19
La llamada a Nieves no resulta nada cómoda, aunque he de reconocer que la abogada trata de mostrarse de lo más comprensiva y, ante mis muestras de intranquilidad —no debería darlas, ya que procuro ser siempre muy profesional—, me asegura que esto no la coge por sorpresa. En todo el tiempo en el que ha trabajado con la clienta, no se han entendido. O, más bien, ella está segura de que quienes no están satisfechos son los padres de ella, que son los que pagan. No me dice nada más, pues tampoco sería ético, pero sí me pide que tenga paciencia con este caso. Además, el abogado del marido trabaja en uno de esos bufetes enormes y poderosos donde todos son unos tiburones de tomo y lomo.
La informo de que mañana le enviaré un fax solicitándole la venia y Nieves me promete que me pasará toda la documentación existente lo antes posible. Prefiere hacerlo en persona, por lo que quedamos también para el lunes, que es cuando iré a la ciudad.
En cuanto colgamos se me escapa un suspiro y me quedo sentada en la cama con cientos de martillos en la cabeza. Bueno, esto era lo que yo quería, para lo que luché tanto: casos complicados con los que mejorar en mi profesión. Sé que, una vez terminado, si todo sale bien, mi jefe estará muy contento conmigo. Siempre he sido ambiciosa y, además, es lo mejor para alcanzar el nivel de vida al que aspiro. Puede sonar superficial, pero ya pasé bastantes penurias de pequeña y durante mi época de estudios. Ahora mismo no sabría vivir sin mi ropa y mi calzado de marca y sin mis caprichos.
Al cabo de un rato de estar sentada en la cama meditando, mi madre llama a la puerta. No espera a que le dé permiso para entrar, sino que abre con ímpetu y me dedica una mirada cargada de preocupación.
—Has entrado en tu cuarto como si te persiguiera el diablo. ¿Tan enfadada estás? Siento si he dicho algo que no debía.
Una de las mejores virtudes de mi madre es la capacidad que tiene para pedir perdón, y encima siempre lo hace de manera sincera. Con lo complicado que me resulta a mí. Si es que ya lo decía Alaska: «Qué difícil es pedir perdón. Ni tú ni nadie, nadie, puede cambiarme».
—No es eso, mamá. —Le regalo una sonrisa para que se desprenda de esa cara de susto—. Me han llamado del despacho. He de hacerme cargo de un asunto. —Me doy unas palmadas en los muslos—. Así que tendré que regresar a Valencia antes de lo previsto.
—¿Por qué? ¡Si estás de vacaciones! —se queja acercándose a la cama y tomando asiento.
—Esto es así. Cuando se trata de un caso importante, ni vacaciones ni leches.
Arquea una ceja y arruga la nariz, molesta por mi palabrota.
—Pues fíjate tú que uno de los sobrinos de Carmen… ¿Te acuerdas de Carmen, la que tiene la tienda de ropa en la plaza? —Se me queda mirando y niego con la cabeza—. Bueno, da igual. Que ese chico también trabaja de abogado, y se coge sus vacaciones como todo el mundo y vive la mar de bien.
—¿Y cuántos años tiene? —le pregunto con picardía.
—Creo que tendrá cuarenta… o quizá más.
—Con eso me lo dices todo. Ese señor a lo mejor hasta posee su propio despacho o está asociado a otro.
—¿Y qué? —continúa ella, sin entender.
—Pues que yo aún soy joven y debo escalar mucho. Y, para eso, debo trabajar todo lo que pueda, mamá —le explico con toda mi paciencia. Así voy practicando para el caso.
Niega con la cabeza, como si no estuviera convencida.
—Además, vacaciones continúo teniendo. Me pondré al día desde mi casa. Lo que ocurre es que deberé ir al despacho algunos días.
—Eso no es tener vacaciones —dice disgustada—. Trabajas demasiado, Blanca, y eres muy joven para eso. Mira tu padre, lo mucho que trabajaba también, los disgustos que se llevaba y después…
Chasco la lengua. No me gusta que me hable de esa época. Yo era muy pequeña entonces, pero a partir de ahí llegaron todos los problemas. No es que mi padre tuviera la culpa, claro, pero todos pensamos, él también, que su enfermedad nerviosa le sobrevino a causa del estrés. Estuvo mucho tiempo sin poder trabajar, al menos durante todos mis años de niña, hasta que cuando alcancé la adolescencia mejoró y decidió limitarse a dar clases de matemáticas. Mi madre trabajaba muchas horas en lo que le saliera: limpiando casas, cuidando niños o ancianos…
—En esta familia todos sois fuertes. Habéis salido adelante siempre, ¿no? —le recuerdo con una sonrisa—. Pues yo igual. Y no olvidemos que hay gente que está peor.
—Sí, eso sí, Blanca. Ni más ni menos la tía Nati, que la pobre tuvo que tirar adelante sola con una criatura.
¡Eh, eh! Eso sí que no. Le tengo que callar la boca para que no empecemos a hablar del mismo de siempre.
—Quiero que hagas una coca antes de irme —le suelto; es lo único que se me ocurre, pero seguro que enseguida se centra en eso.
—¡Pues claro que sí, cariño! —Da una palmada de la alegría—. ¿Sabes? Estaba acostumbrándome a tenerte aquí otra vez.
—Te prometo que vendré más a menudo. —La miro a los ojos para que se dé cuenta de que voy en serio.
—¿De verdad? —pregunta como si no lo creyera, escrutándome.
Me inclino hacia delante, dispuesta a darle un abrazo. Se muestra sorprendida, pero de inmediato me recibe con todo su amor. Me pongo un poco tensa entre sus brazos y pienso que Sheldon Cooper, el maniático de la serie The Big Bang Theory, a mi lado es una persona completamente normal.
—¿Cuándo te vas? —me pregunta en cuanto nos separamos.
—Este fin de semana todavía dormiré aquí —le contesto con una sonrisa.
—Entonces salgamos toda la familia a cenar —dice ilusionada.
—Invito yo —me ofrezco.
—¡No, Blanca!
—Sabes que puedo permitírmelo.
Discutimos un rato acerca de quién pagará la cuenta, y esta vez gano yo. Mi madre propone ir al bar de siempre, pero le digo que me encantaría llevarlos a un lugar más moderno y bonito. Acepta encantada y se marcha a su dormitorio murmurando que necesitará muchos días para encontrar una ropa adecuada.
Al día siguiente, bien temprano, me pongo a redactar la venia. En realidad, esta parte es la menos complicada. El escrito es muy sencillo. Se la hago llegar a la abogada una vez terminada y recibo la respuesta unas horas después. También aviso al procurador y comunico a Saúl, mediante un correo electrónico, que todo ha ido bien.
En ese momento me doy cuenta de que he recibido uno de Begoña. No especifica «asunto». A saber lo que querrá, porque además me lo envía desde su correo personal, uno que se hizo hace un montón de años y que solo usa para enseñarme chorradas.
De: begoñasiempreestadecoña@terra.com
Para: blancaeternalflame@hotmail.com
Asunto:
¡Hola, mi cariñín!
Anoche estaba aburrida y estresada en casa después de trabajar en un caso que es un auténtico coñazo… Mis clientes son un matrimonio. Ella es encantadora… Creo que es homo y aún no lo sabe. En fin, que me puse a escuchar música, y en esas que YouTube me iba aconsejando temas, como suele hacer, y me mostró lo nuevo de 30 Seconds to Mars. Caí en la cuenta de que…
¡ME RECUERDA UN POCO A ADRIÁN!
Mira, mira, te paso unas fotos.
Besotes.
Suelto un bufido. ¿Por qué habrá tenido que escribir esa estupidez… y encima en mayúsculas? Como siempre, caigo cual tonta y descargo las fotos. En ellas sale Jared Leto, el cantante de 30 Seconds to Mars, en todo su esplendor, con tan solo sus tatuajes como ropa y una toalla.
De inmediato me pongo a teclear como una loca.
De: blancaeternalflame@hotmail.com
Para: begoñasiempreestadecoña@terra.com
Asunto: ¿Te estás pasando al lado oscuro?
Pero, a ver, bonita, ¿eres realmente lesbiana o llevas tropecientos años engañándome?
De todos modos, creo que esto lo has hecho más bien para tocarme la moral, por no decir otras cosas, sobre quien ya sabemos. Que sepas que me gusta cómo canta Jared Leto, pero no como tío. No es que no esté bien… aunque no es mi tipo. Sabes que odio los tatuajes.
No han transcurrido ni diez minutos cuando recibo su respuesta. ¿Qué pasa? ¿Acaso tiene este correo abierto en el trabajo o qué?
De: begoñasiempreestadecoña@terra.com
Para: blancaeternalflame@hotmail.com
Asunto: La que está en el lado oscuro eres tú
Hasta yo puedo ver el atractivo de este tío. No sé qué es, pero algo está ocurriéndote. Y sí, tiene un nombre que ya sabemos. Estoy esperando a que me digas que has vuelto a acostarte con él. Si la respuesta es afirmativa, me tomaré unas cañas a tu salud.
Ya que Jared Leto no te satisface, te envío otro tío que seguro que sí. No me digas que este no se parece a… Llamémosle El Innombrable. ¡Si hasta se ríe con los dientes apoyados en los labios! Me fijé en que tu amiguito lo hacía…
No me has enviado ningún beso; aun así, vuelvo a mandarte uno bien grande.
Bego.
Frunzo el ceño, sin saber a lo que atenerme. Una vez más caigo en su juego y descargo las imágenes. No sé quién es el tío de la foto, pero la verdad es que guarda cierto parecido con Adrián.
Me levanto de la cama y me acerco al armario, adonde lancé de cualquier manera la ropa que me prestó. Sin ser demasiado consciente de lo que estoy haciendo la cojo y la miro. Me la llevo a la nariz. Huele a él. También a mí. Como si quemara, la dejo donde estaba y cierro la puerta de golpe.
En ese instante mi móvil pita y veo un whatsapp de Begoña.
Sé que has leído el correo… He dado en el clavo, a que sí? Para tu información, ese chico se llama Shia LaBeouf. Es uno de los actores más famosos del momento. También ha participado en el videoclip de una cantante llamada Sia. Búscalo… Te gustará
Me niego a contestarle. Es una amiga excelente, pero a veces le gusta chincharme. Me doy la vuelta hacia el ordenador, recordando lo que me ha dicho. Un videoclip…
Por suerte, mi madre me salva chillándome desde el pasillo que ha encontrado la ropa perfecta.
El viernes por la noche, justo cinco minutos antes de salir de casa, mamá se pone a berrear a Javi porque, según ella, se ha vestido para ir a cenar con una camiseta horrible y unos vaqueros rotos.
—¡Cámbiate ahora mismo! —le grita.
Mi padre los observa comiéndose unos cacahuetes, para hacer tiempo. He reservado a las diez y está acostumbrado a cenar más temprano.
—¿Y por qué tengo que cambiarme yo? ¡Blanqui va como le da la gana! —Me señala con la mano abierta.
Me indigno. Echo un vistazo a mi vestido de Dolce & Gabanna y mis maravillosos zapatos, de lo más glamurosos y bonitos. ¿Qué sabrá de moda el niñato este?
—A esto se le llama elegancia, hermanito. Imagino que esa palabra no te la enseñaron en la escuela.
Javi se dispone a replicarme, pero mi madre suelta otro berrido, ahora a los dos, que nos deja patidifusos. Como buena poseedora de los genes de Hulk, logra que mi hermano se ponga unos pantalones negros sin rotos y una camisa que le compró para una boda.
En el ascensor nos encontramos a una vecina que no reconozco y que nos mira de arriba abajo.
—María, qué guapa te veo esta noche —le dice a mi madre.
—Mi hija, que nos va a invitar a cenar —contesta ella con un orgullo que no le cabe en el pecho.
Un día le contará a todo el mundo lo que hacemos mientras estamos en el baño o cualquier cosa peor. Ya ves tú, ¿qué le importará a esa mujer si vamos a un restaurante o dejamos de ir?
Entramos en mi coche entre risas y preguntas de Javi, quien quiere saber adónde vamos. He reservado mesa en uno de los mejores restaurantes del pueblo. Se encuentra situado justo un poco antes de subir a la montaña, con unas vistas preciosas, y es lo bastante bonito para que mi familia recuerde esta noche durante toda la vida.
Mi padre suelta un silbido al llegar y a mi hermano casi se le salen los ojos de las cuencas. Lo más lujoso que ha pisado Javi es un Foster’s Hollywood.
—Qué vergüenza, Blanca. Nosotros nunca hemos estado aquí —empieza mi madre con su discurso de siempre cuando algo va a resultar muy caro. La cosa es que hoy pago yo y debería importarle un comino.
—Pues para todo hay una primera vez —le respondo con una sonrisa.
Detesto que se rebaje por su condición económica. Mis padres tienen los mismos modales, si no mejores, que cualquier persona con pasta. Y en estos años he conocido a muchas con millones y millones de euros, y algunas de ellas eran realmente groseras.
Ya sentados a la mesa Javi no para de preguntarme qué significa cada uno de los platos de la carta y, al final, mi padre le advierte que o se calla o regresa a casa andando. Pobres, los noto nerviosos.
—Vamos a pedir una botella del mejor vino que tengan —les informo. No suelen beber, así que mi madre pone cara de susto y la esconde tras la carta para mirar los precios. Se la arranco de un tirón y la observo muy seria—. Basta, mamá. Pago yo. No hay más que hablar. Quiero que hoy os relajéis y os lo paséis bien. ¿Me lo prometes?
Asiente con la cabeza, como si fuera la niña y yo, la adulta. Justo en ese momento uno de los camareros se acerca a nuestra mesa y nos pregunta qué queremos beber. Soy yo quien decide también la cena, asegurándome de que todos los platos son del agrado de mis padres, que a veces con las «modernidades», como dice mi madre, pueden ser muy tiquismiquis. Sin embargo, cuando empiezan a traerlos y los prueban, compruebo que les gustan, y mucho. No puedo evitar esbozar una sonrisa.
—Y ese nuevo caso que te han dado ¿es muy difícil? —me pregunta mi padre al cabo de un rato.
—Espero que no, pero el abogado contrario es de un bufete muy exitoso. Todavía no tengo muchos datos, por eso he de irme a Valencia la semana que viene. Falta poco para que se celebre el juicio, así que… a trabajar. —Me encojo de hombros.
—Blanqui… —Mi hermano termina de tragar lo que tiene en la boca y me mira muy serio, con la copa de vino en la mano haciéndose el intelectual—. Si alguna vez tuvieras que defender a un asesino, ¿qué harías?
—¡No preguntes esas cosas a tu hermana! —lo regaña mi madre.
—Pero si es algo normal. Puede pasarle —se queja él.
Antes de que le conteste, mi padre propone un brindis. Mi madre suelta una risa al recibir su tercera copa de vino blanco. A la buena mujer se le sube muy pronto y tiene la cara como un tomate, pero se la ve radiante y eso me pone contenta.
—Brindemos por estos días que Blanca ha pasado con nosotros. Han estado bien, ¿no?
Todos asienten y yo, después de muchos años, me noto un poco más ligada a este pueblo y a ellos. Hay que ver, el muro que había levantado empieza a caer. Aunque he de reconocer que ellos, en el fondo, no tuvieron la culpa de nada por mucho que yo haya intentado buscar otros culpables.
Y entonces lo veo. No me había fijado antes. Quizá haya entrado hace poco porque en su mesa aún no hay comida, pero ahí está él, y no solo, ni con un hombre, sino con una mujer. Bonita, con una tez de caramelo de esas descaradas, tatuajes en el brazo y ropa sexy. No me gusta prejuzgar, pero ¿qué hace Adrián con una chica así? ¿Y por qué aquí? Malditas casualidades. ¿Por qué tengo que encontrármelo en todas partes? Este pueblo tiene más restaurantes, ¿no?
Me apresuro a ocultarme tras la carta de postres para que no me vea. Pero, claro, mi familia está al descubierto y, además, Javi, en su mejor actitud de hermano tocapelotas, alza la mano para llamar su atención. Mi madre le da un golpecito en el antebrazo para que la baje. Ya da igual. Adrián nos ha visto. Dice algo a la chica y, a continuación, se levanta y camina hacia nosotros.
—¡Adrián! —exclama mi madre en cuanto lo tiene al lado. Se incorpora y le da dos besos.
—María… Qué guapísima estás esta noche. Si no fuera porque te conozco, pensaría que eres la hermana de Blanca y no su madre.
Pongo los ojos en blanco. ¿Qué gilipollez es esa? Mi padre se echa hacia delante y le da la mano con una sonrisa. Javi se la choca y después mueve las cejas hacia arriba y hacia abajo. Sé que se está comunicando por señas y que en su lenguaje de Homo erectus le da a entender que la tía está buena.
—Blanca nos ha traído a cenar —le informa mi madre.
—Vaya, qué bien. —Adrián sonríe y sus paletas le rozan el labio inferior.
Algo en el estómago me vibra. He cenado demasiado. Sí, debe de ser eso.
—Qué casualidad que nos hayamos encontrado aquí. Y qué pena que hayas venido acompañado, porque si no te habríamos invitado a unirte a nosotros.
—Mamá, lo raro sería que hubiese venido solo. —Javi la mira como si estuviera mal de la cabeza.
Entonces Adrián fija su atención en mí. Para disimular ante mi familia, me incorporo con toda la rapidez del mundo sin reparar en que, justo en ese momento, él se ha inclinado para darme dos besos. Y claro, nuestras frentes se dan semejante hostión que hasta me rechinan los dientes. Ante la ridícula situación, Javi y mi madre se echan a reír. Hasta mi padre esboza una sonrisa.
Adrián y yo nos miramos medio asustados, medio nerviosos. Y al final ni siquiera nos damos dos besos. Me apresuro a sentarme otra vez y a mirar al frente. Sin embargo, la mirada se me va a él. A su cuerpo enfundado en una bonita camisa Lacoste y unos vaqueros de lo más elegantes. El tatuaje de su brazo llena mis retinas y tengo que pasarme la lengua por los labios porque se me han secado.
—Bueno, después de este inusual encuentro creo que me retiro. Mi acompañante me está esperando —se disculpa Adrián.
—¿Es una amiga tuya? —le pregunta mi madre con todo el descaro.
—Una de esas con derecho a roce, ¿no? —se burla mi hermano.
Adrián tan solo sonríe, con sus dientes en el labio inferior, provocándome una sensación extraña en el pecho.
—Mi hija y tú tenéis que sentar la cabeza. —Mi madre pone mala cara.
—¡Deja al muchacho en paz, María, que está en edad de hacer lo que le dé la gana!
—¿Qué pasa? ¿Que tú también lo hacías? —Se vuelve hacia mi padre.
—Yo solo tenía ojos para ti.
Mamá suelta una carcajada y le acaricia la barbilla. Mi hermano se lleva un dedo a la boca como si quisiera vomitar. Y mientras tanto, Adrián ha clavado su mirada en la mía, como si esperara algo, y un terrible calor se apodera de mi cuerpo.
—Pasadlo bien —se despide con una inclinación de la cabeza y se aleja hacia su mesa.
Mi madre empieza a soltar uno de sus monólogos sobre el matrimonio y la maternidad. En un momento dado sé que está dirigiéndose a mí, pero ni caso. No me entero. Me pitan los oídos y solo puedo mirar en dirección a la mesa en la que Adrián comparte una ensalada con la chica. Ella se la da a probar de su tenedor. Y luego estira la mano por encima de la mesa y la posa sobre la de Adrián. Y él no la aparta. En mi cabeza únicamente oigo sus palabras: las que me dedicó en la adolescencia y las de todos estos días. El palpitar encabritado de mi corazón me asusta.
Quince minutos después pago la cuenta y nos levantamos dispuestos a marcharnos. Me propongo no mirarlos más, porque al fin y al cabo nada debe importarme que Adrián cene con una mujer en un restaurante elegante. No somos nada. Solo hemos tenido sexo, hemos charlado un poco sobre nosotros y… «Y se te ha pegado a la piel más y más en cada uno de esos encuentros, como antes», susurra la voz artera de mi cabeza.
A pesar de mis intentos por no hacer caso, no lo logro. Mientras caminamos hacia la salida, vuelvo la cara con disimulo. Para mi sorpresa, él también está observándome. Hay algo en sus ojos, algo que… No logro adivinar de qué se trata. Y una parte de mí quiere desandar mis pasos, ir hasta la mesa y pedirle que deje plantada a esa chica y se venga a dar una vuelta conmigo. Me digo que eso sería muy egoísta por mi parte y que no soy nadie para inmiscuirme.
En ese momento ella reclama su atención inclinándose todo lo posible hacia delante, con los pechotes bien apretujados, y le acaricia la barbilla. Y él interrumpe el contacto visual conmigo. Un molesto frío desciende desde mi garganta hasta mi pecho.
Entonces recuerdo. Y me contesto la pregunta que me he hecho antes.
Esas son las chicas que siempre le han gustado a Adrián. Esta situación parece un maldito déjà vu.