12

 

 

 

 

Índices de bienestar – Martes 4 de agosto

 

Al desayunar:

A mediodía:

En la ducha:

Al cenar:

 

Tres cosas buenas que me han pasado hoy:

 

1. He almorzado un bocadillo de tortilla de patatas riquísimo.

2. Y lo he rematado con un flan, de postre.

3. ¿Cuenta que me haya acostado con Adrián, el tipo que fue mi primer amor, el que me destrozó, y que habría repetido si no hubiera sido porque mi madre nos ha pillado? ¿O eso no es algo bueno?

 

Me río de mi propia ocurrencia. Cierro la libreta y lanzo una mirada a la puerta. Cuando esta mañana he salido de mi dormitorio aseada y con mi mejor cara, ya que al final me he dicho que era una tontería avergonzarme por algo que hacen todos los adultos y que mi familia sabe que no soy una monja de clausura, mi madre se había ido a andar para cuidar su circulación, como acostumbra hacer. Pero me había dejado preparada una tortilla y un flan casero. Y en la nevera había una nota con un mensaje de lo más cariñoso. Estoy segura de que su alegría se debe a haberme encontrado con Adrián.

Quien, por cierto, me ha dicho que no nos hemos acostado juntos. Es un puñetero mentiroso. ¿Por qué juega así conmigo? Y encima está el hecho de que, si me detengo a pensar, el sexo fue magnífico. Rabioso, cargado de rencor seguramente, pero disfruté como una loca. Y en el fondo, eso es algo que no está tan mal. Sin embargo, algo me dice que haberme acostado con él es todo lo contrario a la terapia que Emma me ha impuesto. O quizá no. ¿Qué mejor que salir de dudas con una llamada?

Cojo el móvil y rebusco en la agenda hasta dar con su nombre. Me llevo el aparato a la oreja y, mientras espero con los tonos de llamada de fondo, tamborileo con los dedos en mi rodilla.

—Consulta de la doctora Emma Valenzuela.

—Hola. Soy Blanca —digo a trompicones.

—¿Qué Blanca?

—Blanca Balaguer.

—Ah —murmura la secretaria. Y a continuación, me pregunta—: ¿Deseas algo?

—¿Podría hablar con Emma?

—Ahora mismo se encuentra con un paciente… —Se queda callada un momento. Oigo voces atenuadas y luego me dice—: Enseguida te paso con ella.

Espero unos segundos más que se me hacen eternos. Al fin, la agradable voz de Emma llega hasta mi oído.

—Buenas tardes, Blanca. ¿Cómo estás? ¿Sigues en el pueblo?

—Sí —respondo—. En mi habitación de cría estoy, para ser más exactos.

—¿Y qué tal va?

—Mi madre está encantada de la vida, claro. He salido estas dos noches y me he encontrado un par de veces con las chicas esas tan desagradables, pero bien. Y él está aquí.

—¿Quién?

Ya empezamos. Como si no lo supiera. Está poniéndome a prueba, como siempre. Cojo aire y contesto:

—Adrián.

—Tu amigo de la infancia.

—Ajá.

—¿Y qué hay de malo en ello?

—Supongo que nada, pero ha pasado algo.

—¿Algo malo o bueno?

—Para eso te llamo, para que me lo digas tú. Yo creo que te parecerá atroz, pero quién sabe.

—¿Atroz? —Emma continúa con su tono neutro—. Explícame qué ha ocurrido.

—Fui a las fiestas del pueblo…

—¿Qué más? —me anima.

—Al regresar a casa, me encontré con él en la calle. Fue extraño, aunque, claro, imagino que en realidad es lo normal después de tantos años. Él se mostró tan tranquilo, como si no hubiéramos acabado mal. Vamos, como dos viejos amigos que se reencuentran. Hasta ahí bien, puedo entenderlo porque él ha sido siempre así. Pero la segunda vez…

—¿Qué pasó?

—Me besó.

Emma aguarda unos instantes al otro lado de la línea. Le gusta crear expectación.

—Entiendo —contesta Emma.

—¿De verdad? ¿No es raro? Discutimos antes de marcharme, ninguno dio señales de vida. Creí que yo no le gustaba… Pero va y me besa, como quien no quiere la cosa.

—Mira, Blanca, voy a explicarte algo. La lógica nos dicta que las personas no deberían acercarse en términos sexuales a otras a las que les guardan rencor o a quienes no les caen bien. Pero el sexo es de todo menos lógico. Bueno, en realidad lo que sucede es que tiene su propia lógica. Por una parte, tenemos la biología. Y, por otra, las emociones. ¿Me sigues?

—Supongo que sí.

—En la literatura científica existe el término «sexo por despecho», o también conocido como sex hate. Se trata de practicar sexo con…

—Eh, no, no. No hemos hecho algo así —miento.

—Me has dicho que os habéis besado —me recuerda Emma tan tranquila—. ¿Nada más?

Me quedo callada unos segundos, sopesando si contarle la verdad o no. Al final decido inventarme algo a la de tres, dos, uno…

—He tenido un sueño después de su beso.

—¿Qué tipo de sueño?

—Pues… subidito de tono.

—¿En él Adrián y tú os acostabais?

—Sí. Pero a ver, se supone que yo estaba enfadada con él.

—¿Y cómo era el sexo?

Qué preguntas. Emma ha pasado de ser una simple psicóloga a una sexóloga.

—Salvaje, duro… Rabioso.

—Eso corrobora lo que estaba explicándote, Blanca. No es tan extraño como crees. Desde un punto de vista biológico, cuando alguien te atrae físicamente se activan unos determinados neurotransmisores, como la adrenalina o la serotonina, que son independientes a cómo te caiga una persona.

—¿En serio? —Arqueo una ceja en la soledad de mi dormitorio.

—Está claro que puedes evitar acostarte con esa persona, pero los sueños son otra cosa. Forman parte del subconsciente, que todavía es más difícil de explicar. Además, el sexo es una forma de comunicarse y con él pueden transmitirse emociones negativas.

—Vale. ¿Y qué tengo que hacer? —le pregunto.

—Nada.

—¿Nada? ¿No soy una gilipollas por tener esos sueños con un tipo al que detesto?

—Los sueños no pueden evitarse. No los controlamos. Si fuera así, nadie tendría pesadillas. Por otro lado, quizá te equivocas y no lo odias tanto como crees.

—Eso parece —respondo malhumorada.

—Encontrarte con tu antiguo amigo y haberte comunicado con él es algo positivo.

—¿En serio? Me hizo daño. Bueno, y yo a él también, imagino. Pero él a mí más, ¿sabes?

—Claro que lo sé. Pero apenas conozco nada de la historia. Cuando vuelvas, quiero que me cuentes más, que me expliques qué es lo que sucedió realmente. Y también charlaremos acerca del beso y de tus sueños. —Como otras veces, no es una petición, sino casi un mandato.

—Ya.

—No te digo que tengas que volver a hablar con él, Blanca. Aunque en ocasiones es bueno entender lo que pasó. Por lo que me has dejado entrever, ni siquiera le diste la oportunidad de justificarse.

Claro que no. Estaba tan enfadada que lo único que quería era alejarme, no saber nunca nada más de él… Aunque he de reconocer que alguna vez, tiempo después, lo busqué en las redes sociales.

—¿Cuál es tu grado de bienestar hoy? —me pregunta Emma de repente.

—Pensé que sería una mierda —se me escapa. Le pido perdón—. Pero no, al final me siento mejor de lo que esperaba.

—Eso está muy bien. Y con las chicas esas, ¿qué tal?

—No sé. Me pareció que decían algo de mí… Pero bueno, tampoco lo sé seguro.

Ni siquiera he pensado en ellas desde que sucedió esto con Adrián. Una chispa de alegría se enciende en mi pecho.

—¿Te afectó? —quiere saber Emma.

—Casi nada. Pasé por delante de ellas con la cabeza bien alta.

—Estupendo, Blanca. Lo dicho: si necesitas que hablemos, llámame. Descansa, disfruta de tu familia y pasea por el pueblo. Seguro que hay lugares bonitos.

Por un momento me dan ganas de decirle que sí, que hay uno realmente precioso, al que acudí en infinidad de veces con Adrián… Pero él es el culpable de que esté haciendo esta llamada. Consigo retener las palabras y me despido de Emma.

La siguiente es para Begoña, quien por fin la atiende.

—¡Hola, cariño! —exclama con la respiración agitada.

—¿No te habré pillado en un mal momento?

—Ojalá. Acabo de terminar la sesión de hoy en el gimnasio. Iba a meterme en la ducha cuando he oído el teléfono. Las tías me miran mal cada vez que suena Balada triste de trompeta de Raphael. Pero es que son muy jóvenes. Ellas no entienden que es un portento —me suelta atropelladamente. Ni que Raphael fuera de nuestra época. Bego es una auténtica fan suya—. Por cierto, hay una nueva aquí que tiene un culo en el que pueden partirse piedras.

—¿Qué tal va todo por ahí? —Hago caso omiso de su comentario.

—Hija, lo dices como si hiciera cien años desde que te fuiste —responde riendo.

—¿Por qué no te vienes aquí el fin de semana? —se me ocurre de repente. Tengo ganas de verla.

—¿A tu pueblo?

—Claro. ¿Dónde si no?

—¿Y dónde duermo?

—No sé, en la habitación de mi hermano. Que se quede en casa de algún amigo suyo. Y si no, conmigo, en mi cama.

—Pues no sé, había pensado centrarme en un caso…

—Me apetece verte, Begoña —gimoteo.

—Vaya, esa voz me anuncia algún desastre —se mofa.

—Acabo de hablar con Emma.

—¿Qué es lo que te ha trastornado ahora?

—No digas tonterías. No estoy trastornada. Pero ha ocurrido algo que debes saber.

—Pues ilumíname.

—Me he encontrado con Adrián.

—¡Joder! ¡Deben de haberse abierto los cielos y todo! —continúa Begoña con su sarcasmo—. Si te contara las veces que me he topado yo con alguna ex… Y con algunas de ellas ha pasado lo que no… —Se calla de sopetón y luego suelta a grito pelado—: ¿No me digas que habéis tenido un reencuentro caliente?

—¡No! Bueno, ¡sí!

—Pero ¿no lo odiabas?

—¡Eso es! —grito yo también.

—Vale, espera. No te preocupes. Es normal. Me ha pasado en alguna ocasión.

—Eso es lo mismo que me ha dicho Emma.

—Al final la psicóloga va a ser lista y todo…

—Por favor, Begoña, dime que no estoy loca y que no hago mal.

—¿Por querer tener un orgasmo? Pues claro que no, mi vida. —La oigo saludar a alguien y luego se dirige de nuevo a mí—. Entonces ¿qué ha pasado?

—Según él, nada.

—¡¿Qué?! Pero ¡si acabas de decirme que habéis folleteado! —exclama.

—Él, que es muy gracioso, y quiere hacerme creer que bebí mucho y me confundí.

—Habíamos quedado en que el alcohol no nos exculpa —me recuerda Bego en tono divertido.

—¡Si no bebí casi nada! Es un mentiroso. Nos acostamos, Begoña. El primer día todo normal. Me lo encontré en la calle por casualidad y me saludó como si nos hubiéramos visto el día anterior. Nos retamos. Y a la noche siguiente acudí a la verbena del pueblo de nuevo y él también, como si quisiera verme.

—No estarás mezclando una peli de Cameron Diaz con tu vida, ¿no?

Hago caso omiso de su ironía y prosigo con mi historia.

—Bailamos. Nos rozamos. Me subió la libido. A él también porque, vaya, me besó y, para mi sorpresa, se lo devolví. Me dejé llevar por mi cuerpo.

—¡Olé tú! —Se carcajea Begoña, la muy perra. Podría tomarme más en serio. Pero, claro, ella no sabe apenas nada de mi historia con Adrián—. Y dime, ¿cómo fue el beso? ¿Soso? ¿Apasionado? ¿Con lengua?

—Después nos fuimos a mi casa —continúo, pasando de sus comentarios—, todavía besándonos y… Joder, en mi cabeza hay un montón de imágenes de nosotros dos teniendo sexo. Me he despertado con él al lado, sin camiseta…

—¿Y está bueno?

—¡Begoña, que eso ahora es lo menos importante! —me quejo.

—Hombre, pues no es lo mismo despertarte con un dios griego al lado que con un mostrenco.

Me aparto el flequillo de manera violenta y me dejo caer en la cama, observando el techo.

—Vale, reconozco que es un tío muy atractivo.

—Y con lo que te gusta a ti un buen meneo…

—Y para colmo, mi madre nos ha pillado esta mañana. O sea, que ha abierto la puerta y me ha encontrado encima de él con el vestido por la cintura porque, agárrate donde puedas, casi volvemos a acostarnos.

La carcajada de Begoña retruena en mi oído. Resoplo, un poco molesta, pero después me doy cuenta de que en realidad la situación sí que tiene algo de gracioso. Si no te ha ocurrido a ti, claro.

—Eso te pasa por llevártelo ahí. Casa de los papis, caca. Coño, haberlo hecho en un parque.

—¿Con todas las mierdas de los perros? Estás loca.

—Y ¿cómo fue? ¿Es bueno en la cama?

—Es un puñetero dios. Qué asco, en serio. ¿No podría haberme follado como el culo?

—¿Y qué hay de malo en todo lo que me cuentas, cariño?

—Pues que disfruté, Begoña. Gocé como una loca y se supone que debería odiarlo.

—Mira, ya te he dicho que a mí me ha pasado alguna vez. Ya sabes, encontrarme con una ex que todavía me ponía, acostarme con ella y luego pensar en las consecuencias. Pero antes recibía una alegría para el cuerpo.

—Que folle bien no lo exculpa de su comportamiento cabrón.

—Claro que no, pero te ha ayudado a pasártelo bien un rato.

Suelto un suspiro. Tiene razón. Ha sido solo sexo. Un pequeñito desliz de esos que todos tenemos de vez en cuando. Soy una adulta capaz de controlar sus emociones y algo así no va a cambiar mi actitud.

—Entonces ¿vendrás?

—Pues, mira, creo que sí.

—¿En serio? —Me incorporo en la cama, presa de una gran alegría. No sé por qué, pero me hace ilusión que Begoña conozca mi pueblo y a mis padres. Después de tantos años de amistad, ya va siendo hora.

—Sí. Me apetece conocer al tío al que guardas tanto rencor. ¡El que te moja las bragas! —se mofa.

—No lo conocerás.

—Pero digo yo que, en un pueblo tan pequeño, lo veré en algún momento, ¿no?

—¡Nos pasaremos el fin de semana encerradas en casa! —la amenazo medio en broma.

—¡Y una mierda! A mí me sacas de fiestorro por ahí, a ver si conozco a alguien interesante.

Le dedico un par de insultos. Ella a mí otros tantos. Acabamos riéndonos como siempre. Begoña… Esa amiga que nunca me ha fallado. Tendría que haber estado ahí desde siempre para hacerme comprender cuando era una joven amargada que en la vida existe gente bonita.