—13 —
ESTOY de un excelente estado de ánimo. No se me borra la sonrisa de la cara. Parezco una adolescente con su primer ligue... en cierto modo, lo es, ya que mi vida amorosa estaba en periodo de sequía desde hace muchos años.
Cuando llego a mi despacho, me encuentro con que Lola me está esperando dentro, repantingada en el pequeño sofá de dos plazas color arena.
—Antes de nada, dos preguntas: ¿Dónde has estado? Y ¿cómo haces para echarte una siesta aquí...? Que incómodo, ¡Dios mío! Llevo buscando una buena postura por media hora por lo menos. Me parece que te lo voy a cambiar, porque al final te va a dar tortícolis.
Todo esto dicho mientras intenta colocar un cojín a la altura de sus piernas. Resulta casi cómico verla hacerlo mientras lucha porque su vestido conservador por debajo de la rodilla no se le suba. La falda es un poco estrecha. Entre eso y que no es muy flexible, le está costando bastante...
—Sí, te lo voy a cambiar por uno de esos abatibles. Lo he decidido.
La dejo hablar sin interrumpirla ni una sola vez. Ya me he acostumbrado a dejarla divagar hasta que se canse, porque si intento meterme en su auto-conversación, me ignorará de mala manera. Al final, me mira y sé que esa es la señal para que hable.
—Yo no me echo siestas, no sé de do...
—Tú te lo pierdes. Cuando te compre el nuevo sofá, no podrás resistirte. Pero te comprendo, si lo único que tuviera a mano fuera esto —hace un gesto con el brazo abarcando todo el sofá—, yo tampoco sucumbiría a la tentación. Y eso que algunos días tienes muchas horas muertas a la hora de la siesta...
—Contestando a tu otra pregunta, he almorzado con Antonio Ramos, el arquitecto. Lo conocí por casualidad en la azotea mientras buscaba a Rodrigo. No sabía que había regresado de su viaje, si no, lo habría llamado al despacho. Le estuve comentando los cambios que pediste... «y poniéndome bastante cachonda, de paso».
—¡Ah! ¿Ya está aquí? No recordaba cuando llegaba... Es un chico bastante guapo, ¿verdad? Intenté que Rocío lo conociera, pero ella está muy enamorada de su camarero; por otro lado, si mi novio fuera como David, yo tampoco buscaría a otro por ahí. Mi nieta tiene muy buen gusto... en eso salió a mí; si yo te contara sobre todos los pretendientes que tuve de jovencita, no te lo creerías... —Me coge del brazo y me acerca a ella—. Venga, dime mujer, no me dejes con la intriga ¿saltaron chispas?
Lola es una alcahueta. Chispas dice, saltaron rayos. Eso fue lo que eran. Rayos, y todos iban derechos a mi entrepierna.
—Hablamos de trabajo y poco más —intento poner cara de póquer, pero una sonrisa atraviesa mi cara, delatándome—. Bueno... flirteamos un poco. Quedamos en que lo llamaría para tomar algo.
—Bien. Las cosas van por buen camino. De aquí a un año, mes arriba, mes abajo, estás casada. —«¡¿Eehh?!»—. Te lo digo yo, que soy media bruja.
—Sí, vale. Lo que tú digas. —Cuando pienso en mi futuro, no oigo campanas de boda, sino el sonido de los muelles de un colchón rechinar...—. No quiero casarme con él, ni siquiera lo pienso, lo acabo de conocer. Hace mucho tiempo que no salgo con nadie, pero tampoco soy tan estúpida como para pensar en boda. Por ahora, solo quiero divertirme.
—Hazme caso. De aquí a un año vas a estar casada. —«Qué cansina es esta mujer, por favor»—. Vete mirando vestidos, que yo te lo regalo.
—No quiero dudar de tus dotes de brujita, no vaya a ser que me maldigas con que no pare de crecerme el bigote... —comento sarcástica—. Pero hay aspectos de mi vida que no te has parado a pensar, como, por ejemplo, mi hija. No podría tomar una decisión tan importante sin tenerla en cuenta a ella; el chico que elija para compartir mi vida no solo se tiene que ganar mi amor y confianza, sino también el de Daniela.
—Veo que eres una persona escéptica. Si mi palabra no te da motivación suficiente como para querer casarte, haremos algo que te estimule más. Una apuesta —propone—. Si dentro del plazo de un año y medio no estás casada ni tienes fecha fijada, te regalo una casa. No te creas que será tan fácil, tendrás que apuntarte a agencias de contactos e ir a las citas que te concierten. Porque si espero por ti para conocer chicos, la llevo clara... mi misión en la vida es casarte; si lo haces en el plazo, ya me doy por pagada, aunque no me negaría a que le pusieras mi nombre a tu próxima hija...
Ya me veo viviendo en un piso con terracita, tumbada en una hamaca con la cervecita al lado.
—No sé qué fijación le entró ahora con que me case, pero acepto. Vaya preparando los papeles de la vivienda.
Al salir del trabajo me voy directa al gimnasio. Necesito descargar toda la energía extra del día de hoy.
Estoy eufórica. Es curioso que cuando te pasan cosas buenas, te sientas mejor en todos los aspectos... Me siento más guapa, más segura de mí misma.
Voy caminando con paso seguro, en mi cabeza suena Stayin Alain de los Bee Gees, tengo la sensación de que me podría comer el mundo... Entro en el gimnasio con ganas de guiñar el ojo y chasquear la lengua mientras disparo una pistola imaginaria con mis manos a todo con el que me cruzo... soy una hortera, lo sé. Pero cuando una está tan contenta como lo estoy yo, le da igual todo lo demás.
Me subo a la cinta, con el sonido de mi ipod a todo volumen. Necesito tener la mente ocupada, porque cada vez que pienso en el día de hoy, se me queda cara de tonta.
Estoy tan concentrada en la música y en respirar correctamente que cuando, de repente, me tocan el hombro, me dan un susto de muerte. Mis piernas se bloquean y acabo despatarrada en el suelo... «¡Joder! Adiós a mi buen humor. ¿Es que no me puedo permitir ni siquiera un día de felicidad absoluta?»
Estoy acostada boca arriba, con los ojos cerrados, en medio del gimnasio. Tal vez, si me quedo un rato así, la gente se olvide de mí y de mi caída...
—¿Estás bien? Siento haberte asustado... creí que me habías visto cuando me coloqué a tu lado.
Abro los ojos y me encuentro con la mirada turquesa de Toni. Estoy teniendo una alucinación, seguro. Llevo bastante tiempo viniendo a este gimnasio y nunca lo había visto por aquí.
—Eres lo peor... ¿No sabes que no hay que sorprender a la gente de esa manera cuando está en la cinta? —el tono con que lo digo me hace parecer una profesora de primaria, pero me da igual. ¡Me duele el culo, joder!—. ¿Qué haces tú aquí?
Me ayuda a incorporarme y se pone detrás de mí para poder levantar mi camiseta por la espalda.
—Estoy probando nuevo gimnasio, me queda cerca del trabajo —dice—. En la espalda no tienes nada. Voy a bajarte los pantalones para verte las nalgas. Seguro que tienes un morado.
—Aquí nadie va a bajar nada. Las manitas quietas. —Giro la cabeza para verlo mejor y tiene una cara de pillo...—. Lo de bajarme los pantalones era en broma, ¿verdad...? ¡No te rías de mí! Por tu culpa he quedado en ridículo y, por si fuera poco, me duele mucho el culo...
—Claro que era broma, Cristina, pero si quieres, lo hago. Si te duele tanto, tendré que hacer una exploración exhaustiva de la zona, no vaya a ser que tengas algo roto... —Me mira de arriba abajo, y noto calor por las zonas donde sus ojos pasean por mi cuerpo—. Menuda sorpresa me he llevado al verte aquí. Será que estamos predestinados a estar juntos... Por lo menos, a estar muy juntos y en posición horizontal...
Ahora sí que tengo calor. Si quería sudar, tendría que haber llamado a Toni en vez de venir a hacer deporte. Me abraza por detrás y pega su cuerpo al mío. Lo siento todo, y cuando digo todo, me refiero a su erección en mi baja espalda. Sube mi camiseta un poco para poder pasear sus pulgares por mi estómago y por la cinturilla de mis leggins... Siento que me derrito.
Me doy la vuelta en sus brazos. Levanto la cabeza un poco y pongo mis manos en su nuca. Noto su pelo entre mis dedos y no puedo dejar de acariciárselo.
Estamos cara a cara. Sus ojos brillan, y sé que los míos también. Le empujo hacia abajo, hacia mi boca... Sus labios tocan los míos y, de repente, solo estamos él y yo. Le chupo el labio inferior y Toni me abraza más fuerte. Gimo cuando siento la dureza de su miembro en mi estómago, trato de ponerme de puntillas para sentirlo entre mis piernas. Introduce la lengua en mi boca y me pierdo en su sabor...
Pasado no sé cuánto tiempo, me da un último beso en los labios y pega su frente a la mía. Damos respiraciones profundas intentando tranquilizarnos, porque la verdad es que no estamos solos, sino en medio de una sala llena de gente.
Cuando mi cuerpo se relaja, cojo conciencia de donde estoy. «¡Joder! ¿Qué he hecho?, o mejor dicho, ¿qué coño he estado a punto de hacer?». Menos mal que Toni detuvo esta locura, porque no estoy segura de haber podido hacerlo yo. Lo único que quería hacer era quitarle la ropa y restregarme contra su cuerpo como una gatita cariñosa.
—Siento haberte atacado. No suelo comportarme como una maniaca sexual. No sé que me pasó —intento salir de entre sus brazos, pero no me lo permite—. No me creerás, pero de verdad que yo no soy así.
—Respira hondo, Cristina, te estás poniendo azul. No pasa nada, yo también me dejé llevar... —dice tranquilo—. Me siento halagado de que hayas reaccionado así conmigo. Es señal de que no soy el único que no puede controlarse. —Me pega contra su cuerpo otra vez—. Como puedes notar, no estoy muy sereno, así que no voy a soltarte durante un tiempo. Con este pantalón se marca todo y no quiero escandalizar a los pobres deportistas aquí presentes.
Le acaricio un lado de la cara y me relajo contra su agarre.
—Por lo menos, pude comprobar que eres bueno en lo oral...
Como noto que la cosa se ha relajado un poco, me aparto, aunque no lo suelto.
—Eres mala. No digas nada más, que yo con poco voy. Tienes que saber que tengo una imaginación hiperactiva...
Me suelta, se aparta de mi cuerpo y se pasa los manos por la cabeza.
—Dime la verdad, ¿se nota que estoy morcillón? —pregunta levantando una ceja...
Y no puedo evitar soltar una carcajada como respuesta.