la lengua, aunque con una sonrisa, y saco el aparato. Es Adrián. Esto es increíble, de verdad. Lo es que se me acelere el pulso por un simple mensaje. Adolescente total.
Cómo va la noche, Blanca? La mía de cañas y tapeo por Madrid. Hemos salido para celebrar lo bien que está yendo la obra. La próxima semana finaliza, pero hemos conseguido abarrotar el teatro en cada función
Debajo ha incluido una foto en la que aparecen unas cuantas personas alzando sus jarras de cerveza. Se me escapa una carcajada. Begoña me mira mordiéndose el labio inferior, aguantándose la risa.
—Oye, ya basta —me quejo.
—Hija mía, es que es la primera vez que te veo tan emocionada. Me dicen que tienes quince años y que estás escribiéndote con el chico más popular del instituto, y me lo creo —se mofa, la muy cabrónida.
Les pido que se pongan en posición para hacer una foto. Los tres nos hacemos una selfie, sonrientes ante la cámara. Se lo envío a Adrián. Me quedo esperando la respuesta, aunque ya no recibo ninguna más mientras estamos en el restaurante. Begoña propina codazos disimulados a Sebas al darse cuenta de que no dejo de dirigir miradas al móvil.
Finiquitamos la noche en casa de Begoña. Sebas y ella se toman unos gin-tonics, pero me niego a acompañarlos porque no quiero tener resaca mañana.
La tarde siguiente me la paso sacando ropa y calzado del armario. Estoy tremendamente nerviosa. Tengo el presentimiento de que el jefe de equipo va a decir algo sobre mí. Puede que me proponga dar un paso más en el bufete. Hace unos meses dudaba, pero tras el último caso me siento preparada. Y encima los otros también están yendo bien.
Me pongo una falda negra de tubo hasta las rodillas y una blusa rosa palo a conjunto con unos tacones. Encima me coloco un blazer del color de la falda. Me aliso el pelo, que ya me llega por debajo de los hombros, y me aplico un poco de maquillaje bastante natural. Me observo en el espejo. Como diría Bego: elegante y guapa, ¿qué más se puede pedir?
Decido ir en taxi por si me tomo alguna cerveza. Por el camino llamo a mi madre para comunicarle que el caso fue mejor de lo que esperábamos. Ella se enrolla, como siempre. Me cuenta cosas de gente del pueblo que no me interesan en absoluto. Pero es diferente. Antes habría ardido en deseos de colgar al segundo. En cambio, hoy me siento tranquila escuchando su voz.
Cuando llego al Barceló, el hotel donde nuestro jefe ha decidido celebrar la cena, tan solo hay un puñado de compañeros que han sido más puntuales que yo. Esperamos al resto fuera de la sala tomando una caña y picoteando. Sandra llega poco después y me da dos besos con una sonrisa.
—¡Qué mona va esta chica siempre! —exclama, imitando a uno de los personajes de la serie Aquí no hay quien viva, si no recuerdo mal.
—Y tú, y tú. —Ella lleva un pantalón suelto de color negro y una blusa de tirantes blanca. Sencilla, pero elegante.
Al cabo de cinco minutos nuestro jefe hace acto de presencia y nos encaminamos a la sala. Echo un vistazo disimulado alrededor. Marcos no está. Qué raro. Sin embargo, nada más tomar asiento lo veo entrar por la puerta. Tiene los ojos rojos y aspecto irritado. Puedo distinguir a la perfección si una persona ha bebido. Y él lo ha hecho. Durante la cena se traga una cerveza tras otra, y hasta las mezcla con copas de vino blanco. Eso va a subirle mucho. Me daría completamente igual si no fuera porque no aparta los ojos de mí. Y su mirada no me gusta ni un pelo. Está cargada de rabia. Pero ¿qué le he hecho?
A mitad de la cena el jefe nos comenta que las tres próximas semanas de noviembre estará fuera y que cuidemos bien de todo. Sonreímos. Sandra y yo charlamos de trabajo, pero luego pasa a hablarme de su familia, de su marido, y me muestra fotos recientes de sus hijos. La pequeña tiene cuatro años y el mayor, ocho. Son monísimos. Me sorprendo descubriendo que empiezan a gustarme los niños.
—Me parece genial que hayas conseguido solucionar el caso de tu última clienta. Al fin y al cabo, las mujeres debemos ayudarnos, ¿no? —me dice con una sonrisa.
—Es una buena mujer —coincido.
En los postres, y tras traernos unas botellas de cava, el jefe se levanta para dar un discurso. Me pongo nerviosa. Primero felicita al otro compañero y todos aplaudimos con ganas. El ambiente de este despacho siempre ha sido estupendo. Luego dirige la vista hacia mí, y siento un retortijón en el estómago. Todas las miradas se clavan en mi rostro y, por unos instantes, recuerdo aquellas veces en el instituto en las que los profesores alababan mis trabajos y después los compañeros se burlaban. Me digo que ahora soy una adulta, que hasta conseguí enfrentarme a las buitronas.
—También quiero felicitar a Blanca. Hemos pasado unas semanas complicadas y sé que ha sido duro para ella. Pero ¡lo hemos conseguido! Aún a falta de la sentencia, tengo claro que será estupenda —dice con entusiasmo. Mueve el cuerpo a un lado y a otro, abarcando a todos—. Blanca es una de las abogadas más jóvenes de nuestro bufete, pero siempre ha mostrado tenacidad, ambición y seguridad. Creo que son las facultades perfectas en nuestra profesión. —Todos asienten. Todos menos Marcos, quien continúa observándome con los ojos entrecerrados y muy serio. Me encojo en el asiento—. Sé reconocer a un profesional y, por eso, Blanca…
De repente suenan unos aplausos que cortan a mi jefe. Reina el silencio en la sala, a excepción de las palmas. Me vuelvo en la dirección de la que provienen y descubro a Marcos con una sonrisa burlona. Para mi sorpresa, se levanta con la copa de cava en la mano. Va muy borracho y me acojono. Por el amor de Dios, ¿qué va a hacer?
—Tenéis razón —dice con la voz gangosa. Todos lo observan confundidos y silenciosos—. Blanca es una maravillosa profesional. —Dirige su mirada hacia mí y alza la copa. Se la bebe de un trago y la deja en la mesa con ira—. Siempre queriendo ayudar a los demás, trabajando duro, luchando por las causas perdidas… —Se echa a reír. Mi jefe lo observa con una ceja arqueada y después se vuelve hacia mí, interrogándome con la mirada—. Hay que ver, Blanca, qué fantástica eres y qué buena abogada. Tan profesional que no te importa una mierda saltarte las normas de la empresa.
La respiración se me corta. Joder, no. ¿Está insinuando lo que…? ¿Cómo es capaz de hacerme algo así? De repente, noto un montón de miradas sobre mí. Oigo cuchichear a mis compañeros. Nuestro jefe me mira con expresión indescifrable. Trago saliva, sin saber muy bien qué hacer. La mente se me colapsa de pensamientos, de viejos recuerdos. Por un momento creo estar en una clase del instituto.
—Marcos, ¿sucede algo? —insiste el jefe.
Sandra, a mi lado, me pregunta al oído qué es lo que ocurre. Agacho la cabeza y la muevo, confundida. Me entran náuseas.
—Más vale que se lo explique Blanca.
De nuevo, nuestro jefe ladea el rostro hacia mí. Siento que no puedo respirar. Me mareo. Miradas curiosas y hambrientas. Esto no puede estar pasándome. Me levanto con la respiración agitada. Sé que el jefe me formula una pregunta, pero no acierto a responderle. Todo da vueltas.
—Lo siento. Yo… No me encuentro muy bien —me disculpo. Y salgo de la sala dejando atrás a todas esas personas que me parecen lobos y que no cesan de cuchichear.
Saúl me detiene antes de que pueda abandonar el hotel. Intento sostenerle la mirada, pero me resulta muy difícil.
—No sé qué ha sucedido ahí dentro, Blanca, pero si es lo que pienso, debemos hablarlo.
—Lo sé, perdone. Es que, ahora mismo…
—No, ya sé que ahora no. Debería ser cuanto antes, pero me marcho el lunes y no quiero dejar esto en manos de nuestros superiores. Eres una de mis mejores abogadas y prefiero hablarlo contigo cara a cara.
—Estoy de acuerdo —murmuro avergonzada.
—Cuando vuelva, charlaremos. —Me dirige una dura mirada y busco aire porque me falta—. Ahora vete a casa y descansa.
No puedo explicar cómo llego al piso. Sé que he parado un taxi, que he roto a llorar y que el taxista me echaba miraditas por el espejo retrovisor. Cuando me tiro en la cama soy consciente de todos los errores que he cometido en la vida. Su peso cae sobre mí con demasiada fuerza.
Lloro hasta quedar exhausta, sin entender muy bien lo que ha ocurrido en la cena, sin llegar a comprender por qué Marcos ha actuado de ese modo. ¿Tan mala soy? ¿Me lo tengo merecido? De madrugada alcanzo el móvil al ver que una luz parpadea. Descubro que he recibido un mensaje de Adrián en el que me pregunta cómo estoy.
Un horrible temor se apodera de mi pecho. Me duele. La cabeza continúa dándome vueltas. Todo me parece irreal. Un retorno al pasado, cuando vivía bajo el peso del miedo.
No contesto a Adrián. No soy la persona que él piensa, y eso me avergüenza.