8

 

 

 

 

Para mi sorpresa me levanto mejor de lo que esperaba. En cuanto a resaca, quiero decir. Por suerte, mi dormitorio cuenta con un diminuto cuarto de baño propio, de manera que puedo asearme sin que me vea mi familia. No oí entrar en casa a Javi, por lo que imagino que me quedé frita muy pronto o él tardó mucho en subir. No lo tengo claro porque no lo recuerdo. Sí me acuerdo de que vi a las buitronas en la verbena y que me encontré a Adrián.

Salgo de la habitación y recorro el silencioso pasillo. Puede que mis padres se hayan ido a dar un paseo y lo más seguro es que Javi todavía esté durmiendo. En verano trabaja solo los viernes y los sábados, de repartidor en una pizzería, y el resto de los días se dedica a dormitar hasta mediodía. Mejor para mí. Sin embargo, al asomarme a la cocina me encuentro con mi madre leyendo una revista y tomando un café.

—¿Qué haces levantada tan pronto? Anoche llegaste tarde, ¿no? —me pregunta en cuanto repara en mí.

Como ya no puedo escaquearme y además me muero de sed, entro, cojo de la nevera una botella de agua y me siento enfrente de ella con un vaso.

—¿Qué hora es?

—Las diez.

Uf, qué poco he dormido. Pero es lo que suele pasarme siempre, incluso cuando bebo. Mi organismo está acostumbrado a levantarse temprano ya sea para ir a trabajar o para salir a correr.

—¿Quieres café?

—Ahora mismo no me entra nada, solo agua. —Alzo el vaso y me lo bebo de golpe—. ¿Tienes ibuprofeno?

Mi madre asiente con la cabeza. Se levanta y sale de la cocina. La oigo trastear en el salón y al cabo de unos minutos vuelve con una caja de pastillas. Casi se la arranco de las manos. Me tomo una a la velocidad de la luz y suelto un suspiro.

—No harás eso muy a menudo, ¿no? Tomarte ibuprofeno sin comer te destroza el estómago. Lo leí en una revista.

—No, mamá —murmuro.

—¿Bebiste mucho anoche?

—Un poco.

—¿Y Javi? ¿Se fumó algún porro de esos?

—Claro que no —trato de tranquilizarla.

—Pero he oído que te echan cosas en la bebida. Me da miedo que le pase eso a Javi.

—Tranquila, que Javi no es tonto.

—¿Te lo pasaste bien con sus amigos?

—No estuvo mal.

Se queda callada. La veo titubear. Estoy segura de que quiere preguntarme si me encontré con alguna de esas personas indeseables, pero ya le dejé claro hace mucho tiempo que no volviera a mencionármelas. La última vez que lo hizo terminamos a gritos.

—¿Qué tal te va con tu nueva psicóloga?

—Creo que bien. Es una mujer muy inteligente.

Asiente con la cabeza y retoma la lectura de la revista. Se muestra más fría de lo que realmente es porque así es como la he hecho actuar con mi comportamiento de todos estos años. En la adolescencia empecé a apartarla de mi vida y supongo que acabó por sentirse un poco culpable por no haberse percatado de que el acoso que recibí era más que unas simples burlas y no darse cuenta de que yo no estaba bien. Siempre me acuerdo de lo cariñosa que era conmigo cuando yo era una cría. En alguna ocasión pensé en recuperar nuestra antigua relación, aunque reconozco que no sabría cómo hacerlo. Me cuesta tanto abrirme…

Me levanto para ir a la ducha, pero antes de salir de la cocina algo me detiene y las palabras escapan de mi boca.

—Mamá, ¿por qué no me dijiste que Adrián estaba aquí?

Ella deja de leer la revista y se me queda mirando con las cejas arrugadas. Atisbo en sus ojos un brillo extraño…

—No se ha dado la ocasión.

—Ah, vale…

—Además… Bueno, hija, tú me dejaste claro que no querías que te contara nada de él.

Mi madre puede tener defectos, pero no es chafardera, y suele pensárselo mucho antes de hablar de mis cosas. En realidad, ella tampoco sabe a ciencia cierta lo que nos ocurrió. Nunca se lo he explicado, y no creo que llegue a hacerlo jamás. Debe de imaginar, supongo, que algo pasó para que nuestra amistad terminara, pero ni entonces ni ahora ha hecho más preguntas de las necesarias, y en todo caso con cuidado de no dañarme más. Adrián siempre le cayó bien. Y es buena amiga de su madre.

—Voy a ducharme.

Asiente y me sigue con la mirada. Está pensativa. Corro hacia el baño y me meto en él sin haber cogido una toalla, así que tengo que salir de nuevo, ir a mi dormitorio y hacerme con una para el pelo y otra para el cuerpo. Cuando paso por la cocina, mi madre pregunta:

—¿Lo has visto?

—Sí, anoche.

Me tomo mi tiempo en ducharme y al salir mi padre se encuentra en el salón viendo la tele y comiendo almendras.

—¡Hola, Blanqui! Qué pronto te has levantado. Yo he salido a comprar el periódico. Y tu hermano ¿qué? ¿Bebió mucho anoche?

—No —me limito a contestar.

El resto de la mañana lo paso en el dormitorio guardando ropa en el armario y colocando mi maquillaje en el aseo. Me gusta tenerlo todo bien ordenado. Las prendas y la ropa interior, por colores. Luego pregunto a mis padres si quieren que los ayude a preparar la comida, pero me dicen que he ido para descansar, que no me preocupe. En este pueblo no hay mucho que hacer, de modo que mando mensajes a Begoña, pero no se entera porque veo que no se conecta desde anoche. No me acordaba de que es lunes y debe de estar trabajando.

Mi hermano se levanta justo cuando mi madre ha acabado de preparar la comida. El tío tiene que ser capaz de olerla incluso estando dormido. Se pasa el rato hablando del fiestón que se pegará esta noche.

—Podrías ser un poco más responsable, como Blanqui —dice mi padre con la boca llena de helado de chocolate.

—¿Perdona? Yo soy responsable cuando tengo que serlo —responde Javi fingiendo estar molesto. En realidad, se la suda bastante—. Ahora estoy de vacaciones en la uni, así que puedo hacer lo que me salga del…

—¿Quieres más helado, Blanca? —me pregunta mi madre interrumpiendo lo que iba a decir mi hermano.

Niego con la cabeza. Solo llevo dos días aquí y ya estoy pasándome con la comida.

—Hija, sal con tu hermano también esta noche, anda —me pide mi padre. Bueno, más bien es una orden, para qué mentir.

—No he venido hasta aquí para hacer de canguro —protesto.

—Pero ¡si soy más maduro que tú! —se queja a su vez Javi.

—Blanca, tú sal, que para eso has venido, para pasártelo bien —coincide mi madre con una sonrisa.

—Pero es que son unos críos…

—No me digas que no te lo pasaste bien anoche. Mis amigos molan, Blanqui.

Y al final me convencen. No sé cómo lo hacen, pero tienen una gran capacidad de persuasión. Bueno, eso y que se han pasado toda la sobremesa echándome pullitas acerca de que tengo que divertirme, olvidarme del estrés de la ciudad, recuperar el tiempo perdido con mi hermano…

¿Irá también Adrián, tal como dijo? Bueno, y si lo hace, ¿qué importa? Estamos en un país libre y a mí me da igual.

 

 

—¡Vaaamos, Blanca! —me apremia mi hermano cuando casi es medianoche—. Habíamos quedado hace quince minutos.

Guardo un informe que me ha tenido ocupada y echo un vistazo al armario. Me decido por un vestidito veraniego de color azulado con falda de vuelo hasta más de medio muslo. Mientras bajamos en el ascensor, Javi empieza a contarme sus preocupaciones existenciales acerca de lo que pensará una chica de su grupo si llegamos tarde.

—¿Qué hay entre vosotros? —le pregunto de camino a la plaza. Antes nos tomaremos algo en un bar. Esta noche no hay botellón.

—Bueno, de momento, un rollete —responde, y lo dejamos ahí porque la descubrimos a lo lejos y Javi me indica mediante gestos que no diga nada más.

Todos se piden cervezas y acabo por caer. Total, estoy de vacaciones y después de la cogorza de anoche ya no puede ir peor. Lo omitiré otra vez en la libreta. En la que, por cierto, no escribí nada ayer. Si sigo así, Emma pensará que falla algo cuando regrese a la consulta.

Los amigos de Javi son divertidos y me río con ellos. Me habría gustado tener en mi juventud un grupo con el que salir a pasear, ir al cine o simplemente compartir confidencias.

A la una nos vamos hacia el recinto ferial con un par de birras en el cuerpo. A mí la cerveza me da sueño y mareo. Me agarro al brazo de una de las amigas de Javi, la que me cae mejor. Se llama Lucía y es una chica muy simpática.

—¿Tienes novio, Blanca? —me pregunta.

—No, qué va. Estoy muy bien sola.

—Me gusta eso, que las mujeres seamos independientes. No necesitamos a ningún hombre que nos arrope por las noches, ¿no? —me dice muy risueña.

No, claro que no. Yo no lo necesito. Por un instante me dan ganas de confiarme a ella y contarle la lista entera de hombres que han pasado por mi vida, pero me digo que no, que eso es algo que debo guardar solo para mí. La gente no es tan abierta como suele jactarse.

Antes de llegar al recinto nos detenemos en otro bar para tomar una cerveza más. Estoy bebiendo tan tranquila cuando reparo en dos rostros conocidos un par de mesas más allá. Dos de las buitronas. Y de nuevo, sus sonrisas maliciosas en la cara cuando me ven. Decido ignorarlas y continuar charlando con Lucía. Sin embargo, las carcajadas que sueltan de vez en cuando me confunden. Lucía se da cuenta de que no paro de lanzar miradas disimuladas a esa mesa, por lo que se inclina y me susurra:

—Déjalas, más tontas no pueden ser. ¿Sabes que una de ellas tiene un hijo? El padre pasó de ella. No es que eso sea algo bueno, no me alegro, pero… Yo qué sé, cada uno tiene lo que se merece. Luego encontró a otro tío, pero no es una buena influencia tampoco.

No creo que Lucía sepa lo que me ocurrió con esas chicas. Sus palabras, de todos modos, no me satisfacen. No me hacen sentir mejor. No creo en el karma; tampoco en que, porque a la buitrona le haya ido mal en la vida, yo pueda ser más feliz.

Al cabo de un rato abandonan su mesa y, cuando pasan por nuestro lado, la oigo decir:

—Qué triste ir con niños, ¿no?

Se refiere a mí, estoy segura. Pero me da igual. Soy fuerte. He tenido la valentía de venir al pueblo, estoy con mi hermano y sus amigos y me divierto. No hay nada de malo en ello. Ni en mí. Y a pesar de todo, siento un pinchazo en el pecho. Y me enfado por el simple hecho de permitir que esas personas sigan provocándome sentimientos que me resultan dañinos. No merecen ni un minuto de mi tiempo.

—¿Nos vamos al recinto? —propongo decidida.

—¡Mira a Blanquita, qué ganas tiene de fiesta! —exclama Lucía agarrándome de las manos y zarandeándome.

Esbozo una sonrisa y abandono mi silla de la manera más sensual posible. Contoneo las caderas mientras camino, consciente de que mi culo es uno de mis puntos fuertes. En la calle me doy la vuelta de manera disimulada como si buscara algo y descubro que las parejas de las buitronas están mirándome con cara de bobos y que a ellas no parece hacerles ninguna gracia. Quién iba a deciros que la gorda, fea, gafotas, plana, marginada y ridícula Blanca se convertiría en una mujer que dejara a vuestros chicos con la boca abierta, ¿verdad?

A mitad de camino ya se oye la música a todo trapo y nos encontramos con adolescentes vestidas cual putones, con jovenzuelos hiperborrachos y con familias que simplemente pasean. Aunque mañana no es festivo, a la gente parece no importarle tener que ir a trabajar. Hoy es la fiesta mayor y todos quieren disfrutar. Yo también, que para eso he venido al pueblo. Para superar mis miedos, divertirme siendo yo y relajarme.

—¡Esta canción me encanta! —exclama Lucía una vez que hemos entrado al recinto.

Se trata de una que está muy de moda este año, What I Did for Love del DJ David Guetta. Me había propuesto no beber más, pero Lucía se ofrece a invitarme a un cubata y al final vuelvo a caer.

—¡Vamos, muévete! —me anima cogiéndome de las manos.

Mientras bailamos y cantamos con cada una de las canciones, también van cayendo cervezas. Y más cubatas. Y chupitos. Yo, sin embargo, continúo con mi bebida de antes, que ya sabemos lo que pasa luego. Mi hermano se descojona y chilla que soy una «muerma». Sus amigos lo corean invitándome a un chupito de cazalla. La cazalla es el mal, de verdad. Es el demonio disfrazado de anís seco. Te vuelve loco. Al menos a mí. Por eso lo rechazo, y Javi se encoge de hombros y se lo toma de un trago. Uno de sus amigos me insta a bailar con él. Acepto con una sonrisa y el chaval parece feliz. Hasta me he olvidado de Adrián.

Y justo entonces lo veo otra vez. Al final ha decidido venir. ¿Lo habrá hecho por mí? Todavía no me ha visto, así que le doy un repaso con la mirada. Hay que reconocer que es un tío de lo más atractivo, con sus aires chulescos y su cara de chico guapo. Una cosquilla baja por mi vientre y me doy cuenta de que estoy cachonda. El alcohol, por muy poco que tome, siempre me ha subido la libido y esta noche no podía ser menos. Clavo la vista en las fuertes manos de Adrián y subo por su brazo, resiguiendo sus músculos y su tatuaje del pez koi. Y la cosquilla crece más. «Blanca, no te líes. Recuerda quién es. Y quién eres tú ahora.» Al posar la mirada en su rostro veo que él también me ha descubierto. Está serio, con la mandíbula tensa.

—¡A ver dónde pones las manos, que es mi hermana! —oigo exclamar a Javi.

Adrián aparentaba estar solo, pero en ese momento una chica rubia que parece más joven que él se sitúa a su lado y le dice algo al oído. Adrián se echa a reír, pero en cuanto clava su mirada en mí pone cara de malas pulgas.

La chica le pasa un brazo por los hombros. Me pregunto si será su novia. No sería de extrañar, después de tantos años. Yo tengo mi vida. Él también. Me he acostado con muchos hombres. Él lo habrá hecho con muchas mujeres.

Me dedico a bailar unos minutos más con el jovenzuelo. Este me atrapa de las caderas para menearnos al ritmo de Enrique Iglesias y su Bailando. Con el rabillo del ojo atisbo a Adrián, quien continúa pendiente de mí, a pesar de que su acompañante no para de hablarle. ¿Ahora soy tan digna de atención?

Diez minutos después, cuando ya me he cansado de bailotear con el amigo de Javi, la chica que está con Adrián repara en mí y, para mi sorpresa, alza la mano y me saluda. ¿Quién es? Me hace gestos. Me doy la vuelta para asegurarme de que no se dirige a otra persona. No, no. Veo a Adrián tenso a su lado. Al final, para no parecer una maleducada, echo a andar hacia donde ambos se encuentran.

Cuando me hallo a pocos metros me doy cuenta de mi error. Esa chica no es un ligue de Adrián. La conozco. Se llama… Rebusco entre mis recuerdos. Se llama Vero, y es una de sus primas.

—¡Blanca! —exclama.

Cuando llego a su altura me da un fuerte abrazo. Siempre fue amable y cariñosa conmigo. Vive en el pueblo de al lado, y algún fin de semana que otro lo pasaba aquí porque salía con un chico.

Le devuelvo el abrazo y le sonrío cuando nos separamos. Vero me mira de arriba abajo y dice que le encanta mi vestido y que estoy muy guapa. Intento hacerle caso, pero mi mirada se desliza hasta la de Adrián y descubro que parece enfadado.

—Cuánto tiempo, ¿verdad? Pero ¡me acuerdo muy bien de ti! —continúa.

Un tío se acerca a nosotros y le pasa el brazo por la cintura. Debe de ser su novio, pero no recuerdo si es el que yo conocía o uno nuevo. No me importa, tan solo puedo pensar en la mirada furiosa de Adrián clavada en mi rostro.

—Hola —saluda con una sonrisa el chico—. He visto a Fran, ¿vienes? —pregunta a Vero.

Ella asiente con la cabeza, me agarra de la mano y me da otro abrazo.

—¡Me ha encantado verte, Blanca!

Se despide de Adrián, pero él no mueve ni un músculo, ni siquiera le contesta. Vero y su novio se pierden entre la multitud, y me quedo a solas con Adrián, quien me observa casi sin parpadear. Vuelvo a redescubrir lo que pensé cuando tenía diecisiete años: Adrián es guapo cuando lo miras dos veces, y cuando lo haces de cerca descubres que es un tío muy atractivo. Es el hombre más atractivo que he conocido en mi vida, y eso no va a cambiarlo nadie, nada, ni todo el tiempo que pasemos separados. Por unos segundos siento ganas de enredar los dedos en su pelo revuelto. Yo misma me reprendo.

—Es la segunda vez que te veo borracha en menos de veinticuatro horas —dice de repente con ese tono cortante que empleó la noche anterior.

—¡Mira el tipo serio! —exclamo sonriente—. No voy bebida, que lo sepas. Este es mi primer cubata. Solo estoy divirtiéndome. Todo el mundo lo hace, estamos en fiestas.

—Y por que todo el mundo lo haga, ¿tú también?

Lo miro con una ceja arqueada. ¿Quién se cree que es? ¿Mi padre?

—He visto que te lo pasabas genial con el chaval aquel —continúa con tono molesto.

¿Esto es real o es producto de un sueño? ¿De verdad Adrián está… celoso?

—Pobrecito, solo quería bailar. ¿Qué hay de malo en ello?

Me hago la remolona, moviendo el cuerpo de un lado a otro al ritmo de la música. Reparo en que la mirada de Adrián se desliza por mis caderas y luego por mis piernas.

—Me sorprende lo mucho que has cambiado, Blanca —dice pensativo.

—Supongo que esperabas a la misma Blanca de antes. A la feúcha mojigata.

—No me refería a eso. —Se lleva la mano al pelo y se lo revuelve más con gesto nervioso.

Vaya, si al final tendrá sentimientos y todo y se habrá dado cuenta de que sus comentarios no son los más adecuados.

—¿A qué entonces?

Me observa confuso hasta que, de repente, su semblante cambia y esboza esa sonrisa pilla que le otorga un aspecto juvenil. Y mi bajo vientre vuelve a hacer de las suyas. ¡Será posible! Me fijo en que está mirando mi bebida.

—¿Quieres? —le tiendo el cubata la mar de educada.

Adrián duda unos segundos, pero después lo acepta y le da un buen trago. Es más, se lo termina.

—Te invito —digo señalando el vaso vacío.

—¿Qué?

Me inclino hacia él, acerco mi cara a la suya y exclamo junto a su oído para que me oiga:

—¡Que voy a por otro!

No le doy tiempo a replicar. Corro hasta uno de los puestos, justo en el que más gente hay. Trato de colarme, pero parece que hoy todos se mueren de sed. Casi diez minutos después recibo los dos cubatas y me dirijo a donde estábamos empujando a unos y a otros. Cuando llego, no veo a Adrián por ningún lado. ¿No me digas que me ha dejado plantada, el muy cabrón? Suelto un bufido y doy un sorbo a la bebida.

—No me lo puedo creer.

Alguien me atrapa de la cintura. Me doy la vuelta de manera brusca dispuesta a cantarle las cuarenta al pulpo. Pero me topo con los grandes ojos de Adrián y con sus apetitosos labios cerca de los míos. Muy cerca. Y su sonrisa seductora, esa que me dio tantos quebraderos de cabeza. Algo en mí brinca. Su colonia me envuelve, despertando mi piel. Sus dedos aprietan mi carne, por encima de la ropa.

—¿Me buscabas? —me dice al oído con una voz ronca cargada de matices sugerentes.

Al fin logro recuperar el control de mi cuerpo. Dibujo una sonrisa y le tiendo el vaso de tubo. Lo recibe con los dos dientes delanteros clavados en el labio inferior. Oh, no, eso no. Eso es un arma de destrucción masiva. ¿Acaso está jugando conmigo, como de costumbre? ¿O es que se siente atraído por mí? Sea como sea, no podrá conmigo.

—Creía que te lo habrías pensado mejor y que te habrías ido. —Esta vez soy yo quien acerca la boca a su oreja y me quedo en esa postura, esperando una reacción por su parte.

Sus dedos se posan en mi cintura. Se deslizan hacia atrás y se me pone la piel de gallina.

—Por nada del mundo me habría ido, a no ser que me acompañaras tú. —Y el tío lo dice con esa voz que es una maldita tentación.

—¿Y adónde tendría que acompañarte? —le pregunto antes de llevarme el cubata a la boca y darle un trago largo.

—Pues a mí se me ocurren muchos sitios interesantes. No sé a ti. —Sus labios se mueven rozándome el lóbulo de la oreja de una manera sexy.

«Ay, Blanca, concéntrate. Mente fría. Tú eres la cazadora. Tú.»

—A mí lo que me apetece ahora es bailar. ¡Esta canción me encanta! —exclamo. Está sonando Pitbull, como de costumbre aquí.

—Con lo poco que te gustaba bailar antes…

—Es que hay muchas cosas que ya no sabes de mí.

—¿Y no vas a enseñarme ninguna esta noche?

Se me escapa una risa involuntaria. Trazo unos cuantos pasos de salsa y, para mi sorpresa, Adrián se une y descubro que tiene ritmo. Segundos después se acerca tanto a mí que borra la distancia que nos separa. Casi no corre el aire.

«I’m a fireball. I was born in a flame. Mama said that everyone would know my name. I’m the best you’ve never had. If you think I’m burning out, I never am. I’m on fire…» («Soy una bola de fuego. Nací en una llama. Mi mamá dijo que todo el mundo conocería mi nombre. Soy lo mejor que nunca tendrás. Si crees que me estoy quemando, no es así. Estoy ardiendo…»)

A media canción mi trasero está rozándose contra la parte superior de sus muslos. Estoy sudada, agitada y, para mi sorpresa, excitada perdida. No esperaba que Adrián bailara de esta manera conmigo. Me coge de la cintura y me da la vuelta para quedarnos cara a cara. Ambos bajamos con lentitud, dibujando círculos con nuestras caderas, para después subir de nuevo. Nuestros rostros quedan casi unidos. Noto su respiración acelerada en mi cuello.

Su mano libre asciende por mi espalda, regalándome unas caricias, hasta posarse en mi nuca. Por unos segundos creo que va a besarme y me tenso. Sin embargo, lo que hace es mirarme y sonreír. Me obligo a no apartar la mirada de la suya. Esto le divierte. Es el Adrián de siempre, engreído, seguro de sí mismo, el que pensaba que era capaz de desintegrar las bragas de las chicas con un simple chasquido de los dedos. Le dedico una sonrisa ladeada y apoyo una mano en su hombro. Él también está sudado y aprecio el calor que emana de su cuerpo. Tener sus labios tan cerca de los míos me trae viejos recuerdos. Un leve pinchazo en el pecho. Aprieto los muslos para retener ese cosquilleo tan agradable.

—¿Te apetece seguir bailando o nos vamos a otro sitio más tranquilo? —me propone de repente.

—¿No estás a gusto aquí?

—«A gusto» no es la expresión con la que definiría cómo me siento.

Me encojo de hombros. No sé si debería largarme con él. Me agacho, dejo en el suelo el cubata a medio beber y cojo a Adrián de una mano para tirar de él hacia la salida. Me tropiezo con un montón de gente, y oigo que algunos maldicen porque se les ha derramado la bebida. Unos minutos después avanzamos a paso rápido por la avenida.

—¿Y cuál es tu plan? ¿Tomar algo por ahí? ¿Habrá algún bar abierto a estas horas?

—¿No me digas que quieres seguir bebiendo? Tienes un grave problema, Blanca.

Suelto una carcajada, aunque me ha molestado un poco lo que ha dicho. Le lanzo una fugaz mirada de odio.

Continuamos caminando tan en silencio como la noche anterior. Adrián me mira de vez en cuando y separa los labios como si quisiera decir algo, pero sin atreverse. Por mi parte, mantengo una lucha interna con las dos Blancas: la racional y la irracional.

Cuando nos encontramos cerca de las casas de nuestras familias me detiene de golpe cogiéndome del brazo. Me doy la vuelta con sorpresa y descubro que está estudiándome con gesto sombrío. ¿Qué le ocurre ahora?

—Blanca… —De pronto su voz ha adquirido un matiz serio y su mirada se ha tornado triste.

—¿Qué pasa?

—Todo eso de la verbena… El baile, el tonteo… Ha estado muy bien, claro. Ha sido divertido. Pero ¿no te parece un poco raro?

Parpadeo. Es evidente que sí, sobre todo porque fue él quien me rechazó años atrás y porque quizá esperaba que me mostrara ante él como la niña enfadada que fui. No obstante, he aprendido a no mostrarme indefensa o extrañada ni siquiera ante lo más sorprendente.

—¿Raro por qué? —Disimulo.

—Vamos, ya lo sabes. Terminamos muy mal. Hace diez años que no te veía, que no sabía de ti de manera directa y, de repente, apareces y te comportas como si nada hubiera pasado… o como si fuéramos unos desconocidos.

Lo miro con el ceño fruncido. Pero ¡si es él quien, desde que nos encontramos anoche, está tratándome como si todo estuviera perfecto! No me lo puedo creer. ¿Ahora pretende hablar de lo ocurrido tanto tiempo atrás?

—Creo que ambos nos debemos una explicación.

—No es necesario. Todo está bien, Adrián. Eso es algo del pasado. Casi ni me acuerdo.

Qué puñetera mentira. No me esperaba esto. No se me había pasado por la cabeza ni por un momento, después de lo de ayer, que él quisiera solucionar algo.

Adrián se aproxima más a mí. De nuevo, su atractivo rostro casi me roza. Sus dedos aprietan mi antebrazo con fuerza. Y noto un cosquilleo en la piel.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunto.

Su mirada, fija en la mía, me atraviesa. Su boca se entreabre, permitiéndome ver la punta de una lengua rosada. ¿Tendrá el mismo sabor que antes? Sin poderlo evitar, el deseo se acumula en mi bajo vientre. Noto la misma química de siempre al estar a su lado. Y ese ambiente cargado de tensión sexual que no esperaba volver a sentir.

—¿Te ocurre algo…? —inquiero una vez más sin apartar la mirada de la suya.

No me deja terminar. No me permite pensar.

Con furia, une sus labios a los míos.