9
El contacto de sus labios con los míos no ha cambiado en todos estos años. Despierta en mí idénticas sensaciones: dolor, ternura, ardor, amargura, furia, rencor, cariño. En un primer momento pienso en apartarlo, pero algo en mí se desboca. Ardo entera. Voy a explotar en cientos de llamas que oscurecerán el cielo. Esto es una locura… Pero mi cuerpo responde por mí. Su tacto me hace pensar que parece que no haya pasado una década. Lo cojo por las mejillas, sorprendiéndome a mí misma, sumergida en su beso.
Cuando Adrián se aparta, los labios me duelen por toda la presión y él me mira como si tampoco entendiera lo que ha sucedido.
—Lo siento —murmura—. No sé qué me ha pasado.
Me observa con la respiración agitada, con el pecho subiendo y bajando a un ritmo desenfrenado. El mío va igual. Vuelvo a notar ese regusto amargo en la boca, pero he atrapado algo de su sabor y eso me hace regresar de golpe a la realidad.
—¿Me has devuelto el beso porque vas borrachísima? —me pregunta casi enfadado.
Hay algo más. Algo que me preocupa. Algo que él no debe saber. Y es que en ese beso he sentido cosas que creía olvidadas, superadas, muertas. Y no puedo permitirlo. He luchado mucho hasta llegar a ser una persona que no se deja llevar por sus sentimientos. He batallado con uñas y dientes conmigo misma para superar el dolor con el que crecí. ¿Voy a echarlo a perder por un hombre? ¿Por el mismo que me destrozó?
Mientras divago, Adrián vuelve a acercarse. Me coge de las muñecas y me empuja contra la pared. Me alza las manos por encima de la cabeza y me las aprieta. El tacto de sus dedos me desarma. Y cuando sus labios inundan los míos, sé a la perfección que hemos caído en el infierno y, al mismo tiempo, ascendido al cielo.
Durante unos minutos solo se oye el sonido de nuestros besos. Húmedos. Rabiosos. Desesperados. Como una lucha sin tregua.
Las manos de Adrián sueltan las mías y se posan en mis mejillas. Me las acaricia, y luego hace lo mismo con mi cabello, y después noto sus dedos en mi cuello, clavándose en mi nuca. Cuando voy a aferrarme a la suya, se aparta y me deja confundida. Su rostro continúa estando a tan solo unos centímetros del mío, y cuando habla, entre jadeos, su respiración choca contra mi barbilla y mis labios.
—Esto es una jodida locura, Blanca. No puede ser. No debemos hacer esto. ¿Por qué lo hago? Párame.
Quiero decirle que ya no importa. Que lo hecho, hecho está, y que este beso volverá a marcar un antes y un después entre nosotros como ya sucedió anteriormente. Y que no pasa nada, porque me marcharé de su vida en cuanto la Blanca fría y calculadora aparezca. Que no tenga miedo de quebrarme. Esta vez no sucederá. Pero que ahora deje que me abrase, que permita que perdamos el control, que nos dé una segunda oportunidad para reconocer nuestras pieles. Mi cuerpo se ha despertado a él de una manera distinta a como lo hace con otros hombres. Aún me sorprende.
—Estás bebida, y mañana te arrepentirás de todo esto. Y yo… yo también. No quiero aprovecharme…
—Uno no se aprovecha si dos desean hacer algo —murmuro.
Y de inmediato lo tengo de nuevo jadeando en mi boca. Mis labios rozan los suyos una vez más y noto que su respiración se acelera y que la mía se entrecorta.
—Esto no es moral, Blanca. Después de tantos años, después de todo lo que pasó, que nos comportemos como unos adolescentes salidos no nos ayuda en nada —jadea, con la nariz apoyada en la mía. Sus largas pestañas me rozan la piel y me estremezco, me tiembla todo, hasta la parte más oculta de mí.
Me dan ganas de confesarle que quizá nunca hemos dejado de ser esos adolescentes, que creíamos haber cambiado y no lo hemos hecho o que puede que sí, pero que nuestros cuerpos jamás podrán mantenerse alejados si se encuentran. Es lo que me parece ahora mismo: que no hay otra piel que pueda encender la mía como la de él.
—Quiero besarte toda una noche, solo una más —murmura con los ojos cerrados y luego insiste en que no hay nada de moralidad en nuestro comportamiento.
—Adrián, todo está bien. Yo lo estoy. Déjate llevar. Es lo que nos piden nuestros cuerpos, ¿no? —susurro pegada a sus labios.
—¡Joder! ¿Desde cuándo yo soy moral? —suelta de repente.
Y de nuevo nos besamos. Saliva. Jadeos. Mordiscos. Lengua contra lengua, rozándose, chocándose, luchando. Manos enredadas. Su pelo entre mis dedos, enseñándome que es el mismo tacto. Sus dientes en mi cuello, mostrándome que es la misma sensación que once años atrás.
Cuando quiero darme cuenta hemos llegado a mi portal. Nos hemos acercado hasta aquí como fluyendo en un sueño. Ni por un momento pienso en que mis padres estén en casa o que alguien nos descubra mientras nos besamos y nos acariciamos. Nos deslizamos por la pared hasta tocar el suelo y, una vez en él, todavía continuamos atropellándonos con nuestras bocas y nuestras manos.
—Blanca, ¿qué estamos haciendo? —murmura contra mis labios.
—Lo que realmente queremos hacer —respondo con seguridad.
Y acto seguido nos metemos en el ascensor y no dejamos ni un solo milímetro entre nuestros cuerpos. Sudamos. He perdido un pendiente en algún momento, y mis reservas y protecciones se han quedado a saber dónde.
—Tus padres… —me recuerda cuando estoy abriendo la puerta del piso.
—Se han ido —respondo muy bajito, aunque no lo sé.
Cierro con mucho cuidado y lo cojo de la mano para guiarlo a toda prisa hasta mi dormitorio. Cuando entramos Adrián se queda parado, con la vista posada en el peluche que descansa sobre la cama que habrá hecho mi madre. No le permito que vea nada más. Vuelvo a acosarlo con mis besos, con mi lengua, con mis manos y mis dedos.
Ni siquiera me deshago del vestido, sino que me tumbo en la cama y le indico con un gesto que se acerque. Adrián apoya una rodilla en el colchón, y una de sus manos asciende por mi muslo. Se me escapa un gemido.
—¿Deberíamos parar antes de que lo jodamos todo otra vez? —pregunta con la voz entrecortada.
Niego con la cabeza y tiro de él para que se ponga sobre mí. Su sexo aprieta contra mis muslos desnudos y provoca que toda mi piel explote en cientos de llamaradas. La recorre con una mano, la explora con la misma suavidad que tantos años atrás. Y no quiero que sea tan cálido. Lo que ansío es entrar en combustión, solo quiero sexo para calmar el ardor que se ha apoderado de mi cuerpo. Necesito que Adrián me folle con rabia, con odio, con rencor… para poder olvidarlo por fin y dejarlo muy lejos.
—Mañana, cuando nos despertemos y nos acordemos de todo esto, nos daremos cuenta de lo jodido que es —vuelve a repetir entre beso y beso.
—Somos adultos, ¿no? —murmuro con una voz tan cargada de deseo que ni yo la reconozco—. No lo eches a perder. Estoy cachonda y quiero follar. ¿Quieres tú o no? Porque hay algo aquí que me dice que sí. —Deslizo una mano hasta su paquete y ahogo un gemido al notar toda esa dureza bajo mis dedos.
—Dirás que me he aprovechado… Y yo mismo tampoco entenderé por qué he caído. Joder, siempre has sido una cabezota. Siempre me arrasaste, te salías con la tuya y pensabas que no…
Le muerdo el labio inferior para que no pronuncie ni una sola palabra más. Ahora mismo no puedo pensar. Es probable que Adrián lleve razón en lo que está diciendo, puede que mañana tenga ganas de golpearme contra la pared… Pero esta noche estoy excitada, y aunque mi cerebro no reacciona como es debido, mi piel responde por mí y sé que debo hacerle caso. Él ha empezado esto. Lo más justo es que lo acabe.
Lo atraigo más hacia mi cuerpo y logro que Adrián se active. Quiero correrme con él. Deseo, por fin, que su orgasmo se atropelle con el mío. Con él, solo con él me corría no solo con el sexo, sino también con todo el cuerpo: con las manos, los dedos de los pies, el vientre, los pechos, la lengua, los ojos, el alma. Deseo volver a sentir que podría hacer cualquier cosa con tan solo un orgasmo suyo.
Me sube el vestido hasta la cintura, sin pronunciar una palabra más, y tira de mis braguitas para bajármelas. No habrá preliminares; tampoco los hubo en el pasado, no los necesitaba para hacerme vibrar y humedecerme, ya que sus ojos y su cercanía bastaban para excitarme. Pero los mordisquitos que me da en el cuello logran que esté más mojada, más receptiva y más dispuesta que nunca.
Adrián se desabrocha los pantalones. Le ayudo cuando se los baja, introduzco la mano en su bóxer y le aprieto las nalgas para acoplarlo a mi cuerpo. Lo guío hasta mi entrada entre jadeos y temblores de impaciencia. Está muy callado, aunque su respiración llena todo el dormitorio. De repente recuerdo algo.
—¿Tienes condones?
—Pues… no. —Compone un gesto entre confundido y frustrado.
Sonrío para mis adentros mientras lo aparto con suavidad. Me echo hacia delante y cojo el bolso, que había tirado en el suelo. Rebusco en él con la esperanza de que quede alguna gomita. Al rozar con los dedos el inconfundible envoltorio, se me escapa un jadeo. Se lo enseño a Adrián con júbilo contenido y él me regala una sonrisa nerviosa. Sin perder ni un segundo más vuelvo a cogerlo de la camiseta para atraerlo. Sus manos recorren mis muslos desnudos mientras le coloco el preservativo. Un ramalazo de placer me inunda al notar dos de sus dedos presionando en mi entrada. Oh, Dios, esto es demasiado bueno. ¿Cómo había podido olvidarlo?
Cuando se introduce en mí, de manera violenta, mi espalda se arquea. Se me escapa un gemido mezcla de gusto y dolor. Adrián da una sacudida, moldeando mis paredes, haciéndolas suyas. Cierro los ojos unos segundos, convertida en una masa de lujuria, de rabia, de excitación. Al abrirlos descubro que está mirándome como aquellas veces, pero sus pupilas no me transmiten calidez, sino frío. Él prosigue con sus movimientos expertos, duros y sin un ápice de ternura. Es así como lo quiero, ¿no?
En un instante de lucidez me pregunto qué es lo que estoy haciendo. «Bravo, Blanca, te has lucido. Estás follando con el tío al que te habías propuesto no volver a ver en tu vida, el que dejó tu corazón marchito. Estás mucho más pirada de lo que pensabas.» Acallo esa maldita voz que se asemeja a la de Emma y clavo las uñas en la espalda de Adrián. No toco piel, tan solo su camisa, que ni siquiera se ha quitado. Esto parece el típico polvo de película, rápido y furioso. Si al menos fuera sexo por reconciliación, tendría un pase. Pero ¿qué es?
Adrián me folla con toda su fuerza, y es mucha. Choco contra el cabezal de la cama y me golpeo la cabeza. No se detiene y continúa con su mirada clavada en mí. Su sexo me colma, casi me destroza las entrañas, y aun así quiero más. Es como si estuviera descargándose. Más bien, soltando la rabia. Y puede que yo esté haciendo lo mismo, que esto sea una forma de provocarnos placer y dolor al mismo tiempo.
Me muerde el cuello y me lo lame. Fue una de mis debilidades. Después de Adrián no he permitido que nadie se acerque a esa parte de mi cuerpo, como si estuviera reservada para él. Mi vientre tiembla. Me doy cuenta de que estoy a punto de alcanzar el orgasmo. Suelto un gemido. Adrián me lo devuelve, y ese sonido me parece el más jodidamente perfecto del mundo.
Me voy entre espasmos, apretando la tela de la camisa de Adrián entre los dedos, incluso clavándome las uñas que llevo tan cortas. Unos segundos después aprecio que él se derrama en el preservativo. Dios, menos mal que entre tanta locura hemos usado protección. Aunque, bien mirado, ya me he deshecho de casi todas… Y esa es la menos importante porque tomo la píldora. Las que me preocupan son las otras, ahora que empiezo a estar más lúcida. Ahora que Adrián ha terminado y aún sigue con su mirada clavada en mí.
No sé por qué, pero no me siento bien del todo. «No has hecho nada malo. Te apetecía acostarte con él, ¿no? Es un tío atractivo, es normal. Folla bien, es lo que te gusta en un hombre. Después te olvidas de esto y a otra cosa, mariposa.»
Cuando Adrián se aparta de mí, casi me he quedado dormida.
Algo me despierta. Oh, Dios mío… Voy a morirme del maldito dolor de cabeza que tengo. Intento separar los párpados, pero todo me da vueltas. Aprieto los labios, luchando contra los alfileres que tengo clavados en la garganta y, al fin, consigo abrir los ojos.
Observo mi armario y luego la pared con un calendario que se quedó en muchos años atrás. Ni siquiera ha cambiado eso mi madre. Parece que haya querido dejar el dormitorio como la última vez que pasé en él mis diecisiete años. Cojo aire, me desperezo un poco y descubro que el mundo se mueve alrededor. Si yo anoche apenas bebí. ¿Es que me echaron algo en el cubata o que la cercanía de la treintena me ha convertido en una de esas personas que no tolera nada de alcohol?
—¡Joder! —murmuro cuando algo de luz acude a mi mente—. Lo has hecho.
Me llevo una mano a la boca y, con mucho cuidado, vuelvo la cabeza. Me incorporo de manera lenta mordiéndome el labio inferior. Es Adrián. Está durmiendo justo a mi lado, boca abajo, desnudo de cintura para arriba. No puedo evitar pensar lo atractivo que es. Me dedico a observarlo durante unos minutos. La piel de su espalda tiene un tono perfecto y no presenta ninguna imperfección. Eso sin mencionar los músculos que se le marcan. No son los típicos de esos hombres ciclados que se pasan el día mirándoselos delante del espejo. Los de Adrián parecen naturales, y precisamente por eso me gustan más. Y su rostro… Todavía aniñado, aunque con una mandíbula perfilada que le otorga ese aspecto de chico duro. Con unos labios de lo más apetitosos… Y ese cabello despeinado, rebelde, brillante… ¿Qué narices le ha pasado? Cuando era un adolescente tenía algo que atraía, pero no era el típico guaperas. Y ahora, en cambio, se ha convertido en una jodida tentación. Hay que ver lo bien que crecen algunos.
Cuando voy a levantarme suelta un gruñido, mueve un brazo y lo deja caer sobre mí. El grito se me queda atascado en la garganta. Lo miro con cara de susto. No ha abierto los ojos y su respiración es profunda, lo que significa que no es que se haya puesto en plan cariñoso, sino que está soñando.
Me estudio a mí misma. Llevo puesto el vestido. Me lo levanto… También las bragas. ¿Que no esté desnuda significa que no me acosté con él? Porque al mirar su ancha y maravillosa espalda por mi mente pasan imágenes subidas de tono.
Los párpados de Adrián se agitan y al segundo siguiente su mirada somnolienta se clava en mí. Para mi sorpresa, esboza una sonrisa encantadora. No, no, no. Tienes que ser cabrón, como antes. No voy a entregarte nada de mí de lo que tú tampoco me diste.
—Buenos días —murmura en voz baja.
—¿Has dormido bien? —le pregunto con sarcasmo.
Se da cuenta de que tiene el brazo sobre mí y lo aparta. Aprovecho para salir de la cama. Me observa con la cabeza aún apoyada en la almohada, y su gesto burlón provoca que me enfade un poco.
—¿Podrías levantarte? —le pido con mi tono más amable.
—¿Ya me estás echando? —dice incorporándose y apoyándose en un codo.
—En otras circunstancias, quizá ahora estaría encima de ti. —Remarco la palabra «encima» y él pone los ojos como platos. Adrián antipático 0 - Blanca seductora 1—. Lo que pasa es que no sé si te acuerdas de que estamos en casa de mis padres.
Compone un falso gesto de incredulidad.
—¿De verdad? ¡Vaya, no lo sabía! —Se frota los párpados y añade con sarcasmo—: Blanca, eras tú la que anoche iba tajada. Yo sé dónde me encuentro.
—¿Y te quedas tan tranquilo? ¡Adrián, que ya no somos unos críos! ¡Y vuelvo a decirte que no iba borracha!
—Precisamente por eso, porque ya somos mayorcitos, no tengo por qué esconderme.
Pongo los ojos en blanco. Le apetece jugar. A mí, esta mañana no. Lo único que quiero es que se levante y se vaya antes de que nos pillen con las manos en la masa.
—Al final nos acostamos, ¿verdad? —La pregunta me acelera el corazón, no sé muy bien por qué.
Adrián se toma unos segundos para contestar. Lo maldigo por dentro.
—Es obvio, ¿no? —Se señala a sí mismo y después a la cama.
De repente un montón de imágenes acuden a mi mente. Yo debajo de Adrián. Él muy dentro de mí arrancándome roncos jadeos. Yo rogándole que me follara con más fuerza. Él jadeando.
—Pero si lo que estás pensando es que tuvimos sexo, puedes estar tranquila.
—¿Qué quieres decir? —Abro los ojos y lo miro confundida.
—Lo que has oído.
—No estoy para bromas. Me encuentro fatal.
—Supongo que al final tu cuerpo reaccionó a tiempo —dice, y se le ha borrado la sonrisa.
—¿No nos acostamos, en serio?
—No.
—Pero yo… En mi cabeza…
—No sé qué cojones tienes en esa cabeza tuya, pero antes de que ocurriera nada, vomitaste.
—¿Qué? ¡Joder, no me engañes! —exclamo, empezando a enfadarme.
—¿Por qué iba a hacerlo? —Se levanta y se sienta en el borde de la cama.
—Pero tú y yo… La verbena… La calle… El portal… —No acierto a formar una frase completa, tan solo a escupir palabras sin sentido y, aunque Adrián se mantiene serio, en sus ojos hay un brillo de diversión.
—Hay cierta verdad en eso —se burla—. Te besé. Y tú me seguiste el juego. Todavía no lo entiendo, Blanca. Pensé que me odiarías.
—¿Y por qué estás aquí? ¿Por qué has dormido conmigo?
—Me lo pediste tú. ¿No te acuerdas de eso tampoco? ¿Y dices que no ibas bebida? —Ladea el rostro con una sonrisa que no refleja amabilidad.
—¿Y me hiciste caso? —inquiero sorprendida. ¿Adrián queriendo cuidarme?
—¡¿Y qué esperabas que hiciera?! Te pusiste de lo más melosa y te enganchaste a mí como un koala. No tenía escapatoria. —Noto que se pone a la defensiva.
—¿Como un qué? Mira, bonito, anoche bailando tú te enganchabas a mí como una lapa —contraataco. ¿Qué se cree? ¿El rompebragas del universo?
—¿Y por qué no me permites hacerlo de nuevo? —Aprecio un poso de rabia en su tono.
Estira el brazo y me atrapa de la muñeca. Al segundo siguiente me encuentro tumbada en la cama, aprisionada bajo él, con su pecho desnudo rozando mi escote. Me observa con sus enormes ojos. La luz que entra por la ventana incide justo en ellos, otorgándoles un brillo especial y haciéndolos más claros. Su mandíbula se tensa. La vista se me va a sus abdominales. Dios, él antes no tenía este cuerpo. Cuando vuelvo a mirarle el rostro, está sonriendo de nuevo.
—Antes has dicho que en otras circunstancias podrías ponerte encima de mí, pero no has mencionado nada de no estar debajo —susurra con voz ronca y una sonrisa diablesca—. Así que una abogada muy prestigiosa… —Una de sus manos asciende por mi muslo.
—Mucho —fanfarroneo. Y le aparto la mano con gesto orgulloso.
—¿Y la responsable y seria letrada Balaguer no estaría dispuesta a perder su preciado tiempo con un poco de sexo matutino? —Otra vez sus dedos alcanzando mi pierna.
Acerca su rostro y me roza los labios. Abro los míos, ansiosa por comerme los suyos. Sonríe en mi boca. Alzo las manos, dispuesta a aferrarme a su espalda, pero no me lo permite. Cuando quiero darme cuenta me sujeta de las muñecas y me levanta los brazos por encima de la cabeza. Se roza contra mi vestido. Su bragueta abultada me hace jadear. «Blanca, que está jugando contigo, está llevando la voz cantante. ¿Vas a permitírselo?»
Estiro el cuello hasta alcanzar sus labios. Le muerdo el inferior con suavidad y, cuando él baja un poco la guardia, tironeo y, al fin, me suelto de su agarre. En cuestión de segundos cambian las tornas. Es Adrián quien ahora se halla debajo de mí, y, sentada a horcajadas sobre él, me inclino con las manos apoyadas en su pecho y le dedico una sonrisa victoriosa.
—¿Un poco? ¿Significa eso que el señor Cervera es de los que no aguantan mucho? —le suelto, burlona, al tiempo que meneo el culo sobre su paquete de manera juguetona.
Él posa las manos en mis nalgas y me las estruja. Me echa hacia delante, de forma que mi punto de placer está ahora justo sobre su dura erección. Un gemido queda ahogado por su beso. Rápido. Y muy húmedo. Como yo. El siguiente no me permite pensar. La lengua de Adrián me azota y se enrosca en la mía. Se la muerdo con fuerza. Gruñe, y sus dedos se clavan en mi carne. Empuja hacia arriba y casi me muero de placer con ese simple movimiento. Una de sus manos abandona mi culo y va directa a mi sexo. El vestido le permite llegar hasta las bragas sin complicaciones. Me encuentra mojada, dispuesta. Introduce dos dedos por la ropa interior. Ya estoy gimiendo. Aprecio su sonrisa pegada a mis labios. Será presumido… Debo controlarme un poco más. Voy a enseñarle que Blanca es el ama en la cama.
Cuando estoy a punto de gatear hacia abajo para encontrarme con su maravilloso miembro, unos suaves golpes en la puerta me alarman. Lo miro con cara de susto, pero él se muestra de lo más tranquilo.
—¿Blanca? ¿Estás ahí? Me ha parecido oír algo… ¿Me llamabas?
Es mi madre.
Sin pensarlo un segundo me abalanzo sobre Adrián y le tapo la boca con la mano. Frunce el ceño, aunque no lo evita. Noto que el corazón se le desboca.
—¿Blanca? ¿Te encuentras bien?
Y por una vez en su maldita vida, mi madre actúa de manera inoportuna y abre la puerta. Se me escapa un grito, y a ella le cambia la cara cuando nos descubre a Adrián y a mí en esa postura tan inusual y delatora. Nos quedamos los tres mirándonos, sin decir ni mu, hasta que mi madre separa los labios con intención de hablar. Me aparto de Adrián de golpe y me levanto al tiempo que me recoloco el vestido, dispuesta a rebatir todo lo que se diga o haga en esta habitación, pero mamá se me adelanta.
—Lo siento, hija… No sabía que… Bueno, es que estaba preocupada —dice, la pobre, avergonzada.
Quiero morirme. En serio, daría cualquier cosa para que el suelo se abriera bajo mis pies y me tragara hasta el infinito y más allá.
—Buenos días, María —la saluda el puto Adrián, quien se incorpora hasta quedarse apoyado en un codo. Todo esto debe de parecerle muy divertido a juzgar por su cara.
—Hola, Adri —murmura mi madre. Esboza una sonrisa nerviosa. A continuación, da un paso hacia atrás y se golpea con el tirador de la puerta—. Ay… —se queja, con las mejillas más rojas que un tomate—. Bueno, pues… Me voy.
—Mamá, no es lo que piensas —le digo antes de que salga del dormitorio. Por Dios, parece la típica frase sacada de una película cutre y barata—. Anoche me puse mala y Adrián me trajo.
—No pasa nada, Blanca. A ver, que tú eres una mujer adulta…
¡No, no y no! Esto es más de lo que puedo soportar. Me acerco a ella y repito:
—No. Esto no tiene nada que ver con lo que estés pensando.
—¡Hostia que no! —Oigo en ese instante. Javi, cómo no. Como aparezca por aquí se va a arrepentir de haber nacido—. Pero ¡si se les oyó por toda la finca!
—¡Cállate, maldito enano! —le chillo, provocando que un alfiler se me clave en la cabeza.
—No es verdad, María. No le hagas caso —interviene Adrián en tono conciliador.
Mi madre nos mira alternativamente. Cuando cierra la puerta, me paseo de un lado a otro soltando gritos silenciosos. Adrián me observa como si estuviera loca. Con el aspecto que tendré, cualquiera lo pensaría.
—¿No decías que anoche no nos acostamos? —le pregunto con mala cara.
—Ya sabes cómo es tu hermano.
—Dios, este es uno de los peores días de mi vida —me quejo.
—¿En serio? —De súbito, Adrián se muestra frío, distante.
Sin añadir nada más abandona la cama y se mete en el cuarto de baño de mi dormitorio. Tomo asiento con las manos en los labios, negando con la cabeza. Tengo que marcharme del pueblo antes de que mi madre se pase los días recordándome lo ocurrido.
—Me voy —anuncia Adrián mientras se pone la camisa.
No contesto. Me mantengo en la misma postura, con la cabeza gacha. Sin embargo, noto que se acerca y, un instante después, algo roza mi pelo. Su mano. La ha apoyado en mi cabeza. Alzo el rostro, entre asustada y aturdida. Y sus ojos, apenados, todavía me confunden más.
—¿Qué haces? —pregunto con un hilo de voz.
—Solo quería despedirme. Por si no volvemos a vernos.
Y sé con qué propósito lo ha dicho. Vuelvo a enfadarme, a sentirme estafada por él. Quiere provocarme, y al final lo conseguirá. ¿No he sido amable teniendo en cuenta cómo debería haberme comportado? ¡Joder, si hasta iba a tirármelo otra vez!
—Eso ha sido un golpe bajo y sabes que tenía motivos para irme como me fui.
La puerta se cierra. Creo que no ha escuchado lo que he dicho. Me tiro en el colchón y me quedo observando el techo con la intención de vaciar la mente.
Pero la maldita cama huele a él. Es un aroma que me trae pensamientos dulces. Y también tristes.