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HAN pasado dos semanas en las que mi vida ha dado un cambio de 180 grados.

Daniela ya sabe que su padre ha muerto. Se lo dije al día siguiente de yo enterarme, no quería posponer el momento. ¿Por qué alargar las cosas si, al final, el resultado iba a ser el mismo?

Su reacción me sorprendió. No lloró, no rió... al terminar de contarle la situación, solo asintió con la cabeza en un gesto de rígida aceptación.

Con la entrada oficial de Lola y Ro a la familia sufrió un poco de confusión, pero al haberlas conocido anteriormente, le fue fácil de aceptar.

Con María, la señora por la que me enteré de una forma «tan agradable» de todo este lío, fue otra historia... Vino a mi casa una tarde, llena de esa belleza y distinción que en su momento tanto admiré, y se quedó mirando a la niña como si tuviera tres cabezas; se dio la vuelta y se fue... la situación fue muy incómoda. Daniela no sabía qué hacer, y si digo la verdad, yo tampoco...

—Ya volverá, Daniela —dije y para distraerla añadí—. Y con un regalo fantástico. Se sentirá tan culpable por lo que ha hecho que le podrás pedir lo que quieras...

No fue la conducta correcta, lo sé. El consumismo está mal... pero mi hija tiene 10 años. Si te la quieres ganar, sé amable y cómprale algo bonito. Es así de simple.

Y así lo hizo, al día siguiente, se presentó sin avisar, cargada de cositas bonitas. Dani las aceptó con la emoción que solo puede sentir un niño, y tras verlo todo, la cogió de la mano y la llevó a su habitación. Al momento, la voz de Justin salía del cuarto.

Tras par de horas de tortura auditiva, María salió con una sonrisa.

—Tienes una hija maravillosa —declaró emocionada—. Quiero pedirte disculpas. Te llamé cosas horribles aquella noche...

—Todo está olvidado. Siempre y cuando me respetes, y a mi hija la trates correctamente, todo irá bien —le dije—. Espero que estés preparada para lo que se te viene encima... tener una nieta como Daniela da mucho trabajo. Hazte a la idea de que este verano tendrás que ir a un concierto... Vas a ser toda una belieber...

Me dedicó una sonrisa de agradecimiento y, prometiendo que volvería, se marchó.

Realmente, creo que Daniela está aceptando bien estos cambios. Pero el tiempo dirá, y si tiene problemas, yo estaré ahí para ayudarla.

Respecto a Aarón... no quiere saber nada de mí.

No me coge el teléfono, no contesta a mis mensajes... las pocas veces que nos hemos visto, me ha ignorado. Pasa por mi lado sin ni siquiera mirarme.

Necesito que me perdone y para eso tengo que hablar con él, explicarme y suplicarle... pero ni siquiera me ha dado esa opción.

Le escribo todos los días, aunque no estoy segura que me lea. Le recuerdo nuestros buenos momentos, los malos, los simpáticos... pero, sobre todo, le recuerdo que lo amo con todo mi corazón.

Pese a que pueda parecer una acosadora, no cejaré en mi empeño. Lo quiero y necesito que vuelva a mi lado. Es la temporada más larga que hemos estado sin hablar... y me siento rara, vacía. No me había dado cuenta de cómo dependía de él, me mal acostumbré a tenerle a mi lado y ahora sufro el síndrome de abstinencia.

Los pequeños mensajes mañaneros que me alegraban durante todo el día, su forma irreverente de hablar, su forma de tocarme, su sonrisa, su cuerpo... simplemente, lo extraño.

Desde que se ha mudado definitivamente a su piso, he perdido la única fuente de consuelo que me quedaba. Verlo de lejos, oír su voz...

Pero tengo un plan. Soy una mujer con una misión. Voy a recuperarlo y, esta vez, no dejaré que nada «y mucho menos yo» estropee lo que tenemos.

Me encuentro en medio de la nada, rodeada de niños, padres, árboles, cabañas y Aarón... estoy eufórica.

La acampada de fin de curso de mi hija ha sido la excusa perfecta para verlo de nuevo. He propiciado, «con la ayuda de Dani», la ocasión perfecta.

No hay ningún vehículo que pueda utilizar, y ya que todos hemos llegado en los mismos autobuses, y estos se han ido... no puede escapar de mí.

Las cabañas están asignadas por grupos familiares. Daniela, esta primera noche, dormirá en la de su amiga Vanessa.

He pensado en todo. Y si todo sale bien, será la noche del perdón, seducción y reconciliación.

Con la llave en la mano, los tres nos dirigimos a dejar nuestras cosas. El parloteo incesante de mi hija parece aliviar la tensión que nos rodea... y lo agradezco.

Sentir a Aarón tan cerca me ha puesto nerviosa. Verlo tan guapo y no tener derecho a tocarlo, me mata.

He visto cómo lo miraban las otras madres «zorras» solteras... parecía que le estaban cogiendo la medida para un traje de saliva. Estoy tan celosa que en mi mente empiezan a aparecer escenas de Dexter... ¿pasaría algo si alguna «o todas» cayeran, accidentalmente por supuesto, por algún acantilado...?

Al entrar a la cabaña, Daniela se lanza a elegir litera.

—Escoge tú primero —le digo a Aarón. Tengo la esperanza de que me diga que podemos compartir la cama, dormir juntos...

—No voy a dormir aquí. Antes de llegar, hablé con uno de los monitores. Tienen sitio, así que me quedaré con ellos.

La desilusión burbujea en mi interior. Mis expectativas caen en picada...

Al contrario de lo que esperaba, el día resulta ser muy divertido, repleto de juegos y entretenimiento. Sobra decir que Daniela tenía razón, sin Aarón aquí, estábamos perdidas, no habríamos ganado nada... lo mejor fue que, durante esos momentos, nos comportamos como una verdadera familia. Estoy desbordante de felicidad.

Tal vez, no está todo perdido.

El momento amargo lo sufro a la hora de la cena. Aarón se sienta en la mesa de los monitores. Junto a la más guapa, para ser más exactos. Me trago mis celos y me concentro en mi plan.

«Espera un momento. El plan ya no es viable. No va a dormir contigo, idiota.»

Me niego a ser negativa. Tendré que recurrir al plan B, el cual iré improvisando sobre la marcha...

Después de quemar las típicas nubes y de contar historias de terror, por fin llega la hora de irse a la cama. Me despido con un beso de mi hija y veo cómo se va con su amiga.

Me dirijo a la cabaña, sola. Entro y me da la impresión de que está tan oscuro y triste como mi corazón. Me deprimo tanto que estoy a punto de irme a dormir... pero no. Otra vez me niego a ser negativa y a rendirme.

He aceptado, de una vez por todas, que no me gustaba cómo era y cómo soy, sobre todo ahora que no tengo a Aarón de mi lado. Voy a arriesgarme, a saltar... voy a vivir.

Me pongo la ropa interior muy sexy e incómoda que me he comprado para la ocasión. Pensaba ponerme unos taconazos y una bata que había metido en la mochila, pero con las deportivas y el chándal tendrá que valer... Espero no tener nada puesto durante mucho tiempo.

Camino con paso seguro hacia donde duermen los monitores. Como son varias cabañas, le pregunto al primero que veo pasar... Armada con lencería sexy, me dirijo envalentonada a donde me han dicho.

Pico en la puerta al mismo tiempo que embozo una sonrisa «falsa» radiante en mi cara... que se me borra al darme cuenta de quién abre la puerta: la monitora guapísima de antes; luce un short y sujetador deportivo que, por extraño que parezca, le queda tan bien que hace que, a su lado, yo parezca que llevo la ropa interior de mi abuela...

Por el hueco, que ha dejado al abrir, veo a un Aarón despeinado y sin camiseta sentado en una de las camas... tan endemoniadamente guapo que casi corta la respiración.

Nuestras miradas se traban durante un instante proyectando nuestros sentimientos. Sorpresa y tristeza en la suya, dolor y desilusión en la mía.

—Perdón, no quería interrumpir —digo apresuradamente antes de girar e irme, intento conservar la poca dignidad que me queda.

Al doblar la esquina, y ya sin que me vean, la dignidad me da igual... echo a correr.

Corro sin rumbo, huyendo de la vergüenza e impotencia que acabo de pasar.

Poco a poco, ralentizo el ritmo de mis zancadas mientras que la rabia y la frustración se apoderan de mí.

—Tonta, más que tonta —me recrimino—, ¿qué te pensabas, que iba a esperar por ti?

«Quid pro cuo

—Me lo tengo merecido...

Estoy agotada, derrotada... no se me ocurre ningún pensamiento positivo que me aliente a seguir hacia delante.

«Eso me pasa por traicionar al único hombre que ha estado siempre a mi lado.»

«Has visto a las chicas con las que se suele relacionar. Eres poca cosa para él.»

Mi mente hierve. Me daría de tortas a mí misma sin dudar...

—Es verdad —digo en voz alta—. Soy poca cosa para él. Tarde o temprano se acabaría cansando, me dejaría sin mirar atrás. Una ruptura limpia es lo mejor que ha podido pasar...

Me revuelvo incómoda. Mi parte racional me dice que deje las cosas como están, pero mi corazón se agita desesperado pidiéndome que luche.

—Que rápido te rindes... —oigo que me dicen.

Es la voz del hombre que me ha robado el sueño durante las últimas dos semanas. La oscuridad me envuelve y no consigo ubicarlo. ¿Dónde hay una luna llena cuando se la necesita?

Ahora que lo pienso... ¡no sé dónde estoy! Me he perdido.

—Por favor... que no sea una alucinación inducida por la desesperada esperanza que siento... ¡Joder! ¡Bonito momento para perderse! —exclamo al cielo—. Por lo menos, si me muero aquí sola, me encontrarán con una bonita ropa interior...

Oigo una suave risa seguida de unas pisadas.

—Tan catastrófica como siempre... No estás perdida, por lo menos no ahora que estoy yo aquí.

Respiro profundamente cuando lo veo a mi lado. La luz de su linterna apunta al suelo y alumbra, indirectamente, su rostro.

Y, observándole, sé que lo que dice es una absoluta verdad: teniéndolo a mi lado, nunca más estaré perdida.