27
Lo miro boquiabierta, sin saber qué hacer o decir, sin entender qué narices hace él aquí. ¿Dónde está mi amiga Begoña? Entonces la cabeza se me aclara y suelto un bramido que asusta a Adrián, quien abandona la moto con las manos levantadas y se acerca con pasos cautelosos.
—¡Espera, por favor! —exclama al comprender que estoy a punto de darme la vuelta y dejarlo plantado—. No subas, escúchame un minuto —me ruega con una sonrisa de disculpa.
Está guapo a rabiar, no puedo negarlo.
—Mataré a Begoña. No sé cómo leches ha ideado esto, pero voy a estrangularla. La haré pedacitos, la…
Se me queda la mente en blanco al toparme con los ojos de Adrián. Se muerde el labio inferior con nerviosismo.
—Si ya has acabado de repasar las torturas a las que someterás a tu amiga… ¿me permites hablar un segundo? —Ladea el rostro rogándome con la mirada.
—Pero ¡¿tú no estabas en Madrid?!
—He tenido que venir a arreglar unos asuntos para mi madre. Mañana temprano me vuelvo en el AVE. Por la noche hay representación.
Me rasco la frente con la cabeza gacha y negando. ¡Dios, Begoña! ¡Cómo me la has jugado! ¿En qué estabas pensando para hacer algo así? El móvil me pita justo ahora. Lo saco y descubro un mensaje de mi querida y traidora amiga.
Cariño, este es el cumpleaños que te mereces
—¡Cabrona! —grito al aparato. Al alzar la cara descubro que Adrián me mira con una ceja arqueada. Carraspeo y señalo la puerta—. Perdona, pero creo que esto no es lo correcto.
—¿Qué? —Se muestra confundido.
—No entraba en mis planes. Ni siquiera me apetecía salir —digo, y advierto que hasta tartamudeo un poquito.
—Blanca, por favor… He venido desde el pueblo con la moto.
—¡¿Esa es tu antigua moto?! —La señalo con horror.
—Sí —asiente con una sonrisa.
—¿Cómo es que la tienes aún? —exclamo totalmente sorprendida.
—Es un buen cacharro —contesta con orgullo, regresando a ella y dándole unas palmaditas—. No sabes lo que me costó solucionar todas esas magulladuras. —Me dedica una mirada de reojo.
Doy un par de pasos hacia él, convencida de que lo que tengo que hacer es despedirme y regresar al piso, pero se adelanta y dice:
—Mira, no he venido solo porque tu amiga me haya comentado que estás pasando por un mal momento…
—¡¿Qué?! ¿Qué te ha dicho esa loca? —lo interrumpo.
—Que estás agobiada con el trabajo —responde con las cejas arrugadas y cara de no entender nada.
—Ah, ya —murmuro, avergonzada de mis arranques.
—Pues eso, que no hago estas cosas así porque sí. Joder, Blanca, en realidad es algo que he pensado muchas veces.
—¿Qué… qué? —tartamudeo. Trago saliva.
—¡Felicitarte! Si hubiera tenido la oportunidad… ¡Y justo la tengo este año! Treinta. Es una edad importante, ¿no? —Esboza una sonrisa y una cosquilla me asalta en el estómago.
—¿Tú… te acuerdas de mi cumpleaños?
—Claro. ¿Tú del mío no? —Sus dientes aparecen y le rozan el labio inferior. Ay, Dios. Quiero morderle ese labio.
—Eh… —Me he quedado en blanco, pero sí. Es evidente que lo recuerdo. Me acuerdo de la fecha de su cumpleaños y de tantas cosas más…
—Entonces ¿qué? ¿Cambiamos a tu amiga por mí y lo celebramos? —Adrián señala la moto y me observa con cara de perro abandonado. Cómo me gustan esos rasgos suyos aniñados.
—No sé… —Me aparto el flequillo, dubitativa. En realidad, hay algo en mí que me empuja a lanzarme a su moto sin dudar ni un segundo más—. Adrián, lo que te dije de pensar…
—Como amigos.
—¿Qué?
—Esto es como amigos —repite.
—No… Tú y yo… —Niego con la cabeza, aturdida.
—Quiero recuperar tu amistad —murmura poniéndose serio—. Porque me acuerdo de cómo me sentía junto a ti antes de que todo se desmoronara. Recuerdo lo bien que nos lo pasábamos y cómo nos reíamos. —Carraspea—. Joder, no sé… Creo que podemos rescatarlo. Las cosas bonitas de la vida hay que mantenerlas, por difícil que resulte.
Vaya por Dios, parece que Begoña y él piensan igual.
—No tengo claro que podamos ser amigos —digo con un hilo de voz y apretando el asa del bolso con tanta fuerza que me duelen los dedos.
—¿Por qué no? —pregunta curioso.
«Porque cuando te veo quiero abalanzarme hacia tu boca y comérmela. Porque no he podido dejar de pensar en ti desde que nos reencontramos. Porque anhelo enredarme en tus sábanas y entre tus piernas y no salir de ellas en mil años. ¿Podemos ser amigos así, cuando me palpita el vientre cada vez que te acercas?» Pienso en todo eso, pero no abro la boca, por supuesto.
Toma mi silencio por un «sí», supongo, porque alarga la mano para que se la coja. Lo hago como en un sueño y, de repente, me veo arrastrada hacia él y termino muy cerca, empapándome de su excitante perfume.
—Así pues ¿me permites que sea yo quien celebre contigo tu cumpleaños? —me pregunta con una sonrisa que casi me deja ciega. Una sonrisa clara, sincera, inocente, mágica, aniñada.
Asiento, aturdida por miles de sensaciones. Noto un nudo insoportable en el pecho. Adrián suelta mi mano, me tiende un casco y después se sube a la moto, en espera de que haga lo propio. Me acerco con torpeza, me deshago el moño y ni pienso en sujetarme el vestido, hasta que me doy cuenta de que se me verá todo en cuanto me monte.
—¿Adónde vamos? —le pregunto.
—¡Al pueblo! —exclama, y arranca.
—¡¿Qué?! ¿Por qué cojones me llevas allí? —chillo, y me remuevo de tal forma que provoco una sacudida en la moto. Me agarro de la cintura de Adrián, asustada.
—¡Tía, no hagas eso que me la vuelcas, y ya me la dejaste bastante mal hace diez años! —se mofa. Se me escapa una risa.
—¿A qué huele? —pregunto al cabo de un rato, al reparar en que percibo un fantástico aroma a comida.
Adrián no contesta. Mientras cruzamos la ciudad pienso en lo fácil que le ha resultado convencerme. Pero es que yo… me muero de ganas de pasar un rato con él, de escuchar su voz, de observar el movimiento de sus largas pestañas cuando parpadea y de confirmar lo guapo que es. ¿Estaré haciendo mal? ¿Es este otro de mis errores?
Una vez que dejamos atrás el bullicio de la ciudad decido dejar de pensar. Abrazada a él, con la cabeza apoyada en su espalda, con el viento desordenando mi pelo, me siento tranquila. Libre. Joven. Y me doy cuenta de que hace mucho que no me sentía así.
Adrián acelera y dejo escapar un grito. Una sensación de júbilo se apodera de mí, me recorre las venas y me exalta. Me suelto de su cuerpo, me pongo recta, extiendo los brazos y me río. El viento me azota el rostro y cierro los ojos para sentir, simplemente. Por un instante creo tener diecisiete años de nuevo, y me convenzo de que no ha transcurrido el tiempo y Adrián y yo somos los mejores amigos del mundo.
Se une a mí en los gritos. La velocidad a la que vamos me hace pensar que, de un momento a otro, echaremos a volar y solo seremos él y yo… y el cielo que avanza sobre nuestras cabezas.
Cuando llegamos al pueblo descubro cuáles son sus intenciones. Va a llevarme a la montaña, que era nuestro rincón favorito. Me tenso y empiezo a preocuparme de nuevo, pero cuando Adrián detiene la moto, se quita el casco y se vuelve para mirarme con una sonrisa todo se me olvida. Le veo sacar una bolsa blanca del pequeño maletero, y sé de inmediato que es comida china. Pollo agridulce, seguro, mi plato adorado de enana. El pulso se me acelera sin poder evitarlo ya que Adrián parece recordarlo todo. Se acuerda de mi cumpleaños, de mi comida preferida, de que este lugar era para mí una vía de escape. Extrae otra bolsa más pequeña de color negro. Luego me indica con el dedo que lo acompañe.
—Pensé que no te gustaría comer en el suelo, así que… —Me muestra una pequeña manta.
—No soy tan pija —me quejo, aunque se me ha dibujado una sonrisa. No me reconozco. ¿Por qué me hace ilusión todo esto?
—Si fuera tú me daría pena mancharme ese vestido tan suger… —Se corta, y soy consciente de que sus pupilas se dilatan al observar mis curvas. Carraspea—. Tan bonito.
Nos acomodamos en la manta al tiempo que saca dos recipientes de plástico, uno de pollo para mí y uno de tallarines con ternera para él, así como un par de cervezas. Muevo la cabeza, riéndome.
—No puedo creerme todo esto. Cualquiera diría que pretendes conquistarme.
—Conquistar su amistad, señorita —aclara, atrapando un trozo de ternera con los palillos. A mí siempre se me dio fatal manejarlos.
—¿Es una trampa? —Arqueo una ceja.
—¿No puedo dar a la que fue mi mejor amiga un buen cumpleaños? —Me mira con expresión dolida—. Además, en el último estuvimos aquí, solo que entonces era más pobre que una rata y no pude pagarte una cena. Así que ahora te invito.
—Te ha faltado la guitarra —lo chincho mientras me deleito con el pollo—. Esa noche la llevabas y me cantaste una de esas canciones punk tan horrorosas.
—Vaya, tú también tienes buena memoria… —Su sonrisa se me antoja distinta. Más melancólica—. Pero puedo cantarte a capella.
Charlamos acerca de su trabajo. Del mío. Me cuenta que la obra está teniendo bastante éxito. Yo me quejo un buen rato del caso. Por un instante, pienso que tal vez Adrián esté en lo cierto y aún podemos ser buenos amigos, hasta que, al terminar nuestra comida, gatea hacia mí y observo su cabello brillante justo debajo de mis ojos y percibo el olor a champú, a colonia que lo envuelve y… Hay algo aquí. Algo intenso que me provoca ganas de cogerlo por las mejillas y atraerlo para besarlo.
Begoña, tienes más razón que una santa.
Alza el rostro y me pilla observándolo con cara de tonta. Aparto la vista con rapidez y me rasco la barbilla al tiempo que ahogo mis ganas de comerme sus labios con un trago de cerveza.
—Blanca —me llama, y el tono de su voz es diferente.
—¿Sí? —Levanto la mirada y descubro que me tiende una bolsa.
—Feliz cumpleaños. Por todos los días que no he estado a tu lado.
Agarro lo que me ofrece con recelo. ¿Me ha comprado un regalo? Me quedo boquiabierta en cuanto abro la bolsa. Dentro hay tarjetas de cumpleaños. Cuatro. Una lleva en la portada el número 30. Me da miedo mirar las otras, pero al fin lo hago y… Joder. La siguiente tiene dibujado un 18 y un «¡Felicidades!» muy colorido. Miro a Adrián con la respiración agitada. Está muy tieso, atento a cada uno de mis gestos. Dirijo de nuevo la vista a la tarjeta. La abro con manos temblorosas. Un mensaje con una fecha que data unas semanas después de mi partida del pueblo y de nuestro último encuentro.
Hola, Blanca…
¿Cómo estás? ¿Ya has empezado la uni? Yo el conservatorio sí, y es difícil, y algunos chavales me miran mal por mis tatuajes. Son todos unos repipis, pero no pienso quitármelos, aunque no les gusten. Aun así, esto me encanta. Y me siento bien tocando y aprendiendo. Como a veces se meten conmigo por mi apariencia, no puedo evitar acordarme de ti y… Quizá no es el mejor momento para hablar de esto.
¡Feliz mayoría de edad!
ADRIÁN
La otra tarjeta, con un 20 en la portada, me acelera el pulso y me provoca ese sabor amargo en la boca que conozco a la perfección. No debería leerla. No…
¡Hola, Blanca!
No sé nada de ti y… pregunté a tu madre y me dijo que no tenía tu número nuevo ni tu dirección, pero, vamos, ¡menuda mentira! Me gustaría saber si estás bien y decirte que me equivoqué, que me comporté como un puto cabrón y que siento… [Tachón.]
Felicidades… ¡Ya son 20, abuela!
ADRIÁN
La última tarjeta me causa un pálpito en el corazón. Es del año pasado. Al abrirla, la garganta me escuece de aguantar las ganas de llorar.
Querida Blanca:
Hace mil que no te felicito. Aunque, bueno, no es que estés recibiendo estas cartas, pero… No sé, he pasado unos años creyendo que si no te felicitaba no pasaba nada porque tú no ibas a leerlo. Sin embargo, me he dado cuenta de que, cuando te escribo, de alguna forma me siento mejor.
Hace justo un año volví a hablar con tu madre en una de las fiestas del pueblo y… Joder. Blanca, lo siento muchísimo. Me contó tantas cosas que me duele pensar en ellas, y no me imagino lo que te dolerían a ti. ¿Sabes? Pensaba que el trato que recibías por parte de aquellas chicas no era tan malo. Al menos, era lo que tú me decías. Me asegurabas que solo te llamaban fea, tonta, empollona… Cosas así. Cosas de críos, ¿no? Pero eso era mentira, Blanca. Esas chicas te hicieron daño, y tú fingías que no. Tu madre me explicó que te pegaban, que te amenazaban, y no solo ellas. Me contó que una vez llegaste a casa con varios moratones en el cuerpo y que le dijiste que te habías caído en la clase de gimnasia. Y nunca me lo confesaste. ¿Por qué, Blanca? Joder, por qué. De haberlo sabido, mi actitud habría sido diferente. No tengo una buena excusa, no estoy tratando de que me perdones ya que seguramente no lo merezco. Debería haber sido buena persona antes, cuando era posible, cuando tú estabas a mi lado y eras mi amiga. Es lo que hacen los amigos, ¿no? Ayudarse. Pero tú me asegurabas que no pasaba nada, que estabas bien… Sin embargo, tendría que haberme dado cuenta de que era mentira. Si hubiera sabido lo que hicieron contigo, yo… No habría hecho muchas cosas que hice. Habría sido mejor. Me habría plantado delante de toda esa gente que te humilló tanto y les habría dicho lo fantástica que eres, lo maravillosa, lo guapa por dentro y por fuera. Habría golpeado al mundo de ser necesario para evitarte los golpes a ti.
Me siento culpable, Blanca. Y la culpabilidad es muy jodida. Hice cosas que… [Tachón.] Te mentí, me engañé a mí mismo. Mira, yo sé que piensas que lo hice por aparentar que era el guay del pueblo, y puede que haya algo de verdad en ello, sobre todo cuando esas chicas estaban delante porque, en el fondo, me sentí algo avergonzado. Qué triste, ¿no? Pero luego… hubo más. Y es que tú apareciste con esa carta y todo se jodió, una mezcla explosiva que provocó que todo cayera en picado. Me cagué, joder. Tenía tan solo dieciocho años, no sabía lo que era el amor hasta que poco a poco empezaste a colarte dentro de mí. Jamás había estado cerca de un hombre que amara a una mujer y… Yo qué sé. Vi que ibas a confesarte, y se me pusieron de corbata. Ya me había hecho a la idea de que tú no sentías nada por mí y reaccioné como un adolescente gilipollas al darme cuenta de que ibas a pedirme más cosas, cosas que no sabía si sería capaz de darte. Me sentí presionado y opté por rehuir cualquier compromiso, y más después de que tú y yo hubiésemos sido amigos durante tanto tiempo. Te marchabas a la universidad, y pensé que no sabría llevar una relación a distancia; tampoco quería. Y encima, había otras razones que… [Tachón.] No quería hacerte daño y sucedió todo lo contrario. La verdad es que todo esto no me exculpa de mis horribles actos. Tampoco es lo que pretendo. Soy culpable y ya está.
Me he preguntado todos estos años cómo serás ahora, qué estarás haciendo, si todavía tendrás esa manía de llevar un flequillo larguísimo que te tape tu bonita cara. Me gustaban tus manías. Siempre decías que eras diferente… Y justo era eso lo que me encantaba de ti. Si hubieras sido igual que las demás, ¿dónde habría estado la diversión? Ser igual que todos es aburrido, Blanca. Ser diferente no es malo; lo malo es querer cambiar por los demás cuando uno ya es especial. Debería habértelo confesado cuando tuve la ocasión. Decirte delante de esas chicas que me encantaba todo de ti: tu forma de reír, de arrugar la nariz cuando estabas enfadada, lo que te concentrabas para estudiar, lo fuerte que eras. Hasta me gustabas cuando discutías conmigo. Tendría que haberles confesado que acostarme contigo fue lo más bonito de mi vacía vida. Quizá me di cuenta demasiado tarde.
Pásalo bien en tu cumpleaños.
Con cariño,
ADRIÁN
Me llevo una mano al pecho, preocupada por si Adrián puede oír todos estos latidos escandalosos que parecen hacer eco en la noche. Con manos temblorosas, abro la última tarjeta, la de este año.
Blanca…
He querido darte, de alguna forma, las felicitaciones que te había escrito y que no pude hacerte llegar. Durante unos años pensé mucho en ti, en nuestra amistad pura que, al final, ahogué. Me acordaba mucho de tu sonrisa tímida y de tu voz de niña presuntuosa. Y entonces me di cuenta de que se me olvidó olvidarte. Pero ahora, si me perdonas y me lo permites, quiero volver a ser tu amigo y quiero hacerlo bien. Nunca creí en el destino ni en las casualidades. Aun así, veo nuestro encuentro en el pueblo casi como un puñetero milagro. Después de tantos años es una nueva oportunidad que parece haber caído del cielo para enseñarme a hacer las cosas bien y recomponer todo lo que destrocé. Y seguramente te cuestiones una y otra vez que si tanto te echaba de menos por qué no te busqué más. La respuesta se halla en mi creencia de que mi presencia podía hacerte daño otra vez. Pero si preguntas a tu madre, te contará la de veces que intenté indagar sobre ti para saber si debía o no dar el paso. Todo lo ocurrido hasta hoy me ha hecho convencerme de que, sí, tenerte en mi vida la hace más bonita.
Felices 30,
ADRIÁN
Aparte de la tarjeta, hay también un papelito que, al desdoblarlo y leerlo, empiezan a escocerme los ojos. Se trata de un vale-regalo escrito a mano donde Adrián ha puesto unas palabras que me provocan cosquillas en el estómago:
Vale por todos esos cucuruchos de fresa en tu heladería favorita que no nos comimos juntos. Quizá ahora podamos hacerlo.
Las letras se emborronan ante mis ojos. Cuando me sentía triste, siempre le proponía a Adrián que fuéramos a la heladería del pueblo de al lado porque los conos me animaban. Y en esas tardes de verano, él solía arrancarme alguna sonrisa que otra… Me viene a la cabeza una en concreto: fue el día siguiente a la paliza que me propinaron aquellas chicas. Adrián me pidió el helado más grande y me invitó por primera vez, como si supiera que me ocurría algo. Mientras yo lo saboreaba, él no cesaba de mirarme extrañado. Y luego me hizo reír. Logró que olvidara los golpes del día anterior. Y yo me permití pensar que mi vida era bonita.
Me desbordo. Por primera vez en once años lloro. Lloro tan fuerte, con tanta tristeza, que Adrián se asusta.
—¡Blanca! —exclama.
Se acerca a mí con rapidez y trata de abrazarme, pero lo aparto con brusquedad, avergonzada de que esté viéndome lloriquear. Me prometí que eso jamás pasaría.
Me levanto de súbito con un grito y dejo caer las tarjetas al suelo.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—¡Por supuesto que no! —chillo, y se me llena la boca de lágrimas saladas.
—No quería que te pusieras así.
Le doy otro empujón cuando se arrima más, pero él, con gesto enfadado, me atrapa del brazo. Cuando quiero darme cuenta estamos en el suelo en un enredo de brazos y piernas. Su cálida respiración en mi oreja me altera. Sus manos se posan en la parte inferior de mi espalda, y me sorprendo a mí misma al cogerle de las mejillas y estampar mi boca contra la suya como si no hubiera un mañana.