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DESPERTAR con un cálido cuerpo masculino pegado a la espalda es una de las cosas más placenteras que existen; «sobre todo si lo haces conscientemente». Despertar con un cálido cuerpo masculino a tu espalda, mientras suavemente te masajean el clítoris... no tiene precio.
Siento el cuerpo laxo... estoy tan relajada como una muñeca de trapo. Podría estallar un incendio que no me movería del lugar en donde estoy. Me acerco más a ese cuerpo para indicarle que me gusta lo que está haciendo. Su gran erección se pega a mi cadera, y a mí me dan ganas de ronronear del gusto.
Lleva una mano a mi pecho para jugar con mi inhiesto pezón entre sus dedos mientras me da castos besos en el cuello que solo consiguen avivar mi pasión. Por la contradicción del gesto en este momento, abro las piernas y me agarro firmemente a la mano que tiene entre mis piernas pegándola con firmeza a mi sexo, instándole a que siga, a que llegue más profundo... que me haga acabar.
Pellizca mi clítoris con firmeza hasta que se le escapa de entre los dedos una y otra vez, haciendo que mi brote hinchado se estremezca de placer. Mi sexo se siente vacío... y yo solo quiero gritar por la frustración que siento.
Empuja mi cuerpo hasta que quedo en posición supina; ahora lo puedo mirar a los ojos y eso me enciende aún más. En ellos veo lujuria, veo amor... me veo a mí; me veo hermosa y sexy, pasional... su cara refleja asombro y devoción, hasta que baja la mirada hasta mis pechos cubiertos por su camiseta y su expresión se vuelve hambrienta. La levanta para exponerlos. Los agarra con las dos manos y los junta sopesando qué hacer con ellos. Yo solo sé que los siento pesados y que necesito que me haga algo. Que los lama, que los chupe, que los muerda... pero que haga algo.
«¡Actúa ya, por Dios!», estoy tan cachonda que hasta me duele.
Pasa la lengua tentativamente por mis pezones, como si aún no se creyera que es real, y me estremezco de placer. Devora mis pechos, todavía aprisionados en sus manos, los amamanta casi hasta el punto del dolor, para luego pasar la lengua y soplar encima para calmarlos. Me está volviendo loca y lo sabe, incluso, está disfrutando de ello.
Cuando por fin deja mis senos en paz, estoy a punto de llorar... Aarón baja por mi cuerpo dejando un rastro de húmedos besos por mi estómago hasta el hueso de mi cadera, que hacen que se me erice la piel. Siento su aliento en mis muslos y abro más las piernas para darle mejor acceso a la zona a la que estoy deseosa que llegue.
Se toma su tiempo. Besa mis muslos, mi pubis... pero no llega a la zona que me palpita. Cuando por fin siento su lengua en mi hinchado sexo, gimo de placer. Aarón me hace el amor con la boca. Me penetra con la lengua, dejándome ansiosa porque algo más grande me llene. Absorbe entre sus labios mi clítoris al mismo tiempo que su lengua lo hace vibrar. Introduce dos dedos dentro de mí de un solo golpe, y yo, por fin, con un grito, me corro.
Mi cuerpo se estremece sin parar; y cuando besa mi boca y me pruebo en sus labios... vuelvo a llegar al orgasmo. Su beso se traga mis alaridos de placer.
Mientras nos besamos, le rodeo la cintura con las piernas, para pegarlo a mi mojado coño. No lleva nada que impida tocarnos piel con piel. Su dura polla acaricia mi sexo con pases lánguidos, provocándome de una manera nunca sentida.
—Aarón, por favor... —gimo en su oído.
Se agarra la erección y la coloca en la entrada de mi cuerpo para empezar a empujar en mi interior poco a poco, estirando mis músculos internos de la forma más maravillosa.
—La tienes tan grande...
Vale, no es la cosa más romántica que se puede decir en un momento como este, pero es lo único que me sale en este instante. Siento cómo se ríe contra el hueco de mi cuello, para después lamérmelo, haciéndome olvidar mi propia estupidez.
Poco a poco, va acelerando los movimientos, taladrándome con embestidas secas y duras que conseguirán que me vuelva a correr en cualquier momento. Se incorpora y me agarra de las nalgas, elevándome y llegando más profundo dentro de mí. Intento acoplar mis movimientos a los suyos, pero al final desisto y me conformo con abrir aún más mis muslos, acomodándome para aguantar cada empellón que recibo entre mis caderas.
—No pares... no pares, Aarón... —gimo descontrolada—. No te atrevas a parar, por Dios... ¡Me corrooo! —grito por fin.
Vuelve a bajar la cabeza y a devorar mis labios. Siento que se tensa para, a continuación, con un murmurado joder, acabar él también.
Se derrumba encima de mi extasiado cuerpo mientras, poco a poco, acompasamos nuestras respiraciones.
¿Siempre he sido tan ruidosa en la cama? La verdad es que, con Aarón, el sexo se eleva a otro nivel; es más carnal, apasionado... He comprobado lo que siempre había creído: el sexo con amor, simplemente, es mejor. Por lo menos para mí...
De repente, insegura, me revuelvo incómoda bajo su cuerpo. ¿Y si no ha disfrutado lo mismo que yo? Él tiene mucha más experiencia... mi autoestima va cayendo en picada, tanto que hasta siento ganas de cubrir mi desnudez.
—¿Por qué no dices nada? —le pregunto. En 15 años nunca lo he visto así de callado...
«¿Dónde estará mi ropa...?» Necesito irme antes de que me humille con algún comentario condescendiente usado para no herir mis, ya machacados, sentimientos.
Cuando estoy a punto de decirle que se aparte, Aarón empieza a besarme. Besos profundos, introduciendo la lengua en mi boca y adueñándose de ella. Noto cómo su miembro se vuelve a endurecer, aún en mi interior, y un jadeo se escapa de mi garganta.
Moviéndose con suavidad, me hace el amor. Despacio, profundo... besando mi boca, cuello y hombros. Estoy a punto de explotar otra vez, porque aunque esta vez sea diferente, es igual de arrolladora.
Eleva su cabeza para poder mirarme, y me pierdo en sus ojos.
—Eres preciosa. Única... y por fin te tengo en mi cama. Eres más de lo que he soñado en todos estos años. Eres perfecta, Cristina.
Si antes no habló, ahora parece que no podía parar.
—Te envuelves a mi alrededor, casi dejándome sin respiración; gimes de una forma que solo me hace querer follarte más y más hasta quedar agotado encima de ti.
Sus palabras me encienden y hacen que clave mis uñas en su espalda con desesperación.
—Te... amo... Dios... —dice jadeante, acelerando el ritmo de sus movimientos.
Esas palabras me elevan hasta que exploto en otro orgasmo matador, acompañada de Aarón, que tiembla de placer pegado a mi sudoroso cuerpo.
No sé cómo me he podido perder esto durante todos estos años... hemos alcanzado un grado de intimidad que no sabía que existía.
Sale de mí y se queda acostado a mi lado sin dejar el mínimo espacio entre nuestros cuerpos. Me mira a los ojos casi sin pestañear y yo me siento muy tímida...
—Dime que te ha gustado tanto como a mí —exige, pero puedo notar la incertidumbre en su voz. Está deseando oír mi respuesta.
—No ha estado mal —digo sonriéndole—. Me esperaba más, con toda la práctica que tienes...
—Ja, ja, ja, eres muy simpática —dice en tono jovial—. De todas formas, vamos a tener que hacerlo muchas más veces para que todo salga perfecto. Ya sabes... la práctica es la clave para la perfección.
Siento cómo su pene vuelve a endurecerse pegado a mi cadera y cierro los ojos al recordar cómo de bien se siente en mi interior... pero tengo cosas que hacer, no me puedo dejar llevar por los bajos instintos de mi cuerpo, aunque me gustaría.
—Alto ahí, hombretón. ¿No eres humano o es que eso —digo frotando la cadera contra la zona de su anatomía a la que me refiero— nunca duerme?
—Me temo que contigo a mi lado, y encima desnuda, no estará tranquila mucho tiempo... puedes probar a darle un besito y cantarle una nana para ver si se va a dormir...
—Eres un cerdo. Ya veo que hay cosas que nunca cambian... —digo riéndome—. En serio, tengo que irme. No avisé que me quedaba fuera de casa y estarán preocupadas.
—Está bien, pero me debes un día entero sin salir de la cama. —Me da un rápido beso en el centro de los dos pechos y se levanta de la cama—. Vístete rápido. Tenerte en mi cama es un sueño erótico de juventud y me estoy poniendo malo. Me estoy controlando para no asaltarte sexualmente...
Me levanto para empezar a vestirme y me doy cuenta de que no he oído casi nada de lo que me ha dicho. Si verlo en calzoncillos me conmocionó, observarlo en toda su gloriosa desnudez me está volviendo loca. He dejado de salivar. La boca, de repente, seca. Inconscientemente, me paso la lengua por los labios buscando humedecerlos.
Su pene, largo y grueso, apunta directamente a la cara. Es como uno de esos cuadros en los que los personajes parecen seguirte con los ojos a donde quiera que vayas... estoy como hipnotizada.
—Cristina, para ya. No puedes mirarme así y esperar que me porte bien.
Se agarra el miembro con una mano y lo aprieta con fuerza, y yo solo tengo ganas de sustituir su mano con la mía. Parece que ese gesto, lo calma un poco, ya que se agacha y empieza a vestirse. No puedo evitar pensar que es un crimen cubrir ese bastón de carne cuando yo lo estaría contemplando, «y saboreando», todo el día sin llegar a cansarme.
Ya cubierto, vuelve a sentarse a mi lado en la cama.
—¿Qué ha significado esta noche, esta mañana para ti? —pregunta— ¿Estamos juntos?
En este momento, lo veo tan vulnerable que me dan ganas de abrazarlo y protegerlo entre mis brazos.
—No nos precipitemos —respondo cautelosa—, digamos que nos estamos reconociendo mutuamente.
Frunce el ceño. No se esperaba esta respuesta.
—Aunque eso no quita que seamos exclusivos... si me entero que vuelves a tus andadas de mujeriego... —Es curioso cómo me ha cambiado el pensamiento; antes, pensar en Aarón con otras chicas, me divertía. Ahora, me dan ganas de golpearlo—. Te lo digo en serio. Si me engañas, no querré saber nada de ti.
Con una radiante sonrisa se tumba encima de mí, obligándome con su cuerpo a acostarme en la cama.
—No te preocupes por eso. Ahora que por fin te tengo, no deseo a ninguna otra. —Me pasa la lengua por la piel sensible de la mandíbula y susurra—. No voy a hacer nada para estropear esto. Eres todo lo que siempre he querido.
Empezamos a besarnos y abro las piernas para acomodarlo sobre mí. El deseo vuelve con fuerza y lo agarro con firmeza de la nuca para obligarlo a profundizar el beso.
Nuestras lenguas encuentran el ritmo perfecto, al compás de nuestras caderas...
—¡CHICOS, A DESAYUNAR! —Se oye la voz de doña Carmen traspasando la puerta.
Es como si me hubieran echado una jarra de agua fría encima. Debajo del musculoso cuerpo que me rodea, me quedo lívida.
—No me acordaba de tu madre —digo al recordar los gritos de placer que di esta mañana—, qué vergüenza...
Al ver mi cara, Aarón empieza a reírse sin parar. Bueno, empieza a descojonarse en toda regla.
—No me hace gracia, capullo —exclamo golpeándolo en la cabeza, pero sin poder contener la sonrisa de mis labios—. Pillada a los 28 años, quién lo diría...
Cuando nos vestimos y por fin dejamos la habitación, aún no se me ha pasado el bochorno. Llego a la cocina con la cabeza gacha y me siento en la silla sin mirar a mi alrededor.
Aarón me rodea con sus brazos forzándome a mirarlo. Me frota la nariz, me da un dulce beso en la punta y después en los labios. Me mira y puedo ver que todo va bien. Por fin, consigo el valor para mirar a mi alrededor y lo que veo me deja impactada.
Doña Carmen, mi madre y Daniela están en la cocina, calladas y sonrientes. Nos miran durante un segundo más y empiezan a preparar las cosas del desayuno como si tal cosa.
—Ya sabía yo que estaban enamorados... —dice Daniela muy seria—, por fin voy a tener un papá.
Cuando voy a corregirla, Aarón se me adelanta.
—Nena, aun es pronto para que me puedas decir papá. Con el tiempo, si tu madre da permiso, me encantaría que me llamaras de esa forma.
Me aprieta suavemente el muslo para darme a entender que todo está bien. Se gira hacia su madre y le dice:
—Mamá, me voy de casa. Ya es hora de que estrene mi piso.
¿Mi piso? No entiendo nada...
—No hace falta que lo hagas por mí, estoy bien como estamos ahora.
—No lo hago por ti. Lo hago por mí, es hora de independizarse en serio. —Baja su cabeza hasta mi oído y susurra—. Además, no quiero tener que taparte la boca cada vez que te corres y das esos gritos tan sexys... Mi madre nos acabaría echando de una patada.
No lo veo, pero siento la sonrisa en su cara. No sé si ha conseguido asombrarme, avergonzarme o excitarme con eso que ha dicho...
Se vuelve a acercar y me dice:
—Estoy deseando oírte otra vez.